—Qué bonito, querido —dijo Dafne distraídamente.
—Las cabezas lectoras que alimentan el anillo se pueden usar en cualquier combinación, en funciones múltiples de escaneo, de modo que no necesitas un puerto mental separado para cada combinación de acciones neuronales en el sujeto. Las cabezas están en un temporizador… Vaya, ¿qué es esto?
Dafne irguió la cabeza.
—¿Encontraste algo, querido?
Faetón echó la capucha hacia atrás, pestañeando para liberar su visión de ilusiones y ver de nuevo la cabina. Miró a Dafne a los ojos.
—¿Cuándo fue la última vez que usaste esta unidad?
—¿Usarla? Ni siquiera he quitado la cinta protectora de las cabezas lectoras. Nadie la ha usado jamás. Es un prototipo.
—¿Atkins no le hizo nada? ¿No la examinó en busca de armas, ni la activó por control remoto?
Dafne se incorporó, abriendo los ojos.
—¡Cielo santo! Esa cosa realmente oculta una trampa, ¿verdad? Sólo bromeaba cuando dije que debías inspeccionarla. Sólo quería darte algo que hacer, para que no te preocuparas. ¿Hay algún problema? No debería haberlo. ¡La mantuve todo el tiempo en mi mochila!
—El reloj de línea dice cero —dijo Faetón—, como si la unidad no estuviera usada, pero hay otro reloj, adherido al temporizador, que controla la coordinación de las cabezas lectoras, e indica que las cabezas hicieron un ciclo de 1 x 10 combinaciones a la vigésima octava potencia hace catorce horas. Es el número de combinaciones que obtendrías si alguien usara la unidad y examinara su propia mente.
Dafne pestañeó.
—Ah, eso no parece peligroso.
—Pero, ¿quién lo hizo?
—Nadie. La cosa estaba en mi mochila. ¿Hace catorce horas? Yo estaba durmiendo en el suelo con doce guijarros clavados en la espalda. Recuerdo porque me puse a contarlos, una y otra vez. Te mostraría las magulladuras pero, hasta que te dignes admitir que somos marido y mujer, no quiero hacer nada que atente contra el decoro Victoriano Gris Plata. ¿De veras no piensas usar esa unidad noética? ¿De veras piensas que soy una agente de tus villanos novelescos? ¿Sólo porque las cabezas lectoras están mal alineadas? ¡Eso no prueba que el objeto contenga una trampa! ¿No puedes ordenarle que lea tu cerebro sin permitirle introducir cambios?
—El motivo por el cual las máquinas noéticas son tan complejas, y el motivo por el cual los primeros Taumaturgos, en la Quinta Era, podían distorsionar las lecturas, es que existe una ida y vuelta continua entre la unidad y la información cerebral que lee. Cualquier acto de examen modifica a su objeto.
—Todavía no entiendo. Supongamos que alguien usó la máquina mientras yo dormía, y supongamos que eran tus villanos. ¿Eso significa que hicieron qué? ¿Prestar un juramento? ¿Atestiguar en el tribunal? ¿Firmar un contrato? En todo caso, no fue nada que dañara la unidad, o que la reprogramara para causarte daño.
—He dicho que existe un flujo bidireccional continuo de energía entre el sujeto y la unidad de lectura noética. Cada uno modifica al otro. He dicho que los antiguos Taumaturgos aprendieron a falsificar estas lecturas. Lo hacían alterando la máquina durante el proceso de lectura. Si esta máquina fue alterada por el enemigo, no pudo haber sido con un buen propósito.
—Pero, ¿no puedes mirarla para averiguarlo? ¿Chequear posibles defectos? ¿Ordenarle que vuelva a cero? ¿Hacer una de esas cosas que siempre haces con tus sistemas en casa cuando ignoras a Radamanto y no quieres oír por qué lo que estás haciendo empeorará las cosas?
Él pestañeó.
—¿Como cuándo?
—¿Qué me dices de aquella vez que derrumbaste el ala este de la mansión, cuando estábamos en Nueva París? ¿O de aquella vez que trataste de realinear todos los impulsores de nuestro registro de confluencia, porque pensabas que obtendría más tensión del motor? Sólo lograste que volcáramos en la lava.
—¡No puedo creer que vuelvas a mencionarlo! ¡Eso fue causado por un flujo en la corriente que nos rodeaba, y hasta Boreo Sofotec dijo después que era una consecuencia inesperada de flujos caóticos en el núcleo magnético! Y lamento que se colapsara el ala, pero creí que podíamos ahorrar energía si la ejecutábamos mediante una interrupción no lineal.
Dafne revolvió los ojos y miró al techo.
—¡Los hombres son tan quisquillosos! Sólo pregunto cómo enderezaste de nuevo esa nave, cómo erigiste los campos de la mansión. Toca el maldito botón de reconfiguración. Anula todo para volver a la configuración inicial.
Faetón frunció el ceño.
—Eso parece demasiado fácil. Aunque no hay motivo para que no funcione…
—Además, estabas manipulando el ala este para alardear, no porque necesitáramos ahorrar energía, y lo sabes.
—¡Estupendo! No puedo creer que repitamos esa vieja discusión, cuando podrías ser un horrible maniquí controlado por los silentes.
—¡Qué comentario tan desagradable!
Él la amenazó con el dedo.
—Te aseguro que si esto es un truco de los silentes, y tú mataste a ese dulce maniquí de Dafne, la imagen de la mujer que amo, destruiré toda tu maldita civilización sin más titubeo que si eliminara un nido de cucarachas. ¡Díselo a tus amos! ¡Nací para incendiar mundos!
—No seas bobo, querido. Pareces un cavernícola. Pero valoro ese sentimiento; no cualquier chica puede conseguir que un maniaco extermine gente indiscriminadamente por ella. ¿De veras crees que soy dulce?
—No es gracioso. Bien, quizá sea un poco gracioso, pero no del todo. —Faetón se quitó el mandil y regresó a la armadura.
—¿Qué haces ahora? —preguntó Dafne.
—Puedo tomar una precaución. Los puertos mentales de mi armadura pueden actuar como intermediarios. La energía de lectura noética no puede penetrar el admantio. Puedo configurar un amortiguador, una especie de cámara intermedia que interrumpa rápidamente el circuito si el lector noético hace algo indebido.
Negros tentáculos de nanomaterial le acomodaron la armadura. Con esfuerzo, volvió a ponerse el mandil. Pasó un rato untando las superficies superiores del yelmo con nanomaterial, cultivando puntos de contacto que se encauzarían por los puntos mentales de sus tableros del hombro. Las líneas conductoras se arracimaron como una masa de cabello sobre su cabeza y alrededor de los hombros, derramándose por el frente de la capucha.
Luego pasó unos instantes descargando rutinas de la tienda mental. Un sistema punto a punto, un formato traductor, ciclos de seguridad, grupos de ajuste de tiempo relativo y demás…
Ironjoy, a causa de su clientela, tenía muchos más programas de seguridad que cualquier otra tienda mental que Faetón hubiera visto. Envió un árbol de búsqueda para usarlos y combinarlos todos.
Luego descubrió que, como sus programas secretariales y senescales habían sido borrados de su espacio mental personal, tenía que obtener activadores arquitecturales, jueces de ruta, condensadores y descondensadores de información, asesores de modelo, cerraduras, interruptores de prioridad…
Parte de esto requería pastillas adicionales, perillas de proceso y demás, que él abrochó a las diversas partes del mandil y colgó de las hebras portadoras. La pared que estaba detrás de los espejos parlantes se abrió en varios gabinetes de construcción, donde Faetón fabricó o encontró otras cosas que necesitaba.
Pronto le costó mover los brazos, porque ahora usaba dos mandiles (el primero no tenía suficiente almacenaje para circuitos de acción) y la capa de materiales que había tenido que añadir era prácticamente un tercer mandil, con cables, cajas de empalme, discos de enfriado y bifurcaciones colgadas de las ocho mangas.
Había abierto uno de los espejos para llevar líneas adicionales a puntos de contacto, y obtener acceso directo a las rutinas de la tienda. Cada cable que iba hasta el espejo tenía un interruptor de circuito con una célula de seguridad.
—Pareces un árbol de navidad andante —dijo Dafne desde el catre.
—Pues no me pongas una vela en la cabeza —respondió él con voz ahogada, pues los altavoces externos de la armadura estaban tapados. Suspire:—. Me alegra que los Gris Plata no estén por aquí para ver esto. El antiguo voto de Helión para lograr que nuestra tecnología sirviera a la belleza…
—Por el momento no eres Gris Plata, héroe. Además, estoy grabando la imagen en mi sortija. Todos lo festejaremos con una carcajada, una vez que termine nuestro exilio —dijo ella con aire nostálgico.
—Si les muestras esta imagen, los Gris Plata no me aceptarán de vuelta.
—No te preocupes, si les muestro esta imagen, los señoriales Negros sí te aceptarán. Iniciarás un nuevo movimiento de corte y confección absurdista. Asmodio Bohost se vestirá como tú.
—¡Por todos los cielos! Vale la pena correr el riesgo de que la trampa silente del lector noético me abrase el cerebro, tan sólo por eso. Mis otros logros se hundirán en la oscuridad, una vez que la historia recuerde cómo influí sobre el horrendo guardarropa de Bohost.
Dafne lo miró fijamente.
—Estás retrasando el momento.
—Quizá un poco…
—Tienes miedo.
—Es razonable, teniendo en cuenta que esto puede matarme.
—Eres un maniaco paranoico.
—Pero encantador. ¿Intentas reforzar mi coraje, niña? Tendrías que pedirle a Estrella Vespertina Sofotec que te enseñe a manipular mejor el ánimo de los hombres.
—Conque otra vez soy una niña, ¿eh? Está bien. Porque al menos ahora hablas como si estuvieras dispuesto a superar el exilio. Pareces menos fatalista.
—Me pregunto si hay otras medidas que pueda tomar para impedir que este lector noético me cause daño si oculta una trampa.
—Ponte otro cubo sobre la cabeza.
—Esto no es un cubo. Monitoriza los niveles de energía del interfaz de la capucha.
—Aun así, es un cubo.
—Quizá me preocupa lo que sucederá si esto funciona. El exilio automático, el que acepté sufrir en Lakshmi, finalizará. ¿Y con eso qué? No hay nada que impida al Colegio cambiar de parecer y someterme a un nuevo proceso. Todavía temen la colonización estelar. Hasta ahora, yo suponía que la mera existencia de colonos sobrevivientes de la Ecumene Silente nos obligaría a viajar allá. Para descubrir qué había sido de ellos, al menos. Pero, si tienes razón, y todo esto es una alucinación impuesta por Gannis, esa importante razón desaparece.
Dafne se sentó con los codos sobre las rodillas, apoyando las mejillas en las palmas, mirando a Faetón con aire impertinente y aniñado.
—Deja todo en manos mías y de Aureliano. Podemos superar ese obstáculo cuando lleguemos a él.
—¿A qué te refieres?
—Me lo reservaba como sorpresa.
—Creí que odiabas las sorpresas.
—No cuando las preparo yo.
—Explícate, por favor, niña.
—¿Otra vez con lo de niña? Dime «explícate, por favor, mi querida esposa Dafne», y quizá me explique.
—No lo haré. Me lo explicarás y con gusto.
—¿Y por qué? —Ella le regaló una sonrisa picara.
—Porque, como yo, te enorgulleces demasiado de tus logros como para callarlos.
La sonrisa se tornó lánguida, y ella se acarició el pelo con los dedos.
—Vamos, estoy cansado de estar con un cubo en la cabeza —urgió Faetón.
—Somos ricos.
—¿Qué?
—En realidad, tú eres rico. Yo sólo seré rica si vuelves a desposarme.
—Estás delirando. No tengo un gramo de dinero, ni un segundo de tiempo informático.
—He dicho rico. No es suficiente para recobrar nuestra nave, pero sí para contratar una nave de una mansión Negra que nos lleve a la Estación Equilateral de Mercurio, y pagar al menos parte de los preparativos de último momento que necesita la
Fénix Exultante.
—¿De veras? ¿Y de dónde salió esa presunta riqueza?
—Trajes volantes.
—¿Trajes volantes?
—Eres dueño de la patente. Por el modo en que Radamanto organizó el negocio, sólo contratas la patente a cambio de un porcentaje compartido. Durante la Mascarada, todos quieren volar. Es muy divertido. Aureliano Sofotec configuró un segundo dispositivo de levitación sobre Europa occidental, para los Individualistas Arios, y un tercero sobre la India, donde se encuentra la macroestructura capital del arte de las Cerebelinas incompuestas.
—Ridículo. Los Exhortadores…
—Son una organización privada y voluntaria. No tienen derecho legal a exigir la presentación de tus documentos. No son la policía. Todos los que alquilan tus trajes volantes están en mascarada. Nadie sabe quiénes son, excepto Aureliano.
—Pero… ¿Por qué la gente desafiaría a los Exhortadores?
Dafne alzó las manos esbeltas y los hombros suaves y redondos en una exagerada pantomima de encogimiento de hombros.
—Teoría uno: la gente respalda a los Exhortadores en principio, excepto cuando ese principio les provoca algún sacrificio o penuria, tal como prescindir del placer de la levitación personal, con lo cual sus principios se evaporan como un escupitajo en el lado diurno de Mercurio. Mucha gente estaba contrariada por las consecuencias imprevistas de esa amnesia masiva que permitieron a los Exhortadores. Teoría dos: la gente sabe que los Exhortadores deberían desterrar a personas como estos amigos que tienes aquí, los amantes de la pornografía infantil, los semiesclavistas, los coleccionistas de armas, los destruccionistas, difamadores y mistagogos, los que trafican con el odio, distorsionan la historia y lucran con el suicidio. Y la gente sabe que el brillante y heroico Faetón no pertenece a esa calaña.
La voz sofocada de Faetón llegó desde bajo las capas de mandiles y cables.
—¿La gente realmente desafiaría a los Exhortadores… por mí? ¿Creen en mi sueño, después de todo?
—No te apresures a lagrimear. La navaja de Occam nos prohibe adoptar teorías que nos exijan postular entidades irreales, tales como la existencia de conciencia, sueños nobles o buenos deseos entre nuestros conciudadanos. No, la teoría número uno tiene más sentido. No les importáis tú y tus ideales, ni los Exhortadores y sus ideales. Sólo quieren sus juguetes.
—Su amor por sus juguetes puede permitirme recobrar mi juguete. ¿No está la semilla de la moralidad del mercado libre sembrada en eso? Quiero mi nave. El árbol de conversación neptuniano ya ha predicho que la Duma me contratará para pilotar la
Fénix Exultante…
Dafne señaló con un dedo delgado el bolsillo del pecho del mandil, donde reposaba la unidad noética.