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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Drama, Policial

Elena sabe (12 page)

BOOK: Elena sabe
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Dos días antes de colgar del campanario, Rita fue a ver al doctor Benegas. Elena no supo, no le contó. Se lo contó el inspector Avellaneda cuando su hija ya estaba muerta. Elena quisiera saber de qué hablaron ese día, pero antes no le importó preguntar, y ahora se encuentra demasiado lejos de quien podría responderle. Sin embargo, sí sabe de qué hablaron quince días atrás, porque ella estuvo ahí. Fue la última vez que vieron juntas al doctor Benegas, pero no en su consultorio sino en la clínica. Él había propuesto que Elena se internara dos días para hacerse estudios, es mejor hacer todo junto, Elena, si no la vamos a hacer ir y venir muchas veces, y usted no está para ir y venir. Elena se internó, llevó dos camisones nuevos, aunque sólo estrenó uno, siempre guarda camisones sin estrenar desde que supo que está enferma, por si me internan de sorpresa. Pero aún internada quiso mantener uno sin estreno, ya no supo por qué. Le sacaron sangre, le hicieron resonancias, probaron sus reflejos golpeándole las rodillas, le miraron dentro de los ojos, la miraron dentro no se acuerda con qué aparato o con qué rayos. Pero miraron, eso sabe. La hicieron caminar, levantar los brazos, bajados, sentarse, pararse, a ver, María, le dijeron, porque aunque nadie la llama por ese nombre en su documento dice María Elena y con ese nombre la internaron, María E., pero a la E la ignoraron, le hicieron preguntas, ¿cuánto tiempo tarda en sentirse bien después de que toma la pastilla?, ¿cuánto tiempo tarda en hacer el primer efecto, María?, ¿y el efecto completo?, ¿cuánto dura? Anotaron cada respuesta y cada cosa que vieron, el médico a cargo, uno de los mejores especialistas en Parkinson del país, les había dicho el doctor Benegas, y todo su equipo, porque el especialista no venía solo sino con su séquito orgulloso de pertenecer a ese hospital escuela, un grupo de diez médicos recién recibidos que aprendían con él, y con ella. A veces volvían de a dos o de a tres, a preguntar cosas que ya habían preguntado, a tomarle la presión, o sólo a mirarla. A veces se confundían de paciente y le preguntaban por una enfermedad de la que ella ni siquiera había oído hablar en su vida. O preguntaban por síntomas o dolores que Elena no sentía, entonces se ponía contenta, porque si no los sentía tan mal no estaba, hasta que por alguna pregunta o comentario fortuito, ¿hoy no viene su marido, Zulema?, se daba cuenta de que no hablaban de ella, que habían confundido la habitación, o la historia médica, el piso o el pabellón. Igual ella era amable con todos, si alguien podía ayudarla eran los médicos, y si había muchos mejor. Pero no la ayudaron. Después de los dos días de estudios vino el doctor Benegas a dar su informe, bueno, ustedes saben que el Parkinson y su evolución se estudian clínicamente, no hay un valor en la sangre ni en ninguna parte del cuerpo que diga que uno tiene Parkinson, ni cuánto tiene, ni cuánto avanza, entonces sólo podemos observar la clínica, ¿me entienden?, dijo, pero las mujeres no contestaron entonces Benegas continuó, es en ese contexto que me veo obligado a darles cierta información y trasmitirles algunas conclusiones a las que llegamos, díganos, doctor, dijo Rita, no sé si usted, Elena, díganos, doctor, confirmó Elena, su madre tiene un tipo particular de Parkinson, un Parkinson que nosotros llamamos Plus, ¿me entiende?, ¿plus?, preguntó Elena, superior, algo más que un Parkinson común y corriente, aclaró Benegas, hicimos una batería de estudios antes de llegar a esta conclusión, y ya no tenemos dudas, es un Plus, un plus, repitió Rita, sí, confirmó el médico, ¿plus quiere decir más?, sí, ¿más?, sí, más, ¿hay más, doctor?, insistió Rita, parece que sí, hija, contestó Elena pero a Rita no le alcanzó con la respuesta de su madre y dijo, ¿a usted le parece poco con lo que ya tenemos, doctor?, yo no digo que sea poco, pero digo que hay más, y yo, doctor, me pregunto si usted sabe de lo que habla, ¡Rita!, la retó Elena, ¿más dice usted?, volvió a preguntar su hija ignorándola y luego continuó, más que babear, que hacerse pis encima y aunque se lave oler siempre a orina vieja, más que no poder dar un paso a voluntad, más que arrastrar los pasos que sí puede dar gracias a su levodopa, dígame, doctor. Dijo otra vez, ¡dígame!, y se lo quedó mirando hasta que Benegas pareció dispuesto a cumplir su orden, Rita, me parece que delante de su madre debemos, pero no pudo terminar su frase porque ella lo interrumpió, más que mirar siempre el piso y estar condenada a andar el resto de la vida con la cabeza gacha como si algo la avergonzara, más que ser un espejo desagradable donde los demás evitan mirarse o se miran sin reconocerse, ¿más?, Rita, no es el momento, yo entiendo, no, usted no entiende, lo corrigió, el doctor no tiene la culpa, hija, yo tampoco, mamá, mejor vamos, pidió Elena pero Rita todavía no había acabado, más que sentarse y sólo poder pararse con ayuda, más que no poder cortarse las uñas de los pies, ni atarse los cordones de las zapatillas, ¿más?, ¿hay más que deglutir con dificultad, sentir que el aire no pasa y que uno puede morir ahogado?, más que comer con las manos, que tener que intentar cien veces antes de poder tragar una pastilla, más que sólo poder beber a través de la ridícula circunferencia de una pajita de plástico o el calado de una bombilla, más que no poder bajarse o subirse la bombacha sola, ni limpiarse el traste después de ir al baño, vamos, hija, trató de convencerla Elena pero Rita ya no escuchaba más que a ella misma, ¿hay más doctor?, más que no poder abrocharse una blusa, ni colocarse el reloj pulsera, ni correr el cierre de una cartera, más que no poderse poner ni sacar la dentadura postiza, más que caerse de lado si nadie sostiene su cuerpo, de a poco, casi sin notario, hasta quedar acostada en el banco que sea, en el lugar que sea, frente a quien sea, más que firmar con dificultad y apenas entender la propia letra, más que aceptar que la boca se apriete, se resista a modular y no deje entender sino con mucho esfuerzo e imaginación las palabras que pronuncia, ¿más?, ¿usted dice que hay más, doctor?, la invito a que, intentó decir Benegas pero ella lo interrumpió violenta, no me invite a nada. Rita se paró, apoyó las dos manos sobre la mesa y acercó la cara al médico, mire si puede esos ojos vacíos, la cara sin expresión, esa sonrisa hueca, ¿a esta pobre mujer, se le pide más?, su madre es fuerte, tiene que agradecer eso, ¿ya mí?, ¿qué me pide a mí?, eso justamente, Rita, un poco más, lo lamento, pero así será, se le pedirá más, ¿a qué se refiere exactamente?, no me pida que sea más exacto delante de su madre, no se lo pido, se lo exijo, yo también quiero saber, doctor, pidió Elena, dígame qué más me va a pedir, si usted lo prefiere, Elena, me veo en la obligación de decirle todo lo que sé, la enfermedad avanzará más rápido de lo previsto, en poco tiempo tal vez usted no se levante de la cama, no pueda comer sin ayuda, ni levantarse para ir al baño, sólo podrá deglutir papillas o líquidos, no se le entenderá nada cuando hable, no podrá leer, es posible incluso que se presenten síntomas de demencia senil, olvidos, lagunas, usted, Rita, va a tener que pensar en poner alguien que cuide a su madre mientras esté en el colegio, cuanto antes lo haga mejor va a ser para las dos, el tiempo se acorta. Rita se incorporó y sin dejar de mirarlo dijo, ¿usted está hablando de muerte, doctor?, no, no se trata de supervivencia, el asunto en juego no es el plazo sino la calidad de ese tiempo de vida, ¿y qué solución hay, doctor?, ninguna, Rita, es lo que le tocó, lo que me tocó, hija, lo que nos tocó, mamá, ningún remedio, ninguna solución, ninguna. Rita se lo queda mirando y luego dice, sí, hay una doctor, ¿cuál?, usted sabe, ¿a qué se refiere?, Plus dice usted, y yo digo que si uno no quiere más usted sabe, no la entiendo, uno puede elegir, doctor, no siempre, Rita, mientras uno esté vivo hay esperanza, su madre va a vivir, su madre quiere vivir, yo quiero vivir, hija, no estoy hablando de mi madre, si hay más soy yo la que no sé si voy a poder, me querés meter en un geriátrico, no, mamá, un geriátrico, no, dejame sola, no me atiendas si no querés, pero en mi casa, no entendés nada, mamá, va a poder, claro que sí, por su madre, no, yo quiero en mi casa, Rita, yo puedo, hija, ahora nos toca a nosotros devolverles lo que nos dieron, ella la necesita como usted necesitó a su madre años atrás, va a tener que ser la madre de su madre, Rita, porque la Elena que conocimos va a ser un bebé, ¿un bebé? qué dice doctor, mi madre no puede ser un bebé, un bebé es lindo, un bebé tiene la piel suave y blanca, y la baba clara, transparente, el cuerpo de un bebé poco a poco se va irguiendo, un día aprende a andar, camina, le salen dientes nuevos, blancos, sanos y a mi madre le pasará exactamente lo contrario, mírela, en lugar de controlar los esfínteres se hará encima, en lugar de hablar se quedará muda, en lugar de erguirse se agachará cada vez más, se doblará, se vencerá, y yo estoy condenada a ver cómo su cuerpo va muriendo sin que ella muera. Rita, por primera vez en mucho tiempo, lloró. No, doctor, mi mamá no va a ser un bebé, y no creo que yo pueda ser esa madre que usted me pide, la vamos a ayudar, Rita, ¿a mí o a ella?, a las dos, mire, dijo Benegas y sacó de su portafolios un sobre lleno de folletos. Eligió algunos y los extendió sobre el escritorio, hacia donde las mujeres estaban. Rita los dejó flamear en el aire, usó sus manos para secarse las lágrimas que le atravesaban la cara, pero no agarró los papeles que el médico le acercaba entonces Elena se estiró, tendió la mano y esperó que el doctor Benegas apoyara en ella los papeles que ofrecía. Gracias, dijo, apretando los folletos tanto como podía, le acercó el brazo a su hija para que la ayudara a pararse, y se fueron.

Caminaron de regreso una detrás de la otra, Rita delante y dos metros más atrás Elena. Como cuando disparaban latigazos. Como si hubieran peleado. Pero no lo habían hecho, ni siquiera se habían dirigido la palabra de camino a casa. Rita avanzaba más lento que de costumbre, pero no tanto como para que la alcanzara su madre a pasos arrastrados. Al llegar a la casa se encerró en su cuarto y Elena fue a la cocina a preparar la cena. Puso a calentar agua para unos fideos, y esperó. Mientras corría el tiempo necesario para que el agua hirviera sacó los folletos de la cartera y llamó a su hija para que los vieran juntas, pero Rita se estaba bañando y no respondió a sus gritos, entonces empezó ella. Elena salteó todo lo que ya sabía. No se detuvo en las generalidades de la enfermedad ni en sus síntomas. Sólo en aquellos que no conocía. Cara de pez o máscara, por falta de expresión en los músculos de la cara. Hizo un esfuerzo para ver su reflejo en el vidrio de la ventana que empezaba a empañarse con el vapor del agua. Si tenía cara de pez ella nunca se había dado cuenta, ni nadie se lo había dicho. Podía ser, juntó los labios como para dar un beso cerrado y los abrió y cerró varias veces como si el pez que escondía su cara estuviera respirando a través de sus branquias. Podía ser, cara de pez. Acatisia, falta de capacidad de estar sentada sin movimiento; ese no era un síntoma suyo, ella podía quedarse quieta. Todavía. Hipocinesia, pensó que ese síntoma tampoco era suyo, pero siguió leyendo y se enteró de que no era suya la palabra, pero sí lo que nombraba: falta de movimientos. Estreñimiento, a veces, los intestinos perezosos del doctor Benegas, pero nada que no se pudiera solucionar cocinando verduras y compotas. Dejó los síntomas y pasó a las causas. No le importó si lo que daña la sustancia nigra es una toxina o los radicales libres; ignoró el porcentaje de causas genéticas, quince por ciento, en su familia ella no recuerda a nadie que haya tenido Parkinson. Pasó a algunos datos curiosos que le llamaban la atención, como que la enfermedad se llama así porque "la describió el médico inglés, James Parkinson, en 1817, aunque en ese entonces la llamó parálisis agitante". Se quedó pensando en el verbo utilizado. Describir una enfermedad. Observarla, mirarla para luego contársela a otros, con las contradicciones que ello puede provocar, como contradictorio es decir que un cuerpo paralizado se agita. Contarle la enfermedad a ella que ahora la conoce mejor que nadie porque se le metió dentro. Ella podría describirla mejor que el doctor Parkinson, pensó, entonces se llamaría "el mal de Elena". O Elena, simplemente, sin agregados, como Parkinson. Volvió a llamar a Rita antes de pasar a los consejos para vivir mejor, un folleto dedicado a enfermos y a quienes los cuidan. Pero el agua seguía corriendo dentro del único baño de la casa, y Rita no contestó. Otra vez empezó sola, el folleto hablaba de ansiedad, depresión y angustia, tanto del enfermo como de quien lo acompaña, a quien el folleto llamaba "el cuidador". Rita. Aconsejaba al cuidador practicar ejercicios de relajación que terminaran con técnicas de respiración al tiempo que proponía repetir la frase "que la tensión fluya y salga por los pies". O inspirar y espirar durante quince minutos repitiendo la palabra "calma" como si fuera un mantra. Calma. Calma. Pensó que un mantra más adecuado para ella sería, mierda, mierda, mierda. Se levantó a echar los fideos. Le costó rasgar la bolsa de plástico y terminó atravesándola con un cuchillo y jalando. Algunos fideos se cayeron al piso. El resto los metió en la olla. Volvió a la mesa y tomó el último folleto. Consejos para estar mejor, tres categorías: actividades para hacer con otros, actividades que signifiquen logros, actividades placenteras, el folleto sugería que cada paciente y cuidador hiciera su propia lista y luego se propusiera dos actividades por día. Ella obedeció e hizo la lista en su cabeza. Leyó los ejemplos que aparecían impresos para tomarlos como modelo. Hacer deporte con un amigo, ir de compras, ir a la playa, participar en una obra de teatro, cantar en un coro. Descartó todas las enunciadas para ella y para Rita. No había playa cerca, nunca en su vida practicó ningún deporte, odia gastar plata comprando cosas inútiles, subirse a un escenario o cantar. Siguió por las actividades que signifiquen logros. Reparar una lámpara que no funcione, escribir un poema, hacer un muñeco de nieve, resolver un crucigrama. Anotó en su lista mental resolver un crucigrama y se preguntó dónde habrían impreso ese folleto, ella nunca había visto nieve, nunca la había tocado, ¿huele la nieve?, se preguntó, la lluvia huele. Hacer un muñeco de nieve. El agua en el baño dejó de correr, Elena oyó abrir y cerrar con fuerza la puerta del cuarto de Rita. Se acercó a controlar la pasta, los fideos ya habían subido a la superficie entonces bajó el fuego de la hornalla al mínimo. Se quedó junto a ellos unos minutos más hasta que sin probados, sólo por el color y la apariencia, supuso que habrían hervido el tiempo necesario. Coló los fideos en la pileta, unas gotas de agua hervida saltaron para caer sobre su empeine y quemarla. Agregó a su lista mental de logros, colar los fideos sin que salten gotas. Llenó una fuente con trozos de manteca y puso los fideos dentro. Los tapó con un repasador para que no se enfriaran. Volvió a la mesa a leer la lista que le quedaba. Actividades que den placer: dar un paseo por el campo. Ni campo, ni playa, ni nieve. Ver el programa preferido de televisión, eso lo agregó a la lista. Leer un libro de chistes, abrazar a alguien que ama. Abrazar. No se acuerda cuándo fue la última vez que abrazó o la abrazaron. No puede acordarse.

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