Read Fronteras del infinito Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (15 page)

BOOK: Fronteras del infinito
11.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Bel se acercó y se reclinó sobre el respaldo de la silla de Miles para cogerlo.

—¿Doy permiso a la tripulación, mientras esperamos que los esbirros del barón carguen la compra? ¿Y tú? Había un hotelito cerca del muelle, con todas las comodidades, piscina, sauna, comida excelente… —Bel bajó un poco la voz—. Podría pedir una habitación para dos…

—Pensaba dar sólo pases para el día. —Miles se aclaró la garganta. Obviamente.

—Pero también soy una mujer —señaló Bel en un murmullo.

—Entre otras cosas.

—Eres tan heterosexual, Miles. No tienes remedio.

—Lo lamento. —Miles dio una palmadita a la mano que se había posado sobre su hombro.

Bel suspiró y se enderezó.

—Yo también.

Miles suspiró. Tal vez hubiera debido ser más enfático en sus rechazos: ésta era sólo la séptima vez en que había hablado del asunto con Bel. Era ya casi un rito, y casi, pero no del todo, una broma. Tenía que admitir que Bel era o muy optimista o muy duro de mollera… o, pensó Miles con honestidad, realmente lo quería. Si se daba la vuelta en ese momento, lo sabía, tal vez podría sorprender una soledad esencial en los ojos del hermafrodita, una soledad que nunca llegaba a los labios. No se volvió.

Y ¿quién podía juzgar a quién?, reflexionó después con tristeza, ¿él, con cuerpo que le daba tan poca alegría? ¿Qué veía de atractivo Bel, saludable y con un cuerpo de altura normal aunque tuviera genitales extraños, en un hombre bajo, medio lisiado y loco por lo menos la mitad del tiempo? Miró el uniforme gris de oficial de Dendarii que llevaba. El uniforme que se había ganado.
Si no puedes medir un metro ochenta, debes tener una inteligencia de un metro ochenta
. Pero hasta el momento, su inteligencia no le había dado una solución al problema de Thorne.

—¿Has pensado alguna vez en volver a la colonia Beta y buscar a alguien que sea como tú? —le preguntó.

Thorne se encogió de hombros.

—Demasiado aburrido. Por eso me fui. Es tan seguro, tan estrecho…

—Un lugar excelente para criar hijos. —Miles esbozó una sonrisa. Thorne también.

—Exacto. ¿Sabes que eres un betano perfecto? Casi. Tienes el mismo acento, humor…

Miles se puso a la defensiva.

—¿Y dónde fallo?

Thorne le rozó la mejilla. Miles se apartó, con brusquedad.

—Reflejos —dijo Thorne.

—¡Ah!

—No pienso traicionarte.

—Lo sé.

Bel se inclinaba hacia él de nuevo.

—Podríamos pulir ese punto…

—No importa —dijo Miles, y enrojeció un poco—. Ahora tenemos una misión.

—Inventario —soltó Thorne con sorna.

—Ésa no es la misión —protestó Miles—. Ésa es la tapadera.

—Ajá. —Thorne se enderezó—. Por fin.

—¿Por fin?

—No hace falta ser un genio. Vinimos a recoger un pedido, pero en lugar de traer la nave de mayor capacidad de carga, elegiste la más rápida de la flota, el
Ariel
. No hay rutina más monótona que la del inventario, pero en lugar de enviar a un comisario competente, prefieres supervisarlo en persona.

—En realidad, quiero contactar con el nuevo barón Fell —contestó Miles sin darle importancia—. La Casa Fell es la mayor proveedora de armas de este lado de la colonia Beta y no es quisquillosa en cuanto a la identidad de sus clientes. Si me gusta la calidad de la primera compra, podría convertirla en nuestra proveedora habitual.

—Una cuarta parte de las armas de Fell son de fabricación betana, con otra marca —señaló Thorne—. Ajá de nuevo.

—Y mientras estamos aquí —continuó Miles—, se va a presentar un cierto individuo de edad madura que va a firmar un contrato con los mercenarios de Dendarii como técnico médico. En ese momento, cancelamos todo lo que tengamos pendiente con la estación, terminamos de cargar cuanto antes y nos vamos.

Thorne sonrió, satisfecho.

—Un rescate. Muy bien. Y bien pagado, supongo…

—Muy bien. Si llega a destino con vida. Ese hombre es el experto en genética más importante de los laboratorios de la Casa Bharaputra. Un gobierno planetario capaz de protegerlo de los largos brazos del barón Luigi Bharaputra le ofreció asilo. Su casi ex empleador se pondrá furioso en menos de un mes. Nos pagan para dejarlo en manos de sus nuevos señores vivo y con, ejem, con todos los secretos de su oficio.

»Como la Casa Bharaputra, probablemente, puede comprar y vender a toda la Flota Libre de los Mercenarios de Dendarii dos veces sólo con su calderilla, preferiría no tener que enfrentarme a los hombres del barón Luigi. Así que vamos a ser unos ingenuos. Lo único que vamos a hacer es aceptar a un hombre en la flota. Y nos enfureceremos cuando el hombre deserte en la escala que haremos en Escobar.

—Me parece bien —aceptó Thorne—. Simple.

—Eso espero —suspiró Miles cargado de esperanza—. Después de todo, ¿por qué no pueden ir bien las cosas sólo por esta vez?

Las oficinas de compra y exposición de las mercancías letales de la Casa Fell estaban cerca de los muelles, y la mayoría de los compradores menores de esa casa nunca se adentraban más allá en la estación. Pero poco después de que Miles y Thorne pasaran su pedido —largo e impresionante—, apareció una persona muy obsequiosa con el uniforme de seda verde de la Casa Fell e insistió en que aceptaran una invitación para el almirante Naismith a una recepción en los cuarteles del barón.

Cuatro horas después, Miles entregaba el pase al mayordomo del barón Fell a la entrada del sector privado de la estación, y echaba un último vistazo al atuendo de Thorne y al suyo propio. El uniforme de gala de los Dendarii era una túnica de terciopelo gris con botones de plata en los hombros y ribete blanco, pantalones grises con vivos blancos y botas grises de ante sintético… ¿tal vez un tanto decadente? Bueno, él no lo había diseñado, sólo lo había heredado. Tenía que vivir con él.

La interconexión con el sector privado era muy interesante. Miles captó varios detalles mientras el mayordomo los registraba para ver si llevaban armas. El sistema de apoyo de vida, en realidad, todos los sistemas parecían ser independientes de los del resto de la estación. El área no sólo era aislable, sino que podía desprenderse. En realidad, no era una estación, sino una nave… con maquinaria y armamento disimulado en alguna parte, juraría Miles, aunque podía resultar mortal pretender constatarlo sin escolta. El mayordomo los hizo pasar y se detuvo para anunciarlos por el comunicador de muñeca:

—Almirante Miles Naismith, comandante de la Flota Libre de los Mercenarios de Dendarii. Capitán Bel Thorne, comandante del crucero rápido
Ariel
, de la Flota Libre de los Mercenarios de Dendarii.

Miles se preguntó quién estaría al otro lado del comunicador.

La sala de la recepción era amplia y estaba bien arreglada, con escaleras flotantes iridiscentes y niveles que creaban áreas privadas sin destruir una ilusión general de espacio abierto. Cada una de las entradas (Miles contó seis) tenía un guardia musculoso con uniforme verde que intentaba parecer un sirviente, sin acabar de conseguirlo. Había toda una pared transparente que daba sobre los muelles llenos de vida de la estación Fell y la curva de Jackson's Whole que dividía el horizonte salpicado de estrellas. Un ejército de mujeres elegantes con saris de seda verde se deslizaban entre los invitados ofreciendo comida y bebida.

Después de echar un vistazo a los otros invitados, Miles decidió que el terciopelo gris era una elección discreta para el uniforme. Bel y él podían hacer conjunto con las paredes. Los pocos asistentes privilegiados llevaban un despliegue impresionante de las más atrevidas modas planetarias. Pero formaban un conjunto receloso, dividido en grupitos que se mantenían juntos sin mezclarse. Los guerrilleros, según parecía, no hablaban con los mercenarios, ni los contrabandistas con los revolucionarios y los santos gnósticos, claro está, hablaban sólo con el único Dios Verdadero, y tal vez con el barón Fell.

—Qué fiesta —comentó Bel—. Una vez fui a una exposición de mascotas en la que se respiraba este ambiente. El clímax llegó cuando una lagartija goteada de Tau Ceti se soltó y se comió a la estrella de la sección de perros.

—Shhh. Esto es parte del trabajo.

Una mujer de sari verde se inclinó en silencio frente a ellos y les ofreció una bandeja. Thorne alzó una ceja mirando a Miles…

—¿Comemos?

—¿Por qué no? —susurró Miles—. A la larga, lo vamos a pagar. Dudo que el barón envenene a sus clientes, es malo para el negocio. Aquí lo que mandan son los negocios. El capitalismo
laissez faire
desatado y salvaje.

Seleccionó un bocadito rosado que parecía un loto, y un misterioso trago brumoso. Thorne se sirvió lo mismo. Por desgracia, el loto resultó ser alguna especie de pescado crudo. Crujía entre dientes. Miles, en un aprieto, se lo tragó. La bebida, en cambio, era muy alcohólica y después de un sorbito para bajar el loto la dejó sobre la primera superficie plana que encontró. Su cuerpo enano se negaba a tolerar el alcohol y él no tenía ningún deseo de encontrarse con el barón Fell en estado semicomatoso o riéndose sin control. Thorne, más afortunado metabólicamente, retuvo la copa en su mano.

Una música extraordinaria empezó a sonar en alguna parte, una rica complejidad de armónicos cada vez más veloz. Miles no podía identificar el instrumento… o más bien instrumentos… Thorne y él intercambiaron una mirada y por acuerdo mutuo se acercaron lentamente al sonido. Encontraron al ejecutante cerca de una escalera en espiral, contra el espectáculo de la estación, el planeta y las estrellas. Los ojos de Miles se abrieron de par en par con asombro.
Los cirujanos de la Casa Ryoval han ido demasiado lejos esta vez

Pequeñas lucecitas de colores decorativos definían el campo esférico de una gran burbuja de vacío. Flotando en su interior había una mujer. Sus brazos de marfil brillaban sobre su ropa de seda verde mientras tocaba. Los
cuatro
brazos de marfil… Llevaba una chaqueta floreada, parecida a un kimono, y pantalones cortos a juego, de los que emergía el segundo par de brazos, donde deberían haber estado las piernas. La mujer llevaba el cabello corto, suave y negro como el ébano. En ese momento, tenía los ojos cerrados y su rostro rosado expresaba la paz de un ángel, alto, distante y terrorífico.

Su extraño instrumento estaba fijo en el aire frente a ella, un marco estrecho de madera lustrada, atado arriba y abajo, con un extraño conjunto de alambres brillantes y placas de madera entre los dos extremos. Ella tocaba los alambres con cuatro martillos forrados de terciopelo y lo hacía a una velocidad increíble, por los dos lados al mismo tiempo. Movía las manos superiores en contrapunto con las inferiores. La música surgía de la burbuja como una cascada.

—Dios mío —dijo Thorne—, es una de los cuadrúmanos.

—¿Una qué?

—Una cuadrúmana… Está muy lejos de casa.

—¿No es un… un producto local?

—De ninguna manera.

—Qué alivio. Creí… ¿De dónde demonios viene, entonces?

—Hace unos doscientos años… más o menos en la época en que inventaron a los hermafroditas —una amargura especial recorrió la cara de Thorne—, hubo un momento de alta experimentación con la genética humana después del desarrollo del replicador uterino práctico. Muy poco después surgió una ola de leyes que restringían esos experimentos pero, mientras tanto, alguien pensó que sería una excelente idea formar una raza especializada en vivir en caída libre. Después llegó la gravedad artificial y los dejó fuera de juego. Los cuadrúmanos huyeron, sus descendientes terminaron en ninguna parte, más allá de la Tierra, hacia el Nexo. Se dice que no quieren contactos con otros. Es muy raro ver a uno a este lado de la Tierra. Shhh. —Thorne siguió escuchando la música con los labios entreabiertos.

Tan raro como encontrar a un hermafrodita betano en la Flota Libre de Mercenarios, pensó Miles. Pero la música merecía una atención permanente y especial, aunque pocos en esa multitud paranoica parecían estar escuchándola. Una vergüenza. Miles no era músico, pero hasta él podía sentir la intensidad de la pasión en la ejecución, una intensidad que iba mucho más allá del talento, casi hasta la genialidad. Una genialidad evanescente, los sonidos tejidos con tiempo y como el tiempo, escapándose siempre más allá del alcance de uno hacia el recuerdo.

La cascada de música decayó hasta convertirse en un eco fascinante, después, silencio. Los ojos azules de la intérprete de cuatro brazos se abrieron despacio y su cara volvió desde lo etéreo hacia lo meramente humano, tensa y triste.

—Ah —suspiró Thorne, se puso el vaso vacío bajo el brazo, levantó las manos para aplaudir, pero se detuvo, dudando al ver que nadie más lo hacía y que iba a quedar en evidencia en medio de esa sala indiferente.

Miles no quería hacerse notar.

—Tal vez puedas hablarle —sugirió como alternativa.

—¿Tú crees? —Thorne, resplandeciente de alegría avanzó, dejó el vaso en el suelo y levantó las manos hacia la burbuja brillante. Sólo pudo sonreír y soltar un—: Eh… —Su pecho bajaba y subía.

Dios mío. ¿Bel sin palabras? Nunca pensé que vería algo así
.

—Pregúntale cómo se llama ese instrumento que toca —sugirió Miles.

La mujer de cuatro brazos inclinó la cabeza con curiosidad y nadó como en el vacío, con gracia, por encima de su instrumento para flotar frente a Thorne al otro lado de la barrera brillante.

—¿Sí?

—¿Cómo se llama ese extraordinario instrumento? —preguntó Thorne.

—Es un dulcimer de dos lados a martillo, madame… señor… —Su tono de sirviente a invitado, siempre sin expresión, se detuvo un momento por miedo a insultar—. Oficial.

—Capitán Bel Thorne —dijo Bel al instante, empezando a recobrar su equilibrio y suavidad habituales—. Comandante del crucero rápido
Ariel
. A su servicio. ¿Cómo llegó usted hasta aquí?

—Había ido a la Tierra. Buscaba empleo y el barón Fell me contrató. —La mujer inclinó la cabeza como si estuviera evitando algún tipo de crítica, aunque Bel no la criticó.

—Es usted una cuadrúmana, ¿verdad?

—¿Sabe usted algo de los míos? —Las cejas oscuras se arquearon por la sorpresa—. La mayoría de la gente que viene cree que soy una malformación
fabricada, artificial
. —La amargura teñía su voz.

Thorne se aclaró la garganta.

—Soy betano. Y siempre quise informarme sobre la historia de la explosión genética temprana. Es más que un simple interés personal. —Thorne volvió a aclararse la garganta—. Soy un hermafrodita betano, ¿entiende? —y esperó, ansioso, la reacción de ella.

BOOK: Fronteras del infinito
11.54Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Lost Years by Shaw, Natalie
Words Heard in Silence by T. Novan, Taylor Rickard
The Vanishers by Donald Hamilton
A Cousin's Promise by Wanda E. Brunstetter
Heart of Coal by Jenny Pattrick
Died in the Wool by Rett MacPherson
La búsqueda del Jedi by Kevin J. Anderson
The Number 8 by Joel Arcanjo
Desperate Seduction by Alyssa Brooks