En el océano de la noche (37 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #ciencia ficción

BOOK: En el océano de la noche
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Sin embargo, el ruido no había emanado de su imaginación. Quizá lo había producido la nieve apelmazada al caer de la rama alta de un pino, pero Ichino no creía que ésa hubiera sido la causa.

7

Después de la cena Nigel se detuvo en el pasillo tubular, jugando distraídamente con una moneda, preguntándose qué haría en sus pocas horas de tiempo libre. Probablemente estudiar, pensó. Volvió a arrojar la moneda al aire, y la miró. Era un penique británico, un amuleto. Un defecto le llamó la atención. Junto a la fecha —1992— había una imperfección, una ampolla de metal de un décimo de milímetro de ancho. Aparecía sobre el reverso, que mostraba la espiral giratoria de la galaxia con el león británico superpuesto: un tributo pasajero a las efímeras iniciativas espaciales conjuntas euro norteamericanas. Nigel hizo un cálculo rápido: el disco de la galaxia tenía un diámetro de aproximadamente 100.000 años-luz, de modo que... el resultado lo sorprendió. A escala de la galaxia, la pequeña imperfección representaba una esfera de cien años-luz de diámetro. Dentro de ese punto florecían un millón de estrellas. Escudriñó el minúsculo defecto. Claro que conocía las cifras de memoria, pero las cosas, vistas desde esa perspectiva, cambiaban. Un volumen de cien años-luz en torno a la Tierra implicaba una dimensión enorme, que el hombre no estaba en condiciones de imaginar en términos concretos. Verlo representado como un punto de la galaxia le ayudó a entender de pronto lo que debía de ver el Snark y lo que ellos estaban abordando allí. Civilizaciones semejantes a granos de arena. Vastos corredores de espacio y tiempo. Lanzó la moneda al aire, con las manos curiosamente heladas.

—Hola.

Nigel giró la cabeza y vio que Sanges estaba junto a él.

—Hola.

—El Coordinador me ha dicho que quiere verlo en su oficina.

—De acuerdo. Iré enseguida. Antes debo darle un apretón de manos al mejor amigo de la esposa.

—Ah... No sabía que estaba casado.

—No lo estoy. Quiero decir que debo ir a mear.

—Oh, qué gracioso.

Cuando Nigel salió nuevamente del lavabo de hombres descubrió que Sanges lo estaba esperando. Se sorprendió. ¿Desde cuándo necesitaba una escolta para encontrar el despacho de Valiera?

—¿Ha visto las nuevas instrucciones sobre personal? —preguntó Sanges con tono amistoso mientras caminaban juntos.

—No perdería el tiempo en sonarme la nariz con ellas.

—Debería hacerlo. Quiero decir que debería leerlas. Parece que no recibiremos refuerzos.

Nigel se detuvo, miró a Sanges, perplejo, y después siguió marchando.

—Qué estupidez.

—Quizá sí, pero tendremos que resignarnos.

—La noticia no parece inquietarle mucho.

Sanges sonrió.

—No, no me inquieta. Deberemos trabajar con mucha parsimonia. La prudencia será recompensada.

Nigel lo miró de soslayo y no hizo ningún comentario. Llegaron al despacho de Valiera y Sanges lo invitó a entrar, mientras él permanecía fuera.

Valiera lo estaba esperando e inició la conversación con una serie de preguntas joviales sobre los aposentos de Nigel, la rutina de trabajo, los horarios y la calidad de la comida. A Nigel le alegró que la Luna, que carecía de atmósfera, no le diera a Valiera la oportunidad de hacer comentarios sobre el estado del tiempo. Entonces, repentinamente, Valiera exhibió una sonrisa afectuosa y murmuró:

—Pero la parte más ardua de mi labor, Nigel, será usted.

Nigel arqueó las cejas.

—¿Yo? —preguntó inocentemente.

—A usted le veneran. Y parece tener un talento especial para sobrevivir, incluso cuando decapitan a sus superiores en la organización. Me resultará difícil dirigir el programa con un hombre famoso a mis órdenes.

—Entonces no lo haga.

—No le entiendo.

—Deje que los acontecimientos sigan su curso. No los dirija.

—Eso es imposible.

—¿Porqué?

—Estoy seguro de que usted lo sabe.

—Me temo que no.

—Me presionan —respondió Valiera cautelosamente—. Hay otros personajes que ambicionan mi puesto. Si no obtengo resultados...

—Sí, sí, todo eso lo entiendo. —Nigel se encorvó hacia delante—. Todos quieren resultados, como si se tratara de salchichas fabricadas en serie. Cuando se enfoca la investigación en esos términos el talón de Aquiles consiste en que no es posible planearla de arriba abajo.

—Hay ciertos parámetros...

—Me cago en los parámetros. Todavía no tenemos ningún indicio acerca de lo que es esta chatarra.

—Tiene razón. Estoy aquí para garantizar que lo descubriremos.

—Pero ésa no es la forma de hacerlo. Escuche, yo sé cómo funcionan los gobiernos. Prométales una agenda de trabajo y los tendrá a sus pies. No quieren que uno lo haga bien sino que lo termine mañana.

Valiera entrelazó las manos y asintió sagazmente.

—Pero las agendas de trabajo no son perjudiciales.

—No estoy muy seguro de ello.

—¿Por qué no?

—Porque... —alzó las manos, exasperado—, si quiere completar el trabajo mañana, ya da por supuesto que habrá un mañana, en esos términos... o sea, que todo seguirá como de costumbre. Pero si anda en pos de algo que realmente alterará las cosas, entonces ese algo no se limitará a explicar y aclarar, sino que cambiará el mundo.

—Entiendo.

—Y eso es lo que no puede programar, ¿sabe?

Nigel se dio cuenta de que su respiración se había agitado un poco y vio que Valiera lo miraba con curiosidad, inclinando la cabeza.

—Habla como un visionario, Nigel. No como un científico.

—Bueno, supongo... —Nigel buscó las palabras, embarazado—. Personalmente nunca he sido un especialista en definiciones —murmuró en voz baja, mientras se levantaba.

8

Nigel miró atentamente la pantalla que tenía frente a él y dijo por el micrófono de garganta:

—Temo no entenderlo yo tampoco. Me parece otra de esas absurdas configuraciones de puntos.

—Sí, absurdas para nosotros —floreció la voz de Nikka metálica y lejana, en su oído.

—Está bien, lo asentaré en el registro pasivo. —Nigel pulsó algunos botones de mando—. Mientras transmitías eso recibí una respuesta del grupo de Kardensky. ¿Recuerdas la rata? Bien, no es una rata ni ningún tipo de roedor conocido por nosotros. Aparentemente no fue retratada en la Tierra y debe de medir por lo menos un metro de altura, a juzgar por la estructura visible de los huesos de sus espolones.

—¡Oh! Entonces es nuestra primera imagen de vida extraterrestre —exclamó Nikka, emocionada.

—Efectivamente. Kardensky la ha enviado a la comisión especial de la National Science Foundation, para que la publique.

—¿No deberíamos consultarlo con el coordinador Valiera? —Hizo la pregunta con tono preocupado.

—No te inquietes por eso, cariño. Estoy seguro de que los Nuevos Hijos controlan estrictamente lo que sale de la NSF. No tienen que depender de Valiera.

—Valiera no es un Nuevo Hijo —protestó Nikka, enfadada—. Estoy segura de que es imparcial.

—No he dicho que es un Nuevo Hijo, pero por otra parte no creo prudente suponer que no lo es. “No elaboro hipótesis”, como dijo Newton. Escucha, sea como fuere, tenemos que seguir trabajando.

Nigel cambió de posición, incómodo, en su asiento, y atenuó la iluminación de la parte superior de la consola. La temperatura de la habitación pequeña, atestada, era unos cinco grados inferior a la que él prefería. El Emplazamiento Siete había sido edificado con bastante premura y los constructores habían descuidado algunos refinamientos, como un adecuado aislamiento y un buen sistema de circulación de aire.

Estudió sus notas durante un rato.

—Muy bien, entonces probemos la secuencia 8C00E.

Escribió algo. Al buscar información en la memoria de un ordenador totalmente desconocido, la dificultad consistía en que era imposible saber cómo estaba catalogado. La intuición le decía que las primeras combinaciones de la consola extraterrestre debían de ser de naturaleza más general que las posteriores, como si se tratara de una combinación de números arábigos ordinarios. El problema era que incluso en las lenguas terrestres la secuencia lógica de izquierda a derecha no era más común que las secuencias de derecha a izquierda o de arriba abajo o que cualquier otro encuadramiento que a uno se le pudiera ocurrir. Incluso era posible que los extraterrestres no hubieran utilizado un ordenamiento escalonado.

Hasta ese momento había tenido bastante suerte. Ocasionalmente, combinaciones análogas de la consola generaban en la pantalla imágenes que tenían alguna relación entre sí. Por ejemplo las configuraciones comunes de puntos, incluidos aquellos que se movían. Las secuencias que los producían tenían algunos prefijos coincidentes. Ello demostraba quizá la existencia de un ordenamiento escalonado, y quizá todo era producto del azar. Hasta entonces le había pedido a Nikka que utilizara sólo una parte de los interruptores disponibles en la consola. Ciertamente, algunos de ellos no debían de corresponder a simples números de catálogo para la recuperación de datos. Algunos debían de representar módulos de mando. El tercer interruptor de la derecha de la decimoctava hilera, por ejemplo, tenía dos posiciones fijas. ¿Acaso una era la de “activación” y la otra la de “desactivación”? ¿Acaso una archivaba el dato y la otra lo destruía? Si él y Nikka se circunscribían a un área reducida del tablero, quizá no tropezarían con demasiados módulos de mando antes de obtener alguna información correcta. No debían correr el riego de desactivar totalmente el ordenador mediante la manipulación aleatoria de todos los interruptores.

Nigel estudió un momento la pantalla. Titiló una imagen. Parecía mostrar la imagen rojo oscuro de un pasaje de la nave. En el corredor se veía un recodo, y mientras él miraba apareció en la pantalla una grafía de aspecto persa, que fluctuó del amarillo al azul y después desapareció. Esperó y la configuración reapareció.

—Qué misterioso —comentó Nigel.

—No creo haber visto ese pasaje —dijo Nikka.

—Debe de ser algo parecido a las tres fotos que mencionó el Equipo Número Uno del turno anterior. Proceden de secciones irreconocibles de la nave.

—Deberíamos consultar con los técnicos —manifestó Nikka—. Pero sospecho que todas estas imágenes muestran secciones de la nave que se pulverizaron en la caída.

Nigel frunció los labios.

—¿Sabes una cosa? Se me acaba de ocurrir que el hecho de que esta inscripción aparezca y desaparezca con una periodicidad de varios segundos indica algo. Si nuestros amigos los extraterrestres podían leer esto, debían estar en condiciones de resolver configuraciones temporales a una velocidad mayor de un segundo.

—Cualquier animal puede hacerlo.

—Efectivamente. Pero es probable que quien construyó esta nave no fuera un animal cualquiera. Por ejemplo, los pequeños interruptores de la consola indican la presencia de apéndices semejantes a los dedos, para manipularlos. Claro que sabemos que los animales deben tener la facultad de ver elementos que se mueven a una velocidad mayor de un segundo, porque de lo contrario los atraparían y los devorarían muy pronto. Es interesante comprobar que los extraterrestres se parecían a nosotros por lo menos en esto. De todas maneras sigamos adelante. Lo registraré —pulsó algunos botones—, para que lo verifique el Equipo Número Uno.

Escogió algunas secuencias que diferían de las anteriores sólo en el último “dígito” y no apareció ninguna respuesta en la pantalla.

—¿Estás segura de que ese interruptor sigue funcionando? —preguntó Nigel.

—Hasta donde yo sé, sí. Los indicadores no han revelado ninguna pérdida de energía.

—Muy bien. Prueba esto. —Leyó un número.

Ahora la pantalla cobró vida inmediatamente: una confusa mezcolanza roja de elementos casi circulares.

Una larga línea negra atravesaba la pantalla. Penetraba en una de las burbujas de forma anómala. Dentro de ella había pequeños detalles de sombreado oscuro, que no aparecían en las otras.

—Qué extraño —comentó Nigel—. A mí me parece una microfotografía. Me recuerda algo de mis días de estudiante, algo que vi en el laboratorio de biología. Se lo enviaré a Kardensky.

Marcó la solicitud de línea directa entre el Emplazamiento Siete y Alphonsus, obtuvo la confirmación y entonces despachó el mensaje a la Tierra. La transmisión duró varios minutos. Simultáneamente, la señal quedó registrada en el archivo de grabaciones del Emplazamiento Siete. Alphonsus sólo era una estación intermedia. Nigel garabateó algunas notas y le dio otra secuencia a Nikka.

—¡Eh!

La voz de Nikka le hizo levantar la vista de sus anotaciones. Algo enfundado en un traje resbaladizo, gomoso, apareció en la pantalla contra un fondo de helechos bajos. Parecía tener una base semicircular, en lugar de piernas. Se veían dos brazos, con unas protuberancias romas debajo de ellos, y el cuerpo estaba coronado por un casco parcialmente opaco. A través de éste se vislumbraba el contorno vago de una cabeza. Nigel tuvo la convicción de que ese lugar era la Tierra. La forma del follaje era sencilla y hasta cierto punto familiar.

La figura uniformada no dejaba entrever más detalles, pero no fue ella la que atrajo la atención de Nigel. Había algo más, alto y obviamente desprovisto de uniforme. Estaba cubierto por una espesa pelambre oscura y se hallaba oculto a medias por los helechos. Empuñaba algo parecido a una piedra grande en sus manos enormes, redondeadas.

Nikka y Nigel intercambiaron opiniones durante varios minutos. La figura uniformada parecía extraña, como si transgrediera la forma en que un ser debía mantenerse erguido venciendo la fuerza de gravedad. Pero la criatura alta, pesada e hirsuta y amenazante, produjo en Nigel un vago sentimiento de zozobra.

No obstante todos sus esfuerzos, no podía apañar la convicción de que era humana.

Nigel había abierto la boca para agregar algo más cuando una enardecida voz de hombre irrumpió en el circuito.

—¡Desocupen inmediatamente la nave! La sección técnica acaba de detectar una descarga de arco en el pasaje número once. Se registran sobrecargas de energías en otros niveles. Tememos que se trate de una reactivación del sistema defensivo. Evacuen inmediatamente.

—Te aconsejo que salgas enseguida, nena —dijo Nigel insustancialmente.

Él estaba a salvo, sepultado bajo muchos metros de polvo lunar, cerca de los aposentos. Nikka asintió y desconectó el circuito.

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