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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (68 page)

BOOK: El testamento
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Detrás de él, la conversación de los Glimmer Twins se había vuelto más intensa. Bravo la ignoró tanto como pudo, hasta que su parloteo excitado llenó el interior del coche. Para entonces, estaba a medio camino de convertir el código en texto llano, y profundamente preocupado por lo que había leído.

Por un momento dejó de lado su trabajo y se volvió en su asiento.

—¿Alguna novedad? —preguntó.

—Nos encontramos aquí —dijo uno de ellos, cuyo nombre era Bebur, señalando una pantalla que brillaba como si fuese un reactor de fusión.

—Y aquí está Damon Cornadoro —dijo Djura, el otro hombre. Debajo de los vendajes, su nariz estaba oscura e hinchada donde Bravo le había golpeado en la mezquita Zigana—. Su camión está a medio kilómetro detrás de nosotros.

—Excelente. El plan funciona.

—No exactamente —repuso Bebur—. Mijaíl dio órdenes de que le disparasen cuando lo vieran. De alguna manera, Cornadoro ha conseguido eludir la emboscada y aún está detrás de nosotros.

—¿Qué fue lo que dijo?

—Ya te lo conté anoche —dijo Camille mientras maniobraba con el coche de alquiler entre el denso tráfico.

—Da la casualidad de que he estado pensando en ello toda la noche —dijo Jenny—, y no te creo.

Camille la miró con cautela, tratando de evaluar la ira que había ido creciendo en su interior. La idea era que Jenny se volviese en contra de Bravo, no de ella.

—¿Por qué habría de mentirte?

Camille hizo sonar la bocina mientras pasaba entre dos coches muy viejos cuyos conductores mantenían una discusión a gritos.

—Tú misma lo dijiste: Bravo es como un hijo para ti. Serías capaz de sacrificarme para protegerlo. —Jenny se volvió hacia la mujer—. Lo que no pareces acabar de entender es que yo también quiero protegerlo.

—¿Incluso después de lo que Bravo te ha hecho? ¿Acusarte de asesinato, de ser una traidora? ¿Incluso después de haberte amenazado con matarte?

—Yo lo amo, Camille.

—Bravo ha renunciado a ti, Jenny. Él mismo me lo dijo anoche.

—No importa.

Camille meneó la cabeza. Estaba realmente perpleja.

—No te entiendo.

—¿Acaso el amor no es eso? ¿Un sentimiento que trasciende las dificultades, los malentendidos, las decepciones, las traiciones aparentes?

Por primera vez en su vida, Camille se sintió bloqueada, sin saber qué decir. Su confusión nacía de los recuerdos que tenía de Dexter. Su ira hacia él, por su traición, había sido colosal, devastadora. Ahora, delante de la inmutable emoción demostrada por Jenny, se veía obligada a enfrentarse al estremecimiento momentáneo de su propia emoción. Sí, ella había amado a Dexter. Se había sentido presa de una fiebre que había amenazado con volverla del revés, alejándola de su propósito manifiesto. De hecho, ese sentimiento la había asustado tan profundamente que lo había silenciado, apretando los dientes y continuando con su misión de volver a Dexter contra aquellas personas a quienes él más amaba. Sólo que no había funcionado. Ella había fracasado, algo que ya era bastante malo de por sí pero, lo peor del caso era que había llegado un momento en que Camille había reconocido que ella misma podía volverse contra quienes más amaba. Por él. Por él.

Golpeó el volante con las palmas de las manos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jenny.

—Nada —contestó Camille con voz apagada—. Absolutamente nada.

Mentiras. Mentiras y más mentiras. Ella había amado a Dexter, sólo a él. ¿Y Jordan? Había tenido su oportunidad de amarlo pero, en cambio, lo había alimentado con bilis y odio junto con su leche. Lo había criado y educado con un único propósito: para que fuese su instrumento en la venganza contra los caballeros y también contra la orden. Camille quería derrotarlos a todos, y ahora era demasiado tarde. Él se había alejado demasiado de ella, tan lejos como la Luna estaba de la Tierra. Cuando se trataba de Jordan, ella no sentía absolutamente nada.

—No te creo.

Los ojos de Jenny estudiaron el rostro de la mujer. Nuevamente, el suave murmullo de la voz de Arcángela resonó en su mente, los ecos del coraje, la vigilancia, el arrojo, la perseverancia. Ahora comprendía que ésas eran las virtudes que Paolo Zorzi había buscado inculcar en ella con cada golpe que le había propinado. De pronto, Jenny sintió que una fuerza renovada fluía en su interior desde una fuente cuya existencia había ignorado hasta el momento. Vio a Ronnie Kavanaugh, y también a Dexter, en los lugares que les correspondían. Ellos dos, junto con Paolo Zorzi y, por supuesto, su padre, habían formado parte de su rito de paso, elementos del crisol en el que se había forjado la persona que ella era hoy, con dolor y desdicha, dos características que finalmente habían servido para hacerla más fuerte. Ahora ella lo sabía con una certeza que la penetraba cada vez más profundamente.

—¿Qué es lo que no me estás contando?

Camille, alerta como un perro de caza, miró a Jenny. Otro rayo cayó sobre ella. Algo había ocurrido mientras ella no miraba. Jenny ya no era la mujer perdida, vulnerable y traicionada que parecía hacía apenas unos días. Camille sintió el hormigueo del peligro reptando por sus brazos; los vellos sedosos se agitaron en su nuca. La chica ya no aceptaría simplemente sus mentiras. Y ahora Camille tendría que hacer algo que iba completamente en contra de su naturaleza: tendría que decirle la verdad.

—Envidio lo que sientes por Bravo —dijo, haciendo un esfuerzo por contener las náuseas. Decir la verdad siempre le revolvía el estómago—. Porque yo no puedo sentir nada de eso. Estoy muerta por dentro, Jenny. Muerta.

—Camille, ¿de qué estás hablando? Sé que quieres a Bravo, y seguramente sientes lo mismo por tu hijo.

Camille miró fijamente el tráfico que ascendía la pronunciada colina. Se sentía perdida y sola. ¿Y qué? Ella tenía su propósito —su plan trazado durante décadas— al que atenerse. La venganza era como un lecho cálido y acogedor. Y lo mejor de todo era que la venganza no podía traicionarte.

—Escucha, sobre lo que Bravo y yo hablamos anoche… me ofrecí a ser su topo contigo, a informarle acerca de tus movimientos.

—¿No me defendiste, no le dijiste la verdad?

—Bravo no estaba de humor para escuchar nada de eso, confía en mí.

—Pero ¿por qué contribuir a su horrible equivocación?

—Era la única manera de conseguir que me dijese cuál sería su siguiente paso.

La mentira sabía bien en la lengua de Camille, como mantequilla derretida. De hecho, era a Cornadoro a quien estaba siguiendo, pero, naturalmente, no tenía ninguna intención de revelarle eso a Jenny. Decir la verdad en función de su depravación era algo que podía tolerar. Aparte de eso, nunca. Nunca más.

Como si fuese una rémora fijada a su costado, Damon Cornadoro no se iría, razonó Bravo, a menos que ellos lo eliminasen. Este esfuerzo de lógica tenía cierto atractivo inconfundible.

—No tiene sentido tratar de dejarlo atrás o esconderse de él. Lo he intentado y se ha vuelto contra mí —le había dicho a Khalif la noche anterior.

Cuando Khalif sugirió que utilizaran un coche como señuelo, Bravo negó con la cabeza.

—Estamos siguiendo el razonamiento equivocado. Lo que tenemos que hacer es conseguir que su extraordinaria pericia trabaje para nosotros.

De modo que había propuesto su plan y Khalif se lo había comunicado a Mijaíl Kartli, que lo había aprobado. O eso, al menos, era lo que Bravo y Khalif habían creído. Aparentemente, Kartli había tenido sus propias ideas. Su gente había intentado llevar a cabo su venganza con Cornadoro de forma prematura tendiéndole una emboscada y habían fracasado. Y lo peor era que Cornadoro sabía que lo estaban persiguiendo. Si ahora iban a por él sería como meter la cabeza en un nido de avispas.

Como si eso no fuese suficiente, los Glimmer Twins estaban inquietos en el asiento trasero, y su creciente ansiedad se podía palpar en el aire.

—Es fundamental que nos atengamos al plan original. —Bravo le estaba hablando a Khalif, pero todos en el coche sabían que se estaba dirigiendo a los Glimmer Twins—. Hemos elaborado un plan para llevarlo hasta la mezquita y eso es lo que debemos hacer.

—Tenemos una idea mejor —dijeron los dos hombres de barba casi al unísono.

Djura abrió una gran bolsa de lona que descansaba a sus pies y sacó de ella dos fusiles McMillan Tac-50, cada uno de ellos equipado con una mira de francotirador Leupold 16x. Los fusiles utilizaban una enorme munición de 12 mm que, incluso fallando ligeramente el blanco, podía destrozar a un ser humano. Con una punzada de náusea, Bravo pensó en la orden de Mijaíl Kartli de matar a Jenny de un disparo en el bazar.

—Dejadnos cien metros más adelante —dijeron, su intención absolutamente clara.

—Vuestra gente ya fracasó una vez, ¿qué os hace pensar que…?

Antes de que Bravo pudiese acabar la frase, su teléfono móvil vibró contra su cadera.

—Emma.

—Gracias a Dios que he podido localizarte.

Su hermana parecía nerviosa y asustada.

—¿Qué ocurre?

—Estuviste acertado al decirme que continuase con la tarea que me había asignado papá. Revisar los datos de inteligencia de Londres no fue un trabajo baldío.

Emma tragó con tanta fuerza que Bravo pudo oírlo.

—Parece que, después de todo, papá quería que lo ayudase a descubrir al traidor dentro de la orden.

—Espera un segundo. —Le dijo a Khalif que detuviese el coche—. No permita que esos dos cometan ninguna tontería —añadió mientras bajaba del vehículo. Con cierta ansiedad se alejó unos metros antes de detenerse de espaldas a ellos—. Muy bien, continúa.

—Supongo que sabes que durante los últimos años el tío Tony había estado trabajando fuera de Londres.

—Por supuesto —dijo él—. Emma, ¿qué es lo que has encontrado?

—Todo parecía estar bien, hasta que llegué a los informes semanales de inteligencia que enviaba el tío Tony, el material más aburrido y rutinario que puedas imaginar.

—La clase de informes que nadie miraría dos veces.

—Exacto. Salvo papá. —El sonido de su respiración llegaba junto con la señal. Emma estaba tan lejos y, sin embargo, parecía como si estuviese en el coche con Khalif y los Glimmer Twins. Cada diminuto sonido se le revelaba tan afilado y doloroso como un clavo introducido hasta la cabeza en su carne—. Es como si hubiese un código oculto dentro del material cifrado que el tío Tony enviaba a Washington. Y no es uno de nuestros códigos, de eso estoy completamente segura. Creo que papá lo había descubierto y estaba en pleno proceso de descifrarlo cuando lo mataron.

Bravo, súbitamente sin aire, dio unos pasos tambaleantes hasta que pudo apoyarse en el tronco de un álamo. Nuevamente sintió el ruido del hielo al romperse, sintió en el alma el dolor de otra pérdida. El tío Tony era el traidor. Alguien tan cercano a él que el mundo de Dexter debió de volverse del revés cuando descubrió la identidad del traidor. Igual que le sucedía ahora a Bravo. Como su padre antes que él, su realidad había sido destruida, su sentido del bien y del mal, puesto a prueba. El amor que el tío Tony le había demostrado, los juegos que habían compartido, los consejos que le había dado… simples líneas que un actor recita sobre un escenario. El tío Tony se había arrastrado hasta su corazón. Lo había utilizado como una fachada para introducirse cada vez más profundamente en el núcleo de la orden. Era imposible de creer y, sin embargo, tenía que creerlo porque era cierto.

Y entonces otra verdad lo golpeó entre los ojos.

—¿Bravo? —dijo Emma en su oído—. ¿Aún estás ahí?

Se llevó una mano a la frente. Tenía la sensación de que estaba a punto de perder la razón.

—Emma, yo estaba absolutamente seguro de que los traidores dentro de la orden eran Paolo Zorzi y Jenny Logan. —Había maltratado a Jenny, la había acusado, aislado, amenazado. Se había negado a escuchar su versión de la historia, no había sido capaz de reconocer la verdad cuando ella se la había ofrecido. Tenía en la boca el sabor amargo de la aversión hacia sí mismo—. ¿Cómo pude estar tan equivocado? Jenny es inocente.

—Zorzi aún podría ser culpable.

—No lo creo. Fue el tío Tony quien lo dispuso todo en contra de Jenny. Él me despistó deliberadamente. Quería que yo creyese que ella era el traidor para no ser descubierto. —El espectro de la escena sangrienta en la iglesia de San Giorgio dei Greci apareció de pronto en su mente—. Oh, Dios mío, ahora lo entiendo todo. Cuando el tío Tony le disparó a Zorzi, ella debió de darse cuenta de que él era el traidor.

Volvió a ver a Jenny en la terraza del restaurante de Trabzon, la elegante curva de su cuello expuesto, enfriado por la luz de la luna hasta adquirir el color del alabastro. Recordó con una dolorosa punzada de culpa cómo la había ignorado de forma deliberada para advertir a Camille acerca de ella y Damon Cornadoro. Pero, más que ninguna otra cosa, el eco de su vergonzosa amenaza resonó en el teatro de su cabeza: «Si tratas de seguirme, si vuelvo a verte, te mataré».

—Por supuesto que ella le disparó al tío Tony —dijo Bravo—. Al saber que él era el traidor, al ver que había matado a mi mentor; yo habría hecho lo mismo que ella.

Pero ¿qué pasaba con el padre Mosto y el padre Damaskinos?, se preguntó a sí mismo. ¿Los había matado ella o le habían tendido una trampa?

—Papá entendió que el tío Tony era el traidor, ése era el descubrimiento del que hablaba. —Emma lo estaba deduciendo a medida que hablaba—. Lo único que le faltaba era una prueba sólida que lo demostrase, y eso es lo que yo he encontrado.

—El plan de Tony era realmente brillante, ¿no crees? No había necesidad de subterfugios o viajes inexplicados, ninguna desviación de sus pautas normales. —Pensó por un momento—. ¿Has descubierto adonde iba el código cuando era extraído de las transmisiones electrónicas?

—Tendría que tener copias de las transmisiones en tiempo real —dijo Emma—. Todo lo que pude hacer, después de ojear toneladas de material demasiado aburrido para investigarlo en profundidad, fue comparar las transmisiones en el punto de origen y en el punto de destino. Así fue cómo descubrí la discrepancia.

—¿Puedes enviarme el código a mi teléfono móvil?

—Sí, eso puedo hacerlo.

—Junto con la frecuencia que el tío Tony empleaba para mandar las transmisiones.

—Esas frecuencias variaban de una semana a otra, pero puedo enviarte una lista.

—Bien —dijo Bravo—. Envíamela ahora, pues.

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