Read El testamento Online

Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (20 page)

BOOK: El testamento
12.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Jenny comprobó ambos lados de la carretera y luego, aprovechando el estado casi de pánico del joven, maniobró el Lexus directamente hacia el BMW. El chico los vio de repente y el BMW cambió inmediatamente de rumbo, clavó los frenos y el coche comenzó a resbalar sin que pudiese controlarlo. En un abrir y cerrar de ojos, pasó junto al Lexus y se desvió hacia el alto parachoques del camión.

Donatella, en lugar de frenar, pisó el acelerador a fondo, y como un elefante que espanta una mosca, el camión apartó al abollado BMW de su paso. El chico se asomó por la ventanilla y le dedicó un rosario de obscenidades.

—¡Sigue detrás de nosotros! —gritó Bravo, y oyó que Jenny maldecía a modo de respuesta. El rugido del camión era atronador y llenaba la noche con su lúgubre sonido—. ¡Está pegada a nosotros!

En el último instante, Jenny dirigió el Lexus hacia un camino particular, a través de un prado de hierba recién cortada y en dirección a un solar vacío que había junto a la casa, que, a juzgar por la maquinaria pesada que allí había, parecía estar en proceso de ser desbrozado. El Lexus continuó a toda velocidad mientras el camión pasaba por encima del bordillo y aceleraba hacia el solar vacío. Avanzaron dando tumbos durante unos ciento cincuenta metros.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Jenny junto a su oído.

Estaban en el borde de un precipicio, oculto hasta el momento por los árboles y la maquinaria. No había tiempo para maniobrar, ni siquiera para pensar. Un instante después, cayeron al vacío. Chocaron contra el suelo con una rapidez escalofriante. El Lexus rebotó una vez y quedó volcado sobre un lado, de modo que Bravo y Jenny fueron arrojados el uno contra el otro.

—Jenny —dijo él—, ¿te encuentras bien?

Ella asintió.

—¿Y tú?

—Sólo un poco aturdido.

Bravo estiró la mano y trató de abrir la ventanilla, pero el mecanismo electrónico estaba averiado. Entonces alzó la pierna y la golpeó violentamente. El cristal de seguridad se agrietó, pero no se rompió. Bravo repitió el golpe y consiguió abrir un agujero. Utilizando el tacón para romper los trozos de cristal que quedaban unidos al marco, se deslizó fuera del coche y luego se volvió para ayudar a Jenny a salir.

Ambos se quedaron tendidos en la tierra un momento. A Bravo le resultó más fácil recuperar el aliento que la calma. Por encima de ellos, los haces gemelos de los faros del camión perforaron la oscuridad, buscando atraparlos en su resplandor. Luego, mientras Bravo gemía y se apoyaba en un codo para levantarse, vio otro haz de luz que se movía arriba y abajo, escudriñando la oscuridad que los envolvía. Donatella había optado por un reflector portátil.

Jenny estiró la mano y tiró de él en silencio para que la siguiese, reptando hacia la zona más densa de los matorrales que bordeaban el terreno. La lluvia seguía cayendo sin cesar, un escudo natural que dificultaba su detección.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

Él asintió.

—¿Y tú?

—Nada que no pueda curar una buena noche de sueño. —Su cara estaba a escasos centímetros de la suya. Jenny lo obsequió con una de sus breves sonrisas—. Vamos.

Ambos se movieron cautelosamente entre la maleza hasta llegar a la carretera. Se alejaron del lugar del accidente sin separarse del borde frondoso del asfalto. Pero habían recorrido apenas un centenar de metros cuando, a la salida de una curva, un Lincoln último modelo apareció de pronto en su dirección. Jenny cogió a Bravo del brazo y lo arrastró nuevamente entre la maleza.

Desde allí oyeron cómo el motor reducía la marcha y finalmente se detenía. Ambos se adentraron aún más entre los matorrales, donde permanecieron agachados, escuchando el sonido de su propia respiración.

—No te preocupes —susurró Jenny—. Nunca nos encontrará.

En ese momento oyeron un crujido que sonó aterradoramente cerca y, al volverse, vieron el perfil de una figura que se cernía sobre ellos.

Un reflejo metálico les trajo la imagen de una arma, y una voz masculina con acento inglés dijo en tono complacido:

—Yo no contaría con eso.

Capítulo 8

L
O sabía. Sabía que te meterías en problemas que no serías capaz de resolver.

—¡Kavanaugh! —exclamó Jenny—. ¿Qué coño estás haciendo aquí?

—¿Tú qué crees? —dijo la figura—. Contemplando tu culo preocupado.

Bravo miró al hombre y luego a Jenny.

—¿Lo conoces? —preguntó.

—Braverman Shaw —dijo ella a modo de presentación—, éste es Ronnie Kavanaugh.

—Maldito cabrón. —Kavanaugh no le tendió la mano—. Pero todo está bien ahora que el tío Ronnie ha acudido al rescate.

Jenny estiró el brazo detrás de la cabeza y deshizo la trenza que Bravo le había hecho.

—Kavanaugh es un guardián, como yo.

—Oh, no como tú, princesa —dijo Kavanaugh con expresión impasible—. Sé de lo que estoy hablando.

—¿Es éste el hijo de puta que no fue capaz de proteger a mi padre?

—Sé que no te estás refiriendo a mí. —Kavanaugh dominaba a la perfección el tono frío, duro y despectivo—. No puedes ser tan ignorante.

—Él nunca tuvo asignada la protección de tu padre —dijo Jenny—. Dexter Shaw jamás habría soportado su actitud.

Bravo alzó la vista a través de la lluvia hacia lo alto del precipicio. Todo estaba oscuro y en silencio. ¿Adonde había ido Donatella? Se puso en pie y tendió la mano para ayudar a Jenny. Ella ignoró su mano y se levantó rápidamente.

Kavanaugh hizo un gesto de invitación con la mano.

—¿Nos vamos?

Luego los guió a través de los frondosos matorrales oscurecidos por la lluvia. Mientras apartaban de su camino arbustos espinosos y chapoteaban a través del lodo, Jenny le habló de Rossi y Donatella.

—A ella la vi —dijo Kavanaugh—, pero ¿dónde está Rossi?

—Bravo lo mató —dijo Jenny.

Kavanaugh enarcó sus cejas negras.

—¿Lo ha hecho?

—Lo ahogó en el lago del cementerio.

—Un modo original de asesinar a la gente, sin duda. Bien, un cabrón menos al que enfrentarse. Pero ahora su puta está buscando venganza, ¿no es así?

Era un hombre atractivo y, a pesar de la crueldad inherente a su sonrisa, a la vez tosco y refinado. Bravo se lo imaginó con un esmoquin a medida de Saville Row, un vaso de whisky de malta en la mano y jugando al
chemin de fer
en un elegante casino de Londres.

—Por aquí hay un solo camino. —Kavanaugh señaló la zona neblinosa iluminada por las farolas de la calle—. Aparqué el coche en las sombras, justo a la derecha.

A unos cien metros del vehículo, se detuvo y le dio las llaves del coche a Jenny.

—Esto es lo que vas a hacer, princesa. Shaw y tú os meteréis en el coche y conducirás a través de la zona iluminada.

—¿Te has vuelto loco? —dijo Jenny—. Eso es precisamente lo que Donatella está esperando.

Kavanaugh sonrió.

—Exacto. Esa mujer está tan loca de furia que irá a por vosotros sin pensarlo dos veces.

—Puedes apostar a que lo hará —asintió Bravo, tan afectado como Jenny por el plan ideado por Kavanaugh.

—Y cuando lo haga —dijo Kavanaugh lentamente, como si estuviese recitando el alfabeto a un niño ligeramente retrasado—, yo la estaré esperando para abatirla a tiros.

Jenny negó con la cabeza.

—Pretendes emplear a Bravo como cebo. Es demasiado peligroso.

—Una emoción fuerte de cualquier naturaleza (sobre todo la ira) hace que uno cometa actos estúpidos. Quiero utilizar la ira de Donatella contra sí misma —explicó Kavanaugh—. ¿Tienes alguna idea mejor?

En el silencio que siguió a sus palabras, Kavanaugh sacó su arma.

—Eso pensé. Vamos allá.

El coche, un Lincoln grande, se encontraba aparcado precisamente donde había dicho Kavanaugh. Jenny caminó alrededor del vehículo pasando ligeramente las puntas de los dedos sobre la pintura metalizada.

—Muy bien —dijo—, subid.

—Te has rendido con mucha facilidad —señaló Bravo mientras se ajustaba el cinturón de seguridad en el asiento del acompañante.

—¿Qué sabrás tú? —replicó ella con aspereza.

—¿Crees realmente que esto dará resultado?

Jenny introdujo la llave en el contacto.

—Es un buen plan, pero negaré haberlo dicho si alguna vez se lo cuentas a Kavanaugh. No podría soportar la expresión burlona en su rostro.

Bravo la miró durante un momento como si estuviese sopesando algo en su mente.

—Tienes algo con él, ¿verdad?

Ella soltó una risotada.

—¿Qué? ¿Estás de broma?

—Te has puesto colorada… princesa.

Jenny se volvió hacia él.

—No seas estúpido.

Hizo girar la llave en el contacto, metió la marcha y salió a la carretera, que discurría aproximadamente en dirección norte-sur. A su derecha se alzaba la pared de piedra del precipicio, a la izquierda había monte bajo, claros y densos bosquecillos de fresnos, hayas y alisos. Se dirigieron hacia el norte y la zona iluminada creció a medida que se acercaban a las farolas situadas a ambos lados del camino.

—¿Ves algo? —preguntó Bravo.

—Más que tú —contestó ella en tono cortante.

La lluvia caía ahora con menos intensidad, pero se había alzado una neblina nacarada que reducía las luces de las casas a un resplandor opaco, borroso. Entraron en la zona iluminada por las farolas, que se extendía en medio de la neblina como un estanque plateado. El asfalto era completamente invisible.

Estaban pasando junto a las farolas cuando, de pronto, vieron que un vehículo grande y pesado se dirigía hacia ellos a gran velocidad saliendo del manto de niebla.

—¡Es un camión! —exclamó Bravo—. ¡El camión de Donatella!

—Kavanaugh, cabrón, ¿dónde estás? —dijo Jenny mientras giraba el volante a la derecha y al mismo tiempo levantaba el pie del acelerador.

El camión no se desvió de su trayectoria. Bravo, arriesgándose a mirar atrás, vio la figura alta y ancha de espaldas de Kavanaugh en la zona iluminada que acababan de pasar. Tenía los pies separados y los brazos extendidos y rígidos cuando comenzó a disparar contra el parabrisas del camión del lado del conductor. Con calma, con una especie de serena confianza, hizo tres, cuatro, cinco disparos. Todos los proyectiles hicieron blanco en el parabrisas separados por escasos centímetros.

Fue en ese momento, mientras Bravo estaba admirando la puntería de Kavanaugh, cuando Jenny exclamó:

—¡Dios mío, no hay nadie al volante!

—Ella está muerta —señaló Bravo—. Fíjate en el parabrisas. Donatella ya está muerta.

Jenny volvió a girar el volante y el camión pasó junto a ellos y fue a estrellarse contra una farola. En medio de una lluvia de chispas, el poste se vino abajo arrastrando consigo la caja de empalme. Cuando ésta chocó contra el asfalto, se abrió y la línea se desprendió de sus conectores, el extremo del cable lanzando chispas a través de la niebla baja.

Kavanaugh se había dado media vuelta para ver el resultado final de su trabajo cuando recibió un disparo en el pecho. El impacto hizo que se volviese, con la boca abierta en estado de choque, y entonces un segundo disparo le voló un costado de la cara.

—Alguien está disparando desde ese bosquecillo de hayas al otro lado de la carretera —dijo Bravo—. He visto los fogonazos.

—Oh, esa maldita perra ancló el camión —dijo Jenny—. Aseguró el acelerador con una cinta y luego metió la marcha de avance. Por eso el camión no cambió de dirección cuando yo desvié el coche.

Jenny clavó los frenos y dirigió el vehículo hacia el arcén, donde reinaba una oscuridad total. Antes de que Bravo tuviese oportunidad de abrir la boca, ella ya había abandonado el Lincoln y desaparecido en la niebla.

Donatella, apoyada sobre una rodilla en el bosquecillo de fresnos, contempló con gran regocijo cómo el segundo disparo arrancaba el costado de la cabeza de su enemigo. El chorro de sangre coloreó la niebla y la italiana dejó escapar un leve suspiro. Pero su trabajo aún no había terminado, por lo que se sujetó a la espalda el fusil de francotirador SVD Deagunov 7.62.

Había una cierta justicia poética en la forma en que había cambiado la situación, pensó mientras se adentraba aún más entre los fresnos oscuros. Y, sí, una forma de belleza que, tal vez, sólo Ivo y ella eran capaces de entender. Se movió de prisa y en silencio hacia su derecha. Ivo le había advertido que la orden no dejaría la protección de alguien como Braverman Shaw a cargo únicamente de su guardián femenino. Ella había atribuido ese argumento a su inveterado chovinismo, pero Ivo había estado en lo cierto. La orden había asignado a otro guardián como apoyo. Sin embargo, eso no era algo que a ella le importase en ese momento. Sabía cómo manejar a los guardianes, ya fuesen hombres o mujeres.

Mientras se movía a través de la oscuridad resbaladiza, Donatella sonrió para sí con gesto sombrío. El justo castigo había sido puesto en la palma de su mano. Había dejado el camión a unos cientos de metros hacia el norte, junto a la carretera inferior, adonde había llegado conduciendo en primera y con todas las luces apagadas. Le había llevado seis minutos sujetar con alambre el pedal del acelerador, más de lo que hubiese deseado, pero la luz era escasa y no podía arriesgarse a encender la linterna ni siquiera un instante. Era fundamental que su presa no tuviese absolutamente ningún indicio de su paradero.

Llegó al abollado Chrysler PT Cruiser sin problemas. El coche se encontraba exactamente donde le habían dicho que estaría. Subió al asiento del conductor, dejó el fusil a sus pies y la pistola en el asiento contiguo. Luego condujo lentamente, con las luces apagadas, hacia la salida más próxima a la carretera.

Estaba al sur de su presa. Su intención era conducir hacia el norte y acercarse a sus enemigos por detrás mientras ellos la buscaban delante o, si habían estado atentos, dentro del área del bosquecillo de fresnos. Pero justo cuando se aproximaba a la salida sintió un peso en un lado del coche y, sin dudarlo un instante, cogió la pistola y disparó tres veces a través de la ventanilla del acompañante. Un instante después, se produjo un estallido del cristal de seguridad de la ventanilla y algo la cogió por el cuello.

Una combinación de instinto y buena suerte fue lo que hizo que Jenny se dirigiese hacia el sur cuando saltó del Lincoln. Sabía que sería un grave error buscar a Donatella en el bosquecillo de fresnos; ella había disparado desde allí, según Bravo, lo que significaba que en el momento en que se aseguró de que Kavanaugh estaba muerto, se alejó de los árboles. Donatella era ahora un blanco móvil y era imperioso que Jenny la encontrase de inmediato, porque era en los primeros minutos después de haber disparado cuando un francotirador era más vulnerable. Para conseguirlo, Jenny lo sabía, tenía que meterse en la cabeza de Donatella. ¿Adonde iría el caballero ahora, qué haría ella? Su trabajo estaba inacabado; iría a por Bravo y Jenny, pero tendría que sustituir la velocidad por el factor sorpresa. Para Jenny, eso significaba que no se acercaría a ellos a pie.

BOOK: El testamento
12.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Kiln by William McIlvanney
Whittaker 03.5 If Nothing Changes by Donna White Glaser
Rising Dragons Omnibus by Ophelia Bell
Just Beneath My Skin by Darren Greer
An Echo of Death by Mark Richard Zubro
It Rained Red Upon the Arena by Kenneth Champion
Liv's Journey by Patricia Green