El vencedor está solo (4 page)

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Authors: Paulo Coelho

BOOK: El vencedor está solo
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He ahí una salida.

—Puedo darle los mensajes, si usted quiere —propone Olivia—, Basta con que me diga en qué hotel se hospeda.

El hombre se ríe.

—Tienes el mismo vicio que toda la gente de tu edad: creerte más astuta que el resto de los seres humanos. En el momento en que te marcharas de aquí, irías inmediatamente a la policía.

Se le heló la sangre. ¿Iban a quedarse entonces todo el día en aquel banco? ¿Dispararía de todos modos, ya que ella le había visto la cara?

—Ha dicho que no iba a disparar.

—Lo prometí y no voy a hacerlo, si te portas como alguien más adulto, que respeta mi inteligencia.

Sí, tiene razón. Ser más adulta es hablar un poco de sí misma. Quién sabe, aprovecharse de la compasión que siempre alberga la mente de un loco. Contarle que ella vive una situación semejante, aunque no sea verdad.

Un muchacho con un iPod pasa corriendo. Ni siquiera se toma la molestia de mirar en su dirección.

—Vivo con un hombre que hace que mi vida sea un infierno, pero aun así no puedo librarme de él.

La expresión en los ojos de Igor cambia.

Olivia piensa que ha encontrado el modo de salir de la trampa. «Sé inteligente. No te ofrezcas, intenta pensar en la mujer del hombre que está a tu lado.

«Trata de parecer sincera.»

—Me separó de mis amigos. Es celoso, aunque tiene a todas las mujeres que desea. Critica todo lo que hago, dice que no tengo ambición. Controla el poco dinero que gano en la venta de bisutería.

El hombre guarda silencio, mirando al mar. La calle se llena de gente; ¿qué sucedería si simplemente se levantara y huyera? ¿Sería capaz de disparar? ¿El arma es de verdad?

Pero Olivia sabe que ha tocado un tema que parece relajarlo. Mejor no correr el riesgo de cometer una locura (recuerda la mirada y la voz de hace unos minutos).

—Aun así, no soy capaz de dejarlo. Aunque apareciese el mejor, el más rico y generoso ser humano sobre la faz de la Tierra, no cambiaría a mi novio por nada. No soy masoquista, no me produce placer que me humillen constantemente, pero lo amo.

Notó que el cañón del arma presionaba sus costillas otra vez. Debía de haber dicho algo inconveniente.

—Yo no soy igual de canalla que tu novio —su voz era de odio—. He trabajado mucho para construir todo lo que tengo. He trabajado duro, recibido muchos golpes, sobrevivido a todos ellos, he luchado con honestidad, aunque a veces he tenido que ser duro e implacable.

«Siempre he sido un buen cristiano. Tengo amigos influyentes, y nunca he sido ingrato. En fin, he hecho lo correcto.

«Nunca he destruido a nadie en mi camino. Siempre que pude estimulé a mi mujer para que hiciera lo que quería, y el resultado fue éste: ahora estoy solo. Sí, maté a seres humanos durante una guerra estúpida, pero no perdí el sentido de la realidad. No soy un veterano de guerra traumatizado que entra en un restaurante y dispara su ametralladora a diestro y siniestro. No soy un terrorista. Podría pensar que la vida ha sido injusta conmigo, que me ha robado lo más importante: el amor. Pero hay otras mujeres, y el dolor del amor siempre pasa. Tengo que hacer algo, me he cansado de ser un sapo que se estaba cociendo poco a poco.

—Si sabe que hay otras mujeres, si sabe que el dolor pasa, ¿entonces por qué sufrir tanto?

Sí, se estaba comportando como una adulta, sorprendida por la calma con la que intentaba controlar al loco que estaba a su lado.

Él pareció vacilar.

—No sé responder a eso. Tal vez porque ya me han abandonado muchas veces. Tal vez porque necesito demostrarme a mí mismo de lo que soy capaz. Tal vez porque he mentido y no hay otras mujeres; sólo una. Tengo un plan.

—¿Cuál es ese plan?

—Ya te lo he dicho. Destruir algunos mundos, hasta que ella se dé cuenta de que es importante para mí, de que soy capaz de correr cualquier riesgo para que vuelva.

¡La policía!

Ambos vieron que se acercaba un coche patrulla.

—Disculpa —dijo el hombre—. Me gustaría hablar un poco más, la vida tampoco es justa contigo.

Olivia entiende la sentencia de muerte. Y como no tiene nada que perder, intenta levantarse otra vez. Sin embargo, la mano del extranjero toca su hombro derecho, como si la abrazara con cariño.

El Samozashchita Bez Oruzhiya, o sambo, como se lo conoce entre los rusos, es el arte de matar rápidamente con las manos sin que la víctima se dé cuenta de lo que está sucediendo. Se desarrolló a lo largo de los siglos, cuando los pueblos o tribus tenían que enfrentarse a invasores sin ayuda de ninguna arma. Fue muy utilizado por el aparato soviético para eliminar a cualquiera sin dejar rastro. Intentaron introducirla como arte marcial en las Olimpiadas de 1980 en Moscú, pero fue descartada por ser demasiado peligrosa, a pesar de todos los esfuerzos de los comunistas de entonces para incluir en los Juegos un deporte que sólo ellos sabían practicar. Finalmente, en 1985 se convirtió en deporte olímpico.

Perfecto. Así, sólo algunas personas conocen sus golpes.

El pulgar derecho de Igor presiona la yugular de Olivia, la sangre deja de llegar al cerebro. Al mismo tiempo, su otra mano presiona un punto determinado cerca de las axilas, lo que provoca la parálisis de los músculos. No hay contracciones; sólo es cuestión de esperar un par de minutos.

Olivia parece haberse quedado dormida en sus brazos. El coche de policía cruza por detrás de ellos, usando el carril preferente que está cerrado al tráfico. Ni siquiera ven a la pareja abrazada; tienen otras cosas de las que preocuparse esa mañana: deben hacer todo lo posible para que la circulación no se vea interrumpida, una tarea absolutamente imposible de cumplir al pie de la letra. Acaban de recibir una llamada por radio, parece ser que un millonario borracho ha chocado con su limusina a tres kilómetros de allí.

Sin retirar el brazo que sujeta a la chica, Igor se agacha y utiliza la otra mano para recoger el paño que hay delante del banco, en el que se exponen todos esos objetos de mal gusto. Dobla la tela con agilidad, haciendo una almohada improvisada.

Cuando ve que no hay nadie cerca, con sumo cuidado acuesta el cuerpo inerte en el banco. La chica parece dormir; en sus sueños, debía de estar recordando un hermoso día, o teniendo pesadillas con su novio violento.

Sólo la pareja de ancianos los había visto juntos. En caso de que se descubriese el crimen —lo que Igor pensaba que era difícil porque no había marcas visibles— lo describirían ante la policía como alguien rubio o moreno, más viejo o más joven de lo que realmente era. No existía la menor razón para preocuparse, la gente nunca presta atención a lo que ocurre en el mundo.

Antes de marcharse le dio un beso en la frente a la Bella Durmiente y murmuró:

—Como ves, he cumplido mi promesa: no he disparado.

Después de dar algunos pasos empezó a sentir un terrible dolor de cabeza. Era normal: la sangre estaba inundando el cerebro, una reacción absolutamente aceptable para alguien que acaba de salir de un estado de extrema tensión.

A pesar del dolor de cabeza, estaba feliz. Sí, lo había conseguido.

Sí, era capaz. Y estaba más feliz todavía porque había liberado el alma de ese cuerpo frágil, de ese espíritu incapaz de reaccionar ante los abusos de un cobarde. Si esa relación enfermiza hubiera continuado, pronto la chica estaría deprimida y ansiosa, perdería la autoestima y sería cada vez más dependiente del poder de su novio.

Nada de eso le había sucedido a Ewa. Ella siempre había sido capaz de tomar sus propias decisiones, le había dado su apoyo moral y material cuando decidió abrir su tienda de alta costura, era libre de viajar cuando y cuanto quisiese. Había sido un hombre, un marido ejemplar. Y aun así, ella había cometido un error: no había sabido entender su amor, como tampoco había entendido su perdón. Pero esperaba que recibiera los mensajes. Después de todo, el día que ella había decidido marcharse, él le dijo que destruiría mundos para que volviera.

Coge el móvil recién comprado, de tarjeta, que ha cargado con el menor saldo posible, y escribe un mensaje.

11.00 horas

Según cuenta la leyenda, todo empieza con una desconocida chica francesa de diecinueve años que posa en biquini en la playa para los fotógrafos que no tenían nada que hacer durante el festival de Cannes de 1953. Poco tiempo después, era lanzada al estrellato y su nombre se convertía en leyenda: Brigitte Bardot. Ahora, todo el mundo piensa que puede hacer lo mismo. Nadie entiende la importancia de ser actriz; la belleza es lo único que cuenta.

Y a causa de eso, las largas piernas, los cabellos teñidos, las rubias de bote recorren cientos, miles de kilómetros para estar allí, aunque sea para pasar el día entero en la arena con la esperanza de que las vean, las fotografíen y las descubran. Quieren escapar de la trampa que les espera a todas las mujeres: convertirse en amas de casa, prepararle la cena al marido todas las noches, llevar a los niños al colegio a diario, intentar descubrir un pequeño detalle en la monótona vida de sus vecinos para poder tener de qué hablar con sus amigas. Desean la fama, el brillo y el glamour, la envidia de los habitantes de su ciudad, de las chicas y los chicos que siempre las han tratado como el patito feo, sin saber que un día iban a transformarse en cisne, una flor codiciada por todos. Una carrera en el mundo de los sueños, eso es lo que importa, aunque tengan que pedir dinero prestado para ponerse silicona en los pechos o para comprar vestidos más provocativos. ¿Clases de teatro? No son necesarias; la belleza y los contactos adecuados son suficientes: en el cine se hacen maravillas.

Siempre que consigas entrar en ese mundo, claro.

Todo para escapar de la trampa de la ciudad de provincias y de la rutina diaria. Hay millones de personas a las que eso no les importa, así pues, que vivan de la manera que crean más conveniente. La que venga al festival debe dejar el miedo en casa y estar preparada para todo: reaccionar sin dudar, mentir siempre que sea necesario, quitarse años, sonreírle a alguien a quien se detesta, fingir interés por personas sin atractivo alguno, decirles «te amo» sin pensar en las consecuencias, apuñalar por la espalda a la amiga que la ayudó en un determinado momento pero que ahora se ha convertido en una competidora indeseable... Caminar hacia adelante, sin remordimientos ni vergüenza. La recompensa merece cualquier sacrificio.

Fama.

Brillo y glamour.

Estos pensamientos irritan a Gabriela. No es la mejor manera de empezar un nuevo día; además, tiene resaca.

Pero al menos tiene un consuelo: no se ha despertado en un hotel de cinco estrellas, con un hombre a su lado diciéndole que debe vestirse y marcharse porque tiene cosas importantes que hacer, como comprar y vender películas que ha producido.

Se levanta y mira a su alrededor para ver si alguna de sus amigas todavía está allí. Por supuesto que no, se han ido a la Croisette, a las piscinas, a los bares de hotel, los yates, los posibles almuerzos y las reuniones en la playa. Cinco colchones esparcidos por el suelo del pequeño apartamento compartido, alquilado por temporada a un precio exorbitante. Alrededor de los colchones, ropa desordenada, zapatos del revés y perchas tiradas por el piso que nadie se ha tomado la molestia de colgar en el armario.

«Aquí la ropa tiene derecho a más espacio que las personas.»Claro, como ninguna de ellas podía permitirse el lujo de soñar con Elie Saab, Karl Lagerfeld, Versace o Galliano, sólo quedaba lo que parecía infalible, pero que aun así ocupaba casi todo el apartamento: biquinis, minifaldas, camisetas, zapatos de plataforma y una enorme cantidad de maquillaje.

«Algún día me pondré lo que quiera. Por el momento, sólo necesito una oportunidad.»¿Por qué desea una oportunidad?

Muy sencillo. Porque sabe que es la mejor de todas, a pesar de su experiencia en el colegio, de la decepción que había supuesto para sus padres, de las frustraciones y las derrotas que sufrió. Nació para vencer y brillar, no le cabe la menor duda.

«Y cuando consiga lo que siempre he deseado, sé que me preguntaré: "¿Me aman y me admiran porque soy yo misma, o porque soy famosa?"»

Conoce a gente que ha conseguido el estrellato en los escenarios. Contrariamente a lo que imaginaba, no están en paz; son inseguros, tienen muchas dudas, no son felices cuando no aparecen en escena. Desean ser actores para no tener que representarse a sí mismos, viven con miedo de dar el paso equivocado que acabe con sus carreras.

«Pero yo soy diferente. Siempre he sido yo misma.»¿Verdad? ¿O todos los que están en su situación piensan lo mismo?

Se levanta y prepara un café; la cocina está sucia, ninguna de sus amigas se ha preocupado de fregar los platos. No sabe por qué se ha despertado de tan malhumor y con tantas dudas. Conoce su trabajo, se ha dedicado a él con toda su alma, y aun así parece que nadie quiera reconocer su talento. Conoce también a los seres humanos, sobre todo a los hombres, futuros aliados en una batalla que debe ganar pronto porque ya tiene veinticinco años y en breve será demasiado vieja para la industria de los sueños. Sabe que:

son menos traidores que las mujeres;

nunca se fijan en nuestra ropa, porque lo único que hacen es desvestirnos con la mirada;

pechos, piernas, nalgas, barriga: si una tiene todas estas cosas en su sitio, es suficiente para conquistar el mundo.

A causa de estos tres puntos, y porque sabe que todas las demás mujeres que compiten con ella intentan exagerar sus atributos, Gabriela sólo presta atención al punto «c» de su lista. Hace gimnasia, intenta mantenerse en forma, evita las dietas y se viste exactamente al revés de lo que manda la lógica: su ropa es discreta. Hasta el momento le ha dado resultado: parece más joven de lo que realmente es. Espera que también le dé resultado en Cannes.

Pechos, nalgas, piernas... Pues que presten atención a eso de momento, si es absolutamente indispensable. Llegará el día en que podrán ver todo lo que es capaz de hacer.

Se bebe el café y empieza a entender su malhumor. ¡Está rodeada de las mujeres más bellas del planeta! Aunque no se considera fea, no tiene la menor posibilidad de competir con ellas. Debe decidir qué hacer; este viaje ha sido una decisión difícil, tiene poco dinero y también poco tiempo para conseguir un contrato. Ya ha ido a varios lugares los dos primeros días, dejó su currículum, sus fotos, pero todo lo que consiguió fue una invitación a la fiesta de la víspera en un restaurante de quinta categoría, con la música a todo volumen, donde no apareció nadie de la Superclase. Bebió para desinhibirse, fue más allá de lo que su organismo podía soportar, y acabó sin saber dónde estaba ni lo que hacía allí. Todo parecía extraño: Europa, la manera de vestirse de la gente, las diferentes lenguas, la falsa alegría de todos los presentes, a los que les gustaría haber sido invitados a un evento más importante y, sin embargo, estaban en ese lugar insignificante, escuchando la misma música, hablando a gritos sobre la vida de los demás y de la injusticia de los poderosos.

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