Los enigmas del África negra servidos por Pitoni no terminaron en los «nómolos». Éste lo incluyo a título de inventario, con la esperanza de que tal vez los datos que hoy proporciono ayuden mañana a resolver el inquietante misterio de la «piedra del cielo».
Trataré de explicarlo lo mejor posible.
Durante los últimos siete años, este orondo ingeniero italiano, que habla fluidamente español, ha invertido buena parte de su tiempo y su dinero en la búsqueda de nuevas pruebas arqueológicas que sustenten su tesis de que el área comprendida entre Sierra Leona y Guinea Conakry es el lugar donde emergieron las bases de culturas como la egipcia, y tal vez como la mítica cultura prefaraónica que exportó los logros de su perdida Edad de Oro a los pueblos ribereños del Nilo desde el siglo XXX a.C.
En suma, que allí podría encontrarse el verdadero país de Punt que buscaron todos los antiguos faraones.
Angelo Pitoni quiere llegar hasta aquí. Hasta este pronunciado barranco donde se adivina la colosal estatua de una mujer. Está en la frontera entre Guinea Conakry y Senegal, y, de confirmarse su artificialidad, desmerecería a la Esfinge de Giza como la estatua más grande tallada por mano humana. (Archivo Pitoni.)
En 1997 Pitoni hizo otro descubrimiento sorprendente en esa dirección, y le pedí que me lo explicara.
—Lo que había descubierto hasta entonces no me dejó satisfecho —reconoció Pitoni—. Los expertos podrían dudar de si los «nómolos» pudieron haber sido puestos en su lugar en fechas recientes, y no creer en mi hipótesis atlante. Debía encontrar algo inequívoco como las pirámides… Pensé que si los atlantes sembraron las bases de las grandes civilizaciones del pasado, también pudieron influir en la construcción de grandiosas pirámides o zigurats, y me propuse encontrar algún monumento conmemorativo en el continente. Y de nuevo me dispuse a escuchar las leyendas tribales.
—¿Y qué encontró?
—Finalmente, una tribu me habló de una mujer petrificada que se conservaba en cierta zona de Conakry. Me dirigí al departamento de geología de ese país y les expuse el problema. Ellos conocían la leyenda, e incluso me dijeron que la mujer de piedra estaba en la cima de una sierra llamada Mali —sin relación con el país del mismo nombre—, pero me advirtieron que era sólo una leyenda.
—¿Ya lo habían comprobado?
—¡No! Nunca habían ido hasta allí a verlo. Pero yo fui. El lugar está en la frontera entre Guinea Conakry y Senegal… Y cuando la vi con mis propios ojos me quedé muy impresionado. Había encontrado la escultura más grande del mundo: es una «reina de piedra» de ciento cincuenta metros de altura.
—¿Ciento cincuenta metros?
—Aja. Desgraciadamente, como estaba llegando ya la estación de las lluvias no pude más que verla, examinar el tipo de roca en el que estaba tallada (granito) y comprobar que era una piedra muy difícil de trabajar. Eso descartaba que la estatua fuera producto de la erosión eólica… Más tarde estudié cómo podían haberla tallado y descubrí que se trata de un altorrelieve realizado en tres fases, para el que necesitaron algún tipo de base para trabajar.
Pitoni me tendió unas fotografías de la «madre de piedra», como él la llama, y de inmediato vimos que la imagen estaba en la parte superior de un barranco muy escarpado. El ingeniero comprendió mi asombro.
—El barranco tiene doscientos cincuenta metros de altura —se apresuró a explicar—, y si aceptamos que en tiempos de la elaboración de la estatua estaba cubierto hasta los pies de la misma, entendiendo además que un deslizamiento de tierras normal viene a ser de un centímetro por año, podríamos datar la imagen en más de veinticinco mil años.
Las investigaciones de Pitoni sobre esta imagen han llegado todavía más lejos. Estudiando su orientación, este ingeniero descubrió que su «mirada» se fijaba en un valle cercano donde se encuentra una mezquita que atesora algo que no pudo ver en su último viaje a la zona. Más tarde, Pitoni dedujo que la imagen podría corresponder a un legado atlante similar a la Esfinge de Giza, y que merecía ser investigada en más profundidad.
Pero la «madre de piedra» aún aguarda en medio de la selva a que alguien realice ese trabajo…
Arquitectos sagrados
11No basta con saber, es preciso también aplicar los conocimientos.
Johann Wolfgang von Goethe
No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría.
Jean Cocteau
En la universidad aprendí que la historia debe escribirse con pruebas, no con indicios.
Las pistas halladas durante mis viajes, que sugerían la existencia de una época anterior, de un «Primer Tiempo» en el que la humanidad vivió momentos de gloria espiritual y material, debía consolidarse con referencias a cosas que se pudieran tocar. Que cualquiera pudiera ver y estudiar por sus propios medios.
Egipto, una vez más, me proporcionó lo que buscaba. Sólo tuve que regresar a El Cairo.
¡Cómo no me había dado cuenta antes! En la meseta de Giza hay algo que no encaja, que no está acorde con la estética egipcia; algo que no vuelve a encontrarse en ningún otro momento de la historia de esta fascinante civilización, y que parece fuera de lugar entre las pirámides y la Esfinge.
Me refiero —claro está— a los tres templos que se encuentran frente al león de piedra y a la segunda pirámide, atribuida al faraón Kefrén (2520-2494 a.C). A diferencia de todas las construcciones de su entorno (las grandes pirámides incluidas), esos tres recintos sagrados fueron edificados utilizando grandes bloques de caliza de unas 200 toneladas de peso cada uno, algunos de los cuales se elevaron mediante procedimientos que desconocemos hasta 12 metros de altura.
Además —y por si este problema arquitectónico no fuera suficiente para llamar la atención de los expertos— se advierte fácilmente que esas tremendas masas pétreas están engarzadas entre sí como si fueran las piezas de un enorme puzle.
Y, sin embargo, ningún egiptólogo pareció conferirles un interés especial.
Tuvo que ser un geólogo de la Universidad de Boston, Robert Schoch, quien no sólo se fijó en las tremendas proporciones de esos bloques, sino también en el inusitado grado de erosión que reflejaban. Una erosión conformada por estrías verticales y horizontales que, desde el punto de vista técnico de Schoch, sólo podrían explicarse por la acción ininterrumpida de fuertes lluvias.
Este geólogo no sabía que al hacer una afirmación de esa naturaleza estaba metiendo la mano en un avispero. Las lluvias a las que se refería Schoch para explicar el deterioro del cuerpo de la Esfinge y de los bloques de los templos vecinos se produjeron con seguridad hace más de siete mil años… y los egiptólogos sólo estaban dispuestos a dar a esas estructuras una antigüedad de cuatro mil quinientos.
Cuanto más estudié los resultados (de mi trabajo), más confirmaban lo que yo sospechaba de una construcción en dos etapas de los templos del Valle y la Esfinge. No todas las estructuras de la meseta de Giza fueron construidas durante la IV dinastía, como se aceptaba generalmente. Algunas de ellas, incluyendo la Esfinge, ya estaban allí desde mucho tiempo antes que Kefrén ascendiera al trono de Egipto.
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Robert Schoch realizó sus primeras averiguaciones entre 1990 y 1991 gracias a una solicitud del egiptólogo independiente —esto es, sin titulación universitaria— John Anthony West. Fue él quien le pidió que examinara la erosión del coloso de piedra de Giza a fin de que confirmara o desmintiera las teorías de un filósofo alsaciano de gran perspicacia, Rene Adolphe Schwaller de Lubicz, que dedujo que la Esfinge debió de haber sido esculpida por una cultura que precedió a los faraones en varios milenios. Y no sólo la Esfinge, también sus templos vecinos.
Líneas rectas, sin inscripciones, sin espacio a la imaginación, pero levantado con piedras que alcanzan las doscientas toneladas, conforman el aspecto exterior del llamado templo del Valle, en Giza.
El problema que planteó la confirmación de Schoch de que la Esfinge se erosionó al menos tres mil años antes de Kefrén es muy grave. A fin de cuentas, ¿quién, en una época «oficialmente» considerada de cazadores y recolectores neolíticos, construyó unos edificios de piedra con losas de hasta 200 toneladas de peso? ¿Fueron sus constructores los mismos que erigieron después la Gran Pirámide? Y en ese caso, ¿por qué no emplearon en ésta más que bloques de «sólo» 2,5 toneladas en su mayoría?
El hecho de que ni sobre la Esfinge ni en las pirámides se haya encontrado una sola inscripción de sus constructores no contribuye, desde luego, a despejar estas incógnitas.
La primera vez que entré en el llamado templo del Valle me quedé helado. Está situado a apenas quince metros al sur de la Esfinge, y su estructura arquitectónica no tiene nada que ver con el resto de los famosos templos faraónicos erigidos a orillas del Nilo. Más bien todo lo contrario.
Los muros de éste, construidos con sólo tres o cuatro hileras de enormes bloques de piedra caliza de unos 5 metros de largo por 3 de ancho y 2,5 de alto, están revestidos por losas de granito milimétricamente encajadas entre sí, que pesan la tampoco nada despreciable cifra de entre 70 y 80 toneladas.
Lo más llamativo es, no obstante, la percepción del engarzado del granito que recuerda, de inmediato, a los bien encajados puzles de piedra que se pueden admirar en Cuzco o en el recinto sagrado de Ollantaytambo, en Perú.
¿Quién construyó, pues, el templo del Valle? La egiptología responde a esta cuestión de manera muy simple: fue el faraón Kefrén. Pero tal consideración es, cuando menos, osada. En ninguno de estos recintos se ha encontrado inscripción alguna que vincule los edificios a Kefrén —contradiciendo así la extendida costumbre entre los faraones de grabar sus nombres en piedra para la posteridad—. Fue el hallazgo de varias estatuas de este faraón enterradas en el recinto del templo del Valle —entre ellas la célebre imagen en diorita que se muestra en el Museo de El Cairo—, el detonante que sirvió a los egiptólogos para datar ese edificio y las estructuras colindantes. Después se llegó a afirmar incluso que el rostro de la Esfinge correspondía sin lugar a dudas al propio Kefrén, cuando había elementos más que suficientes para dudar de ese paralelismo.
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Contemple atentamente estas dos imágenes. Fíjese en los detalles que tienen en común, en especial los labios, pómulos y barbilla, y responda a esta cuestión: ¿cree que representan a la misma persona? Los egiptólogos dicen que sí, que ambos son el faraón Kefrén. Expertos en identificación de rostros de la Policía de Nueva York confirmaron que no. Que se trata de personas diferentes y de razas distintas.
Era como si un arqueólogo del siglo XXII, a falta de otros elementos, datara en el futuro el puerto de Barcelona como de la época de Colón por haberse encontrado allí su imagen sobre una columna…
Y el ejemplo no es baladí. Por lo que se desprende del examen de este recinto, el templo del Valle fue construido en dos fases: en la primera se colocaron los bloques de caliza que hoy vemos desgastados por la acción del agua. No sabemos qué época fue ésa, pero sí sabemos que en una segunda fase un faraón que desconocemos decidió restaurar el templo con las losas de granito.