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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (17 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—Sus habilidades
musicales
, Ryoval. Que son más que especiales. Son únicas. Genuinas. No están aumentadas artificialmente de ninguna forma. Y no pueden duplicarse en tus laboratorios.

—Mis laboratorios pueden duplicar cualquier cosa, señor —sonrió Ryoval aceptando el desafío implícito en la frase.

—Excepto la originalidad. Por definición.

Ryoval abrió las manos como aceptando el punto filosófico con amabilidad. Fell, comprendió Miles, no sólo disfrutaba del talento musical de la cuadrúmana, disfrutaba sobremanera de la posesión de algo que su rival deseaba comprar y que él no tenía ninguna necesidad de vender. Ah, eso sí que era un placer. Parecía que hasta al famoso Ryoval le resultaba difícil mejorar su oferta… y sin embargo, si Ryoval descubría el precio de Fell, ¿qué fuerza podría salvar a Nicol en todo Jackson's Whole? Miles comprendió de pronto que él sí sabía cuál era el precio de Fell. ¿Ryoval también lo descubriría?

Ryoval levantó los labios.

—Discutamos la venta de una muestra de su tejido, entonces. No le causaría ningún daño y tú podrías seguir disfrutando de sus servicios únicos sin interrupción.

—Eso perjudicaría su valor como objeto único. La circulación de copias siempre disminuye el valor del original, ya lo sabes, Ry —sonrió el barón Fell.

—No al principio —señaló Ryoval—. El tiempo normal de crecimiento de un clon es de, por lo menos, diez años… ah, pero eso lo sabes. —Enrojeció e hizo una leve inclinación de disculpas como si de pronto se hubiera dado cuenta de que había dado un paso en falso.

La súbita rigidez de Fell parecía confirmarlo.

—Sí, lo sé —respondió Fell con frialdad.

En ese punto, Bel Thorne, que seguía el intercambio con atención, interrumpió con calor y espanto:

—¡No puede vender sus tejidos! Usted no es su dueño. ¡No es una construcción de Jackson's Whole! ¡Es una ciudadana galáctica que nació libre!

Los dos barones se volvieron hacia Bel, como si el mercenario fuera un mueble que de pronto se hubiera puesto a hablar. Y en un mal momento. Miles se estremeció.

—Puede vender su contrato —dijo Ryoval, controlándose para ofrecer una tolerancia a medias—. Y eso es lo que estamos discutiendo. Una discusión
privada
, no sé si me entiende.

Bel ignoró la última frase.

—En Jackson's Whole, ¿qué diferencia práctica puede haber entre un contrato y la carne?

Ryoval sonrió con frialdad.

—Ninguna. La posesión es más del noventa por ciento de la ley aquí.

—¡Eso es totalmente ilegal!

—Legal, querido… ah, usted es betano, ¿verdad? Eso lo explica todo —dijo Ryoval—. Ilegal es lo que el planeta en que usted se encuentra decide llamar ilegal y es capaz de reprimir. No veo ninguna fuerza especial betana que pueda imponer aquí su forma peculiar de sentir la moralidad, ¿y tú, Fell?

Fell escuchaba con las cejas enarcadas, atrapado entre la diversión y la irritación. Bel se encogió.

—Así que, si yo saco un arma y le hago estallar la cabeza en pedazos, ¿eso sería perfectamente legal?

El guardaespaldas se puso tenso y acomodó su peso y su centro de gravedad para lanzarse por el aire.

—Basta, Bel —murmuró Miles entre dientes.

Pero Ryoval empezaba a disfrutar de la rabia del betano que lo había interrumpido.

—Usted no tiene armas. Pero, si dejamos de lado la legalidad del asunto, mis subordinados tienen instrucciones de vengarme. Es una especie de ley natural o virtual, digamos. Así que usted descubriría que ese impulso desafortunado es muy ilegal.

El barón Fell miró a Miles e hizo un gesto con la cabeza. Tiempo de intervenir.

—Es hora de irnos, capitán —dijo Miles—. No somos los únicos invitados del barón.

—Prueben el buffet caliente —sugirió Fell con amabilidad.

Ryoval cumplió con sus buenos modales y olvidó a Bel. Se volvió hacia Miles.

—Si baja al planeta, venga a mi establecimiento, almirante. Hasta un betano puede querer expandir los horizontes de su experiencia. Estoy seguro de que mi personal encontraría algo de su interés a un precio que usted pudiera pagar.

—No creo —dijo Miles—. El barón Fell tiene todo nuestro crédito.

—Ah, lo lamento. En el próximo viaje, entonces… —Ryoval se alejó sin más.

Bel no se movió.

—No puede usted vender a una ciudadana galáctica ni obligarla a bajar ahí —dijo y señaló con gesto violento la curva del planeta al otro lado de la estación. Nicol, que miraba todo desde detrás de su dulcimer, no tenía ninguna expresión en el rostro, pero sus ojos azules e intensos brillaban con fuerza.

Ryoval se volvió, fingiendo sorpresa.

—Ah, capitán, acabo de darme cuenta. Betano… sí, usted debe de ser un auténtico hermafrodita. Usted mismo es una rareza. Le ofrezco una experiencia de trabajo que le abrirá los ojos por lo menos el doble de su sueldo actual. Y ni siquiera tendría que hacerse matar. Tarifas gremiales. Le garantizo que usted sería muy, pero muy popular.

Miles sintió que veía la forma en que se elevaba la tensión de la sangre de Thorne a medida que iba comprendiendo el sentido de las palabras de Ryoval. La cara del hermafrodita se oscureció y se llenó de rabia. Miles levantó la mano y se la puso en el hombro, con fuerza. La rabia se quedó donde estaba.

—¿No? —dijo Ryoval, inclinando la cabeza—. Lo lamento. Pero, hablando en serio, pagaría bien una muestra de su tejido, para mis archivos.

Bel estalló de pronto.

—¡Que mis clones fueran… fueran no sé qué tipo de esclavo en el siglo que viene…! Sobre mi cadáver… o el suyo…

Bel estaba tan furioso que tartamudeaba, un fenómeno que Miles nunca había presenciado en siete años de amistad.

—Tan betano… —se burló Ryoval.

—Basta, Ry —gruñó Fell.

—No podemos ganarles, Bel —susurró Miles—. Es hora de tocar a retirada. —El guardaespaldas temblaba.

Fell asintió para hacerle saber a Miles que aprobaba sus palabras.

—Gracias por su hospitalidad, barón Fell —prosiguió Miles formalmente—. Buenas noches, barón Ryoval.

—Buenas noches, almirante —dijo Ryoval, dejando ir lo que, evidentemente, había sido para él el mejor entretenimiento de la noche—. Usted es del tipo cosmopolita, para ser betano. Tal vez quiera visitarnos algún día sin la compañía de su amigo moralista.

Una guerra de palabras había que ganarla con palabras.

—No lo creo —murmuró Miles, buscando en su cabeza un insulto poderoso para dejarlo en su retirada.

—Qué lástima —dijo Ryoval—. Tenemos un acto de perros y enanos que le fascinaría, estoy seguro.

Hubo un momento de silencio absoluto.

—¿Y si los freímos en aceite desde la órbita? —sugirió Bel tenso. Miles sonrió a través de los dientes apretados, se inclinó y se retiró llevando la manga de Bel sujeta entre sus manos. Cuando se volvió pudo oír a Ryoval riéndose a sus espaldas.

El mayordomo de Fell apareció como por parte de magia a sus espaldas.

—Por aquí, por favor, oficiales —sonrió. A Miles nunca lo habían echado de un lugar con tanta amabilidad.

Cuando volvieron a bordo del
Ariel
, Thorne se puso a caminar de un lado a otro mientras Miles se sentaba a tomar un café tan negro y caliente como sus pensamientos.

—Lamento haber perdido los estribos con ese presumido de Ryoval —se disculpó Bel con un gruñido.

—Presumido, una mierda —dijo Miles—. El cerebro que hay en ese cuerpo debe de tener por lo menos cien años. Te tocó como a un violín. No. No podemos esperar contestarle el golpe. Admito que hubiera preferido que te hubieras callado la boca. —Tragó aire para tranquilizarse.

Bel hizo un gesto de aceptación y siguió caminando.

—Y esa pobre chica, atrapada en esa burbuja… tuve la oportunidad de charlar con ella y la desaproveché… Idiota…

Esa mujer realmente había despertado al hombre que había en Thorne, reflexionó Miles con ironía.

—Les ocurre a los mejores —murmuró. Sonrió a su café, después frunció el ceño. No. Mejor no alentar a Thorne en el asunto de la cuadrúmana. Era obvio que ella era mucho más que una sirviente en la casa de Fell. Tenían una nave, una tripulación de veinte personas, y aunque hubieran tenido a toda la flota Dendarii para apoyarlos, se lo habría pensado dos veces antes de ofender al barón Fell en su propio territorio. Tenían una misión. Y hablando de eso, ¿dónde mierda estaba ese técnico? ¿Por qué no se había puesto en contacto con ellos, como estaba previsto?

En ese momento sonó el intercomunicador de la pared.

Thorne fue hasta él y lo cogió.

—Aquí Thorne.

—Cabo Nout, en la puerta de embarque. Aquí hay una… una mujer que pregunta por usted.

Thorne y Miles intercambiaron una mirada.

—¿Cómo se llama? —preguntó Thorne.

Un murmullo y después:

—Dice que es Nicol.

Thorne soltó una exclamación de sorpresa.

—Que alguien la escolte hasta aquí.

—Sí, capitán. —El cabo se olvidó de apagar el intercomunicador y se oyó su voz al alejarse—: Si uno se queda en este puesto lo suficiente, no hay
nada
que no pueda ver.

Nicol apareció en el umbral balanceándose en una silla de flotación, una taza tubular que parecía estar buscando su plato en el aire, vestida con algo azul de tela pesada a juego con sus ojos. Se deslizó a través del umbral con tanta facilidad como una mujer que balancea las caderas para pasar por un lugar estrecho, se detuvo frente a la mesa de Miles y ajustó la altura de su aparato a la de una persona sentada. Los controles, que manejaba con las manos inferiores, dejaban las superiores enteramente libres. El soporte del cuerpo debía de haber sido diseñado especialmente para ella. Miles la observó maniobrar con gran interés. No habría jurado que pudiera vivir fuera de la burbuja de vacío. Esperaba verla débil, pero no lo parecía. Parecía decidida. Miró a Thorne, quien estaba radiante.

—Nicol. Me alegro tanto de verla de nuevo.

Ella asintió.

—Capitán Thorne. Almirante Naismith. —Miró a uno y a otro y finalmente fijó la vista en Thorne. Miles se daba cuenta de la razón. Tomó un trago de café y esperó los acontecimientos.

—Capitán Thorne. Usted es un mercenario, ¿verdad?

—Sí…

—Y… perdóneme si no es cierto, pero me… me pareció que había cierta empatía con mi… mi situación. Una comprensión de mi posición.

Thorne enrojeció y le hizo una inclinación de cabeza un poco idiota.

—Entiendo que usted está suspendida sobre un abismo.

Ella asintió sin decir nada.

—Ella misma se metió en él —señaló Miles.

—Y pienso salir —afirmó con altivez.

Miles se encogió de hombros y siguió tomando café.

Nicol volvió a ajustar la silla voladora, un gesto nervioso que terminó por ponerla a la misma altura a la que había empezado.

—Me parece —dijo Miles— que el barón Fell es un protector formidable. No estoy seguro de que usted tenga nada que temer de Ryoval y su… interés carnal en usted mientras Fell esté a cargo de la situación.

—El barón Fell se está muriendo. —Ella movió la cabeza—. Por lo menos, eso es lo que él cree.

—Lo suponía. ¿Por qué no se fabrica un clon?

—Lo hizo. Arregló todo con la Casa Bharaputra. El clon tenía catorce años, de tamaño completo. Y hace unos dos meses, alguien lo asesinó. El barón todavía no ha descubierto quién lo hizo, aunque tiene su listita. Encabezada por su medio hermano.

—Y así lo dejan encerrado en su cuerpo envejecido. Qué… maniobra táctica fascinante… —musitó Miles—. ¿Qué va a hacer ese enemigo desconocido ahora, me pregunto? ¿Sólo esperar?

—No lo sé —dijo Nicol—. El barón hizo que empezaran otro clon, pero todavía no ha salido del replicador. Incluso con los aceleradores de crecimiento pasarían años hasta que pudiera madurar lo suficiente para hacer el trasplante. Y…, se me ocurre que hasta entonces el barón puede morir de muchas formas, además de las naturales.

—Una situación insegura —aceptó Miles.

—Quiero irme. Quiero comprar un pasaje y salir de aquí.

—Entonces ¿por qué —dijo Miles con la voz seca—, por qué no lleva su dinero a las oficinas de una de las tres líneas comerciales de pasajeros que llegan aquí y compra un billete?

—Por el contrato —dijo Nicol—. Cuando lo firmé en la Tierra no me di cuenta de lo que significaría cuando llegara a Jackson's Whole. Nunca voy a poder salir de aquí a menos que el barón quiera dejarme ir. Y no sé por qué… pero parece que cada vez cuesta más vivir aquí. He hecho un cálculo y la cosa se va a poner mucho peor antes de que termine mi tiempo a su servicio.

—¿Cuánto falta? —Preguntó Thorne.

—Cinco años,

—¡Mmm! —soltó Thorne, comprensivo.

—Así que usted… bien, quiere que le ayudemos a romper un contrato con un sindicato —resumió Miles, haciendo anillos de café sobre la mesa con el culo de la taza—. Que la saquemos en secreto, supongo.

—Puedo pagarle. Ahora puedo pagar más de lo que podré los próximos años. Esto no es lo que yo esperaba cuando vine… Me hablaron de grabar una demostración en vídeo… y nunca se hizo. No creo que vayan a grabarla. Llegaría a un público mayor si volviera a casa, eso si consigo lo suficiente para pagar el precio de esa vuelta. Quiero ir con mi gente. Quiero… quiero salir de aquí antes de que me empujen a ese abismo. —Hizo un gesto en la dirección del planeta alrededor del cual orbitaban—. La gente que baja, nunca vuelve. —Hizo una pausa—. ¿Le tiene miedo al barón Fell?

—¡No! —dijo Thorne, mientras Miles contestaba:

—Sí. —Ambos intercambiaron una mirada sardónica.

—Digamos que nos inclinamos a cuidarnos mucho del barón Fell —sugirió Miles. Thorne se encogió de hombros asintiendo. Ella frunció el ceño y maniobró hasta la mesa. Sacó un puñado de dinero de distintas monedas planetarias del bolsillo de su chaqueta azul y lo puso frente a Miles.

—¿Esto calmaría sus nervios?

Thorne puso los dedos sobre el fajo y lo contó. Por lo menos, unos dos mil dólares betanos, en una estimación a la baja, sobre todo en billetes de denominaciones medias, aunque arriba había un billete de una unidad betana que disimulaba el valor de todo el fajo frente a una mirada accidental.

—Bueno —dijo Thorne, dirigiéndose a Miles—, ¿y qué pensamos de esto nosotros, mercenarios?

Miles se reclinó pensativo en su silla. El secreto de la identidad de Miles no era el único favor al que podía apelar Thorne, si quería. Miles recordaba el día en que Thorne le había ayudado a capturar una estación de minería en un asteroide y el acorazado
Triunfo
, sin otra cosa que dieciséis hombres con equipo de combate y muchísimo valor.

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