Fronteras del infinito (25 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Fronteras del infinito
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—Ahora alejaos de ese… glups —prosiguió Moglia.

La voz de Taura le susurró en el oído, un gruñido suave, suave.

—Suelta el cuchillo. O te arranco el cuello con las manos.

Miles miró de reojo, tratando de ver al otro lado de su cabeza entumecida mientras el cuchillo seguía rozándole la piel.

—Puedo acabar con él antes de que tú me mates —amenazó Moglia.

—El hombrecito es mío —susurró Taura—. Tú mismo me lo diste. Y él volvió a buscarme. Le haces un cortecito cualquiera y te arranco la cabeza y después beberé tu sangre.

Miles sintió que los pies de Moglia no tocaban el suelo. El cuchillo resonó en el pavimento. Miles se apartó, aturdido. Taura sostenía a Moglia por el cuello, con las garras atenazando la piel.

—Todavía quiero arrancarle la cabeza —gruñó con rabia mientras el recuerdo de los abusos le encendía los ojos.

—Déjalo —jadeó Miles—. Créeme, en unas horas estará sufriendo una venganza mucho más artística de la que pudiéramos soñar cualquiera de nosotros.

Bel volvió a la carrera para bloquear al jefe de seguridad a bocajarro, mientras Taura lo sostenía para él como a un gato mojado. Miles hizo que se pusiera al Dendarii inconsciente al hombro y corrió al otro lado del camión para abrir las puertas a Nicol, que se metió con silla y todo. Cuando todos estuvieron dentro, cerraron las puertas y Bel se sentó a los controles. Un minuto después ya estaban en el aire. Una sirena sonaba en algún lugar de Ryoval.

—Comunicador de muñeca, un comunicador de muñeca —balbuceó Miles, sacándole el aparato del brazo a uno de los soldados inconscientes—. Bel, ¿dónde está nuestro transbordador?

—Entramos en un puerto comercial pequeño fuera de la ciudad de Ryoval, a unos cuarenta kilómetros.

—¿Alguien se quedó en la nave?

—Anderson y Nout.

—¿Cuál es el canal de comunicación?

—Veintitrés.

Miles se deslizó en el asiento junto a Bel y abrió el canal. Le pareció que la sargento Anderson tardaba una eternidad en contestar, unos treinta o cuarenta segundos mientras el camión flotante pasaba sobre las copas de los árboles hacia el acantilado más cercano.

—Laureen, pon el transbordador en marcha. Necesitamos que nos recojas urgentemente, cuanto antes. Estamos en el camión flotante de la Casa Fell, hacia… —Miles puso el comunicador debajo de la nariz de Bel.

—…el norte de las instalaciones biológicas —continuó Bel. A unos doscientos sesenta kilómetros por hora, que es lo más rápido que puede ir este trasto.

—Nos vamos en el transbordador —dijo Miles y colocó la señal de emergencia en el comunicador—. No esperes que el puerto de Ryoval te dé permiso de despegue porque no te lo va a conceder. Que Nout me comunique con el
Ariel
.

—Listo, señor. —La voz de Anderson parecía contenta.

Estática, unos segundos más de espera infernal. Después una voz llena de excitación.

—Murka. Pensé que venía detrás de nosotros anoche… ¿Está bien, señor?

—De momento. ¿Está el técnico médico Vaughn a bordo?

—Sí, señor.

—De acuerdo. No lo deje bajar. Asegúrele que tenemos su muestra de tejidos.

—¿De verdad? ¿Y cómo…?

—No importa cómo. Que todos suban a bordo ahora mismo y trasládese a la órbita libre. Prepárelo para recogernos en vuelo. Iremos en el transbordador. Y dígale al piloto que marque el curso hacia el salto de Escobar a la máxima aceleración posible apenas lleguemos a la nave. No espere a que le den permiso.

—Todavía estamos cargando…

—Abandone todo lo que no esté en la nave.

—¿Nos hemos metido en algún lío, señor?

—Mortal, Murka.

—De acuerdo, señor. Murka fuera.

—Creía que íbamos a hacerlo todo en el más absoluto sigilo en Jackson's Whole —se quejó Bel—. ¿No te parece que esto es un poco ruidoso?

—La situación ha dado un giro de ciento ochenta grados. Después de lo que hicimos anoche, no hay negociaciones posibles con Ryoval por Nicol ni por Taura. Acabo de dar un golpe a favor de la verdad y la justicia allá abajo y tal vez me pase el resto de la vida lamentándolo. Después te lo contaré. Y por otra parte, ¿te gustaría quedarte por aquí después de que le digamos al barón Fell la verdad acerca del tratamiento de rejuvenecimiento?

Los ojos de Thorne se iluminaron como si se concentrara en el vuelo.

—Pagaría por estar ahí en ese momento.

—Ja… No. Hubo un momento en que tuvimos todos los números. Potencialmente, por lo menos. —Miles empezó a reseguir las lecturas del panel de control del camión, que era muy simple—. Nunca los tendremos de nuevo. Uno maniobra hasta el límite, pero el momento dorado pide acción. Si uno falla, los dioses te maldicen para siempre. Y viceversa… Hablando de acción, ¿viste cómo acabó Taura con
siete
de esos tipos? —Miles rió al recordarlo. Me pregunto dónde llegará con un entrenamiento básico.

Bel echó una mirada sobre su hombro, inquieto, hacia donde estaba Nicol en su silla y Taura, acuclillada en el fondo con el cuerpo del soldado inconsciente.

—Estaba demasiado ocupado para contarlos.

Miles se levantó y caminó hasta el fondo para controlar a su preciosa carga viviente.

—Nicol, has estado genial —le dijo a la intérprete—. Has peleado como un león. Tal vez tenga que hacerte un descuento de ese dólar.

Nicol todavía estaba sin aliento, con las mejillas enrojecidas. Una mano superior sacó un mechón de cabello de los ojos brillantes.

—Tenía miedo de que rompieran mi dulcimer. —Acarició con una mano inferior una gran caja metida en la silla, a su lado—. Y después tuve miedo de que rompieran a Bel…

Taura estaba sentada contra la pared del camión, un poco pálida.

Miles se arrodilló junto a ella.

—Taura, querida, ¿estás bien? —Le levantó con dulzura una mano para controlarle el pulso, que estaba muy acelerado. Nicol lo miró con extrañeza por ese gesto de cariño. Tenía la silla flotadora lo más lejos posible de Taura.

—Hambre —jadeó Taura.

—¿Otra vez? Claro, has gastado mucha energía. ¿Alguien tiene una barra de ración? —Tras un rápido registro encontró una barra, apenas mordida, en el bolsillo del soldado inconsciente. Miles se la dio y miró cómo se la tragaba con mordiscos de lobo. Ella le sonrió como pudo, con la boca llena.

No habrá más ratas de ahora en adelante, prometió Miles en silencio. Tres cenas de carne de vaca cuando lleguemos al
Ariel
y de postre un par de tortas de chocolate
.

El camión crujió. Taura, ya algo reanimada, extendió los pies para sostener la taza dentada de Nicol en su sitio contra la pared e impedir que saltara por el aire.

—Gracias —articuló Nicol, preocupada. Taura hizo un gesto con la cabeza.

—Compañía —llamó Bel Thorne sobre su hombro.

Miles se apresuró a avanzar.

Dos automóviles aéreos de la Seguridad de Ryoval les seguían a toda velocidad. Sin duda, mucho mejor armados que el habitual furgón de policía civil… sí. Bel hizo un movimiento brusco cuando pasó un disparo de plasma junto a ellos, dejando un ancho rastro verde en la retina de Miles. Sí, sus perseguidores estaban furiosos, se lo estaban tomando casi como una operación militar.

—Éste es uno de los camiones de Fell, deberíamos tener algo para contraatacar. —No había nada frente a Miles que pareciera un control de armas.

Un ruido atronador, un alarido de Nicol y el camión se tambaleó en el aire, se enderezó luego bajo el control de Bel. Un rugido de aire y vibraciones —Miles movió la cabeza de un lado a otro, frenético, buscando daños— un rincón superior del área de carga del camión se había desprendido por completo. La puerta de atrás estaba cerrada de un lado y suelta del otro. Taura todavía sostenía la silla flotadora y Nicol se había aferrado con sus manos superiores a las pantorrillas de la mujer soldado.

—Vaya —exclamó Thorne—. No está blindado.

—¿Qué mierda creíais que era esto? ¿Una misión de paz? —Miles controló su comunicador de muñeca—. Laureen, ¿me recibes?

—Sí, señor.

—Bueno, si alguna vez has soñado con una operación de emergencia, aquí la tienes. Esta vez, nadie va a protestar si abusas del equipo.

—Gracias, señor —respondió ella, contenta.

Estaban perdiendo altura y velocidad.

—¡Sujetaos! —aulló Bel sobre su hombro y de pronto giró en redondo. Sus perseguidores pasaron volando por encima de ellos, pero empezaron a girar inmediatamente. Bel aceleró. Otro grito de la parte posterior cuando los ocupantes se vieron lanzados de nuevo hacia las puertas traseras, que ya no ofrecían mucha seguridad.

Los bloqueadores de mano de las tropas de Dendarii no servían para nada en esa situación. Miles volvió atrás y buscó algún compartimiento de equipaje, un armero, algo… seguramente la gente de Fell no confiaba sólo en la terrible reputación de su casa para protegerse…

Los bancos acolchados a los lados del compartimiento de carga, sobre los que se habrían sentado los guardias de Fell, ocultaban un espacio de almacenamiento. El primero estaba vacío, el segundo contenía equipaje personal —Miles tuvo una imagen fugaz de sí mismo estrangulando a un enemigo con un pantalón de pijama, o metiendo ropa interior en las entradas de aire de los vehículos—, y el tercer compartimiento también estaba vacío. El cuarto estaba cerrado con llave.

El camión rugió bajo otro disparo y parte de la cubierta superior desapareció en el viento. Miles buscó a Taura y el camión se lanzó hacia abajo. El estómago de Miles, y el resto de su cuerpo también, parecieron flotar. Estaban todos aplastados otra vez contra el suelo y Bel volvía a subir. El camión tembló y se lanzó y todos, Miles y Taura, el soldado inconsciente, Nicol y su silla, se lanzaron hacia adelante en un montón desordenado cuando el camión chocó de golpe contra un matorral de plantas tachonadas de escarcha.

Bel, con la cara llena de sangre, corrió hacia ellos tambaleándose y gritando:

—¡Fuera, fuera, fuera!

Miles se estiró hacia la nueva abertura que había en el techo y tuvo que retirar la mano por el contacto ardiente con metal y el plástico, caliente y destrozados. Taura, de pie, sacó la cabeza por el agujero y después se agachó para levantar a Miles. Él se deslizó al suelo y miró a su alrededor. Estaban en un valle deshabitado cubierto de vegetación autóctona y flanqueado por colinas y cordilleras escarpadas. Volando hacia ellos por el cielo llegaban los dos coches aéreos, cada vez más grandes, cada vez más despacio… ¿Venían a capturarlos o solamente apuntaban bien a la presa indefensa?

El transbordador de combate del
Ariel
rugió sobre el risco y descendió como la mano negra de Dios. Los vehículos que les perseguían parecieron de pronto muchísimo más pequeños. Uno dio la vuelta y escapó, el segundo quedó aplastado en el suelo, no por un disparo de plasma, sino por el impacto certero lanzado desde un concentrador de rayos. Ni siquiera quedó una columna de humo para marcar la derrota. El transbordador se colocó junto a Miles y los suyos en medio de un rugido de arbustos destrozados. La compuerta se abrió y se extendió en una especie de saludo autosatisfecho y suave.

—Pretenciosa —musitó Miles. Se puso el brazo del aturdido Thorne sobre el hombro mientras Taura llevaba al hombre inconsciente hacia la nave. La silla rota de Nicol avanzó por el aire y todos se acercaron, agradecidos hacia sus salvadores.

Apenas entró en la compuerta del
Ariel
, Miles percibió los sutiles ruidos de protesta que emanaban de la nave. Se le retorció el estómago por el efecto de la gravedad artificial, no del todo sincronizada con esos motores recargados. Estaban en camino, fuera de órbita. Miles quería llegar a la sala de control cuanto antes, aunque la evidencia sugería que Murka lo estaba haciendo bastante bien. Anderson y Nout arrastraron al soldado, que gemía en vías de recuperación y se lo entregaron a un médico que los esperaba con una camilla flotante. Thorne, que se había colocado un vendaje provisional en la cabeza durante el vuelo en el transbordador, envió a Nicol en su silla detrás de ellos y pasó el control a la sala de la nave. Miles se volvió para encontrarse con el hombre al que no quería ver. El doctor Canaba lo esperaba ansioso en el corredor, con la cara tostada llena de ansiedad.

—Usted —dijo Miles a Canaba, la voz temblorosa de rabia. Canaba dio un paso hacia atrás sin darse cuenta. Miles quería agarrar a Canaba por el cuello y ponerlo contra la pared, pero era demasiado bajo y rechazó la idea de ordenarle al soldado Nout que lo hiciera por él. En vez de eso, le lanzó una mirada furibunda—. Hijo de puta sanguinario y tramposo. ¡Me pidió que asesinara a una niña de dieciséis años!

Canaba levantó las manos para protestar.

—Usted no lo entiende…

Taura salió por el corredor del transbordador. Sus ojos dorados se abrieron en una expresión de sorpresa que sólo podía compararse con la de Canaba.

—¡Doctor Canaba! ¿Qué hace usted aquí?

Miles apuntó al doctor con un dedo.

—Quédese aquí —ordenó con la voz confusa. Dominó su rabia y se volvió hacia la piloto del transbordador— ¿Laureen?

—¿Sí, señor?

Miles cogió a Taura de la mano y la llevó hasta la sargento Anderson.

—Laureen, quiero que te lleves a la recluta de entrenamiento Taura y le des una buena comida. Todo lo que quiera y lo digo en serio. Después, ayúdale a darse un baño, entrégale un uniforme y enséñale la nave…

Anderson miró asustada a la enorme Taura.

—Eh… sí, señor.

—Lo ha pasado muy mal —aclaró Miles y después hizo una pausa y agregó—: Trátala bien. Es importante.

—Sí, señor —dijo Anderson con firmeza y se fue por el corredor. Taura la siguió, lanzando una mirada indecisa hacia Miles y Canaba.

Miles se frotó el mentón, consciente de las manchas y el olor. El cansancio y el miedo le habían puesto los nervios de punta.

Se volvió hacia el técnico en genética, que lo miraba, paralizado. —De acuerdo, doctor —le gritó—, trate de hacerme comprender. Inténtelo con todas sus fuerzas.

—¡No podía dejarla en manos de Ryoval! —se excusó Canaba, muy agitado—. Para que fuera su víctima, o peor todavía, agente de sus… sus depravaciones comerciales…

—¿Y nunca pensó en pedirnos que la rescatáramos?

—Pero —dijo Canaba, confundido—, ¿por qué lo iban a hacer? No estaba en el contrato… un mercenario…

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