Error humano (2 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Error humano
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Para
Asfixia,
también hice de voluntario con pacientes de Alzheimer. Mi tarea consistía simplemente en hacerles preguntas sobre las fotografías viejas que cada paciente guardaba en una caja en su armario para intentar despertar sus recuerdos. Era un trabajo que las enfermeras no tenían tiempo de hacer. Y, una vez más, lo importante era contar historias. Una subtrama de
Asfixia
se fue creando a medida que, día tras día, los pacientes miraban las mismas fotografías y contaban historias distintas sobre ellas. Un día, la hermosa mujer en topless era su esposa. Al día siguiente, era una mujer a la que habían conocido en México mientras estaban en la Marina. Al día siguiente, era una vieja amiga del trabajo. Lo que me impresionaba era que... tenían que inventarse una historia para explicar quién era la mujer. Aunque se hubieran olvidado, nunca lo admitirían. Una historia incorrecta pero bien contada siempre era mejor que admitir que no conocían a aquella persona.

Las líneas eróticas, los grupos de apoyo para enfermos, los grupos de doce pasos, son todos escuelas que te enseñan a contar una historia de forma efectiva. En voz alta. A la gente. No solamente a buscar ideas sino también a interpretar la historia en público.

Vivimos nuestras vidas basándonos en historias. Historias sobre ser irlandés o ser negro. Sobre trabajar duro o inyectarse heroína. Ser hombre o mujer. Y nos pasamos la vida buscando pruebas —datos y testimonios— que apoyen nuestras historias. Como escritor, uno reconoce esa parte de la naturaleza humana. Cada vez que uno crea un personaje, ve el mundo con los ojos de ese personaje y busca los detalles que hacen que esa realidad sea la única realidad verdadera.

Como el jurista que defiende un caso en el tribunal, uno se convierte en el abogado que intenta que el lector acepte la verdad de la visión del mundo de su personaje. Uno quiere darle al lector un respiro de su vida. De la historia de su vida.

Así es como creo un personaje. Tiendo a darle a cada personaje una educación y un conjunto de habilidades que limiten su visión del mundo. Una mujer de la limpieza ve el mundo como una serie interminable de manchas que quitar. Una modelo ve el mundo como una serie de competidoras por la atención del público. Un estudiante fracasado de medicina no ve nada más que los lunares y los temblores que pueden ser las señales tempranas de una enfermedad terminal.

Durante el mismo período en que empecé a escribir, mis amigos y yo empezamos una tradición semanal llamada «noche de juegos». Cada domingo por la tarde nos reuníamos para jugar a los típicos juegos de fiesta, como la charada. Había noches en que nunca empezábamos a jugar. Lo único que nos hacía falta era una excusa, y a veces una estructura, para reunimos. Si yo estaba atascado con mi escritura, hacía lo que más adelante llamaría «sembrar en el grupo». Sacaba un tema de conversación, tal vez contaba alguna breve anécdota graciosa e incitaba a la gente a que me contara sus propias versiones.

Mientras escribía
Superviviente,
saqué el tema de los trucos de limpieza y la gente se pasó horas dándome consejos. En
Asfixia
fueron los anuncios en clave de los servicios de seguridad. En
Diario
conté historias sobre lo que me había encontrado, o bien sobre lo que yo había dejado, sellado entre las paredes de las casas en las que había trabajado. Mis amigos escuchaban mi puñado de historias y me contaban las suyas. Y sus invitados contaban las de ellos. Y en una sola noche ya tuve bastantes para un libro.

De esta forma, incluso el acto solitario de la escritura se convierte en excusa para estar con gente. Y, a su vez, la gente alimenta la narración.

A solas. Con gente. Realidad. Ficción. Es un ciclo.

Comedia. Tragedia. Luz. Oscuridad. Se definen entre ellos.

Y funciona, pero solo si uno no se queda demasiado tiempo varado en uno de los dos lados.

GENTE REUNIDA

(People Together)

Festival del Testículo

(Testy Festy)

Una atractiva rubia se echa el sombrero de cowboy hacia atrás sobre la cabeza. Es para poder meterse en la boca toda la polla de un cowboy sin clavarle en el vientre el ala del sombrero. Esto tiene lugar sobre la tarima de un bar abarrotado. Ambos están desnudos y embadurnados de pudin de chocolate y nata montada. Se trata de lo que llaman el «Concurso Mixto de Pintura Corporal». El escenario está cubierto de una alfombra roja. Las luces son fluorescentes. El público corea: «¡Que la chupe! ¡Que la chupe!».

El cowboy rocía la raja del culo de la rubia de nata montada y se pone a comérsela. La rubia lo masturba con la mano llena de pudin de chocolate. Otra pareja sube al escenario y el hombre lame el pudin que ella tiene sobre el coño afeitado. Una chica con una cola de caballo castaña y un top sin espalda le chupa la polla sin circuncidar a un chaval.

Y todo esto mientras el público canta «You’ve Lost That Loving Feeling».

Cuando la chica se está yendo del escenario, una de sus amigas grita:

—¡Se la has chupado, mala puta!

El local está abarrotado, la gente fuma puros, bebe cerveza Rainier, bebe Schmidt’s y Miller, y come gónadas de toro rebozadas y bañadas en salsa ranchera. Huele a sudor, y cuando alguien se tira un pedo, el pudin de chocolate deja de parecer pudin.

Es el Festival del Testículo del Rock Creek Lodge, que acaba de empezar.

Estamos a unos veinticinco kilómetros al sur de Missoula (Montana), donde este mismo fin de semana se han reunido drag queens de una docena de estados para coronar a su emperatriz. Por esa razón han venido al pueblo cientos de cristianos: para sentarse en sus sillas de jardín en algún rincón tranquilo y señalar a las drag queens que se pavonean en minifalda y a los quince mil moteros vestidos de cuero que rugen por la ciudad montados en sus choppers. Los cristianos señalan y gritan:

—¡Demonio! ¡Te veo, demonio! ¡No te puedes esconder!

Durante un solo fin de semana, el primero de septiembre, Missoula es el centro del puñetero universo.

En el Rock Creek Lodge, la gente se pasa el fin de semana subiendo la «Escalera al cielo», o sea, el escenario al aire libre, para hacer, bueno... ya saben.

A un tiro de piedra al este, los camiones que circulan por la interestatal 90 hacen sonar las bocinas mientras las chicas del escenario pasan la pierna por encima de la barandilla y menean vigorosamente los coños afeitados. A medio tiro de piedra al oeste, los trenes de carga de la Burlington Northern aminoran la marcha para ver mejor al tiempo que hacen sonar las sirenas.

—Monté un escenario con trece escalones —dice el fundador del festival, Rod Jackson—. Siempre se puede usar como patíbulo.

Salvo por el hecho de que está pintado de rojo, el escenario parece un patíbulo.

Durante el concurso femenino de camisetas mojadas, y con el escenario rodeado de moteros, universitarios, yuppies, camioneros, cowboys flacos y palurdos, una rubia con unos tacones altos que repiquetean con un ruido metálico pasa una pierna por encima de la barandilla del escenario y flexiona la otra para que el público pueda extender el brazo y meterle los dedos.

El público corea:

—¡Chooocho! ¡Chooocho! ¡Chooocho!

Una rubia con el pelo corto y un piercing en los labios vaginales agarra la manguera del organizador del concurso de camisetas mojadas. Se da una ducha vaginal con la manguera y luego se agacha en el borde del escenario para rociar al público.

Dos morenas se chupan las tetas mutuamente y se dan un beso con lengua. Otra mujer sube a un pastor alemán al escenario. Se reclina hacia atrás y mueve enérgicamente las caderas al tiempo que sujeta el hocico del perro entre las piernas.

Una pareja vestida de exploradores se sube al escenario y se desnuda. Copulan en un montón de posturas distintas mientras el público corea:

—¡Fóllatela! ¡ Fóllatela! ¡ Fóllatela!

Una universitaria rubia apoya los dos pies en la barandilla del escenario y baja lentamente su coño afeitado hasta la cara sonriente del organizador del concurso, Gary el Manguera, mientras el público canta «London Bridge is Falling Down».

En la tienda de souvenirs, gente desnuda y quemada por el sol hace cola para comprar camisetas (11,95 dólares). Hombres con tangas negros del Festival del Testículo (5,95 dólares) compran consoladores hechos a mano llamados «Taladradores de Montana» (15 dólares). En el escenario al aire libre, bajo el poderoso sol de Montana, mientras los coches hacen sonar la bocina y los trenes hacen sonar la sirena, un Taladrador desaparece dentro de una mujer desnuda.

La cola de compradores de recuerdos pasa junto a un barril lleno de bastones, cada uno de un metro de largo, de color marrón cuero y de tacto pegajoso. Una mujer corpulenta que hace cola para comprar una camiseta dice:

—Son pichas secas de toro.

Y me cuenta que los penes se pueden conseguir en carnicerías o en mataderos y que luego se tensan y se desecan. El acabado es como el de los muebles, se lijan y se les da varias capas de barniz.

Un hombre desnudo que está en la cola detrás de ella, con todo el cuerpo igual de marrón y correoso que los bastones, le pregunta a la mujer si alguna vez ha fabricado uno.

La mujer corpulenta se ruboriza y dice:

—Qué vaaa... Me daría vergüenza pedirle una picha de toro al carnicero.

Y el hombre correoso dice:

—Probablemente el carnicero pensaría que es para usarla tú.

Y todo el mundo en la cola, incluida la mujer, se ríe y se ríe sin parar.

Cada vez que una de las mujeres del escenario se pone en cuclillas se eleva un bosque de brazos, cada uno de ellos sosteniendo una cámara desechable de color naranja, y el chasquido simultáneo de los obturadores recuerda el canto de los grillos.

Aquí una cámara desechable cuesta 15,99 dólares.

Durante el «Concurso Masculino de Torso Desnudo», el público corea: «¡Polla y huevos! ¡Polla y huevos!», mientras los moteros borrachos y los cowboys y los estudiantes de la Universidad Estatal de Montana hacen cola para desnudarse en el escenario y balancear sus partes delante de la multitud. Un sosias de Brad Pitt menea vigorosamente su erección. Una mujer le mete la mano entre las piernas desde detrás y lo masturba hasta que él se gira de golpe y le da un porrazo en la cara con la polla tiesa.

La mujer lo agarra y se lo lleva del escenario.

Los viejos se sientan encima de troncos, beben cerveza y tiran piedras a los retretes portátiles de fibra de vidrio donde hacen pis las mujeres. Los hombres mean en cualquier parte.

A estas alturas el aparcamiento está pavimentado de latas de cerveza aplastadas.

Dentro del Rock Creek Lodge, las mujeres se agachan debajo de una estatua de tamaño natural de un toro y le besan el escroto para que les dé buena suerte.

En un camino de tierra que limita un extremo de la propiedad, varias motos participan en un concurso de «Muerdepelotas». Mientras los hombres conducen a toda velocidad, las mujeres, sentadas en la parte trasera de las motos, intentan arrancar de un bocado un testículo colgante del toro.

Lejos del grueso del público, una estela de hombres conduce al campamento de caravanas y tiendas, donde dos mujeres se están vistiendo. Las dos se describen a sí mismas como «dos chicas normales y corrientes de White Fish, con trabajos normales y todo eso».

Una dice:

—¿Has oído ese aplauso? Hemos ganado. Está claro que hemos ganado.

Un joven borracho les dice:

—¿Y qué habéis ganado?

Y la chica dice:

—No hay premio ni nada de eso, pero está claro que hemos ganado.

De donde viene la carne

(Where Meat Comes From)

Uno tarda un par de horas en darse cuenta de qué le pasa a todo el mundo.

Son las orejas. Parece que uno haya aterrizado en un planeta donde casi todo el mundo tiene las orejas rotas y aplastadas, derretidas y encogidas. No es lo primero que salta a la vista de esta gente, pero cuando uno se fija, ya no ve nada más.

—Para la mayoría de los luchadores, las orejas deformadas son como tatuajes —dice Justin Petersen—. Son como signos de estatus. Es algo que en la comunidad se contempla con orgullo. Quiere decir que uno le ha dedicado tiempo.

—Te pasa cuando vienes aquí y peleas y te manosean todo el tiempo las orejas —dice William R. Groves—. Lo que sucede es que de tanto manosearlas y manosearlas, de la abrasión, el cartílago se separa de la piel y, al separarse así, la oreja se llena de sangre y fluidos. Al cabo de un tiempo se vacía, pero el calcio solidifica sobre el cartílago. Muchos luchadores lo ven como una especie de emblema de la lucha, un emblema necesario de la lucha.

Sean Harrington dice:

—Es como una estalactita o algo así. La sangre se filtra lentamente en la oreja y se apelmaza. Luego se hace otra herida y un poco más de sangre se filtra y se apelmaza, y poco a poco la oreja va quedando irreconocible. Hay tipos que lo ven así, está claro, como un emblema de valor, un emblema de honor.

—Yo creo que sí es un emblema de honor —dice Sara Levin—. Así se reconoce a los luchadores. Es otra de esas cosas que hacen que una persona sea tu igual. Y es un vínculo. Es parte del curro. Las orejas. Es parte del juego. Es la naturaleza del deporte, como cicatrices, como heridas de guerra.

Petersen dice:

—Yo tenía un compañero de equipo que antes de irse a la cama se sentaba y se pasaba diez minutos dándose puñetazos en las orejas. Se moría de ganas por tener orejas deformes.

—Yo me las he vaciado un montón de veces —dice Joe Calavitta—. Tengo jeringuillas y, cuando se me hinchan, me dedico a vaciarlas. Y es que se llenan, se llenan de sangre. Y mientras las vayas vaciando antes de que la sangre se endurezca, se puede ir evitando, más o menos. Te lo puede hacer un médico, pero entonces tienes que ir todo el tiempo a la consulta, así que es mejor conseguir las jeringuillas y hacerlo uno mismo.

Petersen, Groves, Harrington y Calavitta practican la lucha amateur.

Levin es la coordinadora de eventos masculinos de lucha americana, el organismo del gobierno central para la lucha amateur.

Lo que tiene lugar en esta página no es lucha, es escritura. En el mejor de los casos, se trata de una postal enviada durante un fin de semana caluroso y seco en Waterloo (Iowa). De donde viene la carne. De los Preolímpicos de la Región Norte, el primer paso, donde por veinte dólares cualquier hombre puede competir por una oportunidad de entrar en el equipo olímpico americano de lucha.

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