Ensayo sobre la lucidez (2 page)

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Authors: José Saramago

BOOK: Ensayo sobre la lucidez
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La comunicación fue breve, Habla el presidente de la mesa electoral número catorce, estoy muy preocupado, algo francamente extraño está sucediendo aquí, hasta este momento no ha aparecido ni un solo elector a votar, hace ya más de una hora que hemos abierto, y ni un alma, sí señor, claro, al temporal no hay medio de pararlo, lluvia, viento, inundaciones, sí señor, seguiremos pacientes y a pie firme, claro, para eso hemos venido, no necesita decírmelo. A partir de este punto el presidente no contribuyó al diálogo nada más que con unos cuantos asentimientos de cabeza, unas cuantas interjecciones sordas y tres o cuatro principios de frase que no llegó a terminar. Cuando colgó el auricular miró a los colegas de mesa, pero en realidad no los veía, era como si tuviera ante sí un paisaje compuesto de colegios electorales vacíos, de inmaculadas listas censales, con presidentes y secretarios a la espera, delegados de partidos mirándose con desconfianza unos a otros, haciendo las cuentas de quién gana y quién pierde con la situación, y a lo lejos algún vocal chorreando y premioso que regresa de la entrada e informa de que no viene nadie. Qué le han respondido del ministerio, preguntó el representante del pdm, No saben qué pensar, es natural que el mal tiempo esté reteniendo a mucha gente en sus casas, pero que en toda la ciudad suceda prácticamente lo mismo que aquí, para eso no encuentran explicación, Por qué dice prácticamente, preguntó el delegado del pdd, En algunos colegios electorales, es cierto que pocos, han aparecido electores, pero la afluencia es reducidísima, como nunca se ha visto, Y en el resto del país, preguntó el representante del pdi, no sólo está lloviendo en la capital, Eso es lo que desconcierta, hay lugares donde llueve tanto como aquí y pese a eso las personas están votando, como es natural la afluencia es mayor en las regiones donde el tiempo es bueno, y, hablando de esto, dicen que el servicio meteorológico prevé una mejoría para el final de la mañana, También puede suceder que el tiempo vaya de mal en peor, recuerden el dicho, a mediodía o escampa o descarga, advirtió el segundo vocal, que hasta ahora no había abierto la boca. Se hizo un silencio. Entonces el secretario se metió la mano en uno de los bolsillos exteriores de la chaqueta, sacó un teléfono móvil y marcó un número. Mientras esperaba que lo atendieran, dijo, Esto es más o menos como lo que se cuenta de la montaña y de mahoma, puesto que no podemos preguntar a los electores que no conocemos por qué no vienen a votar, hagamos la pregunta a la familia, que es conocida, hola, qué tal, soy yo, sí, sigues ahí, por qué no has venido a votar, que está lloviendo ya lo sé, todavía tengo las perneras de los pantalones mojadas, sí, es verdad, perdona, olvidé que me habías dicho que vendrías después de comer, claro, te llamo porque aquí la cosa está complicada, ni te lo imaginas, si te dijera que hasta ahora no ha asomado nadie a votar, no me ibas a creer, bueno, entonces te espero, un beso. Colgó el teléfono y comentó irónico, Por lo menos tenemos un voto garantizado, mi mujer viene por la tarde. El presidente y los restantes miembros de la mesa entrecruzaron miradas, era evidente que tenían que seguir el ejemplo, pero también saltaba a la vista que ninguno quería ser el primero, equivaldría a reconocer que en rapidez de raciocinio y en desenvoltura quien se lleva la palma en este colegio electoral es el secretario. Al vocal que salió a la puerta para ver si llovía no le costó comprender que tendría que comer mucho pan y mucha sal antes de llegar a la altura de un secretario como este de aquí, capaz de, con la mayor ausencia de ceremonia del mundo, sacar un voto de un teléfono móvil como un prestidigitador saca un conejo de una chistera. Viendo que el presidente, apartado en una esquina, hablaba con su casa desde el móvil, y que los otros, utilizando sus propios aparatos, discretamente, en susurros, hacían lo mismo, el vocal de la puerta apreció la honestidad de los colegas que, al no usar el teléfono fijo colocado, en principio, para uso oficial, noblemente le ahorraban dinero al estado. El único de los presentes que por no tener móvil se limitaba a esperar las noticias de los otros era el representante del pdi, debiendo añadirse, además, que, por vivir solo en la capital y teniendo la familia en el pueblo, el pobre hombre no tiene a quién llamar. Una tras otra las conversaciones fueron terminando, la más larga es la del presidente, por lo visto le está exigiendo a su interlocutor que venga inmediatamente, a ver cómo acaba esto, en cualquier caso era él quien debería haber hablado en primer lugar, si el secretario se adelantó, que le aproveche, ya hemos visto que el tipo pertenece a la especie de los vivillos, si respetase la jerarquía como nosotros la respetamos simplemente hubiera expuesto la idea a su superior. El presidente soltó el suspiro que tenía atrapado en el pecho, se guardó el teléfono en el bolsillo y preguntó, Han sabido algo. La pregunta, aparte de innecesaria, era, cómo diremos, un poquito desleal, en primer lugar porque saber, eso que se llama saber, siempre se sabe algo, incluso cuando no sirva para nada, en segundo lugar porque era obvio que el inquiridor se estaba aprovechando de la autoridad inherente al cargo para eludir su obligación, que sería que él inaugurara, de viva voz y sin subterfugios, el intercambio de informaciones. Pero si no hemos olvidado el suspiro y el ímpetu exigente que en cierto momento de la conversación nos pareció notar en sus palabras, lógico será pensar que el diálogo, se supone que al otro lado habría una persona de la familia, no fue tan plácido e instructivo cuanto su justificado interés de ciudadano y de presidente merecía, y que, sin serenidad para atreverse con improvisaciones mal urdidas, rehuye ahora la dificultad invitando a los subordinados a expresarse, lo que, como también sabemos, es otra manera, más moderna, de ser jefe. Lo que dijeron los miembros de la mesa y los delegados de los partidos, salvo el del pdi, que, a falta de informaciones propias, estaba allí para oír, fue, o que a los familiares no les apetecía nada calarse hasta los huesos y esperaban que el cielo se decidiese a escampar para animar la votación popular, o que, como la mujer del secretario, pensaban votar durante el periodo de la tarde. El vocal de la puerta era el único que se mostraba satisfecho, se le veía en la cara la complaciente expresión de quien tiene motivo para enorgullecerse de sus méritos, lo que, traducido en palabras, da lo siguiente, En mi casa no ha respondido nadie, eso significa que ya vienen de camino. El presidente volvió a sentarse en su lugar y la espera recomenzó.

Casi una hora después entró el primer elector. Contra la expectativa general y para desaliento del vocal de la puerta, era un desconocido. Dejó el paraguas escurriendo en la entrada de la sala y, cubierto por una capa de plástico lustrosa por el agua, calzando botas de goma, avanzó hacia la mesa. El presidente se levantó con una sonrisa en los labios, este elector, hombre de edad avanzada, pero todavía robusto, anunciaba el regreso a la normalidad, a la habitual fila de cumplidores ciudadanos que avanzan lentamente, sin impaciencia, conscientes, como dijo el delegado del pdd, de la transcendente importancia de estas elecciones municipales. El hombre le entregó al presidente su carnet de identidad y el documento que lo acreditaba como elector, éste anunció con voz vibrante, casi feliz, el número del carnet y el nombre de su poseedor, los vocales encargados de la anotación hojearon las listas del censo, repitieron, cuando los encontraron, nombre y número, los marcaron con la señal de haber votado, después, siempre pingando agua, el hombre se dirigió a la cabina de voto con las papeletas, en seguida volvió con un papel doblado en cuatro, se lo entregó al presidente, que lo introdujo con aire solemne en la urna, recibió los documentos y se retiró, llevándose el paraguas. El segundo elector tardó diez minutos en aparecer, pero, a partir de él, si bien con cuentagotas, sin entusiasmo, como hojas otoñales desprendiéndose lentamente de las ramas, las papeletas fueron cayendo en la urna. Por más que el presidente y los vocales dilataran las operaciones de verificación, la fila no llegaba a formarse, se encontraban, como mucho, tres o cuatro personas esperando su turno, y de tres o cuatro personas nunca se hará, Por más que se esfuercen, una fila digna de ese nombre. Cuánta razón tenía yo, observó el delegado del pdm, la abstención será terrible, masiva, nadie conseguirá entenderse después de esto, la única solución será repetir las elecciones, Puede ser que el temporal remita, dijo el presidente, y, mirando el reloj, murmuró como si rezase, Es casi mediodía. Resoluto, aquel a quien le hemos dado el nombre de vocal de la puerta se levantó, Si el señor presidente me lo permite, voy a ver cómo está el tiempo, ahora que no hay nadie para votar. No tardó nada más que un instante, fue en un vuelo y volvió nuevamente feliz, anunciando la buena noticia. Formidable, llueve mucho menos, casi nada, y ya comienzan a verse claros en el cielo. Poco faltó para que los miembros de la mesa y los delegados de los partidos se fundieran en un abrazo, pero la alegría tuvo corta duración. El monótono goteo de electores no se alteró, llegaba uno, llegaba otro, llegaron la esposa, la madre y una tía del vocal de la puerta, llegó el hermano mayor del delegado del pdd, llegó la suegra del presidente, que, quebrando el respeto que se debe a un acto electoral, informó al abatido yerno de que la hija sólo aparecería hacia el final de la tarde, Dijo que estaba pensando ir al cine, añadió cruel, llegaron los padres del presidente suplente, llegaron otros que no pertenecían a estas familias, entraban indiferentes, salían indiferentes, el ambiente sólo se animó un poco cuando aparecieron dos políticos del pdd, minutos después uno del pdm, y como por encanto, una cámara de televisión salida de la nada tomó imágenes y regresó hacia la nada, un periodista solicitó permiso para realizar una pregunta, Cómo está transcurriendo la jornada, Y el presidente respondió, Podría ser mejor, pero, ahora que el tiempo parece aclarar, estamos seguros de que la afluencia de electores aumentará, La impresión que hemos recogido en otros colegios electorales de la ciudad es que la abstención va a ser muy alta esta vez, observó el periodista, Prefiero ver las cosas con optimismo, tener una visión positiva de la influencia de la meteorología en el funcionamiento de los mecanismos electorales, bastará que no llueva durante la tarde para que consigamos recuperar lo que el temporal de esta mañana intentó robarnos. El periodista salió satisfecho, la frase era bonita, podría dar, por lo menos, un subtítulo para el reportaje. Y, porque era hora de dar satisfacción al estómago, los miembros de la mesa y los interventores de los partidos se organizaron en turnos para, con un ojo puesto en las listas electorales y otro en el bocadillo, comer allí mismo.

Había dejado de llover, pero nada hacía prever que las cívicas esperanzas del presidente llegaran a ser satisfactoriamente coronadas por el contenido de una urna en la que los votos, hasta ahora, apenas llegaban para alfombrar el fondo. Todos los presentes pensaban lo mismo, las elecciones eran ya un tremendo fracaso político. El tiempo pasaba. Las tres y medía de la tarde sonaban en el reloj de la torre cuando la esposa del secretario entró a votar. Marido y mujer se sonrieron el uno al otro con discreción, pero también con un toque sutil de indefinibles complicidades, una sonrisa que causó al presidente de la mesa una incómoda crispación interior, tal vez el dolor de la envidia al saber que nunca llegaría a ser parte de una sonrisa como aquélla. Todavía seguía doliéndole en un repliegue cualquiera de la carne, en un recoveco cualquiera del espíritu cuando, treinta minutos después, mirando el reloj, se preguntaba a sí mismo si la mujer habría acabado yendo al cine. Se va a presentar, si es que se presenta, a última hora, en el último minuto, pensó. Las maneras de conjurar el destino son muchas y casi todas vanas, y ésta, obligarse a pensar lo peor confiando en que suceda lo mejor, siendo de las más vulgares, podría ser una tentativa merecedora de consideración, pero no dará resultado en el caso presente porque de fuente digna de todo crédito sabemos que la mujer del presidente de la mesa ha ido al cine y que, por lo menos hasta este momento, no ha decidido si vendrá a votar. Felizmente, la ya otras veces invocada necesidad de equilibrio que ha sostenido el universo en sus carriles y a los planetas en sus trayectorias, determina que siempre que se quite algo de un lado se ponga en el otro algo que más o menos le corresponda, a poder ser de la misma calidad y en la misma proporción, a fin de que no se acumulen las quejas por diferencias de tratamiento. De otro modo no se comprendería por qué motivo, a las cuatro de la tarde, precisamente a una hora que no es ni mucho ni poco, que no es carne ni pescado, los electores que hasta entonces se habían quedado en la tranquilidad de sus hogares, ignorando ostensiblemente la obligación electoral, comenzaron a salir a la calle, la mayoría por sus propios medios, otros con la ayuda benemérita de bomberos y de voluntarios ya que los lugares donde vivían aún se encontraban inundados e intransitables, y todos, todos, los sanos y los enfermos, aquellos por su pie, éstos en sillas de ruedas, en camillas, en ambulancias, confluían hacia sus respectivos colegios electorales como ríos que no conocen otro camino que no sea el del mar. A las personas escépticas, o simplemente desconfiadas, esas que sólo están inclinadas a creer en los prodigios de los que esperan extraer algún provecho, deberá de parecerles que la arriba mencionada necesidad de equilibrio del universo está siendo descaradamente falseada en la presente circunstancia, que la artificiosa duda sobre si la mujer del presidente de la mesa vendrá o no a votar es, a todas luces, demasiado insignificante desde el punto de vista cósmico para que sea necesario compensarla, en una ciudad entre tantas del mundo terreno, con la movilización inesperada de miles y miles de personas de todas las edades y condiciones sociales que, sin haberse puesto previamente de acuerdo sobre sus diferencias políticas e ideológicas, han decidido, por fin, salir de casa para votar. Quien de esta manera argumente olvida que el universo tiene sus leyes, todas ellas extrañas a los contradictorios sueños y deseos de la humanidad, y en cuya formulación no tenemos más arte ni parte que las palabras con que burdamente las nombramos, y también que todo nos viene convenciendo de que las aplica en función de objetivos que trascienden y siempre trascenderán nuestra capacidad de entendimiento, y si, en este particular conjunto, la escandalosa desproporción entre algo que tal vez, por ahora sólo tal vez, acabe siendo robado a la urna, es decir, el voto de la supuestamente antipática esposa del presidente, y la marea alta de hombres y de mujeres que ya vienen de camino, nos parece difícil de aceptar a la luz de la más elemental justicia distributiva, pide la prudencia que durante algún tiempo suspendamos cualquier juicio definitivo y acompañemos con atención confiante el desarrollo de unos sucesos que apenas comienzan a delinearse. Precisamente lo que, arrebatados de entusiasmo profesional y de imparable ansiedad informativa, están ya haciendo los periodistas de radio, prensa y televisión, corriendo de un lado a otro, poniendo grabadoras y micrófonos ante la cara de las personas, preguntando Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos, Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo, Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca, Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona, tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha sabido dar respuesta, Pues ya ve, Pero no le parece una extraña coincidencia que hayan salido miles de personas de sus casas a la misma hora para ir a votar, Coincidencia, desde luego, pero extraña quizá no, Por qué, Ah, eso no lo sé. Los comentaristas que en las diversas televisiones seguían el proceso electoral, ofreciendo pálpitos ante la falta de datos ciertos de apreciación, infiriendo del vuelo y del canto de las aves la voluntad de los dioses, lamentando que ya no esté autorizado el sacrificio de animales para en sus vísceras descifrar los decretos del cronos y del hado, despertaron súbitamente del torpor en que las perspectivas más que sombrías del escrutinio los habían hecho zozobrar y, ciertamente porque les parecía indigno de su educativa misión desperdiciar tiempo discutiendo coincidencias, se lanzaron como lobos sobre el extraordinario ejemplo de civismo que la población de la capital estaba dando a todo el país en aquel momento, acudiendo en masa a las urnas cuando el fantasma de una abstención sin paralelo en la historia de nuestra democracia amenazaba gravemente la estabilidad no sólo del régimen, sino también, mucho más grave, del sistema. No iba tan lejos en temores la nota oficiosa emanada del ministerio del interior, pero el alivio del gobierno era patente en cada línea. En cuanto a los tres partidos en lista, el de la derecha, el del medio y el de la izquierda, ésos, después de echar cuentas rápidas de las ganancias y pérdidas que resultarían de tan inesperado movimiento de ciudadanos, hicieron públicas declaraciones de congratulación en las cuales, entre otras lindezas estilísticas del mismo jaez, se afirmaba que la democracia estaba de enhorabuena. También en términos semejantes, punto más, coma menos, se expresaron, con la bandera nacional izada detrás, primero, el jefe de estado en su palacio, después el primer ministro en su palacete. A la puerta de los lugares de voto, las filas de electores, de tres en fondo, daban la vuelta a la manzana hasta perderse de vista.

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