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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (75 page)

BOOK: Festín de cuervos
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—Hola, Ser Ronnet —saludó—, ¿os habéis extraviado? Es un castillo muy grande, lo sé.

Ronnet
el Rojo
alzó el farol.

—Quería ver el lugar donde el oso bailó con la no tan hermosa doncella. —Con aquella luz, su barba brillaba como si fuera de fuego. A Jaime le llegó el olor a vino de su aliento—. ¿Es verdad que la moza luchó desnuda?

—¿Desnuda? No. —Se preguntó a quién se le habría ocurrido incorporar aquel detalle a la historia—. Los Titiriteros le pusieron un vestido de seda rosa y le dieron una espada de torneo. La Cabra quería que su muerte fuera «divedtida». De lo contrario...

—... sólo con ver a Brienne desnuda, el oso habría huido aterrado. —Connington se echó a reír. Jaime no.

—Habláis como si conocierais a la dama.

—Fui su prometido.

Aquello lo cogió por sorpresa. Brienne no había mencionado ningún compromiso.

—Su padre le buscó marido...

—Tres veces —asintió Connington—. Yo fui la segunda intentona. Cosas de mi padre. Me habían dicho que la moza era fea, y se lo dije, pero me respondió que con la vela apagada, todas las mujeres son iguales.

—Vuestro padre. —Jaime examinó el jubón de Ronnet
el Rojo
, donde dos grifos se enfrentaban sobre campo de gules y plata. «Grifos danzando»—. Era el... hermano de nuestra difunta Mano, ¿no?

—El primo. Lord Jon no tenía hermanos.

—No.

De pronto lo recordó todo. Jon Connington había sido amigo del príncipe Rhaegar. Cuando Merryweather fracasó en su intento de contener la Rebelión de Robert y no hubo manera de localizar al príncipe Rhaegar, Aerys recurrió al mejor que le quedaba, y le otorgó a Connington el cargo de Mano. Pero el Rey Loco siempre estaba amputándose las Manos. De Lord Jon se deshizo tras la batalla de las Campanas: lo despojó de tierras, honores y riquezas, y lo expulsó al otro lado del mar para que muriera en el exilio, a lo que él contribuyó matándose a base de bebida. En cambio, su primo, el padre de Ronnet
el Rojo
, se había unido a la rebelión, y después del Tridente obtuvo el Nido del Grifo como recompensa. Pero sólo el castillo: Robert se quedó con el oro, y repartió la mayor parte de las tierras de los Connington entre sus partidarios más fervorosos.

Ser Ronnet era un caballero con unas pocas tierras, nada más. Para una persona en su situación, la Doncella de Tarth sería una fruta muy apetecible.

—¿Cómo es que no os casasteis? —preguntó Jaime.

—Uf, fui a Tarth y la vi. Le sacaba seis años, y aun así tenía mi altura. Era como una puerca vestida de seda, aunque las puercas tienen las tetas más grandes. Cuando intentaba hablar, casi se ahogaba con su propia lengua. Le di una rosa y le dije que era lo único que iba a obtener de mí. —Connington contempló el foso—. El oso no era tan peludo como ese monstruo, os lo...

La mano dorada de Jaime le golpeó la boca con tal fuerza que el otro caballero cayó rodando por las gradas. El farol se le escapó de las manos y se rompió, y el aceite se extendió y empezó a arder.

—Habláis de una dama de noble cuna, ser. Llamadla por su nombre. Llamadla Brienne.

Connington se alejó a cuatro patas de las llamas que se extendían.

—Brienne. Como quiera mi señor. —Escupió una flema ensangrentada a los pies de Jaime—. Brienne
la Bella
.

CERSEI (6)

El ascenso hasta la cima de la colina de Visenya fue lento. Mientras los caballos se esforzaban en la subida, la Reina se recostó contra un mullido cojín rojo. Fuera se oía la voz de Ser Osmund Kettleblack.

—¡Abrid paso! ¡Despejad la calle! ¡Abrid paso a Su Alteza la Reina!

—Margaery tiene una cohorte muy animada —iba diciéndole Lady Merryweather—. Hay malabaristas, cómicos, poetas, titiriteros...

—¿Y bardos? —quiso saber Cersei.

—En abundancia, Alteza. Hamish
el Arpista
toca para ella cada dos semanas, y a veces Alaric de Eysen nos entretiene en las veladas, pero su favorito es el Bardo Azul.

Cersei lo recordaba de la boda de Tommen.

«Joven; joven y atractivo. Tal vez ahí haya algo.»

—Tengo entendido que también hay otros hombres. Caballeros y cortesanos. Admiradores. Decidme la verdad, mi señora, ¿creéis que Margaery sigue siendo doncella?

—Ella dice que sí, Alteza.

—Ya lo sé. ¿Y qué decís vos?

Los ojos negros de Taena tenían un brillo travieso.

—Cuando se casó con Lord Renly en Altojardín, ayudé a quitarle la túnica para el encamamiento. Su señoría era un hombre de cuerpo bello y lleno de deseo; saltaba a la vista cuando lo metimos en la cámara nupcial, donde su esposa lo aguardaba desnuda como el día de su nombre, toda ruborizada bajo las colchas. Ser Loras la había llevado arriba en persona. Margaery puede decir que el matrimonio no llegó a consumarse, que Lord Renly había bebido demasiado en el banquete de bodas, pero os aseguro que, la última vez que lo vi, lo que tenía entre las piernas no estaba precisamente mustio.

—¿Visteis por casualidad el lecho nupcial a la mañana siguiente? —preguntó Cersei—. ¿La chica había sangrado?

—No se mostraron las sábanas, Alteza.

«Lástima.» Pero la ausencia de sangre, por sí sola, no demostraba nada. Había oído que las campesinas sangraban como puercas la noche de bodas, pero el caso de las doncellas de noble cuna, como Margaery Tyrell, era distinto. Se decía que era más habitual que la hija de un señor perdiera la virginidad a lomos de un caballo que en el lecho con su esposo, y Margaery llevaba montando desde que tuvo edad para caminar.

—Tengo entendido que la Reina cuenta con muchos admiradores entre los caballeros de nuestra Casa. Los gemelos Redwyne, Ser Tallad... Decidme, ¿alguien más?

Lady Merryweather se encogió de hombros.

—Ser Lambert, ese imbécil que se oculta un ojo sano con un parche. Bayard Norcross. Courtenay Greenhill. Los hermanos Woodwright; a veces, Portifer; Lucantine más a menudo. Ah, y el Gran Maestre Pycelle la visita con frecuencia.

—¿Pycelle? ¿De verdad? —¿Acaso el viejo gusano pensaba cambiar al león por la rosa? «Si es así, lo lamentará»—. ¿Quién más?

—El isleño del verano, con su capa de plumas. ¿Cómo me he podido olvidar de él, con esa piel más negra que la tinta? Hay otros que van para presentar sus respetos a sus primas. Elinor está prometida al joven Ambrose, pero le gusta coquetear, y Megga tiene un pretendiente nuevo cada dos semanas. En cierta ocasión besó a un pinche en la cocina. Me he enterado de que piensan casarla con el hermano de Lady Bulwer, pero, si Megga pudiera elegir, estoy segura de que preferiría a Mark Mullendore.

Cersei se echó a reír.

—¿El caballero mariposa que perdió el brazo en el Aguasnegras? ¿Para qué quiere medio hombre?

—Megga lo considera encantador. Le ha pedido a Lady Margaery que la ayude a buscar un mono para él.

—Un mono. —La Reina no supo qué decir. «Gorriones y monos. No cabe duda: el reino se está volviendo loco»—. ¿Qué hay de nuestro valeroso Ser Loras? ¿Visita a menudo a su hermana?

—Más que ningún otro. —Taena frunció el ceño, y se formó una línea entre sus ojos oscuros—. Va a verla todas las mañanas y todas las noches, a menos que eso interfiera en sus deberes. Su hermano la quiere con devoción, lo comparten todo con... Oh... —Durante un momento, la myriense casi pareció conmocionada. Luego, una amplia sonrisa se abrió camino en su rostro—. He tenido un pensamiento muy malvado, Alteza.

—Entonces, no lo digáis en voz alta. La colina está llena de gorriones y, como todos sabemos, los gorriones aborrecen la maldad.

—Por lo que se dice, también aborrecen el agua y el jabón, Alteza.

—Puede que el exceso de oraciones atrofie el olfato. Se lo preguntaré a Su Altísima Santidad.

Los cortinajes oscilaban adelante y atrás en oleadas de seda carmesí.

—Orton me ha dicho que el Septón Supremo no tiene nombre —dijo Lady Taena—. ¿Cómo es posible? En Myr todos tenemos nombre.

—Bueno, lo tuvo, como todos. —La Reina hizo un gesto con la mano para indicar que aquello carecía de importancia—. Hasta los septones de sangre noble utilizan solamente los nombres que se les asignan cuando hacen los votos, y quien asciende a Septón Supremo pierde también ese nombre. La Fe dicta que ya no necesita nombre humano, porque se ha convertido en la encarnación de los dioses.

—Entonces, ¿cómo se distingue a un Septón Supremo de otro?

—Con dificultad. Hay que decir «el gordo», o «el que había antes del gordo», o «el que murió mientras dormía». Siempre se les puede sonsacar el nombre con el que nacieron, pero no les gusta que los llamen por él. Les recuerda que llegaron al mundo como vulgares hombres, y eso no les agrada.

—Dice mi señor esposo que este nuevo nació con tierra debajo de las uñas.

—Lo mismo sospecho yo. Lo habitual es que los Máximos Devotos elijan a uno de los suyos, pero ha habido excepciones. —El Gran Maestre Pycelle le había narrado la historia con todo tedioso detalle—. Durante el reinado del rey Baelor
el Santo
se eligió Septón Supremo a un simple picapedrero. Trabajaba la piedra tan bien que Baelor decidió que era el Herrero en carne mortal. No sabía leer ni escribir, y era incapaz de recordar las oraciones más sencillas. Se dice que la Mano de Baelor lo envenenó para ahorrar tamaña vergüenza al reino. Tras su muerte, el elegido fue un niño de ocho años, otra vez por imposición del rey Baelor. Su Alteza declaró que el pequeño hacía milagros, aunque sus manitas sanadoras no pudieron curarlo tras su último ayuno.

Lady Merryweather dejó escapar una carcajada.

—¿Ocho años? Tal vez mi hijo pueda llegar a Septón Supremo. Tiene casi siete.

—¿Reza mucho? —inquirió la Reina.

—La verdad es que prefiere jugar con espadas.

—Entonces es un niño de verdad, sí. ¿Será capaz de recitar los nombres de los Siete?

—Supongo.

—En ese caso, lo tendré en cuenta.

Cersei no dudaba de que había muchos niños que honrarían la corona de cristal mejor que el imbécil al que habían decidido entregársela los Máximos Devotos.

«Eso pasa por dejar que los idiotas y los cobardes se gobiernen a sí mismos. La próxima vez seré yo quien elija a su amo.» Y la próxima vez no tardaría en llegar, si el nuevo Septón Supremo seguía molestándola. En aquellas cuestiones, la Mano de Baelor no podría darle muchas lecciones a Cersei.

—¡Despejad el camino! —gritaba Ser Osmund Kettleblack—. ¡Abrid paso a Su Alteza la Reina!

La litera empezó a detenerse, lo que sólo podía significar que estaban cerca de la cima de la colina.

—Deberíais traer a vuestro hijo a la corte —le dijo Cersei a Lady Merryweather—. Con seis años no es tan pequeño. Tommen tiene que estar con otros niños. ¿Por qué no el vuestro?

Que ella recordara, Joffrey no había tenido nunca amigos de su edad.

«El pobre estuvo siempre solo. Cuando era pequeña, yo tenía a Jaime... y a Melara, hasta que se cayó al pozo. —Joff se había encariñado con el Perro, claro, pero aquello no era amistad de verdad. Simplemente buscaba al padre que nunca encontró en Robert—. Una especie de hermano pequeño puede ser lo que necesita Tommen para alejarse de Margaery y sus gallinas.» Quizá con el tiempo se hicieran tan amigos como lo fueron Robert y Ned Stark. «Un imbécil, pero un imbécil leal. Tommen va a necesitar amigos leales que le guarden las espaldas.»

—Vuestra Alteza es muy amable, pero el único hogar que ha conocido Russell es Granmesa. Me temo que en una ciudad tan grande se sentiría perdido.

—Al principio —reconoció la Reina—, pero pronto se acostumbrará, como me pasó a mí. Cuando mi padre me envió a la corte, lloré mucho, y Jaime se enfureció, hasta que mi tía se sentó conmigo en el Jardín de Piedra y me dijo que en Desembarco del Rey no había nadie de quien debiera tener miedo.

—Sois una leona —respondió la otra mujer—; son las bestias inferiores las que deben temeros.

—Vuestro hijo también encontrará el valor. Sin duda os gustaría más tenerlo cerca, donde pudierais verlo a diario. Es vuestro único hijo, ¿verdad?

—Por ahora. Mi señor esposo ha rogado a los dioses para que nos bendigan con otro hijo, por si...

—Lo sé.

Pensó en Joffrey, llevándose las manos al cuello. En sus últimos momentos se había vuelto hacia ella en una súplica desesperada, y un recuerdo repentino había detenido un instante el corazón de Cersei: una gota de sangre roja siseando en la llama de una vela, una voz como el croar de una rana que hablaba de coronas y de mortajas, y de muerte a manos del
valonqar
.

En el exterior de la litera, Ser Osmund hablaba a gritos con alguien, que le respondía también a gritos. La litera se detuvo bruscamente.

—¿Qué os pasa? ¿Estáis todos muertos? —rugió Kettleblack—. ¡Apartaos del camino, joder!

La Reina levantó una esquina de la cortina y llamó a Ser Meryn Trant.

—¿Qué ocurre?

—Los gorriones, Alteza. —Ser Meryn llevaba una armadura de lamas blancas bajo la capa. El yelmo y el escudo le colgaban de la silla de montar—. Han acampado en mitad de la calle. Haremos que se aparten.

—Bien, pero con delicadeza. No quiero verme en medio de otra revuelta. —Cersei soltó la cortina—. Esto es absurdo.

—Cierto, Alteza —asintió Lady Merryweather—. Tendría que ser el Septón Supremo quien acudiera a vos. En cuanto a esos condenados gorriones...

—Les da de comer, los mima y los bendice. Pero se niega a bendecir al Rey. —Sabía muy bien que la bendición era un rito vacuo, pero los ritos y ceremonias tenían mucho poder a los ojos de los ignorantes. El propio Aegon
el Conquistador
había fechado el comienzo de su reinado el día en que el Septón Supremo lo ungió en Antigua—. Ese condenado sacerdote me obedecerá, o descubrirá lo débil y humano que sigue siendo.

—Orton dice que lo que quiere en realidad es el oro, que no realizará la bendición hasta que la corona vuelva a hacer los pagos.

—La Fe tendrá su oro en cuanto nosotros tengamos paz.

El septón Torbert y el septón Raynard habían sido muy comprensivos... a diferencia de aquel condenado braavosi, que había acosado al pobre Lord Gyles de manera tan implacable que lo había hecho acabar en cama escupiendo sangre.

«Necesitábamos esos barcos.» No podía confiar en el Rejo para contar con una armada; los Redwyne estaban demasiado allegados a los Tyrell. Tenía que contar con una fuerza propia en el mar.

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