—Será mejor que eches un vistazo allí. —De repente, la voz irradiada desde Alphonsus se había puesto tensa.
Nikka se apeó, llevando consigo la herramienta para todo uso, y trabajó durante unos minutos en la proa del deslizador. Era un conglomerado de metal y cables retorcidos. Nikka consiguió deslizar los dedos hasta treinta centímetros de los cilindros de oxígeno allí almacenados, pero no más. El uniforme adherido a la piel le permitía desplegar una gran destreza manual, y sabía que probablemente podría insinuar unos pocos dedos hasta más cerca de uno de los cilindros, pero en ese ángulo tampoco podría quitar el cierre. La colisión había roto la mayoría de los cilindros, pero era posible que dos de ellos aún tuvieran presión positiva. Tironeó durante varios minutos más de la parte delantera del deslizador, descansó un momento y luego repitió la tentativa. Nada se movió.
—Alphonsus.
—Correcto. El uno cero cinco llegará allí dentro de diez minutos.
—Estupendo. Lo necesitaré. Tenía una conexión directa con los cilindros de proa. La línea se vació inmediatamente después del descenso... El cilindro que estaba usando se rompió. Supongo que me desvanecí. La consola me empalmó automáticamente con el cilindro de emergencia instalado detrás del asiento y de ahí procede el oxígeno que respiro ahora. Los cilindros de delante están atascados por las tuberías y el parachoques. La proa se ha replegado por completo hacia dentro. —Nikka miró el cielo—. Tendré que ver ese...
Hubo un destello fulgurante y silencioso. Algo se desprendió de la cúpula cobriza implantada en la ladera y se alejó con una trayectoria curva. Sobre el horizonte lejano se produjo una súbita explosión amarilla, una bola que perdió consistencia y se disipó en pocos segundos.
—Algo... —empezó a decir Nikka.
—Hemos perdido al grupo de reconocimiento uno cero cinco. Su transporte ha desaparecido.
A continuación se oyó un murmullo confuso de voces que duró varios minutos. Nikka permaneció callada, mirando la enorme cúpula que se levantaba a unos trescientos metros. Era inmensa, ostensiblemente artificial: una opaca esfera abollada que se adhería a la ladera. El resplandor repentino parecía procedente de su base.
Pasaron varios minutos antes de que Alphonsus volviera a hablar.
—Me temo que algo ha...
—No importa, lo sé. Vi cómo sucedía. Esa nave ha desaparecido. —Describió la cúpula—. Vi cómo disparaba contra algo que se hallaba cerca del horizonte, alrededor de... —calculó las coordenadas y las recitó—, y dio en el blanco. Supongo que eso fue lo que destruyó la cola de mi deslizador. Los tripulantes del uno cero cinco tuvieron menos suerte.
Se hizo un silencio interrumpido sólo por descargas de estática solar.
—Nikka, escucha, no entendemos lo que sucede. ¿Qué es esa cúpula?
—Que el diablo me lleve si lo sé. —Hizo una pausa—. No, espera, hay algo que sí puede ser. Obviamente nosotros jamás construimos algo semejante. Es descomunal y parece ser una esfera que se estrelló aquí. Pienso que está relacionada con el Snark.
—El Snark no dejó nada.
—¿Estás tan seguro? O quizá llegó antes. Esa señal que mencionó el Snark, algo que procedía de la Luna, ¿recuerdas? Quizá fue esto lo que la irradió.
—Es posible. Escucha, esta conversación carece de sentido. Tenemos que enviar a alguien allí para que le eche un vistazo y te recoja. Eso es lo que me preocupa. Hemos perdido tanto tiempo que no creo que ninguna nave pueda llegar antes de que se te agote la provisión de oxígeno. Eso, suponiendo que no la destruyan antes.
—Yo pensaba lo mismo. Dispongo de aproximadamente media hora.
Nikka enunció las palabras pero no pudo darles crédito. Media hora no era nada: lo que duraba una larga conversación telefónica o un noticiario.
—Dios, tiene que haber alguna solución. Oye, toda la proa ha sido diseñada de forma que sus piezas se ensamblen. ¿No puedes desmontar una parte y llegar a los cilindros?
—Se ensamblaban en condiciones normales. He tratado de zafar las piezas, pero es imposible.
—Esos treinta minutos suponen movimientos y ejercicios. Es sólo un promedio. ¿Por qué no te acuestas y te relajas?
—Será inútil. Quizás así gane un cincuenta por ciento de tiempo, ¿pero cuánto crees que tardará en bajar mi metabolismo después de un accidente como éste?
—Tienes razón. —Se hizo el silencio de nuevo.
No parecía haber mucho que agregar. La simple aritmética daba siempre el mismo resultado, cualquiera que fuese la forma en que se hacía el cálculo. La caja de herramientas no contenía un soplete, de modo que tampoco podría cortar el metal.
Alphonsus estaba diciendo algo, pero Nikka no consiguió concentrar su atención en la voz. Se sentó y miró el terreno escabroso, jalonado de rocas, poblado de cráteres, plácidamente dormido bajo el Sol fulgurante. Y pronto, antes de una hora, ella se incorporaría al paisaje. Parecía increíble: a pocos centímetros de ella, al otro lado de la visera de plastiforme, aguardaban el vacío total, el silencio total, la muerte total. Ella era una burbuja de vapores y fluidos, de sabores almizclados y acres y salinos, de músculos, de instintos y de vida. Sólo una piel delgada la separaba de ese mundo estático y pronto la diferencia sería aún menor.
—Nikka Amajhi. Nikka Amajhi.
—Sigo aquí.
—Hemos tratado de imaginar algo, pero...
—No hay nada que hacer.
—¿No llevas ningún objeto que pueda servir en el deslizador? El reglamento no lo permite, pero podrías haber cogido un soplete o algunas herramientas adicionales o...
—No.
—Bien... —su tono se hizo urgente—, mira en torno. Tal vez haya algo...
—Espera. —Nikka pensó frenéticamente—. No puedo desprender las planchas de proa que cubren los cilindros de oxígeno. Sabes por qué me han elegido para estos trabajos de exploración: soy liviana, menuda y gasto menos combustible. No puedo abrir nada sirviéndome de la fuerza.
—Espera... Nikka, acabamos de recibir un mensaje urgente de la Tierra. Hace unos instantes ha tenido lugar un estallido de fusión en el noroeste de Estados Unidos. Aparentemente no se trata de una guerra, sino de un extraño accidente.
—¿Y qué? Eso me importa un bledo.
—Tal vez...
—¡Voy a morir aquí, desgraciados!
—Nikka, escucha... Lo que sucede es que la Tierra quiere que controlemos todo el tráfico espacial profundo. Por si una de las grandes potencias intenta... bien, no importa. Aquí vamos a estar muy ocupados, pero te daremos toda la ayuda...
—Estupendo, estupendo. Sólo te pido que te calles. Estoy pensando... Evidentemente estos restos corresponden a una nave... quizá pueda conseguir algo. Introducirme en ella. Buscar...
—Sí, claro. No descartes nada...
—Probablemente me matará de entrada. Pero, desde luego, eso será mejor que... Me encaminaré ahora mismo hacia allí.
Cortó la comunicación antes de que su interlocutor pudiera agregar algo más. No caminó sino que corrió, porque sabía que el consumo de oxígeno no variaría mucho. Experimentó un acceso de energía, una aceleración del pulso. Era bueno pisar nuevamente suelo firme, en libertad. Ya no caía como un pájaro herido e inerme.
Se sintió de tal forma transportada por el entusiasmo, tan segura de que el artefacto cobrizo presagiaba su salvación, que el choque con la nada la cogió totalmente desprevenida. Su nariz se estrelló contra la visera protectora, y roció el casco con una fina pulverización de gotas de sangre. Cayó hecha un ovillo de brazos y piernas.
Se sentó y sacudió la cabeza. Algo le zumbaba en el oído: el sistema vital, que anunciaba la hemorragia. Pulsó un control de la parte posterior del casco y una cinta transportó hasta su boca una píldora coagulante sostenida por un lazo. La ingirió, tragó un poco de agua y se detuvo a pensar.
Era difícil aclarar las ideas. Le palpitaba la cabeza y tenía un sabor arenoso en la boca. El impacto había destruido su certidumbre exuberante, pero hizo un esfuerzo para levantarse y permanecer en pie.
Al principio se dijo que debía de haber tropezado, pero no... había marcas sobre el polvo en el lugar en el que había resbalado hacia atrás. Tenía que haber chocado contra algo. Pero no había... nada...
Se adelantó, estiró la mano y sintió una presión manifiesta contra la palma. Deslizó la mano hacia arriba y abajo, y hacia los costados, explorando varios metros en ambas direcciones. Algo invisible —la idea casi la hizo reír— le empujaba la mano. No, no la empujaba, sino que estaba simplemente allí. Algo sólido, un muro. Apartó la mano y se miró la palma. Tenía un curioso aspecto moteado, con grumos marrones y anaranjados sobre el plastiforme negro.
En parte por precaución, pero sobre todo porque necesitaba hacer algo mientras trataba de reflexionar, Nikka dio media vuelta y caminó nuevamente en dirección al deslizador. El muro invisible estaba por lo menos a cien metros de la cúpula y ella empezó a sospechar de qué se trataba. Cuando llegó al deslizador arrancó un tubo largo que la colisión había zafado a medias y regresó al muro. Adelantó el tubo, tomó contacto y lo apoyó enérgicamente. No, no era un muro sólido. Sintió una extraña resistencia flexible: el tubo penetró un poco y se detuvo cuando no pudo empujar con más fuerza. Lo sostuvo firmemente y esperó. Nada pareció suceder. Después de unos minutos lo retiró.
El extremo del tubo de aluminio tenía los bordes desdibujados, imprecisos. Se había derretido. De alguna manera ese obstáculo transmitía calor a todo lo que se apoyaba contra él.
No obstante su impaciencia, sintió que le recorría un escalofrío de miedo. Sin dejar de apretar el tubo contra la resistencia inalterable, se volvió y caminó. El muro invisible no tenía solución de continuidad. Después de marchar tres minutos se detuvo y miró hacia atrás. Sus pisadas describían un arco de amplia y ligera curvatura cuyo centro estaba en la cúpula. Parpadeó para librarse de la transpiración que hacía que le escocieran los ojos y lamentó no poder frotarlos. No parecía quedar otra alternativa que seguir adelante. Continuó avanzando, sin dejar de trazar la curva del muro invisible, hasta que llegó a un afloramiento rocoso que se levantaba al pie de la sierra. No estaba más cerca de la cúpula y los minutos se habían desgranado implacablemente.
Giró y se encaminó de nuevo hacia el deslizador, trastabillando en la roca gris desmenuzada que cubría el lecho del valle. Comprendió con amarga certidumbre que nunca llegaría a la cúpula, que nunca encontraría nada que pudiera servirle. La ayuda humana estaba lejos. Carecía de medios para recuperar sus cilindros de reserva, en el supuesto caso de que no estuvieran todos averiados.
Un extraño sentimiento de miedo y desesperación se apoderó de ella cuando volvió la vista hacia los restos de la nave. De otro mundo. Hostil.
Trastabilló nuevamente, levantando una nube de polvo... ¿era ése el primer síntoma de la carencia de oxígeno? Se mordió el labio. Decían que todo empezaba por un exceso de anhídrido carbónico. Más que la falta de oxígeno, eso sería lo que provocaría la reacción de los pulmones. Caminó hasta el borde de un pequeño cráter. Una roca había rodado al interior, triturando una parte del contorno. Se dejó caer contra la roca y encontró un lugar donde sentarse. Notó que resollaba. Tenía un sabor agrio, acre, en el aliento. Rogó que ésa fuera una señal de fatiga y nada más. ¿Cuánto tiempo le quedaba? Controló la hora y trató de calcular su promedio de consumo de aire. No, no podía confiar en eso. Había corrido, había trabajado... Tal vez le quedaban entre diez y veinte minutos.
Recordó las conferencias y los diagramas sobre privación de oxígeno. Parecían remotos e irreales. Capilares reventados, esfuerzo cardíaco... Sólo palabras.
Hizo una mueca. Sólo le quedaba la posibilidad de seguir sentada y dejar que pasara el tiempo, esperando la muerte. De todos modos era por eso que estaba allí, porque se dejaba llevar, esperando que sucedieran las cosas. Si se hubiera levantado y hubiese dicho que no quería hacerlo, no la habrían enviado a ese lugar. Sí, sus reflejos de vuelo eran excelentes y era liviana. Habían verificado todo eso y mucho más. Pero siempre se había sentido inquieta, como si le faltara un talento que los otros tenían. Quizá se trataba sencillamente de las aptitudes mecánicas... En realidad ella era técnica electrónica, no mecánica.
Pero tenía condiciones, veía desde arriba los lugares adecuados para realizar perforaciones en busca de agua y sabía sobrevolarlos magistralmente para estudiarlos mejor. Era joven y resistente y confiable. De modo que empezó a volar y se acostumbró a ello, e iba y venía gobernándose por su propio horario, con la engreída sensación de que disfrutaba de libertad para viajar en un mundo donde los demás pasaban los días dentro de laboratorios atestados, sepultados decenas de metros por debajo de la superficie gris de la Luna.
¿Recorrer medio millón de kilómetros para después vivir encerrada?, les había dicho a sus padres. ¿Perderse el espectáculo de los misterios helados y abruptos que los rodeaban y privarse de las aventuras? Eso pensaba, sintiéndose cautivadora, y olvidaba el peligro.
Era fácil relajarse en la rutina, así como era deliciosamente sencillo aprender las maniobras acrobáticas del deslizador, memorizar el mapa verde acolchado, adiestrarse.
Allá en la Tierra le había sucedido lo mismo con Toshi, antes de todo eso. Se sentía segura de su
statu
, segura de que Alicia no representaba ninguna amenaza, y Alicia le había arrebatado a Toshi casi sin ningún esfuerzo. Ella había permitido que Alicia se lo quitara, había llegado a la conclusión de que era más fácil callar y ser amable y sonreír, y así era también como le había endilgado esa misión, y ahora iba a morir por ello, iba a exhalar el último suspiro porque rehuía el fragor de la contienda, porque no podía soportar esa tensa crispación nerviosa del estómago...
Se alzó lentamente, muy lentamente. Apenas había vislumbrado la idea, pero cuando la revolvió en su cabeza se convirtió en algo concreto.
Sin embargo, ¿podría levantar el deslizador? Nunca lo había intentado. ¿Había alguna manera de hacerlo? Alphonsus lo sabría. Ellos tenían más experiencia en esos menesteres. Podía comunicarse y preguntar... Qué ridículo, no, no tenía tiempo para eso. Giró y echó a caminar lenta, sistemáticamente, ahorrando energía. El polvo crujía bajo sus botas y a medida que se acercaba al deslizador lo estudiaba con toda atención.