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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (26 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—Doctor, se nota que ha pasado demasiado tiempo en Jackson's Whole.

—Eso ya lo sabía cuando vomitaba todas las mañanas antes de ir al trabajo. —Canaba se levantó un poco con dignidad—. Pero almirante, usted no lo entiende. —Miró por el corredor en la dirección que había seguido Taura—. No podía dejarla en manos de Ryoval. Pero no puedo llevarla a Barrayar. ¡Allí matan a los mutantes!

—Bueno… —dijo Miles, sin saber con qué refutarlo—. Pretenden reformar esas costumbres prejuiciosas. O eso dicen. Pero tiene razón. Barrayar no es lugar para ella.

—Había esperado, cuando usted llegó… no tener que hacerlo… matarla yo mismo. No era una tarea fácil. La conozco… he estado con ella demasiado tiempo. Pero dejarla allí abajo habría sido la peor de las condenas…

—Eso es cierto. Bueno, ahora ya ha escapado. Igual que usted. —
Si podemos seguir fuera de alcance, claro
… Miles estaba desesperado por llegar a la sala de control y ver lo que sucedía. ¿Habría enviado sus naves Ryoval? ¿Y Fell? ¿Ordenarían a la estación espacial que guardaba el agujero de salto que les bloqueara el paso?

—No quería abandonarla —repitió Canaba—, pero no podía llevarla conmigo.

—Claro que no. Usted no está capacitado para ocuparse de ella. Voy a pedirle que se una a los Mercenarios Libres de Dendarii. Parece ser su destino genético. A menos que usted conozca alguna razón que lo impida.

—¡Pero si va a morir!

Miles se quedó helado.

—¿Y usted y yo no? —dijo con suavidad después de un momento. Luego, con más fuerza—: ¿Por qué? ¿Cuándo?

—Es su metabolismo. Otro error, o cadena de errores. No sé cuándo, no con exactitud. Tal vez dure un año, o dos, o cinco. O diez.

—¿O quince?

—O quince, sí, aunque no es probable. Pero todavía es demasiado pronto.

—Y así y todo ¿usted quería quitarle la poca vida que le quedaba? ¿Por qué?

—Para salvarla. La debilitación final es rápida, pero muy dolorosa, a juzgar por lo que… sufrieron los otros prototipos. Las mujeres eran más complejas que los hombres. No estoy seguro… Pero es una muerte muy fea. Especialmente, como esclava de Ryoval.

—Todavía no conozco una muerte hermosa. Y he visto muchas, se lo aseguro. Y en cuanto a la duración, le recuerdo que todos podríamos desaparecer en los próximos quince minutos, y entonces, ¿dónde quedaría su acto piadoso? —
Tenía
que ir a la sala de control—. Creo que su interés por ella es falso, doctor. Mientras tanto, déjela que aproveche lo que tiene.

—Pero es mi proyecto… tengo que responder por ella…

—No. Ahora es una mujer libre. Tiene que responder por sí misma.

—Pero, ¿hasta dónde llega la libertad en ese cuerpo, arrastrada por ese metabolismo, esa cara…? La vida de un monstruo, mejor es morir sin dolor que sufrir todo eso…

Miles masculló con los dientes apretados. Con énfasis.

—Eso no es cierto.

Canaba lo miró con los ojos muy abiertos, conmovido. Por fin salía del círculo vicioso de su razonamiento.

Así se hace, doctor
. El pensamiento de Miles brillaba en sus ojos.
Saque la cabeza de su ombligo y míreme. Le llevó mucho tiempo
.

—¿Y a usted por qué…, por qué le importa? —le preguntó Canaba.

—Ella me gusta, doctor. Más de lo que me gusta usted, tendría que añadir. —Miles hizo una pausa, asaltado por la idea de tener que explicarle a Taura lo de los complejos genéticos en la pantorrilla. Y tarde o temprano tendrían que recuperarlos. A menos que él pudiera fingir, decir que la biopsia era algo así como parte del procedimiento médico habitual entre los Dendarii… no. Ella se merecía más honestidad que eso.

Miles estaba muy molesto con Canaba por haber puesto esa nota de falsedad entre él y Taura, y sin embargo, sin los complejos genéticos, ¿se habría arriesgado a ir a buscarla? ¿Habría alargado y hecho más arriesgada su operación sólo por bondad? Devoción al deber o rudeza pragmática, ¿cuál era cuál? Ahora nunca lo sabría. Su rabia desapareció, se sintió invadido por el cansancio, la depresión habitual que venía después de una misión… y demasiado pronto, porque la misión no estaba terminada, ni mucho menos, se recordó con firmeza. Respiró hondo.

—No puede salvarla de estar viva, doctor Canaba. Es demasiado tarde. Déjela en paz. Déjela en paz.

La cara de Canaba reflejaba tristeza, pero agachó la cabeza y alzó las manos en un gesto de resignación.

—Avise al almirante —oyó decir a Thorne cuando entró en la sala de control y después—: Espere —en el momento en que todas las cabezas se volvían hacia el ruido de las puertas por las que entraba Miles—. Ya está aquí, perfecto, señor.

—¿Qué pasa? —Miles se subió a la silla de comunicaciones que le indicaba Thorne. El insignia Murka controlaba los sistemas de defensa y ataque de la nave mientras el piloto de salto leía los números por debajo de la extraña corona de su asiento con los cables y las cánulas químicas alrededor. La expresión del piloto Padget era de introspección controlada y tranquila, la atención fundida con el
Ariel
. Excelente piloto.

—El barón Ryoval por el comunicador —dijo Thorne—. En persona.

—Me pregunto si ya ha controlado sus refrigeradores… —Miles se acomodó frente a la conexión de vídeo—. ¿Cuánto tiempo le he tenido esperando?

—Menos de un minuto —dijo el oficial de comunicaciones.

—Hmm. Que espere un poco más, entonces. ¿Nos persiguen?

—Por ahora, no —Informó Murka.

Miles alzó las cejas ante esa novedad inesperada. Le llevó un momento recuperarse, deseó tener tiempo para limpiarse, afeitarse y ponerse un uniforme limpio antes de la conversación, para cuidar el lado psicológico del asunto. Se rascó la mandíbula lastimada y se pasó las manos por el cabello y frotó los dedos mojados de los pies contra la estera del escritorio, que casi no alcanzaba con las piernas. Bajó algo la silla de comunicaciones, enderezó la columna todo lo que pudo y respiró con normalidad.

—De acuerdo, adelante.

El fondo un poco lejano y desenfocado que acompañaba la cara que se formó sobre la pantalla de vídeo parecía un tanto familiar… ah, sí, la sala de operaciones de seguridad en las instalaciones biológicas Ryoval. El barón había llegado personalmente a la escena, tal como había prometido. Miles no necesitó otra cosa que ver la expresión contorsionada y amargada de la cara joven de Ryoval para comprender lo que sucedía. Cruzó los brazos y sonrió con inocencia.

—Buenos días, barón. ¿Qué puedo hacer por usted?


¡Muérete, mutante!
—escupió Ryoval—. ¡Hijo de puta! No habrá lugar lo bastante profundo para esconderte, de ahora en adelante. Voy a poner tal precio a tu cabeza que todos los cazadores de recompensas de la galaxia se te pegarán como imanes…, no podrás ni comer ni dormir… te voy a atrapar…

Sí, el barón había visto los frigoríficos. No cabía duda. Hacía poco. No quedaba nada de la suavidad irónica y despectiva del primer encuentro. Y sin embargo, Miles estaba sorprendido por el tono de las amenazas. Parecía que el barón estaba resignado a dejarlos escapar del espacio de Jackson's Whole. Era verdad que la Casa Ryoval no tenía flota espacial propia, pero ¿por qué no alquilar un acorazado al barón Fell y atacar ahora? Eso era lo que Miles había esperado, lo que más temía, que Ryoval y Fell, y tal vez Bharaputra, se aliaran en su contra mientras él intentaba llevarse sus tesoros.

—¿Y puede usted pagar a los cazadores de recompensas? —preguntó con voz tranquila—. Pensé que su capital se había reducido un tanto. Aunque supongo que todavía tiene a sus especialistas en cirugía.

Ryoval, que jadeaba, se secó la saliva que se le escapaba por la comisura de los labios.

—¿Fue mi hermanito querido quien lo metió en esto?

—¿Quién? —dijo Miles, sorprendido. ¿Otro jugador en el juego…?

—El barón Fell.

—No sabía… no sabía que fueran parientes —contestó Miles—.
¿Hermanito?

—Miente muy mal —se burló Ryoval—. Sabía que él estaba detrás de todo esto.

—Tendrá que preguntarle a él. —Era un disparo al aire. A Miles le giraba la cabeza mientras agregaba los nuevos datos al panorama del problema. A la
mierda
con los informes previos de la misión que no mencionaban esa conexión y se concentraban sólo en la Casa Bharaputra. Hermanastros solamente… sí, ¿no había dicho algo Nicol sobre el «medio hermano de Fell»?

—Voy a arrancarte la cabeza por esto, mutante. —Ryoval soltaba espuma por la boca—. Haré que te traigan en una caja, congelado. Y la meteré en plástico para colgarla en… no, mejor todavía, doblaré la recompensa para el hombre que te traiga vivo. Morirás despacio, después de una degradación infinita…

Dentro de todo, Miles se sentía feliz de saber que la distancia que lo separaba de ese hombre aumentaba más y más con la aceleración rápida.

Ryoval interrumpió su diatriba con la sospecha reflejada en el rostro.

—¿O fue Bharaputra el que te pagó? ¿Tratando de impedir que yo cortara el monopolio que tienen en biología en lugar de anexionarlos como les prometí?

—Ah, vamos —dijo Miles con mucha lentitud, regodeándose—, ¿le parece que Bharaputra pudo haber fabricado un complot contra la cabeza de otra casa? ¿Tiene alguna evidencia que pruebe que son capaces de hacer algo así? O mejor dicho… ¿quién mató a… al clon de su hermano? —Por fin conseguía que todo encajara. Dios. A Miles le parecía que su misión lo había metido en medio de una lucha de poderes muy dura, una lucha de una complejidad bizantina. Nicol había dicho que Fell nunca había descubierto al asesino de su joven duplicado—. ¿Adivino?

—Usted sabe perfectamente quién fue —le gritó Ryoval—. Pero ¿cuál de los dos le ha pagado por esto? ¿Fell o Bharaputra? ¿Quién?

Era obvio que Ryoval no sabía nada todavía de la verdadera misión de los Dendarii contra la Casa Bharaputra. Y con la atmósfera que había entre las casas, tal vez pasaría mucho tiempo hasta que cotejaran informaciones y notas. Cuanto más, mejor, desde el punto de vista de Miles.

Empezó a borrar una sonrisita y después la dejó salir deliberadamente.

—¿Qué? ¿No puede creer que fue un golpe personal contra el mercado de esclavos genéticos? ¿Un acto en honor de mi dama?

Esa referencia a Taura pasó muy por encima de la cabeza de Ryoval.

El barón peleaba ahora contra una idea fija y todas sus ramificaciones, y eso y su rabia eran un buen escudo contra los datos que pudiera recibir en ese momento. En realidad, no iba a ser difícil convencer a un hombre que había estado conspirando continuamente contra sus rivales de que esos rivales habían conspirado contra él.

—¿Fell o Bharaputra? —repitió el barón, furioso—. ¿Pensó que iba a ocultar un robo para Bharaputra con esa destrucción inútil?

¿Robo?, se preguntó Miles, muy alerta. No de Taura, seguramente… ¿de alguna muestra de tejido que Bharaputra había querido comprar, tal vez? Ah, ah…

—¿No le parece obvio? —dijo Miles con dulzura—. Usted le dio el motivo a su hermano cuando saboteó sus planes para extender su vida. Y quería tanto de los Bharaputra que ellos fueron los que suministraron el método, poniendo a su supersoldado mujer dentro de su edificio donde yo pudiera encontrarme con ella. Hasta le hicieron pagar por el privilegio de hacer saltar su propia seguridad por los aires. Usted se nos puso en bandeja. El plan maestro, por supuesto —Miles puso las manos sobre la camiseta—, es mío.

Luego lo miró a través de las pestañas. Ryoval parecía tener problemas para respirar. El barón cortó la conexión de vídeo con el golpe abrupto de una mano temblorosa. Fuera.

Tarareando entre dientes, pensativo, Miles fue a darse una ducha.

Estaba de vuelta en la sala de operaciones, cubierto de pomada para el dolor y las contusiones, con ropa limpia y una taza de café caliente en las manos como antídoto para los ojos enrojecidos y cansados, cuando llegó la segunda llamada.

Lejos de empezar un discurso como su medio hermano, el barón Fell se quedó sentado un momento frente al vídeo, mirando a Miles. Éste, que ardía bajo esa mirada, se sintió muy agradecido por haber tenido tiempo de cambiarse. ¿El barón habría descubierto por fin que ya no tenía a la cuadrúmana? ¿Ryoval le había comunicado ya parte de los errores paranoicos que Miles acababa de provocar? Todavía no habían despegado naves desde la estación Fell y tendrían que despegar pronto o nunca, porque una nave lo bastante ligera para alcanzar al
Ariel
a tiempo sería demasiado liviana para luchar contra el fuego del acorazado de los mercenarios. A menos que Fell pensara pedir favores al consorcio de casas que manejaba la estación de salto… Un minuto más de silencio, pensó Miles, y él estallaría y diría cualquier tontería. Por suerte, Fell habló primero.

—Parece, almirante Naismith —murmuró—, que, ya sea por accidente o a propósito, usted se está llevando algo que me pertenece.

Varias cosas, pensó Miles, pero Fell se refería sólo a Nicol, si Miles no se equivocaba.

—Tuvimos que zarpar de forma apresurada —contestó.

—Eso me comunican. —Fell inclinó la cabeza con ironía. Debía haber recibido un informe de su comandante de escuadrón—. Pero tal vez aún pueda evitarse problemas. Había un precio acordado por mi intérprete. No me importa demasiado en posesión de quién esté, siempre que reciba ese importe.

El capitán Thorne, que trabajaba en los monitores del
Ariel
, se encogió bajo la mirada acusadora de Miles.

—El precio al que usted se refiere, supongo, es el secreto de la técnica de rejuvenecimiento de Beta.

—Exacto.

—Ah… Mmmm. —Miles se humedeció los labios—. Barón… no puedo dárselo…

Fell se volvió.

—Comandante de estación, que zarpen las naves…

—¡Espere! —exclamó Miles.

Fell levantó las cejas.

—¿Lo está reconsiderando? Bien.

—No es que no
quiera
decírselo —le replicó Miles con desesperación—. Es que la verdad no le serviría de nada. De nada. Pero estoy de acuerdo en que usted tiene que recibir alguna compensación. Tengo otra información que puedo entregarle. Una información de valor más inmediato.

—¿Ah, sí? —se interesó Fell, aunque tanto su voz como su expresión eran impenetrables.

—Usted sospecha que su medio hermano Ryoval mató a su clon, pero no tiene ninguna evidencia que lo pruebe, ¿verdad?

Fell pareció interesarse apenas un poquito más.

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