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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (12 page)

BOOK: Fuego Errante
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-Nunca supimos con certeza -dijo Loren Manto de Plata con voz alterada por la emoción- si ella había logrado sacarte de allí. Sólo Jaelle oyó su último consejo relativo a Starkadh. Eso salvó muchas vidas, pues hubiéramos atacado.

-Y luego llegó el invierno -agregó Aileron- y ya no hubo posibilidad de atacar. No hemos podido hacer nada.

-Deberíamos ofrecer vino a nuestros huéspedes -dijo el enano con aspereza.

-Shain, trae copas y sirve a cada uno lo que desee -ordenó Aileron con aire ausente-. Necesitamos a Kim con urgencia -siguió diciendo-. Tenemos que averiguar de qué forma controla Maugrim el invierno; es algo que jamás había hecho. Los lios alfar lo han confirmado.

-¿Es que lo está haciendo más crudo? –preguntó Paul con sencillez.

Se hizo un silencio. Loren lo rompió:

-No lo entiendes -contestó con suavidad-. En realidad lo está haciendo. Ha trastocado por completo las estaciones. Hace nueve meses que nieva, Pwyll. Dentro de seis noches estaremos en el solsticio de verano.

Todos miraron por la ventana. Había hielo en los cristales. Estaba nevando y un fuerte viento soplaba contra los muros. Pese a las dos chimeneas y a las antorchas, hacía mucho frío en la habitación.

-¡Oh, Dios mío! -exclamó de pronto Dave-. ¿ Qué les ha sucedido a los dalreis?

-Se han congregado cerca del río Larham –dijo Loren-. Las tribus y también los eltors.

-¿Todos en ese lugar? -dijo Dave-. ¡Toda la Llanura les pertenece!

-Ya no -dijo Aileron, y en su voz había una angustia desesperada-. No mientras dure el invierno.

-¿Podemos detenerlo? -preguntó Kevín.

-No hasta que sepamos cómo lo está haciendo –le contestó Loren.

-¿Por eso necesitáis a Kim? -dijo Paul, y se alejó de los otros para acercarse a la ventana.

-Y a alguien más. Necesito que venga aquí Gereint, el chamán de Ivor. Así veremos si entre todos podemos atravesar la cortina de hielo y nieve y encontrar así su origen. Si no lo conseguimos -dijo el mago-, habremos perdido la guerra antes de empezarla. Y no podemos perder esta guerra.

Aileron no decía nada. Sus ojos hablaban por él.

-Muy bien -dijo Jennifer despacio-. Creo que Kim llegará pronto. Así lo espero. Entretanto, creo que tengo cosas que decir a Loren y a Matt.

-¿Ahora? -preguntó Kevín.

-¿Por qué no? -sonreía, aunque en realidad era una sonrisa forzada-. Tomaré un poco de este vino, Shain. Si no os importa.

Ella, el mago y su fuente se marcharon a una habitación contigua. Los demás se quedaron mirándose unos a otros.

-¿Dónde está Diarmuid? -preguntó de pronto Kevin.

-¿Dónde imaginas que puede estar? -fue la respuesta de Aileron.

Hacía media hora, poco antes de que Matt y Loren se hubieran marchado al palacio, Zervan de Seresh se había retirado a su dormitorio en la residencia del mago, aunque no dormía.

No había dejado nada por hacer: había encendido el fuego en la habitación principal de modo que ardiera toda la noche, y sabía que si Brock regresaba antes que los otros lo avivaría.

No era una mala vida ser criado de los magos. Lo había sido durante veinte años, desde el momento en que le habían dicho que no tenía madera de mago, lo cual no había sido una sorpresa: lo sabía desde mucho tiempo atrás. Pero les tenía afecto a los tres, incluso -aunque recordarlo le producía una enorme amargura- a Metran, que había sido un hombre inteligente hasta que se hizo viejo y se convirtió en un traidor. También le gustaba Paras Derval, con el bullicio de la ciudad y la proximidad del palacio. Era muy agradable estar en el meollo de las cosas.

Por eso cuando Teyrnon se lo pidió, Zervan había aceptado complacido quedarse con los magos y servirles como criado.

Después de veinte años, el afecto se había ido convirtiendo en algo parecido al amor. Los cuatro que habían quedado, Loren y Teyrnon, Matt y Barak, eran para Zervan lo más parecido a una familia, y él velaba por ellos con su mirada exigente y atenta a todos los detalles.

Había fruncido el entrecejo cuando Brock de Banir Tal se había quedado a vivir con ellos, hacía ya un año. Pero, aunque era obvio que el enano era un personaje de rango entre su pueblo, era discreto y muy poco exigente, y Zervan observaba con aprobación su manifiesta devoción hacia Matt Sóren. Zervan había pensado siempre que Matt era demasiado duro consigo mismo y se alegraba de que Brock estuviera a su lado para compartir la carga.

Gracias a Brock, Zervan había llegado a comprender la causa de la profunda melancolía en que caía Matt cada tanto y del silencio que invadía a aquel ser ya de por sí taciturno. Ahora lo entendía: Matt Sóren, que había sido rey en Banir Lok, permanecía silencioso y ceñudo cuando luchaba con la incesante llamada de Calor Diman, el lago de Cristal. Brock le había explicado que todos los reyes de los enanos velan durante una noche de plenilunio junto al lago, entre las dos montañas gemelas. Si sobreviven a lo que ven y conservan todavía el juicio pueden ser coronados con la Corona de Diamante. Y Brock había añadido que ya nunca más pueden librarse de la llamada de Calor Diman. Zervan comprendió entonces que era esa llamada la que obligaba a la fuente de Loren a permanecer en vela las noches de plenilunio, recorriendo sin descanso la habitación hasta que rompía el alba.

Pero esa noche era Zervan quien no podía dormir. Matt estaba en el palacio con Loren. Brock, diplomáticamente, había dicho que se marchaba a El Jabalí Negro. A menudo lo hacia para dejar solos al mago y a su fuente. Zervan, solo en la casa, no podía dormir porque por dos veces había oído un ruido fuera, al otro lado de la ventana.

La tercera vez que lo oyó, saltó de la cama, se vistió y salió a echar una ojeada. Al pasar por la habitación principal, echó algunos troncos más al fuego y cogió un sólido leño para que le sirviera de defensa. Abrió la puerta y salió a la calle.

Hacía un frío terrible. El aliento se le helaba y pese a que llevaba guantes sentía congeladas las puntas de los dedos. Fuera sólo se oía el viento y aquella nieve que seguía cayendo anormalmente. Dio la vuelta a la casa, pues los dormitorios daban a la parte trasera, de donde le había parecido que procedía el ruido.

Debía de ser un gato, que hacía crujir la nieve que había entre la casa y la puerta contigua. Sí, con seguridad se trataba de un gato. No se veían huellas sobre la nieve. Un poco más tranquilo, dobló la esquina de la parte de atrás de la casa.

Tuvo tiempo de ver de qué se trataba, de sentir que su mente se paralizaba de estupefacción, de entender por qué no había huellas sobre la nieve.

No tuvo, sin embargo, tiempo de gritar o de dar, de alguna forma, la voz de alarma.

Un largo dedo lo alcanzó. Y con sólo tocarlo lo mató.

Después de sufrir los efectos del entumecedor viento y el peligro de las calles heladas, el calor que se desprendía de El Jabalí Negro le pareció a Kevin un infierno. La taberna estaba atiborrada de un público estridente y sudoroso. Había cuatro enormes chimeneas y en lo alto de los muros ardían varias antorchas.

Estaba tal como lo recordaba: el denso humo, el olor de la carne que se asaba sobre el fuego, el constante y ensordecedor ruido. En cuanto hubieron franqueado el umbral, Kevin se dio cuenta de que El Jabalí parecía mas concurrido que nunca porque la mayoría de los parroquianos se habían congregado en torno a un ancho circulo en medio de la taberna. Habían retirado las mesas de los caballetes y apartado los bancos para dejar más espacio libre.

Usando a Dave como un ariete, Kevin y Paul se abrieron paso entre la multitud que se apiñaba cerca de la puerta, dando codazos y derramando cerveza. Entonces Kevin vio que un hombre corpulento de rojos cabellos estaba en medio del corro formado por la multitud. El hombretón llevaba sobre sus hombros a otro menos fornido.

Frente a ellos, rugiendo en beligerante desafío para poder ser oído en aquel estruendo, se alzaba la enorme mole de Tegid de Rhoden, y sobre sus hombros, riendo a carcajadas, estaba Diarmuid, príncipe de Brennin.

Kevin se echó a reír y vio que entre el público se cruzaban apuestas mientras los contrincantes tomaban cautelosamente posiciones. ¡Incluso en tiempos de guerra!, pensó, mirando al príncipe. La gente se había subido a las mesas para poder ver mejor; otros se habían encaramado a las escaleras para ver la lucha desde arriba. Kevin vio que Carde y Erron dirigían las apuestas de pie sobre la barra. Junto a ellos reconoció a Brock, el enano que había traído la noticia de la traición de Eridu. Era más viejo que Matt; su barba era más clara y reía a carcajada limpia, cosa que Matt pocas veces hacía. Todas las miradas estaban pendientes de los combatientes, por eso nadie había reconocido a ninguno de los tres.

-¡Rendios, intrusos.de la Fortaleza del Norte! -rugía Tegid.

De pronto, Kevin se dio cuenta de una cosa.

-¡Son los hombres de Aileron! -les gritó a Dave y a Paul, mientras Tegid tropezaba e iba dando tumbos hacia los otros dos.

El otro contrincante resistió limpiamente la embestida y Diarmuid, que no cesaba de reír, apenas pudo esquivar el golpe del otro jinete que trataba de derribarlo. Tegid se estrelló contra una mesa al otro lado del corro, derribó a varios espectadores y por poco hizo caer a su jinete.

Se dio la vuelta despacio respirando con dificultad. Diarmuid inclinó la cabeza y susurró una serie de instrucciones al oído de su inestable montura. Esta vez avanzaron con mas cautela y Tegid mantuvo sus piernas abiertas para guardar el equilibrio sobre el suelo de

juncos.

-¡Ballena borracha! -se mofó el otro jinete.

Tegid detuvo su cauteloso avance y lo miró con la cara roja de ira. Luego, aspirando profundamente, gritó con atronadora voz:

-¡Cerveza!

Al momento una joven se precipitó hacia ellos con dos pintas de cerveza que Tegid y Diarmuid apuraron de un trago.

-¡Doce! -gritaron a la vez Erron y Carde desde la barra.

Era evidente que la lucha venía durando un buen rato. Diarmuid devolvió su jarra a la camarera mientras Tegid arrojaba la suya por encima de su hombro. Un parroquiano agachó con agilidad la cabeza y volcó la mesa sobre la que él y otros cuatro hombres estaban de pie. Mejor dicho, habían estado de pie.

Era demasiado para Kevin Laine.

Un momento después, el dúo de la Fortaleza del Norte fue derribado en un ataque por detrás. No había sido un ataque demasiado sutil: simplemente, habían sido arrollados. Mientras los aullidos y los gritos alcanzaban un tono sin precedentes, Kevin, encaramado con firmeza sobre los hombros de Dave, se dirigió contra la pareja de El Jabalí.

-¡Ahora vais a ver! -gritó.

Pero las intenciones de Tegid eran otras. Dando un grito de alegría, corrió con los brazos abiertos hacia Dave y lo envolvió en un apretado y prolongado abrazo de oso; luego, incapaz de algo tan complejo como detenerse, dio con los cuatro en el suelo en un amasijo informe y empapado de cerveza.

Una vez en el suelo comenzó a abofetearlos a ambos con salvajes golpes que sólo pretendían expresar su afecto y su alegría; Kevin no lo ponía en duda, pero eran tan violentos que la habitación empezó a dar vueltas a su alrededor. Reía hasta perder el aliento y pretendía protegerse de la euforia de Tegid, cuando oyó que Diarmuid le susurraba al oído:

-¡Bien hecho, amigo Kevin! -dijo el príncipe, que no había recibido el menor daño-. No me habría gustado perder. Pero aquí abajo tenemos otro problema.

-¿Cuál? -el tono de su voz había impresionado a Kevín.

-Subido sobre Tegid, he estado vigilando durante la última hora a alguien que está junto a la puerta. Creo que es un extranjero. No me preocupaba demasiado pues casi prefería que hubiera informado de que no estamos preparados para la guerra.

-¿Qué clase de extranjero?

-Esperaba poder averiguarlo luego. Pero cambia las cosas el hecho de que hayáis llegado. No quiero que informe de que Kim y Paul están con nosotros.

-Kim no ha llegado. Paul, sí.

-¿Dónde está? -preguntó el príncipe apresuradamente.

-Junto a la puerta.

Mucha gente los rodeaba: Carde y Erron, Kall y algunas mujeres. Por eso, cuando lograron abrirse paso hacia la puerta ya era demasiado tarde para poder hacer algo.

Paul contemplaba la lucha con aire divertido. Según parecía no había nada que pudiera infundir en Diarmuid el sentido de la responsabilidad. Sin embargo, el príncipe era algo más que un simple juerguista; la primavera pasada lo había probado un número sobrado de veces como para poder ponerlo todavía en duda.

En la primavera. En la primavera del año pasado, dado que se estaba acercando el verano; y en esto estaba pensando Paul, en el significado de aquel salvaje y artificial invierno. En especial, pensaba en algo que había notado mientras recorrían el camino que separaba a la taberna del palacio.

Estaba muy abstraído en sus elucubraciones y reflexiones, incluso en medio de aquel pandemónium. Por el rabillo del ojo vio que Kevin montaba sobre los hombros de Dave y que los dos cargaban contra los de la Fortaleza del Norte por detrás. La algarabía que se formó a continuación atrajo su atención y lo hizo sonreír. El travieso Kevin Laine era casi tan irresponsable como Diarmuid y, como él, estaba lleno de vida.

Su sonrisa se convirtió en franca carcajada cuando vio que Tegid se precipitaba contra Dave y lo abrazaba, y no pudo evitar un estremecimiento cuando vio caer a los cuatro al suelo.

De este modo, primero preocupado, luego entretenido, no se dio cuenta de que una figura cubierta con un manto y una capucha, pese al tórrido calor de El Jabalí, se abría paso hacia él.

Sin embargo, también otra persona lo hacía. Alguien que había visto a Kevin y a Dave y que había adivinado que también Paul debía de estar allí. Y, justo en el momento en que la encapuchada silueta llegaba junto a el, la otra se interpuso.

-¡Alto ahí, hermana! Yo tengo preferencia –dijo Tiene, una muchacha de cabellos castaños-. Éste es para mi. Puedes llevarte a los otros a la cama, quienquiera que seas, pero éste, esta noche, es sólo para mi.

Paul se volvió y vio a la frágil y hermosa muchacha cuyas lágrimas, hacia un año, le habían impedido hacer el amor y lo habían empujado al Arbol del Verano, huyendo de aquella noche estrellada, después de haber oído una canción que en modo alguno quería oír.

Y precisamente porque él había estado en el Árbol de Verano y había sobrevivido, precisamente porque el dios le había permitido volver, precisamente por eso aquella silueta encapuchada, que era en efecto una mujer, pero en modo alguno hermana de ningún mortal, había venido a matarlo.

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