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Authors: Lois Lowry

Tags: #ciencia ficción - juvenil

En busca del azul (20 page)

BOOK: En busca del azul
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Tenía los tobillos llenos de cicatrices, peor que la cara del padre de Nora. Cicatrices con costras de sangre seca. Sangre fresca y brillante le corría en hilillos sobre los pies. Brotaba de la piel ulcerada, en carne viva, carne infectada y húmeda, junto a un par de gruesos grilletes de metal. Los grilletes estaban unidos por una pesada cadena que el Cantor iba arrastrando al abandonar a paso lento el escenario.

Entonces se bajó el manto, y Nora no vio nada más. ¿Habrían sido imaginaciones suyas? Pero siguiendo atentamente el movimiento del Cantor oyó el roce de la cadena en el suelo, y vio que iba dejando detrás tiznones de sangre oscura.

Al recordarlo en aquel momento, a Nora se le hizo claro de pronto lo que todo ello significaba. Era muy sencillo.

Los tres —la pequeña Cantora que un día ocuparía el lugar del Cantor encadenado; Tomás el Entallador, que con sus meticulosas herramientas escribía la historia del mundo; y ella, que ponía color en aquella historia— eran los artistas destinados a crear el futuro.

Nora sentía en la punta de los dedos su habilidad para trenzar y tejer los colores en aquellas escenas de asombrosa belleza que había hecho ella sola, antes de que le encomendaran la tarea del manto. Tomás le había dicho que hubo un tiempo en el que también él talló cosas prodigiosas en una madera que parecía cobrar vida en sus manos. Y había oído la melodía delicada e inolvidable que la niña cantaba con su mágica voz, en la soledad de su cuarto, antes de que la obligaran a abandonarla para cantar el cántico que ellos le dieron.

Los guardianes, gente de expresión severa, no tenían facultades creativas. Pero tenían fuerza y astucia, y habían descubierto la manera de adueñarse de las facultades de otros para sus propios fines. Estaban obligando a los niños a describir el futuro que ellos querían, no el futuro que podía ser.

El jardín, dormido, temblaba y se movía. Nora vio cómo se acomodaba en su sitio el glasto recién plantado, allí donde lo había puesto amorosamente, al lado del galio amarillo. «Casi siempre se muere después de una sola floración», había dicho Anabela al hablar de él. «Pero a veces encuentras un brote pequeño que vive».

Eran esos brotes pequeños vivos lo que Nora había plantado, y tuvo la certeza de que iban a salir adelante. Tuvo también la certeza de algo más, y al darse cuenta se levantó de la hierba húmeda para volver al Edificio, para buscar a su padre y decirle que ella no podía servirle de ojos. Que ella se tenía que quedar.

* * *

Sería Mat el que llevase a casa a Cristóbal.

Ya de noche se reunieron al borde del camino que salía del pueblo, el mismo camino que pasaba por el claro de Anabela y seguía adelante, y que al cabo de muchas jornadas llegaba al pueblo de la gente recuperada. Mat no paraba de dar brincos, ansioso de emprender el viaje, orgulloso de su papel de conductor. Palo, también él ávido de aventuras, correteaba husmeando de acá para allá.

—Sé que me echaréis de menos hurrible —dijo Mat confidencialmente—, y a lo mejor estoy fuera mucho tiempu, porque a lo mejor quieren que me quede de visita.

Y volviéndose a Cristóbal preguntó:

—¿Tienen montones de comida todo el tiempu? ¿Para los visitantes? ¿Y para los perritus?

Cristóbal, sonriendo, dijo que sí.

Entonces Mat se llevó aparte a Nora para decirle al oído un importante secreto.

—Yo sé que tú no puedes tener maridu por tu hurrible cojera —dijo en voz baja y contrita.

—No me importa nada —le tranquilizó ella.

Él le tiró de la manga con fuerza.

—Quería decirte que esa otra gente, los rotus, se casan. Vi allí un chicu de dos sílabas, que ni siquiera estaba rotu de tu misma edad. De fiju que podrías casarte con él —susurró solemnemente— si quisieras.

Nora le abrazó.

—Gracias, Mat —susurró a su vez—. Pero no quiero.

—Tiene unos ojus muy, muy azules —dijo Mat como si eso pudiera ser importante.

Pero Nora sonrió y negó con la cabeza.

Tomás llevaba el saco con las provisiones que habían reunido, y allí, en el arranque del camino, lo pasó a las robustas espaldas de Cristóbal. Luego se estrecharon la mano.

Nora esperaba en silencio.

Su padre comprendía su decisión.

—Vendrás cuando puedas —le dijo—. Mat irá y vendrá; será nuestro enlace. Y un día te llevará con él.

—Un día nuestros pueblos se conocerán —le aseguró Nora—. Lo estoy sintiendo ya.

Era verdad. Sentía el futuro en las manos, en las imágenes que las manos le apremiaban a hacer. Sentía que la ancha banda vacía de los hombros del manto la estaba esperando.

—Tengo un regalo para ti —le dijo su padre.

Ella le miró extrañada. Había venido con las manos vacías, y durante aquellos días había vivido oculto. Pero entonces le puso algo blando en las manos, algo que daba una impresión de consuelo.

Palpó lo que era, pero en la oscuridad no lo veía.

—¿Hilos? —preguntó—. ¿Una madeja de hilos?

Su padre sonrió:

—He tenido tiempo mientras estaba solo, esperando el momento de volver. Y mis manos son muy hábiles porque han aprendido a hacer las cosas sin ver. Poquito a poco deshice la tela de la camisa azul —explicó—. El niño me consiguió otra.

—La mangué —declaró Mat con el orgullo más natural.

—Así tendrás hilos azules —continuó Cristóbal—, mientras esperas a que se animen tus plantas.

—Adiós —susurró Nora, y abrazó a su padre. Vio cómo el hombre ciego, el niño rebelde y el perro del rabo torcido echaban a andar por la oscuridad del camino. Después, cuando dejó de verlos, volvió sobre sus pasos, en dirección a lo que la esperaba. Llevaba el azul reunido en la mano, y lo sentía estremecerse, como si hubiera cobrado aliento y estuviera empezando a vivir.

LOIS LOWRY, nació en Hawaii el 20 de marzo de 1937 con el nombre de Lois Ann Hammersberg. Era la mediana de dos hermanos Helen y John. Su padre fue dentista del ejercito estadounidense, por lo que vivió en muchas lugares de EE.UU y en diferentes partes del mundo durante la Segunda Guerra Mundial. En 1962 Helen falleció, este hecho inspiró en cierto modo a Lois para escribir su primer libro y uno de los más conocidos
Un verano para morir
, publicado en 1977. Lois se casó a los 19 años con Donald Lowry y tuvieron cuatro hijos. Una de las aficciones de Lois era la fotografía, de modo que lo convirtió en profesión llegando a participar como periodista independiente en la revista Redbook, ahí llamó la atención de Houghton Mifflin, editor, que viendo la facilidad que Lois tenía para ver el mundo a través de los ojos de los niños la animó a editar alguno de sus libros.

Lois se convirtió en escritora infantil, comenzó a publicar a los cuarenta años y desde entonces ha escrito más de 30 libros para niños y publicó una autobiografía. Dos de sus obras han sido galardonados con el prestigioso premio Newbery:
Cuenta las estrellas
en 1990, y
El Dador
en 1993.

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