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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

El Universo holográfico (8 page)

BOOK: El Universo holográfico
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FIGURA 6
. Bohm cree que las partículas subatómicas están conectadas como lo están las imágenes de un pez en los dos monitores de televisión. Aunque parezca que las partículas, como los electrones, están separadas unas de otras, el hecho es que, en un nivel más profundo de la realidad —un nivel parecido al del acuario— sólo son aspectos distintos de una unidad cósmica más profunda.

En efecto, dado que el potencial cuántico cubre todo el espacio, todas las partículas están conectadas entre sí de una manera no local. El panorama de la realidad que Bohm iba elaborando se asemejaba cada vez más no a una imagen en la que las partículas subatómicas estaban separadas unas de otras y se movían por el vacío del espacio, sino a una imagen en la que todas las cosas formaban parte de una red sin divisiones y estaban incrustadas en un espacio tan real y tan rico en procesos como la materia que se movía en él.

Las ideas de Bohm seguían sin persuadir a la mayoría de los físicos, pero suscitaron el interés de unos pocos. Uno de ellos fue John Stewart Bell, físico teórico del CERN, un centro para la investigación atómica pacífica situado cerca de Ginebra, Suiza. Al igual que Bohm, él tampoco estaba satisfecho con la teoría cuántica y pensaba que tenía que haber una alternativa. Como dijo posteriormente: «Entonces, en 1952, vi el ensayo de Bohm. Su idea era completar la mecánica cuántica afirmando que hay otras variables además de las conocidas por todos. Aquello me impresionó mucho».
[7]

Bell se percató también de que la teoría de Bohm implicaba la existencia de la no localidad y se preguntaba si habría algún modo de verificarla experimentalmente. Arrinconó el asunto en el fondo de la mente durante años hasta que, en 1964, gracias a un año sabático, tuvo libertad para dedicarle toda su atención. Entonces, no tardó en encontrar una prueba matemática, ingeniosa y simple, que revelaba la manera de llevar a cabo el experimento. El único problema era que requería un nivel de precisión tecnológica que todavía no era factible. Para estar seguro de que partículas como las de la paradoja EPR no utilizaban medios normales de comunicación, las operaciones básicas del experimento debían llevarse a cabo en un instante tan infinitesimalmente breve que no habría tiempo suficiente para que un rayo de luz cruzara la distancia que separaba las dos partículas. Eso significaba que los instrumentos utilizados en el experimento tenían que hacer todas las operaciones necesarias en millonésimas de segundo.

Entra en el holograma

A finales de los años cincuenta, Bohm había tenido un encontronazo con el comité del senador McCarthy y se había convertido en profesor investigador en la Universidad de Bristol, Inglaterra. Allí encontró otro ejemplo importante de interconexión no local, junto con un joven investigador, alumno suyo, llamado Yakir Aharonov. Ambos descubrieron que, en las circunstancias adecuadas, un electrón puede
sentir
la presencia de un campo magnético situado en una zona en la que la posibilidad de encontrar al electrón es cero. Hoy se conoce ese fenómeno como el efecto Bohm-Aharonov; cuando publicaron su descubrimiento, muchos físicos creían que no era posible. Todavía hoy queda el suficiente escepticismo residual como para que de vez en cuando aparezcan ensayos argumentando que no existe tal efecto, a pesar de que se ha confirmado en numerosos experimentos.

Como siempre, Bohm aceptó estoicamente su incesante papel de la voz en la multitud que dice valientemente que el emperador está desnudo. En una entrevista que le hicieron varios años después, resumió sencillamente la filosofía que apuntala su coraje: «A la larga, es mucho más peligroso adherirse a una ilusión que enfrentarse al hecho real».
[8]

No obstante, la escasa respuesta que encontraron sus ideas sobre la totalidad y la no localidad, así como su propia incapacidad para encontrar la forma de avanzar, le hicieron centrar la atención en otras cuestiones. Todo ello le llevó a echar una mirada más detenida al
orden
en la década de 1960. La ciencia clásica, por lo general, divide las cosas en dos categorías: aquéllas con una disposición ordenada de las partes y las que tienen las partes desordenadas o en una disposición azarosa. Los copos de nieve, los ordenadores y las cosas vivas son todos ellos ordenados. La distribución de un puñado de granos de café esparcidos por el suelo, los restos que deja una explosión o una serie de números generados por una ruleta son desordenados todos ellos.

Según iba tratando el asunto con más profundidad, Bohm advirtió que también había distintos grados de orden. Algunas cosas estaban mucho más ordenadas que otras, lo cual implicaba que las categorías de orden que existían en el universo podían no tener fin. A partir de ahí, se le ocurrió que las cosas que vernos desordenadas tal vez no estén desordenadas en absoluto. A lo mejor tienen un orden de un «grado [tan] indefinidamente alto», que nos parece que son aleatorias (es interesante señalar que los matemáticos no son capaces de demostrar la aleatoriedad; y aunque algunas secuencias de números se clasifican como aleatorias, son sólo estimaciones dictadas por el conocimiento y la experiencia).

Mientras se hallaba inmerso en estos pensamientos, Bohm vio un artilugio en un programa de televisión de la BBC que le ayudó a desarrollar un poco más sus ideas. El artilugio en cuestión era un bote diseñado especialmente que contenía un gran cilindro rotatorio. Se había llenado de glicerina (un líquido espeso y claro) el estrecho espacio que había entre el cilindro y el bote y una gota de tinta flotaba inmóvil sobre la glicerina. Lo que interesó a Bohm fue que, cuando se giraba la manivela del cilindro, la gota de tinta se extendía por la espesa glicerina y parecía que desaparecía. Pero en cuanto se giraba la manivela en la dirección opuesta, el resto de tinta desvanecido lentamente se plegaba sobre sí mismo y formaba de nuevo la gotita (véase fig. 7).

FIGURA 7
. Cuando se echa una gota de tinta en un bote lleno de glicerina y se gira un cilindro que hay en su interior, parece que la gota se extiende y desaparece. Pero cuando el cilindro se gira en la dirección opuesta, la gota surge de nuevo. Bohm utiliza este fenómeno para ejemplificar cómo el orden puede ser manifiesto (explícito) u oculto (implícito).

Escribe Bohm: «Inmediatamente pensé que estaba muy relacionado con la cuestión del orden, pues cuando la gota de tinta se extendía, tenía todavía un orden “oculto” (es decir, no manifiesto) que se revelaba cuando se reconstituía. Por otra parte, en nuestro lenguaje habitual diríamos que cuando la tinta estaba diluida en la glicerina, estaba en un estado de “desorden”. Aquello me hizo ver que tenían que intervenir nuevas nociones de orden».
[9]

El descubrimiento le llenó de entusiasmo, porque le proporcionaba una forma nueva de contemplar muchos de los problemas que había estado considerando. Poco después de toparse con el artilugio de la tinta y la glicerina, encontró una metáfora aún mejor para entender el orden, una metáfora que le permitía no sólo atar los diversos cabos de años de cavilaciones, sino también hacerlo con tal fuerza explicativa que casi parecía haber sido expresamente concebida con ese fin. Era el holograma.

En cuanto Bohm empezó a reflexionar sobre el holograma, vio que
también
proporcionaba una forma nueva de entender el orden. Al igual que la mancha de tinta en estado disperso, los patrones de interferencia grabados en una película holográfica parecían desordenados a simple vista. Ambos poseen un orden que está oculto o
envuelto
del mismo modo en que, en un plasma, el orden está envuelto en la conducta aparentemente aleatoria de cada uno de sus electrones. Pero ésta no era la única revelación que hacía el holograma.

Cuanto más pensaba en ello, más persuadido estaba de que el universo utilizaba realmente principios holográficos en sus operaciones; se convenció de que el universo
era en sí mismo una especie de holograma gigante y fluido
y esa idea permitió que sus diversas revelaciones cristalizaran en un conjunto general y coherente. Publicó sus primeros trabajos sobre su visión holográfica del universo a principios de la década de 1970, y en 1980 presentó un compendio meditado y maduro de sus pensamientos en un libro titulado
La totalidad y el orden implicado
, en donde no se limitó a reunir sus miles de ideas, sino que las transfiguró en una nueva manera de mirar la realidad tan increíble como radical.

Órdenes envueltos y realidades desenvueltas

Una de las afirmaciones más sorprendentes de Bohm es que la realidad tangible de nuestras vidas cotidianas es realmente una especie de ilusión, como una imagen holográfica. Por debajo de la misma hay un orden de existencia más profundo, un nivel de realidad vasto y primario que da origen a todos los objetos y apariencias del mundo físico, de la misma manera que una placa holográfica da origen al holograma. Bohm llama orden
implicado
(que significa «envuelto») a ese nivel más profundo de la realidad, y se refiere a nuestro nivel de existencia como el orden
explicado
o desenvuelto.

Utiliza esos términos porque ve la manifestación de todas las formas del universo como resultado de incontables envolvimientos y desenvolvimientos entre los dos órdenes. Cree, por ejemplo, que un electrón no es una cosa sino una totalidad o un conjunto envuelto en todo el espacio. Cuando un instrumento detecta la presencia de un solo electrón, se debe simplemente a que se ha desenvuelto un aspecto del conjunto del electrón, algo parecido a la gota de tinta que se desenvuelve de la glicerina, en esa situación en concreto. Cuando parece que un electrón se mueve, se debe a una serie continua de envolvimientos y desenvolvimientos.

Dicho de otra forma: los electrones y las demás partículas no son más sustanciales ni más permanentes que la forma que adopta un geiser cuando sale a borbotones de una montaña. Los sostiene una afluencia constante del orden implicado. Y cuando parece que se destruye una partícula, no está perdida, sencillamente se ha vuelto a envolver en el orden más profundo del que surgió. Una película holográfica y la imagen que genera constituyen también un ejemplo de los órdenes implicado y explicado. La película es el orden implicado porque la imagen codificada en sus patrones de interferencia es un todo oculto envuelto en la totalidad. El holograma que se proyecta a partir de la película es el orden explicado porque representa la versión perceptible y desenvuelta de la imagen.

El intercambio fluido y constante entre los dos órdenes explica que las partículas puedan cambiar de forma y convertirse de un tipo de partícula en otro, como el electrón en el positronio. Cambios como éste se pueden interpretar como que una partícula, digamos un electrón, se envuelve de nuevo en el orden implicado mientras que otra, un fotón, se desenvuelve y ocupa su lugar. El intercambio explica también que un quantum pueda manifestarse como partícula o como onda. Según Bohm, ambos aspectos están siempre envueltos en un conjunto cuántico y lo que determina qué aspecto se desenvuelve y cuál permanece oculto es la manera en que el observador interactúa con el conjunto. El papel que juega el observador en la determinación de la forma que adopta un quantum no es más misterioso que el que juega un joyero cuando al manipular una piedra preciosa decide qué facetas serán visibles y cuáles no. Como el término «holograma» se refiere habitualmente a una imagen estática y ésta no transmite la naturaleza dinámica y siempre activa de los incalculables envolvimientos y desenvolvimientos que crean el universo momento a momento, Bohm prefiere describir el universo no como holograma, sino como «holomovimiento».

La existencia de un orden más profundo, organizado holográficamente, explica también que la realidad se haga no local en el nivel subcuántico. Como hemos visto, cuando algo está organizado holográficamente, deja de funcionar toda semejanza con la localización. Decir que cada parte de una película holográfica contiene toda la información que posee toda la película es sólo otra forma de decir que la información está distribuida de forma no local. De ahí que si el universo está organizado con arreglo a principios holográficos, se puede esperar que también tenga propiedades no locales.

La totalidad no dividida de todas las cosas

Lo que más nos llena de perplejidad son las ideas plenamente desarrolladas de Bohm acerca de la totalidad. Como en el cosmos todo está hecho del tejido holográfico ininterrumpido del orden implicado, a juicio de Bohm tiene tan poco sentido pensar que el universo está formado por «partes», como creer que los distintos surtidores de una fuente son independientes del agua de la que fluyen. Un electrón no es una «partícula elemental»; es sólo el nombre que se da a cierto aspecto del holomovimiento. Dividir la realidad en partes y después darles nombre es siempre arbitrario, un convencionalismo, porque las partículas subatómicas (y todas las demás cosas que hay en el universo) no están más separadas unas de otras que los distintos dibujos de una alfombra estampada.

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