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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (75 page)

BOOK: El testamento
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El tipo, cegado, se tambaleó hacia atrás y chocó contra la pared opuesta. Bravo se metió entonces entre sus brazos extendidos y hundió una rodilla en su entrepierna. Cuando el Ruso se dobló en dos, Bravo repitió el golpe con la rodilla contra su barbilla. La cabeza salió disparada hacia atrás y Bravo le asestó un terrible golpe en la sien. El Ruso se deslizó hasta quedar de rodillas, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, pero consiguió coger a Bravo y lo sacudió hasta hacer que le castañetearan los dientes. Luego abrió la boca para morderle, para arrancarle un pedazo de carne, y Bravo lo golpeó repetidas veces con la linterna en la cara, desgarrándole la piel, haciendo correr la sangre, hasta que, finalmente, el Ruso se desplomó.

Había sangre por todas partes. Bravo se derrumbó donde estaba. Se llevó las manos a la cabeza, pero le temblaban tanto que la levantó inmediatamente. El Ruso no respiraba, había muerto.

Con el cuerpo terriblemente dolorido, Bravo gateó hasta el borde de la chimenea y comenzó a bajar lentamente, apoyando las rodillas a cada lado del orificio, hasta llegar al suelo de la caverna. Vio la pistola que había arrancado de una patada de la mano del Ruso y estiró la mano para cogerla.

En ese momento, el dolor estalló en la parte posterior de su cabeza y perdió el conocimiento.

Capítulo 32

—T
ENGO que reconocerlo, Bravo, tu padre y tú habéis hecho una magnífica carrera. —Jordan apareció en la línea de visión de Bravo—. Pero, al final, todos vuestros planes, todas vuestras maquinaciones, no han servido de nada, porque aquí estamos y… —Jordan alzó algo brillante que sostenía entre los dedos de su mano derecha—. Aquí está, la llave que abre el escondite de la orden, la llave de la inmortalidad.

Jordan se agachó junto a Bravo, que estaba tendido en el suelo de la caverna, con las manos a la espalda, los tobillos y las muñecas firmemente atados.

—Por cierto, adelante, intenta con todas tus fuerzas liberarte de las ataduras. No lo conseguirás.

—¿Por qué haces esto, Jordan? ¿Qué te ha pasado?

Su antiguo amigo se echó a reír.

—Haces que parezca que he sido yo quien ha recibido un golpe en la cabeza. Pobre Bravo. Nunca fui el tío servicial y honorable que fingía ser. Hice un buen trabajo engañándote, ¿no crees? No, no te molestes en contestar. Ya no importa lo que pienses.

Palmeó la cabeza de Bravo como si fuese una vieja mascota que, triste pero inevitablemente, ha llegado al final del camino.

—Por fortuna, esa fase ha acabado, junto con simular que presto atención a lo que dice mi madre. Mientras ella estaba aquí, vigilando tus pasos, yo di una especie de golpe de Estado. Los caballeros unidos a esa repugnante camarilla del Vaticano, los caballeros que mi madre trató desesperadamente de dirigir, los caballeros de San Clemente ya no existen. Ellos son ahora mis caballeros… los caballeros de Muhlmann.

—Ya basta.

La cabeza de Jordan se volvió y Bravo hizo un esfuerzo para ver quién había hablado, aunque reconocía muy bien aquella voz.

Allí estaba Camille, y apuntaba a su hijo con la Witness.

—Desátalo.

Jordan se echó a reír.

—Madre, no puedes estar hablando en serio.

—Pues así es, querido. Completamente en serio.

—¿Aún finges ser su amiga? Ya le he dicho a Bravo que no lo eres. Madre, eres su encarnizada enemiga, igual que yo.

—Afortunadamente, no me parezco a ti en nada, Jordan. Por cierto, he matado al Albanés y, a juzgar por la cantidad de sangre que gotea por esa chimenea, yo diría que Bravo acabó con tu Ruso, cuál es su nombre, oh, sí, ya lo recuerdo, Oberov.

—¿También te acostaste con él, madre? —preguntó Jordan amargamente—. ¿Te has acostado con todos los caballeros de campo?

—No estarás celoso, ¿verdad, querido? —Camille movió ligeramente la pistola—. Ahora haz lo que te he dicho. Desátalo.

—De verdad, madre, no es necesario porque, verás, ya he…

—¡Ahora, estúpido crío! ¡Y no quiero oír una palabra más!

La sangre subió a las mejillas de Jordan en proporción directa a la cantidad que abandonó su corazón. Mientras desataba mecánicamente los nudos que había hecho con tanto esfuerzo y meticulosidad, tuvo la sensación de que su corazón había dejado de latir. Aún se movía, seguía respirando, seguía pensando, pero en otro nivel, lo que hubiese quedado de su corazón se había esfumado debajo de un caparazón tan duro como la roca negra de esa montaña. Refugiado dentro de la organización de los caballeros, él siempre se había sentido aislado, apartado del resto de la humanidad… y se había sentido también agradecido por ello. Pero ahora, por primera vez en su vida, sintió el escalofrío del espacio que ocupaba, como si su soledad hubiese asumido otra característica, completamente perniciosa, como si él lo hubiese interpretado todo mal, como si no se hubiera dado cuenta hasta ese momento de que era, en realidad, un vacío que absorbía ávidamente la luz, la conexión y la emoción.

—Muy bien. —Se apartó de Bravo—. Ya está. —Se volvió hacia su madre, hacia la mujer que más despreciaba en el mundo—. Pero ¿con qué fin? —Sostuvo la llave en el aire para que ella la viese—. Ya se la he quitado. He hecho lo que tú has soñado.

—No, Jordan. Soy tu madre y tú me obedecerás.

—Mi tiempo de servidumbre contigo ha terminado, madre. ¿Y sabes por qué? Ya no quiero estar atado por tu secreto.

Una expresión de horror se dibujó en el hermoso rostro de Camille.

—¡Jordan, no! ¡No puedes hacerlo!

—Sí puedo, madre, y lo haré. —Se volvió hacia Bravo—. He aquí en pocas palabras, amigo mío, mi muy buen y fiel amigo, la breve historia de la mentira que ha sido toda tu vida. Mi madre fue amante de tu padre. Así es, Dexter se la folló durante años, mientras tus hermanos y tú crecíais y, en un caso, moríais. Tu madre jamás sospechó nada y tú eras demasiado pequeño. En cualquier caso, él era muy bueno guardando secretos, ¿verdad? Y entonces, cuando tú acababas de cumplir cinco años, ella se quedó embarazada de su hijo.

—Espera —dijo Bravo.

Jordan se echó a reír cruelmente.

—Oh, mira su expresión, madre, ¿no es ésa la expresión que tanto temías? ¡Sí, sí, creo que sí! Yo también soy hijo de tu padre, de modo que eso nos convierte en hermanos, ¿verdad? Bueno, hermanastros, técnicamente hablando. No hay de qué preocuparse, todo es relativo debajo de la piel.

Se echó a reír otra vez.

—Espera —repitió Bravo. La cabeza le latía de tal modo que pensó que el cerebro le iba a estallar en cualquier momento. Se volvió hacia Camille—. ¿Es eso cierto?

Jordan continuó, implacable:

—Él traicionó a tu madre y también te habría traicionado a ti, al menos eso es lo que piensa Camille. Dice que tu padre había accedido a abandonarte (a abandonar a su familia) para irse a vivir con ella, con nosotros. Pero entonces murió tu hermano Junior y él no pudo hacerlo.

Bravo miró a Camille a la cara y, por primera vez, vio la emoción desnuda. Era tan cruda, tan devastadora, que sintió la necesidad de alejarse, como de un terrible daño. Y la verdad estalló sobre él con la fuerza de una granada.

Jordan se encogió de hombros.

—Si eso hace que te sientas mejor, te diré que yo no creo una sola palabra de ese cuento de hadas. Tu padre jamás habría abandonado a su familia. Él no quería a mi madre y tampoco me quería a mí. Lo demostró una y otra vez cuando intenté ponerme en contacto con él.

Camille volvió la cabeza con los ojos abiertos como platos.

—¿Que hiciste qué? Te prohibí expresamente que hablases con él.

—¿Creíste realmente que te haría caso? Por Dios, él era mi padre. Por supuesto que traté de ponerme en contacto con él. Pero él no quiso verme, ni siquiera quiso hablar conmigo. ¿Lo ves, madre? Si nunca quiso saber nada de mí, ¿por qué iba a abandonar a su familia por ti? —Se echó a reír—. Dexter Shaw jugó contigo del mismo modo que tú jugaste con él.

—Estás loco. Dexter nunca supo nada.

—Tienes razón, madre, no tengo ninguna prueba, excepto lo que alguna vez tuve en mi corazón y ahora ya no puedo volver a sentir.
C'est la guerre
. —Se encogió de hombros—. Pero ahora ya no importa, ¿verdad? Nosotros planeamos la muerte de Dexter Shaw y ahora está muerto. Fin de la historia. Lo que importa es que tuvimos éxito. Después de haber torturado a Molko sin conseguir nada de él, supimos que Dexter no hablaría, no importaba lo que le hiciéramos, de modo que teníamos que encontrar otro medio para llegar al escondite de la orden. Y ese medio fuiste tú, Bravo. Por nuestro hombre dentro de la orden supimos que tu padre te había entrenado para que fueses su sucesor. Nos dimos cuenta de que lo que teníamos que hacer era eliminar a Dexter. Una tarea difícil, aunque no imposible, y finalmente lo conseguimos. Confiamos en ti para que nos llevases hasta el escondite de los secretos; sabíamos que podíamos controlarte, teníamos mucha experiencia en ese tipo de cosas.

»Y estábamos en lo cierto. Pudiste resolver todos los códigos que te dejó tu padre. Tú lo conocías mejor que nadie porque él te había entrenado. Tenías los conocimientos que él te había transmitido, encerrados dentro de ti. Nunca dejaste de trabajar para mí, Bravo. ¿No lo encuentras irónico?

Bravo quería encogerse y dejarse morir, quería golpear a alguien. Un chillido incipiente llenaba su cabeza impidiéndole hablar y pensar con claridad. Sólo podía oír el horror que salía de sus bocas: la mentira de su propia y abominable existencia.

Jordan se movió ligeramente, la breve sacudida de una expectativa largamente retrasada.

—Y ahora, finalmente, ha llegado el momento de abrir ese escondite; todo lo que hay dentro será mío.

—Alors, eso fue lo que siempre deseaste, ¿verdad? —Camille escupió claramente las palabras. Su mente aún estaba procesando la posibilidad de que Dexter hubiese descubierto sus mentiras. Nadie lo había hecho nunca, ¿cómo podría haberlo hecho él?—. No te importaba mi venganza o la destrucción de la orden. Querías los secretos para ti.

—Oh, sí, especialmente la Quintaesencia. Con ella puedo gobernar el mundo.

—No. —Jenny apareció entonces en uno de los círculos de luz, apuntándolos con la pistola del Albanés—. Ahora nunca tendrás esa posibilidad.

De pronto se desató el caos. Todo ocurrió simultáneamente, en un abrir y cerrar de ojos. Camille se volvió, apuntando a Jenny con la Witness, y Jordan se abalanzó sobre Bravo, que había conseguido arrodillarse. Jenny disparó dos veces, alcanzó a Camille en el pecho y los impactos la levantaron del suelo.

Se deslizó por el suelo tratando de llegar a la pared de piedra. No era que hubiese sentido los disparos; ya estaba muerta. Pero cuando Jenny giró el arma del Albanés en dirección a Jordan, él estaba detrás de Bravo y apoyaba la daga de Lorenzo Fornarini en su cuello.

—Tienes su vida en tus manos, guardián —dijo Jordan—. Me pregunto qué piensas hacer.

Bravo la llamó, pero Jenny ya había dejado caer la pistola.

—Buena chica. —Jordan le arrojó la llave—. Recógela.

Cuando Jenny lo hizo, Jordan señaló el altar donde Bravo había comenzado a cavar.

—Bien, adelante. Ya sabes lo que debes hacer.

Jenny comenzó a cruzar el altar.

—No tan cerca —ordenó Jordan—. No pienso darte esa posibilidad.

Jenny lo obedeció y alteró la dirección. Cuando su posición cambió, Jordan giró manteniendo el cuerpo de Bravo entre Jenny y él. La chica se arrodilló y comenzó a cavar con las manos. Diez minutos más tarde tocó una superficie dura. Apartó la tierra y dejó a la vista la parte superior de una caja.

—Adelante —dijo Jordan, acercándose con Bravo delante de él—. Más de prisa.

La caja, mientras Jenny la desenterraba, tenía unos cuarenta y cinco centímetros de largo por aproximadamente la mitad de ancho y profundidad.

—Ahora, levántala.

—Pero yo…

—¡Hazlo! —gritó Jordan.

Apretando los dientes a causa del dolor en el costado, Jenny metió ambas manos en el agujero que acababa de excavar y tiró de la caja hacia arriba. El esfuerzo se cobró su precio en energía y sangre. Ella sabía que su tiempo se estaba acabando, que tendría que encontrar un médico pronto o la herida se convertiría en mortal. En cualquier momento podía desmayarse como consecuencia de la pérdida de sangre.

—Ahora usa la llave que te he dado —dijo Jordan, su mirada tan codiciosa como su voz—. ¡Abre la caja!

Jenny hizo lo que le ordenaba y deslizó la llave dentro de la antigua cerradura. La hizo girar a la izquierda y oyó cómo sonaban los pasadores. De pronto se sintió inundada por una oleada de negra desesperación. «Esto no puede estar pasando —pensó.— Se suponía que yo debía proteger estos secretos, no ayudar a que los caballeros los robasen». Con las manos entumecidas abrió la tapa. Echó un vistazo en su interior, consciente de que Jordan se estaba inclinando para mirar aquello que había ansiado durante casi toda su vida.

Pero en la caja no había nada, absolutamente nada.

Jenny se echó a reír y Jordan dejó escapar un grito de furia y decepción. Fue entonces cuando Bravo giró el torso y hundió violentamente el codo en el riñón de Jordan. Mientras éste estaba aún recuperando el equilibrio, Bravo lo lanzó contra la pared de piedra. Jordan atacó entonces a ciegas con la daga de Fornarini y Bravo le golpeó la muñeca con el canto de la mano. La mano de Jordan quedó insensible y dejó caer la daga.

Lanzó un golpe con la otra mano y se arrojó contra Bravo. Ambos chocaron nuevamente contra la pared y luego, mientras luchaban cuerpo a cuerpo, retrocedieron hasta otra de las aberturas que había en la cueva. Bravo golpeó a Jordan, pero no lo hizo con todas sus fuerzas; seguía tratando de entender su nueva realidad: él era su hermano. Jordan, sin embargo, no se reprimió. Golpeó a Bravo mientras éste retrocedía por el pasadizo hacia un pozo de luz.

Jordan estaba encima de él y lo golpeaba sin piedad en el torso y la cabeza.

Bravo lo rechazó y ambos quedaron agazapados, sin moverse, respirando agitadamente.

—¿Por qué haces todo esto? —jadeó Bravo—. ¿Porque mi padre te rechazó, de eso se trata? Tendrías que haber acudido a mí.

Jordan enseñó los dientes como un animal que olfatea a su presa.

—¿Y luego qué? Tú me habrías odiado, del mismo modo que tu padre. Te habrías puesto de su parte.

—¿De su parte?

—Yo fui su pequeño error, una mancha indeleble en su reputación estelar. Yo era un recordatorio de lo que había hecho, de su traición. ¿Por qué crees que no quería saber nada de mí?

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