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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

El Universo holográfico (6 page)

BOOK: El Universo holográfico
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Otros investigadores están de acuerdo con Pribram. El doctor Larry Dossey, anterior jefe del equipo directivo del Medical City Dallas Hospital, admite que la teoría de Pribram contradice muchas suposiciones antiguas sobre el cerebro, pero señala que, «muchos especialistas en el funcionamiento del cerebro se sienten atraídos por la idea, aunque no sea más que por lo inadecuadas que resultan evidentemente las concepciones ortodoxas actuales».
[14]

El neurólogo Richard Restak, autor de la serie televisiva de la cadena PBS
El cerebro
, comparte la opinión de Dossey. Advierte de que a pesar de que hay datos abrumadores que muestran que las facultades están dispersas por todo el cerebro de una manera holística, la mayoría de los investigadores continúa aferrándose a la idea de que se pueden localizar en el cerebro del mismo modo en que las ciudades pueden ser localizadas en un mapa. A su juicio, las teorías basadas en tal premisa no sólo son «supersimplistas», sino que actúan realmente como «corsés conceptuales» que nos impiden reconocer la verdadera complejidad del cerebro.
[15]
Según él, «el holograma no sólo es posible, sino que es seguramente el mejor “modelo” del funcionamiento cerebral que tenemos en este momento».
[16]

Pribram encuentra a Bohm

En cuanto se refiere a Pribram, en los años setenta se había acumulado la suficiente información como para convencerle de que su teoría era correcta. Además, había llevado sus ideas al laboratorio y había descubierto que las neuronas de la corteza motora respondían selectivamente a una gama limitada de frecuencias, descubrimiento que respaldaba aún más sus conclusiones. La cuestión que empezaba a preocuparle era que si la imagen de la realidad que se forma en el cerebro no es una imagen sino un holograma, ¿de qué es un holograma? El dilema planteado por esta cuestión sería como hacer una fotografía con una Polaroid de un grupo de gente sentada alrededor de una mesa y averiguar, una vez que la foto está revelada, que, en torno a la mesa, en vez de gente, sólo hay una nube borrosa de patrones de interferencia. En ambos casos se podría preguntar con razón: ¿cuál es la realidad verdadera, el mundo aparentemente objetivo que experimenta el observador/fotógrafo o la nube borrosa de patrones de interferencia recogida por la cámara/cerebro?

Pribram se dio cuenta de que si se llevaba el modelo holográfico del cerebro a su conclusión lógica, se abría la puerta a la posibilidad de que la realidad objetiva —el mundo de las tazas de café, de las vistas de montaña, de los olmos y las lámparas de mesa— podría no existir siquiera o, al menos, no existir de la forma en que creemos que existe. ¿Era posible —se preguntaba— que fuera verdad lo que los místicos han estado diciendo durante siglos y siglos, que la realidad es
maya
, o ilusión, y que ahí fuera no hay sino una inmensa sinfonía plagada de formas de onda, un «dominio de frecuencias» que se transforma en el mundo tal y como lo conocemos, solamente
después
de que nos entre por los sentidos?

Como comprendió que la solución que estaba buscando podría estar fuera de su campo, acudió a su hijo, a la sazón físico, en busca de consejo. Éste le recomendó que examinara la obra de un especialista en física llamado David Bohm. Cuando Pribram lo hizo se quedó anonadado: no sólo encontró la respuesta a su pregunta, sino que descubrió además que, según Bohm, el universo entero es un holograma.

C
APÍTULO 2

El cosmos como holograma

Es inevitable quedarse asombrado al ver hasta qué punto Bohm ha sido capaz de romper los rígidos moldes de los condicionamientos científicos manteniendo él solo una idea completamente nueva y literalmente inmensa, una idea que tiene coherencia interna y la fuerza de la lógica para explicar fenómenos de la experiencia física ampliamente divergentes desde un punto de vista totalmente inesperado… Es una teoría tan satisfactoria intelectualmente hablando, que mucha gente cree que si el universo no es como Bohm lo describe, debería serlo.

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A través del maravilloso espejo del universo

El camino que llevó a Bohm a la convicción de que el universo está estructurado como un holograma empezó en el límite mismo de la materia, en el mundo de las partículas subatómicas. El interés por la ciencia y por el modo en que las cosas funcionan se despertó en él muy pronto. Siendo un chaval, en su casa de Wilkes-Barre, Pennsylvania, inventó una tetera que no vertía gotas, y su padre, un exitoso hombre de negocios, le instó a sacar beneficio de la idea. Sin embargo, cuando Bohm se enteró de que el primer paso de la empresa consistía en hacer una encuesta puerta a puerta para probar su invento en el mercado, se desvaneció su interés en el negocio.
[1]

Pero no se desvaneció su interés por la ciencia, y su curiosidad prodigiosa le obligó a buscar nuevas cumbres que conquistar. En los años treinta, cuando asistía al State College de Pennsylvania, encontró la cumbre más interesante, pues allí fue donde se quedó fascinado con la física cuántica.

Es una fascinación fácil de entender. El campo nuevo y extraño que habían encontrado los físicos escondido en el núcleo del átomo contenía cosas mucho más maravillosas que las que Hernán Cortés o Marco Polo encontraron jamás. Lo que hacía que aquel mundo nuevo fuera tan intrigante era que allí, al parecer, todo iba en contra del sentido común. Más parecía una tierra gobernada por la brujería que una extensión del mundo natural; era un reino como el de Alicia en el País de las Maravillas, en el que las fuerzas inexplicables eran la norma y lo lógico se había vuelto del revés.

Un descubrimiento asombroso de la física cuántica era que si la materia se rompe en trozos cada vez más pequeños, al final se llega a un punto en que esos trozos (electrones, protones, etcétera) dejan de tener características de cosas. Por ejemplo, la mayoría de nosotros tendemos a pensar que un electrón es como una esfera diminuta o como una bolita que da vueltas a toda velocidad, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Los físicos han descubierto que un electrón, si bien puede comportarse a veces como una pequeña partícula compacta,
materialmente no posee dimensión alguna
. A la mayoría nos cuesta imaginarlo porque, en nuestro nivel de existencia, todas las cosas tienen dimensiones; pero si intentáramos medir la anchura de un electrón, descubriríamos que es una tarea imposible. Un electrón no es simplemente un objeto tal y como lo conocemos.

Otro hallazgo de los físicos es que un electrón puede manifestarse o bien como una partícula o bien como una onda. Si se dispara un electrón contra la pantalla de una televisión apagada, cuando choca con las sustancias fosforescentes que cubren el cristal aparece un diminuto punto de luz. El único punto de impacto que el electrón deja en la pantalla revela claramente la parte de partícula de la naturaleza del electrón.

Ahora bien, ésa no es la única forma que puede adoptar el electrón. También puede disolverse en una nube borrosa de energía y comportarse como si fuera una onda extendida por el espacio. Cuando un electrón se manifiesta en forma de onda puede hacer cosas que la partícula no puede. Si se dispara contra una barrera en la que se han hecho dos ranuras, puede atravesar ambas ranuras simultáneamente. Cuando electrones en forma de onda chocan unos con otros, llegan a crear patrones de interferencia. Así como los magos de los cuentos populares son capaces de cambiar de forma, también el electrón se puede manifestar como partícula o como onda.

Esa capacidad camaleónica es común a todas las partículas subatómicas. También es común a todo lo que antaño se creía que se manifestaba exclusivamente como ondas. La luz, los rayos gamma, las ondas de radio, los rayos X, todo puede transformarse de onda en partícula y otra vez en onda. Hoy, los físicos creen que los fenómenos subatómicos no deberían ser clasificados como ondas o como partículas, sino en una sola categoría de
algos
que son siempre ambas cosas de un modo u otro. Esos
algos
se denominan «quanta» y constituyen, según los físicos, la materia básica de la que está hecho el universo entero.
{iv}

Pero lo más asombroso es quizá la existencia de indicios vehementes de que
el único momento en que los quanta se manifiestan como partículas es cuando estamos mirándolos
. Es decir, hay descubrimientos experimentales que indican que un electrón, cuando no está siendo observado, siempre es una onda. Los físicos pueden llegar a esta conclusión porque han ideado tácticas inteligentes para deducir el comportamiento de un electrón cuando no está siendo observado (deberíamos señalar que ésta es sólo una de las interpretaciones de los indicios y no la conclusión a la que llegan todos los físicos; como veremos después, el propio Bohm hace una interpretación distinta).

Una vez más, esto nos parece magia más que la clase de conducta que solemos esperar del mundo natural, imaginemos que tenemos una bola que sólo es una bola cuando la miramos. Si esparcimos polvos de talco sobre la pista y lanzamos la bola
cuántica
rodando hacia los bolos, veremos que mientras la estemos contemplando traza una sola línea en los polvos de talco. Pero si parpadeáramos mientras la bola está en tránsito, descubriríamos que, durante el segundo o los dos segundos en que no la estábamos observando, la bola habría dejado de trazar una sola línea y habría dejado en cambio una amplia franja ondulante, como la que deja una serpiente del desierto cuando se mueve por la arena zigzagueando (véase fig. 5).

FIGURA 5
. Los físicos han descubierto pruebas convincentes de que los electrones y otros quanta se manifiestan como partículas únicamente mientras los estemos mirando. El resto del tiempo se comportan como ondas. Esto es tan extraño como que una bola trace una sola línea recta en la pista de las bolas mientras la estás contemplando y deje un rastro de ondas cada vez que parpadeas.

Es una situación comparable a la que vivieron los físicos teóricos cuando descubrieron por primera vez indicios de que los quanta se muestran como partículas sólo cuando están siendo observados. El físico Nick Herbert mantiene esta interpretación, la cual —afirma— muchas veces le ha hecho imaginar que el mundo a su espalda siempre es «un brebaje cuántico radicalmente ambiguo que fluye sin cesar»; pero siempre que se da la vuelta e intenta verlo, su mirada lo congela al instante y se convierte otra vez en la realidad ordinaria. Según él, esto nos convierte en pequeños Midas, el rey legendario que nunca conoció el tacto de la seda o la caricia de una mano porque todo lo que tocaba se convertía en oro. Y concluye afirmando: «Asimismo, los seres humanos jamás podremos experimentar la verdadera textura de la realidad cuántica, pues todo lo que tocamos se convierte en materia».
[2]

Bohm y la interconexión

Un aspecto de la realidad cuántica que a Bohm le resultaba especialmente interesante era el extraño estado de interconexión que parecía existir entre acontecimientos subatómicos que aparentemente no estaban relacionados entre sí. Y se le antojaba igualmente asombroso ver que los físicos, en su mayoría, tendían a dar poca importancia al fenómeno. De hecho, estaba tan subestimado que uno de los ejemplos más famosos de interconexión permaneció oculto durante varios años en una de las suposiciones básicas de la física cuántica, antes de que alguien se diera cuenta de que estaba ahí.

El autor de dicha suposición fue uno de los padres fundadores de la física cuántica, el físico danés Niels Bohr. En su opinión, si las partículas subatómicas sólo empiezan a existir en presencia de un observador, entonces no tiene sentido hablar de las propiedades y características que tienen antes de ser observadas. Aquello molestó a muchos físicos, pues gran parte de la ciencia se basaba en el descubrimiento de las propiedades de los fenómenos. Pero si el acto de la observación ayudaba realmente a crear esas propiedades, ¿qué implicaba para el futuro de la ciencia?

Un físico al que incomodaban las afirmaciones de Bohr era Albert Einstein. A pesar del papel que había jugado en la fundación de la teoría cuántica, Einstein no estaba contento en absoluto con el curso que había tomado aquella ciencia en ciernes. Encontraba especialmente objetable la conclusión a la que había llegado Bohr de que las propiedades de una partícula no existen hasta que son observadas, porque, en combinación con otro hallazgo de la física cuántica, implicaba que las partículas subatómicas estaban conectadas entre sí de un modo que a juicio de Einstein era sencillamente imposible.

El descubrimiento en cuestión era que el resultado de algunos procesos subatómicos es la creación de un par de partículas con propiedades idénticas o íntimamente relacionadas. Consideremos por ejemplo un átomo extraordinariamente inestable que los físicos llaman positronio. Está compuesto por un electrón y un positrón (un positrón es un electrón con carga positiva). Al ser el positrón la antipartícula del electrón, ambos acabarán aniquilándose finalmente el uno a otro y se desintegrarán formando dos quanta de luz o «fotones» que se desplazarán en direcciones opuestas (la capacidad de transformarse de un tipo de partícula en otro es otra de las propiedades del quantum). De acuerdo con la teoría cuántica, por mucho que se aparten los fotones, siempre tienen ángulos de
polarización
idénticos, como se descubrirá al medirlos. (La polarización es la orientación espacial del aspecto ondulatorio del fotón cuando se desplaza desde su punto de origen).

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