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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (32 page)

BOOK: Fuego Errante
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Detrás de Brendel, Dan trataba sin demasiado éxito de hacer botar las piedras. Mirándolo, el lios alfar preguntó en voz baja:

-¿Qué has decidido hacer?

-Llevarlo hasta el Árbol del Verano –respondió Paul.

Brendel se quedó inmóvil.

-¿El poder antes de la elección? -preguntó.

Dan logró rebotar tres veces una piedra y se echó a reír.

-Muy bien -lo animó Paul. Luego añadió, dirigiéndose a Brendel-: No puede elegir puesto que todavía es un niño, y mucho me temo que ya tenga poder.

Le contó a Brendel lo de la flor, mientras Dan corría por la orilla en busca de más piedras.

El lios alfar era una inmóvil llama de plata entre la nieve. La expresión de su rostro era grave; parecía no tener edad y era muy hermoso. Cuando Paul hubo acabado su historia, le dijo:

-¿Podemos arriesgarnos, cuando está en juego el Telar del Mundo?

-Por alguna razón, sea cual sea -contestó Paul-, Rakoth no quería que el niño viviera. Jennifer dice que Darien es fruto del azar.

Brendel sacudió la cabeza.

-¿Qué significa eso? Tengo miedo, Pwyll, mucho miedo.

Hasta sus oídos llegaba la risa de Dan que buscaba piedras para lanzar.

-Con seguridad ningún ser viviente se ha encontrado nunca en tal equilibrio entre Luz y Oscuridad.

Luego, al ver que Brendel no decía nada, repitió, sintiendo que en su voz latía a la vez la duda y la esperanza:

-Rakoth no quería que el níno viviera.

-Por alguna razón, sea cual sea -dijo Brendel.

La tranquilidad reinaba junto al lago. Las aguas se movían pero sin agitarse. Dan hizo rebotar cinco veces una piedra y se volvió, riendo, para comprobar si Paul lo estaba mirando. Los dos lo hacían.

-Que el Tejedor nos ilumine -dijo Brendel.

-¡Bravo, pequeño! -dijo Paul-. ¿Quieres que le enseñemos a Brendel nuestro sendero en el bosque?

-El sendero de Finn -dijo Dan mientras echaba a andar ante ellos.

Desde la cabaña Vae los veía alejarse. Vio que Paul era una mancha oscura, que los cabellos del has alfar relucían como la plata y que Darien tenía el color del oro mientras se perdían los tres en la arboleda.

Paul había tenido siempre la idea de volver solo a aquel lugar en busca de una respuesta, pero, según parecía, todo transcurría por derroteros muy diferentes.

Mientras se acercaban al lugar donde los árboles de la ribera del lago empezaban a confundirse con la espesura del bosque, Dan fue aminorando la marcha. Brendel se inclinó graciosamente hacia él y se lo encaramó en los hombros como si fuera una pluma. En silencio, Paul se adelantó, como en otra ocasión, por la noche, muy cerca de este lugar, había adelantado a tres hombres. Con la cabeza erguida, sintiendo el latido del poder, se internó por segunda vez en el Bosque del Dios.

Era un día de invierno, pero la oscuridad reinaba entre los árboles del Bosque de Mórnir, y Paul se sentía vibrar como un diapasón. Su cabeza se llenaba de recuerdos. Detrás de él oía hablar a Brendel con el niño, pero parecían estar muy lejos. Más cerca, en cambio, estaban otras escenas: Alíelí, eí anciano soberano señor, jugando al ajedrez a la luz de las velas; Kevin cantando La canción de Rachel; ese mismo bosque por la noche; música; Galadany el perro; luego la Luna llena en la noche de novilunio, la niebla, el dios y la lluvia.

Llegó al lugar donde los árboles formaban una doble hilera, que reconoció de inmediato. No había nieve en el sendero. No podía haberla, lo sabía; por lo menos, no tan cerca del Arbol. Tampoco se oía música esta vez, y pese a las sombras no era de noche, pero allí estaba el poder, siempre lo estaba, y él formaba parte de ese poder. Tras él Brendel y el niño se habían callado, y en silencio Paul los condujo por el sendero sinuoso que trazaba la doble hilera de árboles hasta el claro del Arbol del Verano. Estaba tal y como lo había encontrado la noche que lo ataron a él.

La luz estaba tamizada. El sol en el cenit se filtraba en el claro del bosque. Recordó cómo, hacia un año, lo había quemado sin piedad, en aquel cielo despejado y sin nubes.

Alejó los recuerdos y dijo:

-Cernan, me gustaría hablar contigo.

Oyó que Brendel exhalaba un sobresaltado suspiro, pero no se volvió. Transcurrió un buen rato hasta que, de los árboles que rodeaban el claro, surgió un dios.

Era muy alto, de miembros fornidos y piel morena, y no llevaba ninguna vestidura. Tenía los ojos castaños como los de un ciervo, y se movía con la ligereza de un ciervo; también los cuernos de siete puntas sobre su cabeza eran los de un ciervo. Tenía un aire salvaje y una infinita majestad y, cuando habló, el tono indomable de su voz evocaba los bosques más tenebrosos.

-No es apropiado que se me llame de esa forma -dijo y pareció que su voz eclipsaba la luz del claro.

-Soy yo quien te llama -dijo Paul con calma-, y en este lugar.

Cuando hubo hablado estalló un sordo trueno. Brendel estaba detrás de él. Se daba cuenta de que el niño, alerta pero sin miedo, paseaba por el claro.

-Debiste haber muerto -dijo Cernan, con aire severo e incluso cruel-. Yo me incliné ante ti para honrar tu modo de morir.

-Aunque así fuera -dijo Paul.

Se oyó de nuevo un trueno. El aire parecía estar sobrecargado de poder. Crujía. El sol brillaba, pero muy lejos, como a través de una neblina.

-Aunque así fuera -repitió Paul-. Pero lo cierto es que estoy vivo y he regresado aquí, a este lugar.

En el pesado silencio, se oyó otra vez un trueno.

-¿Qué querías decirme, pues? -dijo Cernan

-¿Sabes quién es este niño? -preguntó Paul con su voz de siempre.

-Sé que es un andain -dijo Cernan, el de las Fieras-. Por tanto pertenece a Galadan, a mi hijo.

-Galadan -dijo Paul con aspereza- me pertenece a mi. Cuando nos encontremos la próxima vez, que será la tercera.

De nuevo se hizo el silencio. El dios astado avanzó unos pasos.

-Mi hijo es mdy fuerte -dijo-. Más fuerte que tú, pues es posible que nosotros no podamos intervenir.

Hizo una pausa, y luego, con un nuevo matiz en la voz, añadió:

-No siempre fue como ahora es.

«Demasiado dolor», pensó Paul. Incluso en aquelío. Luego oyó sonar amarga e implacable la voz de Brendel:

-Mató a Ra-Termaine en Andarien. ¿Cómo puedes compadecerlo?

-Es mi hijo -dijo Cernan.

Paul se estremeció. Se sentía en la más completa oscuridad, sin las voces de los cuervos para guiarlo. Agobiado por la duda y el miedo, dijo:

-Te necesitamos, Señor del Bosque. Necesitamos tu consejo y tu poder. El niño ha entrado en posesión de su fuerza, y esa fuerza es roja. Todos debemos hacer la elección de la Luz, pero su elección es la más grave de todas, me temo, y es sólo un niño.

Hizo una pausa y añadió:

-Es el hijo de Rakoth, Cernan.

Se hizo el silencio.

-¿Por qué? -susurró el dios con voz desmayada-. ¿ Por qué se le ha permitido vivir?

Paul se dio cuenta del murmullo que surgía entre los árboles: lo recordaba muy bien.

-Para que haga la elección -dijo-, la más decisiva elección en todos los mundos. Pero no como un niño; ha accedido al poder demasiado pronto.

Tras él oyó suspirar a Brendel.

-Sólo mientras sea un niño -dijo Cernan- puede ser controlado.

Paul sacudió la cabeza.

-Nada puede controlarlo, Señor del Bosque, ¡él es el campo de batalla y debe ser lo suficientemente mayor para saberlo!

Al oír sus propias palabras, se dio cuenta de que estaba en lo cierto. No sintió trueno alguno, sino un latido extraño y lleno de presagios que fluía en su interior.

-Cernan -dijo-, ¿puedes hacer que alcance la madurez?

Cernan el de las Fieras irguió su poderosa cabeza y por primera vez algo en él intimidó a Paul. El dios abrió la boca para decir algo…

Nunca oyeron lo que había querido decir.

En el extremo opuesto del claro brilló un destello de luz, casi cegador, en medio del pesado claroscuro que reinaba en el lugar.

-¡El Tejedor del Telar! -gritó Brendel.

-Todavía no -dijo Darien.

Avanzaba desde el Árbol del Verano, y ya no era un niño. Se detuvo, desnudo como Cernan, rubio, como había sido desde su nacimiento, y casi tan alto como el dios. Paul, con temerosa aprensión, se dio cuenta de que tenía aproximadamente la misma altura que Finn y que parecía de su misma edad.

-Dan… -empezó a decir.

Pero el diminutivo ya no encajaba, ya no podía aplicarse a aquel hermoso ser que se erguía en el claro del bosque.

-Darien -rectificó-, para esto te traje hasta aquí, pero ¿cómo has podido conseguirlo solo?

La respuesta fue una carcajada que transformó la aprensión en temor.

-Olvidaste algo -dijo Darien-, todo el mundo lo olvidó. Algo tan simple como el invierno hizo que lo olvidarais. ¡Estamos en una arboleda de robles y es el solsticio de verano! Con semejantes poderes en ciernes, ¿por qué iba a necesitar la ayuda del dios astado para tener acceso a mi poder?

-No se trata de tu poder -replicó Paul con toda la firmeza que pudo, mientras miraba los ojos de Darien que todavía eran azules-. Se trata de tu madurez. Ahora ya eres lo bastante mayor para saber por qué. Tienes que hacer una elección.

-¿Acaso tendré que preguntarle a mi padre lo que debo hacer? -gritó Darien.

Con un gesto hizo arder a los árboles del claro en un círculo de fuego, rojo como los destellos de sus ojos.

Paul retrocedió al sentir la llamarada de calor, a pesar de que había sido inmune al frío. Oyó gritar a Cernan, pero, antes de que el dios pudiera actuar, Brendel avanzó unos pasos.

-No -dijo-. Apaga el fuego y escúchame antes de marcharte. Sólo por una vez.

Su voz sonaba como la música, como las campanas en un lugar iluminado por la luz. Darien movió una mano.

El fuego se extinguió. Los árboles estaban intactos, y Paul se dio cuenta de que todo había sido una ilusión. Sintió que el calor iba desapareciendo de su piel, y en el lugar de su propio poder sólo pudo encontrar impotencia.

Etéreo, casi luminoso, Brendel se encaró con el hijo de Rakoth.

-Oíste que pronunciábamos el nombre de tu padre -dijo- pero todavía no conoces el nombre de tu madre, y tienes sus mismos cabellos y sus mismas manos. Aún más: los ojos de tu padre son rojos; los de tu madre, verdes; los tuyos, azules, Darien. No estás predestinado a ningún destino. Nunca ha existido nadie que haya podido elegir tan nítidamente entre la Luz o la Oscuridad.

-Así es -dijo la profunda voz de Cernan entre los árboles.

Paul no podía ver los ojos de Brendel, pero los de Darien eran de nuevo azules y hermosísimos. Ya no era un niño, pero era todavía muy joven, con el rostro aún imberbe y un enorme poder cerniéndose sobre él.

-Si la elección es nítida -dijo Darien-, ¿por qué no voy a escuchar a mi padre como te estoy escuchando a ti? ¿Acaso hay algo que tejer?

Se echó a reír al observar algo en el rostro de Brendel..

-Darien -dijo Paul con calma-, has sido muy amado. ¿Qué te dijo Finn de la elección?

Era un riesgo. Otro más, pues no sabia si Finn le había dicho algo.

Un riesgo, y al parecer había perdido.

-Me abandonó -dijo Darien mientras un espasmo de dolor se reflejaba en su cara-. ¡Me abandonó! -gritó de nuevo el muchacho.

Hizo un gesto con la mano -una mano como la de Jennifer- y desapareció.

Se hizo el silencio. Luego se oyó un sonido de algo que se deslizaba por el bosque.

-¿Por qué? -dijo otra vez Cernan el de las Fieras, el dios que se había burlado de Rakoth hacía mucho tiempo y lo había llamado Sarhain-. ¿Por qué se le ha permitido vivir?

Paul lo miró, y luego al lios alfar que de pronto parecía muy frágil. Apretó los puños.

-¡Para elegir! -gritó con desesperación.

Sondeando en su interior, en el latido de su poder, buscó una confirmación a sus palabras, pero no encontró ninguna.

Juntos, Paul y Brendel, abandonaron el claro y luego el bosque. Había sido un largo camino, pero más largo aún parecía el regreso. Cuando llegaron a la cabaña, el sol se estaba poniendo. Vae había visto por la mañana que se iban tres; ahora sólo regresaban dos.

Salió a su encuentro; el lios se inclinó ante ella y la besó en las mejillas, en un gesto inesperado. Ella nunca había visto a ningún lios. En otro tiempo eso la habría llenado de profunda emoción. En otro tiempo. Ellos se dejaron caer pesadamente en las sillas junto al fuego y, mientras ella les preparaba una infusión, le fueron explicando lo que había sucedido.

-No sirvió de nada, pues -dijo ella cuando hubieron acabado el relato-. Todo lo que hicimos fue peor que nada, si es que se ha ido con su padre. Creí que el amor podría servir de mucho.

Ninguno de los dos dijo nada, lo cual ya era una elocuente respuesta. Paul arrojó más leña al fuego; se sentía abrumado por los acontecimientos de aquel día.

-Ya no hay necesidad de que continúes aquí -dijo-. ¿Quieres que te llevemos a Paras Derval?

Ella asintió muy despacio con la cabeza. Luego, como herida por la soledad de la casa, dijo:

-Será un hogar vacío. ¿Podrá Shahar volver a Paras Derval?

-Desde luego -dijo Paul con suavidad-. Oh, Vae, siento muchísimo todo lo ocurrido. Haré todo lo posible para que él regrese.

Entonces ella se echó a llorar. No quería hacerlo. Pero Finn se había ido para no volver, luego también Dan, y Shahar llevaba mucho tiempo fuera de casa.

Pasaron la noche allí. A la luz de las velas y del fuego de la chimenea, la ayudaron a reunir las pocas pertenencias que había llevado a la cabaña. Luego dejaron que el fuego se consumiera y el lios se echó a dormir en la cama de Dan mientras Paul lo hacía en la de Finn. Pensaban marcharse en cuanto se hiciera de día.

Pero se despertaron antes. Brendel se estremeció y los otros dos, medio dormidos, lo oyeron levantarse. Todavía era de noche; debían de faltar todavía dos horas para que rompiera el alba.

-¿Qué sucede? -preguntó Paul.

-No lo sé -le contestó el lios-, pero algo sucede.

Los tres se vistieron y se encaminaron hacia el lago. La luna llena estaba baja, pero resplandeciente. El viento había cambiado; soplaba del sur, desde la otra orilla del lago. Las estrellas en el oeste empalidecían por la luz de la luna, pero hacia el este eran mucho más luminosas.

Todavía mirando hacia el este, Paul bajó un poco la vista. Incapaz de hablar, tocó a Brendel y a Vae y les señaló algo.

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