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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (13 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—No estoy seguro de dónde está la justicia en este caso —dijo Miles—, pero puedo jurarles algo: los días del encubrimiento terminaron. No habrá más crímenes secretos en la noche. La luz del día ha llegado. Y hablando de crímenes en la noche —se volvió hacia la señora Mattulich—, ¿fue usted la que trató de cortarle el cuello a mi caballo anoche?

—Lo intenté —dijo la señora Mattulich, más tranquila ahora en una onda de dulzura de la pentarrápida—, pero levantaba la cabeza y hasta la patas.

—¿Por qué mi
caballo
? —Miles no podía disimular la exasperación que había en su voz, aunque el manual de interrogatorio exigía un tono más reposado.

—No podía atacarle a usted —dijo la señora Mattulich con sencillez.

—¿Infanticidio retroactivo por interpósita persona… o animal? —murmuró.

—Sí —respondió la señora Mattulich y su odio atravesó incluso la asquerosa alegría de la pentarrápida—,
usted
es el peor. Todo lo que sufrí, todo lo que hice, todo el dolor y aparece usted al final. Un mutante convertido en señor de todos nosotros y todas las reglas cambiadas, traicionadas al final por la debilidad de una mujer de otro mundo. Usted consigue que todo lo que hice no valga
nada
. Lo odio. Mutante sucio… —Su voz siguió murmurando cosas ininteligibles.

Miles respiró hondo, y miró a su alrededor. El silencio era profundo y nadie se atrevía a romperlo.

—Creo —dijo— que eso concluye mi investigación sobre los hechos de este caso.

El misterio de la muerte de Raina estaba resuelto.

Por desgracia, todavía quedaba el problema de la justicia.

Miles se fue a pasear.

El cementerio, aunque no era mucho más que un claro en el bosque, era un lugar de paz y belleza bajo la luz de la mañana. El arroyo borboteaba sin cesar, formando sombras verdes, cambiantes y reflejos cegadores. La brisa leve que había acabado con lo que quedaba de la niebla de la noche susurraba entre los árboles, y las criaturas pequeñas, de corta vida, que todos, excepto los biólogos de Barrayar, llamaban escarabajos, cantaban y titilaban entre las manchas de los arbustos nativos.

—Bueno, Raina —suspiró Miles—, ¿y ahora qué hago? —Pym se había quedado en los bordes del claro, para dejarle libertad—. No te preocupes —le aseguró Miles a la pequeña tumba—: Pym ya me ha visto otras veces hablando con los muertos y tal vez crea que estoy loco. Pero está demasiado bien entrenado para decirlo.

Pym no parecía muy contento, en realidad, ni demasiado bien tampoco. Miles se sentía un poco culpable por arrastrarlo hasta allí; por derecho, tendría que haber estado descansando en la cama, pero Miles necesitaba desesperadamente ese tiempo a solas. Pym no sólo sentía el efecto de la coz de Tonto. Se había quedado en silencio desde que Miles le arrancara la confesión a la señora Mattulich. Miles no estaba sorprendido. Pym se había preparado para ser el verdugo en esa excursión; la aparición de una abuela loca como víctima le preocupaba, eso era evidente. De todos modos, obedecería las órdenes de Miles, fueran cuales fueren, Miles no lo dudaba.

Pensó un poco en las peculiaridades de la ley de Barrayar, mientras caminaba sin rumbo por el claro, mirando el arroyo y la luz y levantando alguna que otra piedra con la punta de la bota. El principio fundamental era claro: se prefería el espíritu a la letra, la verdad a los tecnicismos. Se consideraba el precedente menos importante que el juicio de un hombre en el lugar de los hechos. Por desgracia, el hombre que iba a juzgar en el lugar de los hechos era él. Así que no tenía salvación, no podía correr a protegerse bajo leyes automáticas ni esconderse en un
la ley lo dice
como si la ley fuera algún señor superior con una voz real. La única voz en este caso era la suya.

¿Y a quién serviría la muerte de esa vieja medio loca? ¿A Harra? La relación entre madre e hija había quedado herida de muerte. Miles lo había visto en los ojos de ambas, y, sin embargo, Harra no tenía estómago para pensar en el matricidio. Miles casi prefería que fuera así, porque tenerla a su lado clamando venganza hubiera sido una fuente de distracción en ese momento. La justicia más obvia era una recompensa bien pobre para el coraje de Harra al ir a denunciar el crimen. ¿Raina? Ah. Eso era mucho más difícil de decir.

—Me gustaría poner a esa vieja bruja a tus pies, damita —murmuró Miles—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Te sirve de algo? ¿Qué te serviría? ¿Éste es el gran incendio que te prometí?

¿Qué tipo de sentencia brillaría más a lo largo de la gran montaña Dendarii? ¿Debía sacrificar a ese pueblo en aras de una afirmación política más importante, eso, a pesar y por encima de sus deseos? ¿O debía olvidarlo todo y juzgar sólo para los que estaban involucrados? Cogió una piedra y la arrojó con toda su fuerza al arroyo. La piedra desapareció en el lecho del río invisible.

Miles se volvió y vio al portavoz Karal en el extremo del cementerio. Karal inclinó la cabeza y se acerco con cuidado.

—Milord —saludó.

—Diga —respondió.

—¿Ha llegado a una conclusión?

—En realidad, no. —Miles miró a su alrededor—. Cualquier cosa que no sea la muerte de la señora Mattulich parece… inadecuada desde el punto de vista de la justicia y sin embargo… no veo a quién voy a servir con su muerte.

—Yo tampoco lo veía. Por eso adopté la postura que tenía al principio.

—No… —aseguró Miles lentamente—, no, usted estaba equivocado en eso. En primer lugar, esa forma de proceder casi mata a Lem Csurik. Yo estaba dispuesto a perseguirlo con una fuerza mortal en cierto momento. Y casi destruye su matrimonio con Harra. La verdad es mejor. Un poco mejor. Por lo menos no es un error fatal. Seguramente… seguramente podré hacer algo con la mujer.

—Al principio no sabía qué esperar de usted —admitió Karal.

Miles meneó la cabeza.

—Quería cambiar las cosas. Hacer algo distinto. Ahora… no lo sé.

El portavoz Karal frunció el ceño.

—Pero estamos cambiando.

—No lo suficiente. No lo bastante rápido.

—Usted todavía es joven, por eso no se da cuenta de cuánto cambiamos, de lo rápido que lo hacemos. Mire la diferencia que hay entre Harra y su madre. Dios… Mire la diferencia entre la señora Mattulich y su madre. Esa sí era una bruja. —El portavoz Karal se estremeció—. Yo la recuerdo muy bien. Y sin embargo, no era distinta a las demás en su época. En este momento, si hablamos de cambios, no creo que usted pudiera pararlos si quisiera. En el minuto en que tengamos un receptor de satélite aquí, y entremos en la red común, el pasado habrá terminado. Cuando los chicos vean el futuro… su futuro, se volverán locos por él. Los viejos como la señora Mattulich ya lo han perdido. Los viejos lo saben, no crea que no. ¿Por qué cree que no fuimos capaces de conseguir por lo menos una pequeña unidad para el pueblo? No es sólo el costo. Los viejos se oponen. Lo llaman corrupción del planeta, pero en realidad, tienen miedo al futuro.

—Todavía hay tanto por hacer.

—Ah, sí. Somos un pueblo desesperado, eso es verdad. Pero tenemos esperanza. No creo que usted se dé cuenta de lo mucho que ha hecho sólo con venir aquí.

—Yo no he hecho nada —dijo Miles con amargura—. Me limité a aguardar, eso es todo. Y ahora, estoy seguro de que voy a terminar igual, es decir, sin hacer nada. Y después me iré a casa. ¡Maldición!

El portavoz Karal se mordió los labios, se miró los pies y después las colinas altas.

—Usted está haciendo algo por nosotros todo el tiempo, señor mutante. ¿Cree que es invisible?

Miles esbozó una sonrisa de dolor.

—Ah, Karal, soy una banda de un solo hombre. Soy un desfile.

—Tal cual. La gente normal necesita ejemplos extraordinarios. Así pueden decirse a sí mismos, si él puede hacer eso, seguramente yo puedo hacer esto otro. No hay excusa.

—No hay cuartel, sí. Conozco el juego. Participo en él desde que nací.

—Creo —dijo Karal— que Barrayar lo necesita, señor. Necesita que usted siga siendo tal como es ahora.

—Barrayar me va a comer, si puede.

—Sí —dijo Karal con los ojos en el horizonte—, es cierto. —Su mirada bajó a las piedras que tenía entre los pies—. Pero nos come a todos, al final, ¿no es verdad? Usted vivirá más que los viejos.

—Nos come a todos al final… o al principio —señaló Miles—. No me diga a mí a quién voy a sobrevivir. Dígaselo a Raina.

Karal inclinó un poco los hombros.

—Cierto. Cierto. Dicte su sentencia, señor. Yo le apoyaré.

Miles los reunió a todos en el patio de Karal para su audiencia, y esta vez la galería iba a ser su podio. El interior de la cabaña hubiera sido demasiado caluroso y cerrado para esa multitud, sofocante con el sol de la tarde cayendo sobre el tejado, aunque afuera la luz hacía parpadear. Todos estaban allí, todos los que pudieron traer. El portavoz Karal, la señora Karal, sus hijos, todos los Csurik, la mayoría de los curiosos que habían venido a la celebración funeraria de la noche anterior, hombres, mujeres, chicos. Harra estaba sentada, sola. Lem seguía tratando de sostenerle la mano aunque, por la manera en que ella lo esquivaba, era evidente que no quería que la tocaran. La señora Mattulich estaba sentada junto a Miles, silenciosa y dura, flanqueada por Pym y el ayudante Alex, quien se sentía muy incómodo.

Miles levantó el mentón, para ajustarse el cuello alto del uniforme verde, todo lo lustrado y elegante que permitía la experiencia de ordenanza de Pym. El uniforme del Servicio Imperial que Miles se había ganado. ¿Sabía toda esa gente que él se lo había ganado, o todos creían que había sido un regalo de su padre, nepotismo en el trabajo? A la mierda con lo que pensaran. Él lo sabía. Se quedó de pie frente a esa gente y se aferró a la barandilla de la galería.

—He concluido la investigación de las acusaciones presentadas frente a la corte del conde por Harra Csurik en relación con el asesinato de su hija Raina. Por evidencias, testimonios de otros y confesión, encuentro a Mara Mattulich culpable de esta muerte. Ella retorció el cuello del bebé hasta darle muerte y después trató de ocultar el crimen. Incluso cuando su ocultamiento puso en peligro mortal a su yerno, Lem Csurik, por falsas acusaciones. A la luz de la indefensión de la víctima, la crueldad del método y el egoísmo cobarde del ocultamiento, no encuentro ninguna excusa ni circunstancia atenuante del crimen.

»Además, Mara Mattulich, se confiesa autora de otros dos infanticidios hace unos veinte años, sus propios hijos. Estos hechos serán proclamados por el portavoz Karal de extremo a extremo del valle Silvy, hasta que todos sus habitantes hayan sido informados.

Sentía la mirada feroz de la señora Mattulich clavada en la espalda.
Sí, vamos, ódiame, vieja. Todavía pienso enterrarte y tú lo sabes
. Tragó saliva y siguió adelante, escudándose en la formalidad del lenguaje.

—Por este crimen sin circunstancias atenuantes, la única sentencia aceptable es la muerte. Por consiguiente, yo sentencio a muerte a Mara Mattulich. Pero considerando su edad y su relación con la parte injuriada de este caso, Harra Csurik, prefiero dejar en suspenso la ejecución de la sentencia. Indefinidamente.

Miles vio por el rabillo del ojo que Pym dejaba escapar con mucho cuidado, muy imperceptiblemente, un suspiro de alivio. Harra se retorcía el pelo pajizo entre los dedos y escuchaba con toda atención.

—Pero estará muerta a los ojos de la ley. Todas sus propiedades, incluso la ropa que lleva encima, pertenecen desde hoy a su hija Harra, que podrá disponer de ellas. Mara Mattulich no podrá tener propiedades ni firmar contratos ni hacer denuncias por injurias ni ejercer su voluntad en testamento después de su muerte. No puede abandonar el valle Silvy sin permiso de Harra. Harra tendrá el mismo poder sobre ella que un padre sobre un hijo o un tutor sobre una persona senil. En ausencia de Harra, la sustituirá el portavoz Karal. Mara Mattulich tendrá que ser vigilada para que no haga daño a ningún otro niño.

»También morirá sin pompa. Nadie, ni Harra ni ningún otro, hará una hoguera para ella cuando finalmente baje al polvo. Así como ella asesinó su futuro, su futuro sólo le devolverá la muerte a su espíritu. Morirá como mueren los que no tienen hijos, sin recuerdo.

Un suspiro profundo recorrió las bocas de los más viejos de la multitud. Por primera vez, Mara Mattulich inclinó el cuello erguido.

Algunos, y Miles lo sabía, encontrarían eso meramente simbólico. Otros lo verían como una auténtica sentencia a muerte, según la fuerza de sus creencias. Éstos y los que veían la mutación como un pecado que debía ser expiado a través de la violencia. Pero hasta los menos supersticiosos entendían el mensaje, Miles lo veía en sus caras. Bien.

Miles se volvió a la señora Mattulich y bajó la voz.

—De ahora en adelante, cada vez que respires será gracias a mi misericordia. Cada pedazo de comida que muerdas será gracias a la caridad de Harra. Por caridad y por piedad, como las que tú no supiste dar, así vivirás. Mujer muerta.

—Piedad, señor mutante. —El gruñido era bajo, triste, derrotado.

—Creo que lo has entendido —dijo él entre dientes. Le hizo una reverencia, infinitamente irónica, y le volvió la espalda—. Soy la voz del conde Vorkosigan. Esto concluye mi misión aquí.

Miles se reunió con Lem y Harra poco después, en la cabaña del portavoz Karal.

—Voy a proponerle una cosa. —Miles controló sus nerviosas idas y venidas y se quedó de pie frente a ellos—. Tiene toda la libertad del mundo. Puede rechazarla si quiere o tomarse el tiempo necesario para pensarla. Sé que ahora está muy cansada. —
Como todos
. ¿De verdad había estado en el valle Silvy sólo un día y medio? Parecía un siglo. Le dolía la cabeza de cansancio. Harra también tenía los ojos enrojecidos—. Primero, ¿sabe leer y escribir?

—Algo —admitió Harra—. El portavoz Karal nos enseñó algo, y la señora Lannier.

—Bien, es suficiente. Por lo menos, no empezaría de cero. Mire. Hace unos años, Hassadar fundó una escuela para maestros. No es grande, pero ya funciona. Hay becas. Puedo hacer que le den una si quiere vivir en Hassadar durante tres años y dedicarse por completo al estudio.

—¿Yo? —dijo Harra—. ¡Yo no puedo ir a esa escuela! No sé nada…

—Conocimientos es lo que debe tener cuando salga, no cuando entre. Mire, ellos saben con qué se enfrentan en este distrito. Tienen muchos cursos de apoyo. Es verdad que usted va a tener que trabajar más que otros para mantenerse al mismo nivel que los de la ciudad y los de las tierras bajas. Pero sé que tiene el valor necesario y sé que tiene voluntad. El resto es sólo levantarse y darse contra la pared una y otra vez hasta que se derrumbe. Usted tiene una buena frente para eso, ¿verdad? Puede hacerlo, estoy seguro.

BOOK: Fronteras del infinito
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