En el océano de la noche (32 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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—La chica no habría estado sobrevolando esa zona si no hubieran reforzado el presupuesto asignado a la Luna.

—Sí. Es un silogismo elegante, ¿no? Lógico hasta la última coma salvadora. —Nigel soltó una risita desprovista de humor.

—No estás convencido.

—No.

—El resultado fue positivo —arguyó Ichino.

—No me gustan las mentiras. Eso es lo que fue, eso es lo que es. Y nunca puedes estar seguro, en eso reside la dificultad. Creemos que los políticos y el público y los Nuevos Hijos y Dios sabe quién más se habrían horrorizado si se hubieran enterado de que Evers le disparó una bomba al Snark, y lo ahuyentó. Y destruyó nuestras esperanzas. Diablos, podría haber provocado una guerra, por lo que sabemos. Y la reacción adversa podría haber descalabrado la NASA y nunca habríamos tenido la oportunidad de buscar los restos de Marginis. Pero no sabemos qué habría ocurrido en realidad.

—Nunca lo sabremos.

—Claro. Claro.

Nigel jugueteó con sus manos, flexionó las piernas para sentarse en otra posición, miró tristemente a los grupos de personas que comían en el parque. Ichino intuyó las tensiones alteradas de ese hombre y comprendió que necesitaba agregar algo más. Señaló hacia el horizonte occidental.

—Mira.

Un entretenimiento de mediodía. Un veloz avión acrobático iniciaba una escultura de nubes: El piloto hendía, recortaba, expelía y cercenaba el blanco cúmulo meloso. Un ser cobró forma: cola enroscada, aletas exageradas, bolas nudosas de algodón a manera de pies. El trabajo estuvo admirablemente sincronizado: cuando el avión remolcó las últimas vaharadas hasta sus respectivos lugares para conformar la cara hocicuda, los ojos se tornaron ominosamente oscuros. Los globos oculares se dilataron y se tiñeron de púrpura y de súbito un rayo zigzagueó entre ellos, confiriéndole al dragón de alabastro un soplo de vida. Enseguida un frente de tormenta partió al monstruo en dos, entre una tromba de nubes amenazantes. Los truenos retumbaron en el parque. Una llovizna brumosa se precipitó sobre Los Ángeles.

Cuando Ichino volvió a mirar a Nigel, la postura de éste le indicó que había desahogado parte de su tensión. Exhibía una vez más su habitual entusiasmo reflexivo.

—¿Has averiguado algo más? —preguntó Ichino.

—Mucho —respondió Nigel distraídamente—. O mejor dicho, he acumulado muchos resultados negativos.

—¿Acerca de Wasco?

—Sí. El Artefacto de Wasco, como lo llaman. No lo pueden catalogar como una bomba, porque nadie lo dejó caer. Estaba implantado más o menos a un kilómetro de profundidad en un lecho de roca. Debía de tener aproximadamente treinta megatones. Un perfecto dispositivo de fusión.

—Oí decir que hubo poca radiación —dijo Ichino.

—Sí, sorprendentemente escasa. Más limpio que todas las bombas conocidas hasta ahora.

—No era nuestro.

—No, claro que no. Según la versión oficial, una multitud de expertos piensa que se trató de un accidente humano, pero no he encontrado a nadie que se lo trague. No, fue extraterrestre. Lo detonaron los restos de Marginis al mismo tiempo que fulminaban la nave de reconocimiento uno cero cinco.

—¿Pero por qué? Si los restos creían que los estaban atacando...

—No busques un orden lógico en esto. Se trata de una nave descalabrada, y punto. Estuvo a punto de matar a la chica, y después destruyó a la uno cero cinco y una orden inserta en su memoria le hizo detonar la explosión de Wasco. El artefacto de fusión estaba allí, almacenado quizás en un arsenal o una base... Escucha, todo esto es un embrollo, simples conjeturas. Lo cierto es que no tenemos ningún dato concreto.

—¿Los hombres que trabajan en los restos no corren peligro, si sabemos tan poco acerca de lo que desencadenó todo esto?

—Supongo que sí. Aunque los restos tienen un lado ciego: la colina sobre la que se apoya oculta la mayor parte del cielo, en esa dirección. Así fue como los tres tipos consiguieron rescatar a la chica a tiempo. Volaron a través del Mare Crisium a baja altura, se posaron sobre la otra vertiente de la colina y se limitaron a contornearla. Al parecer, la nave caída no dispara contra nadie que esté en el suelo. De modo que así fue como se la llevaron: en estado de shock pero recuperable.

—¿No intentaron atravesar la barrera invisible?

—No habría tenido sentido. Por lo menos entonces. En el ínterin algunos físicos la han embestido. Dicen que se trata de una corriente electromagnética de alta frecuencia, con una extraordinaria densidad de energía. Pero es impenetrable.

—Ah.

Nigel lo miró de soslayo. Ichino sonrió. El viento hizo ondular el follaje del pimentero, susurró por el parque y se coló entre ellos.

—¿Adónde quieres llegar, Nigel?

—Es obvio, ¿verdad?

—Sabes que me jubilo. No puedo seguir ocupándome de este enigma.

—Lo sé, pero...

—Espero que no pienses que podrás disuadirme.

—No. No soy tan tonto. Pero te equivocas cuando dices que no podrás participar.

Ichino frunció el entrecejo.

—¿Cómo?

Nigel se inclinó ansiosamente hacia delante.

—He leído el estudio preliminar sobre el cráter de Wasco. Es un hoyo colosal y la tierra ha sido devastada en un radio de setenta y cinco kilómetros. Pero ahí termina la labor detectivesca. El lugar donde estaba almacenado el artefacto de fusión ha desaparecido.

—Por supuesto. Ahí no hay nada de interés. El único lugar donde se puede investigar es la Luna.

—Quizá, quizá —respondió Nigel con tono informal—. Pero supongamos que alguien haya almacenado algo en Wasco. ¿Por qué? Habría sido más fácil ocultarlo en la Luna.

—A menos que quien lo hizo estuviera trabajando en la Tierra.

—Precisamente. Bueno, no hay ninguna pista que indique la antigüedad de la nave caída. Probablemente antes estuvo camuflada y por eso nadie la vio durante la exploración de Marginis. Pero si hace mucho tiempo que los restos están allí, es posible que antiguamente hayan operado en la Tierra.

—Y tú quieres que busque rastros de ello.

—Eh...sí.

—Es interesante.

—Todo depende del lugar al que te retires.

Ichino lo miró, perplejo.

—Bueno, digamos que este invierno pasas una temporada en los bosques del Norte. —Nigel separó las manos y se encogió de hombros, con su ademán habitual de espontaneidad y prudencia—. Y que indagas sí hay antecedentes de actividades insólitas.

—Me parece extravagante.

—Éste es un caso extravagante.

—¿Piensas en serio que existe una probabilidad de éxito?

—No. Pero hemos dejado de ser razonables. Imaginamos lo que es casi inimaginable.

—Nigel. —Ichino se inclinó hacia delante desde su postura de yoga y tocó la muñeca de Nigel. Vio en los ojos de éste una expresión formal, excitada. En esa tensión dinámica había algo que Ichino reconoció como propio. Así había sido él años atrás. Al fin y al cabo, Nigel era nueve años menor—. Nigel, quiero terminar con esto. Aquí no me siento en paz.

—Si lo intentaras quizá podrías conseguir que te manden a trabajar en los restos de Marginis.

—No. La edad, la inexperiencia... No.

—De acuerdo, entonces. Concedido. Pero puedes hacer una aportación aceptando esta misión engorrosa... Quizás haya algo para descubrir allí. Un rastro, un fragmento... no sé.

—La NASA lo descubrirá.

—No estoy tan seguro de eso. Y aunque lo descubra... ¿podemos confiar en que lo dará a conocer? ¿Ahora que los Nuevos Hijos tienen tanto poder?

—Entiendo.

El rostro de Ichino adquirió una expresión abstraída, insondable, concentrada. Se humedeció los labios. Paseó la mirada por el parque, donde el aire rielaba a lo lejos, recalentado por el sol estival. Observó que Nigel le daba tiempo, prudentemente, para asimilar las palabras y los argumentos. De cualquier forma, Ichino vacilaba. Estudió a las personas que holgazaneaban y comían alrededor de ellos, separadas, sobre el césped esmeralda, por las distancias que imponía la intimidad. Empleados de oficina, lectores de periódicos, vagabundos, usufructuarios de la caridad pública, ancianos, estudiantes, moribundos, embebiéndose todos ellos en el sol misericordioso. Por el sendero de lajas transitaban hombres de negocios, siempre en parejas, siempre conversando, formalmente distantes y formalmente encaminados hacia otro lugar. Vulgares. Ordinarios. Era muy curioso hablar de los extraterrestres en medio de ese mundo implacablemente mediocre. Se preguntó si Nigel no sería más sutil de lo que parecía. En esa atmósfera había algo que le permitió, a Ichino, cambiar de idea.

—Muy bien —dijo—. Lo haré.

Nigel sonrió y las comisuras levantadas de su boca destilaron una alegría infinita, infantil. Una esperanza sazonada. Un ímpetu recuperado.

SEXTA PARTE

2018

1

Nigel leyó el memorando reproducido sobre la pantalla:

Emplazamiento 7 (proximidades Mare Marginis)

8 de octubre de 2018

A: John Nichols, Base Alphonsus

BOLETÍN DE OPERACIONES

Asignación de turnos rotativos para trabajos de interferencia con red de ordenadores extraterrestres.

Equipo número uno: Misión principal: Compilación de inventario mediante lectura directa.

J. Thomson - análisis

V. Sanges - técnico electrónico

Equipo número dos: Misión principal: Traducción. Búsqueda de analogías con formas lingüísticas terrestres (tales como sujeto-predicado, contexto de repetición silábica, etcétera) en secuencias “idiomáticas” visibles.

A. Lewis - lingüista

D. Steiner - técnico electrónico

Equipo número tres: Programa de investigación exploratoria general. Comunicar resultados a equipos número uno y número dos.

N. Walmsley - especialista en sistemas de ordenadores y lenguaje

N. Amajhi - técnica electrónica

Las operaciones se realizarán en un programa continuo de veinticuatro horas, siete días por semana. Los resultados importantes serán comunicados directamente a Alphonsus mediante rayo láser reflejado sobre el satélite sincrónico C, colocado el 23 de septiembre (tipo multicanal). Entendemos que Alphonsus reservará un canal para el contacto directo con el Grupo de Estudio de Operaciones de Kardensky, en Cambridge, que suministrará apoyo técnico y bibliográfico con los sistemas de información necesarios.

Este comunicado responde a las instrucciones de la Comisión Especial del Congreso tal como fueron formuladas el 8 de septiembre de 2018.

(firmado)

José Valiera

Coordinador

Nigel frunció los labios. Había algunos detalles interesantes mezclados con la jerga. El esquema básico del grupo era el de un núcleo intensivo con un sistema de respaldo de base amplia, es decir, el modelo preferido de los teóricos de la investigación. Esos tres equipos eran el núcleo intensivo. Él preveía jornadas agotadoras: desde la Tierra ejercerían una fuerte presión.

Lo más importante era que él y Nikka Amajhi estarían juntos en el mismo equipo.

Nigel asintió para sus adentros y le volvió la espalda a la pantalla. El corredor estaba vacío. En verdad, toda la sección principal del Emplazamiento Siete le había parecido casi desierta desde el momento de su llegada hacía cuatro horas. La mayor parte del personal se hallaba excavando más túneles. Nigel recorrió el pasillo tubular y consultó el diagrama de la base. Sí, ésa era el área de trabajo. No tardó en encontrar la puerta que buscaba y entró.

Una mujer delgada estaba sentada en un rincón, ajetreándose con unos dispositivos electrónicos. El recinto tenía una iluminación débil para facilitar la máxima visibilidad en las dos enormes consolas de comunicación que miraban hacia la pared del fondo. Ése era el nexo del trabajo que deberían realizar. La mujer levantó la vista distraídamente.

—¿Extraviado?

—Posiblemente.

—El plano más próximo está... Oh. Un momento. ¿Tú eres...?

—Nigel Walmsley.

—¡Oh! Yo soy Nikka Amajhi.

—Oh —absurdamente, se sintió incómodo.

—Creo que vamos a trabajar juntos.

Ella se puso en pie y tendió la mano. Su apretón fue franco, enérgico. En sus facciones él vislumbró un aire de parcial reticencia, como si en el fondo bulleran más emociones de las que aparecían en la superficie.

—Tú eres la que trabaja en el interior de la nave.

—¿Lo deduces de mi complexión física? —Nikka hizo una bella reverencia, levantándose a medias sobre las puntas de los pies en la escasa gravedad y balanceándose sobre uno de éstos. Su uniforme se adhería al cuerpo y hubo algo en su ademán, en la intersección de su cintura de avispa con las opulentas caderas, en su gracia refinada, que le sacudió con un impacto casi físico. Nigel se pasó la lengua por los labios y los encontró secos.

—Oh, sí. A nadie le gustaría que una mole como yo arrastrara los huesos por esos túneles.

—No podrías. Eres demasiado corpulento.

—Y viejo.

—No lo pareces.

Nigel murmuró unas palabras amables y desvió el tema hacia un accesorio electrónico que le llamó la atención. Sabía cuál era el problema. Conocer a otra persona por su reputación, por algo que ha hecho, tiene sus riesgos. La obra o la hazaña ejecutada se convierte en una especie de halo que impide captar una imagen nítida. A veces la aureola de reputación tenía ventajas: podía emplearla en las fiestas para alejar a la gente, o era la llave especial que le abría las puertas de lugares en los que en otras condiciones no habría podido entrar. Pero la aureola era falsa. Era el Astronauta Famoso o el Hombre Intrépido. Sin embargo, no era lo uno ni lo otro, así como tampoco era exclusivamente lo que parecía indicar cualquiera de los otros varios aspectos de su vida. Lo mismo se aplicaba a Nikka. La conocía como una mujer despierta, ya célebre en los medios de comunicación. Y probablemente era muy distinta de como él la veía en razón de sus ideas preconcebidas. Bueno, no había más remedio: a falta de medios sutiles él tendría que forzar las cosas.

—Te comportaste de forma muy valerosa —dijo Nigel bruscamente.

—¿Cómo? —preguntó ella, desconcertada.

—Cuando te derribaron.

—Oh. ¿Eso? —Lo miró de frente, fastidiada—. Me limité a preservar mi vida. Hice lo que cualquiera habría hecho. No fue un acto de valor.

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