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Authors: Douglas Niles

Erixitl de Palul (31 page)

BOOK: Erixitl de Palul
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Los reclutas de Tulom—Itzi consideraban una tontería vestirse de colorines para aterrorizar al adversario, y carecían de la habilidad individual en el manejo de la
maca,
necesaria para hacer frente y resistir por lo menos a una compañía enemiga.

La única arma que dominaban con auténtica maestría era el arco. Sus armas, hechas de una madera muy fuerte y elástica, sólo se podían tensar con mucha fuerza. Sus flechas volaban con rapidez y certeza, y sus puntas —hechas de dientes de tiburón o conchas— eran tan duras como las puntas de obsidiana y más afiladas que ellas.

Por lo tanto, Gultec adaptó sus tácticas guerreras para sacar el máximo provecho de esta habilidad innata de sus soldados. Les enseñó a moverse por la selva, a atacar a distancia, y a retirarse ante la proximidad del enemigo. Confiaba en que esta preparación les permitiera sobrevivir a un encuentro con el ejército payita o, quizás, incluso al nexala. En cambio, sabía muy bien que nada podrían hacer ante los extranjeros de la Legión Dorada. Por desgracia, Zochimaloc no podía darle información acerca de cuál sería el enemigo a enfrentar.

Mientras la luna se acercaba a la plenitud, Gultec se exigía a sí mismo y a sus guerreros el máximo. Había llegado a la conclusión de que Tulom—Itzi, extendida a lo largo de muchos kilómetros de selva y llanos, era indefendible, de modo que trazó un plan; si los atacantes se dirigían a la ciudad, los pobladores se instalarían en la selva para desarrollar una guerra de guerrillas.

Sin embargo, no conseguía superar la sensación de que todo esto no era más que un desperdicio. Cada vez estaba más seguro de que el Lejano Payit, en las fronteras del Mundo Verdadero, no sería el escenario de una guerra catastrófica.

Por fin tomó una decisión, y fue al observatorio en busca de Zochimaloc.

——Maestro —dijo sin ningún preámbulo—, me habéis enseñado cosas que jamás había imaginado. Me habéis provisto de una capacidad de juicio que nunca había tenido, y me habéis dicho que Tulom—Itzi me necesita para defenderla de la guerra.

Zochimaloc asintió muy serio y con la mirada serena.

——Gracias a mi juicio, he decidido que debo dejar el Lejano Payit, abandonar estas tierras y aprender más acerca de la naturaleza de aquello que nos amenaza.

El maestro movió la cabeza en un gesto de comprensión.

——Prometo que volveré cuando sea necesario, porque estoy en deuda con vos y Tulom—Itzi por los conocimientos recibidos. Pero, hasta entonces, debo viajar a otras partes en busca del futuro.

——¿Adónde irás? —preguntó Zochimaloc, sin mostrar ninguna señal de sorpresa ante la decisión de su alumno.

——Me habéis dado el poder de volar por los cielos. Iré a todas partes hasta encontrar lo que necesito saber.

——Te he dado muy poco, mi orgulloso Jaguar —dijo Zochimaloc con una sonrisa dulce—. Sólo te he ayudado a abrir las puertas a unos poderes que ya poseías. Pero deja que te dé una cosa más antes de tu partida: consejo.

»No intentes ir a todas partes —manifestó el maestro con expresión severa—, porque no llegarás a ninguna. En cambio, ten presente que, si quieres salvar una vida, debes salvar el corazón. —Zochimaloc suspiró y apretó el hombro del guerrero en un gesto lleno de afecto.

»Y el corazón del Mundo Verdadero es Mexal.

De las crónicas de Coton:

Divertido por la enorme vanidad de los hombres.

Y también por la de los Muy Ancianos, los elfos oscuros que viven durante siglos y se consideran a sí mismos dioses, a pesar de verse envueltos en el desastre de su propia arrogancia.

Creen que el culto de la Mano Viperina es su herramienta para utilizar a los humanos de Maztica en beneficio de sus objetivos. Hasta Zaltec, en la mente de los drows, ha sido reducido al papel de bufón y sirviente.

Se olvidan de su propia diosa, Lolth, y la reina araña no está dispuesta a perdonar este abandono. Insultan a Zaltec con el desdén que sienten ante su poder, al tiempo que satisfacen su hambre echando corazones al Fuego Oscuro.

Algún día, que no está muy lejano, los dioses se cansarán de su estúpida vanidad. Entonces, ellos —y todos nosotros— tendremos que pagar.

15
Una noche oscura

——¡Sí, existe una posibilidad de poder conseguirlo! Sin duda es pequeña, pero estoy de acuerdo en que debemos intentarlo. —Poshtli dio un puñetazo contra la palma de su otra mano. Erix y Halloran, visibles desde hacía unas horas, asintieron aliviados.

El guerrero se había quedado mudo cuando ellos —todavía invisibles— habían pronunciado su nombre delante del trono. En un primer momento, Poshtli había tenido una reacción de temor supersticioso, y sólo cuando lo tocaron se convenció de la presencia de sus amigos. De todas maneras, el efecto de la pócima había desaparecido a poco de iniciar la conversación.

Poshtli no mostró ninguna sorpresa cuando Erix le relató sus visiones y la premonición de la muerte de Naltecona, a la luz de la luna llena. Estuvo de acuerdo en que había que sacar al canciller del palacio de Axalt inmediatamente. Disponían de menos de veinticuatro horas para llevar adelante sus planes.

——¿Puedes hablar con Naltecona en sus habitaciones? —preguntó Halloran—. ¿Crees que podríamos sacarlo por allí?

——Nos reunimos en privado, pero nos vigilan —respondió Poshtli—. No veo la manera de que podamos escapar por aquel camino.

Halloran no disimuló su desilusión. Habían conseguido su propósito de reunirse con Poshtli, aunque de nada serviría si no podían llegar hasta el reverendo canciller.

——Hace mucho tiempo —dijo Hal—, nos hablaste de unos pasadizos secretos mandados construir por los cancilleres en los palacios. ¿Crees que podríamos encontrarlos? Sería el mejor medio para sacar a Naltecona.

——Es posible —asintió Poshtli—. Es una práctica habitual de todos los cancilleres disponer de rutas de escape en sus palacios, y, si sirven para salir, también pueden servir para entrar.

——O sea que hay pasadizos secretos en el palacio de Axalt —exclamó Halloran, más animado.

——Debo suponer que sí —respondió Poshtli—. El problema será localizarlos. Iré a ver al arquitecto mayor de Naltecona. Vive aquí mismo. Conoce todos los secretos del palacio, y quizá conozca también los de Axalt.

Escucharon un trueno muy profundo, una poderosa vibración en el aire que notaron en la boca del estómago. Un segundo después, la vibración se transmitió al suelo, que tembló bajo sus pies. Los amigos intercambiaron miradas de asombro. Poshtli fue el primero en recuperarse, y movió la cabeza muy serio.

——Es un gruñido del volcán Zatal. Esperadme aquí, en mi cámara particular. —Poshtli los hizo pasar a través de una puerta lateral de la sala del trono, que daba a una pequeña galería—. Buscaré al arquitecto mayor, y veremos si puede ayudarnos.

Corrió la cortina y se marchó.

Shatil se dirigió deprisa hacia el templo en la plaza sagrada. La masa de la Gran Pirámide dominaba el entorno. La luna casi llena iluminaba el vasto recinto ocupado por miles de guerreros inquietos. Entró en el edificio de piedra y bajó la escalera que conducía a las húmedas y oscuras dependencias. Los Jaguares se movían entre las sombras, y el resplandor de los braseros teñía de rojo la horrible estatua del dios Zaltec.

——¿Qué noticias traes? —preguntó Hoxitl.

——He estado en la casa de Halloran. Erix y el extranjero se habían marchado —explicó Shatil sin tardanza—. Ahora están aquí, en la plaza sagrada. Buscan a Poshtli. ¡Intentarán rescatar a Naltecona de manos de los invasores!

El tono de Shatil traslucía su entusiasmo. Al pensar en la misión acometida por su hermana, el joven se convenció de que Hoxitl cometía un error al ordenar su muerte. Erix se convertiría en una gran heroína si conseguía rescatar al reverendo canciller de las garras de sus secuestradores. ¡No se podía considerar como enemiga de Zaltec a una persona capaz de un acto tan generoso!

La reacción de Hoxitl lo dejó de una pieza. En la mirada del sumo sacerdote apareció una expresión de alarma.

——¡Hay que detenerla! —gritó Hoxitl, dominado por el pánico. Furioso, volvió la espalda al clérigo e intentó recuperar la calma.

El patriarca recordaba con toda claridad la advertencia del Muy Anciano. La muerte de Naltecona entre los extranjeros marcaría la señal del levantamiento. Si lo rescataban, quizá no se produciría, y el culto de la Mano Viperina vería frustrados sus deseos de lanzar el ataque contra los extranjeros.

——¿Por qué no es buena la acción de Erixitl? —preguntó Shatil, vacilante—. ¿Acaso el rescate de Naltecona no nos dejaría en libertad para atacar a los extranjeros?

——¡No! ¿Es que no comprendes los designios de aquellos que podrían oponerse a Zaltec? —Hoxitl se enfrentó al clérigo con una expresión feroz en el rostro. No podía hablarle del aviso del Muy Anciano; se trataba de algo muy privado, y perteneciente sólo a los destinos de Naltecona y al suyo propio. No obstante, necesitaba la ayuda de Shatil, su obediencia.

»Debemos ir a ver a Poshtli e intentar detener a tu hermana. ¿Tienes la Zarpa de Zaltec? —Shatil asintió—. Buscaremos a Erixitl en el palacio. Si damos con ella, la utilizarás en el acto.

——Así se hará —respondió Shatil con amargura. Era sacerdote de Zaltec y llevaba la marca de la Mano Viperina. No tenía otro camino que agachar la cabeza y obedecer.

Helm, patrono de la Legión Dorada, era representado por sus fieles como el Ojo Vigilante. Aquellos que adoraban a Helm no podían ser sorprendidos por ninguna emboscada o estratagema del enemigo; al menos era lo que decían sus sacerdotes. El Ojo Vigilante se encargaría de avisar a los creyentes.

Ahora, el dios vigilante envió una señal a la mente de su más devoto fraile, Domincus, y lo despertó de su plácido sueño.

Inquieto por una sensación de peligro que había aprendido a no pasar por alto, el clérigo abandonó su dormitorio y corrió hacia las habitaciones de Cordell y Darién. En el camino, pasó por delante de los guardias que custodiaban los aposentos de Naltecona.

Notó que se le erizaban los cabellos, y corrió más deprisa en busca de su general. En el jardín del palacio encontró a Alvarro con varios de sus lanceros, que bebían
octal.

——Acompáñame —le dijo al capitán, y después se dirigió a los nombres—: ¡Id a los aposentos de Naltecona! ¡Doblad la guardia! ¡Se prepara una traición!

El tumulto despertó al capitán general, que, un instante después, salió de su dormitorio vestido con una túnica de algodón. A sus espaldas asomó Darién.

——¿Qué ocurre? —preguntó Cordell.

——He recibido un aviso de Helm —gritó el fraile con su vozarrón—. ¡Habrá un intento contra nuestro prisionero!

——¿Para matarlo? —exclamó el general, alarmado.

——Quizás. O para liberarlo —respondió Domincus—. En cualquier caso, debemos aumentar la guardia.

Cordell actuó en el acto; sabía por experiencia propia que las premoniciones del fraile resultaban siempre correctas.

——Doblad el número de centinelas en los portones y los pasillos. ¡Despertad a la tropa!

La alarma se extendió por todo el palacio. Cordell hizo un gesto a Darién, Alvarro y Domincus.

——Venid, rápido —dijo.

El general llevó al grupo hacia los aposentos de Naltecona.

——
Kirisha
—susurró Hal, y una luz blanca y fría disipó la oscuridad del túnel. Poshtli lo miró, parpadeando por un momento; después volvió la mirada a la hoja de papel que tenía en la mano.

——Reconozco que así resulta más fácil la lectura de mapas —admitió—. Si no me equivoco, este pasadizo nos tendría que conducir hasta el palacio de Axalt.

El guerrero abrió la marcha, seguido por Erix y Halloran en el fondo, porque el túnel recubierto de piedra sólo permitía caminar en fila india.

El arquitecto mayor les había indicado el pasaje que iba desde la sala del trono de Naltecona hasta una red de túneles excavados debajo de los palacios, pirámides y patios de la plaza sagrada. Un cortesano había avisado que dos sacerdotes de Zaltec deseaban ser recibidos por Poshtli en el preciso momento en que el grupo se disponía a marcharse, y el canciller en funciones les había ordenado a los clérigos que aguardaran su regreso.

El mapa lo había dibujado el mismo arquitecto que había diseñado el palacio de Naltecona, quien conocía muy bien los túneles hechos debajo del palacio. En cambio, el palacio de Axalt había sido hecho por otro arquitecto, que había muerto sesenta años atrás. En consecuencia, esta parte del dibujo era mucho menos exacta. No mostraba todos los pasadizos, y la escala resultaba bastante imprecisa. Aun así, no tenían nada mejor, y tendrían que apañárselas con este dibujo.

——Creo que comenzamos a subir —anunció Erix, después de muchos minutos de marcha. Sus compañeros hicieron una pausa, miraron en los dos sentidos, y decidieron que tenía razón.

——Los esclavos que le llevan la comida me han dicho que Naltecona se aloja en los aposentos de su difunto abuelo. Al menos, este dato nos facilita la tarea. Sin duda, hay un pasadizo secreto que llega hasta allí. —Poshtli empuñó con fuerza su sable. La pendiente era bien visible—. Debemos de estar debajo mismo del palacio.

De pronto, el túnel se cruzó con otro pasadizo perpendicular. Poshtli se detuvo, enfrentado a tres alternativas.

——Por aquí —afirmó Erix muy decidida, señalando hacia la derecha.

Los hombres la miraron sorprendidos por su seguridad. Ella volvió a señalar, y sus compañeros se alzaron de hombros. Poshtli tomó el túnel de la derecha.

Después de recorrer unos doscientos metros, llegaron a una escalera de piedra muy empinada.

——Subamos —susurró Erix.

——¿Cómo puedes saber dónde estamos? —preguntó Halloran, que deseaba una respuesta lógica.

——No lo sé —contestó la muchacha—. Pero creo que encontraremos a Naltecona allí arriba.

Con mucho cuidado, Poshtli comenzó a subir la escalera de caracol. Después de una vuelta completa, alcanzaron un estrecho rellano desde donde, gracias a la luz mágica creada por Hal, podían ver el contorno de una puerta de piedra muy angosta.

——
Kirishone —
susurró Hal, y la luz se apagó. El joven no quería que un destello a través de las grietas pudiese advertir de su presencia a alguien en el otro lado.

——Echemos una mirada —dijo Poshtli, al tiempo que empujaba la puerta. Con un crujido sordo producido por los pasadores de madera, la puerta cedió poco a poco a la presión.

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