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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

Fuego Errante (27 page)

BOOK: Fuego Errante
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Muy poco, casi nada. De hecho, una sola cosa; pero él la tenía, y pensó en su padre sintiendo en el corazón la punzada que siempre lo asaltaba cuando había pasado un tiempo sin hacerlo.

»Fur gezunter heit, und cum gezunter heitx», le había dicho en yiddish Sol Laine cuando Kevin le había comunicado que tenía que volar a Londres en un plazo de diez horas. «Ve enhorabuena y regresa enhorabuena» Nada más. En esas palabras se escondía una confianza ilimitada. Si Kevin se lo hubiese querido decir, le habría explicado las razones del viaje. Si no se las explicaba, era porque tenía sobrados motivos para no hacerlo.

-Oh, Abba -murmuró en voz alta en la desapacible noche.

Y en el país de la Madre su homenaje al padre se convirtió en un talismán que lo llevó, al abrigo de la cortante acometidadel viento, hasta la casa que le habían asignado a Diarmuid en Morvran.

Había ciertas prerrogativas de realeza. Sólo Kell, Kevin y Brock compartían aquel lugar con el príncipe. Kell estaba en la taberna, el enano dormía y Diarmuid estaría Dios sabe dónde.

Con el divertido pensamiento de lo que haría el príncipe la noche siguiente, y la tranquilidad que le proporcionaba siempre acordarse de su padre, Kevin se metió en la cama. Soñó, pero de forma tan confusa que a la mañana siguiente había olvidado sus sueños.

A la salida del sol comenzó la cacería. El cielo se cernía muy azul sobre sus cabezas, y los primeros rayos del sol se reflejaban sobre la nieve. Latía algo salvaje, pensó Dave, como si de alguna forma se evidenciara la energía del solsticio de verano. Entre los cazadores había una carga eléctrica que casi se podía ver. Los impulsos eróticos que habían comenzado en cuanto hubieron entrado en Gwen Ystrat, se sentían ahora de forma más profunda. Dave no había experimentado en su vida nada parecido y, según decían todos, las sacerdotisas saldrían aquella noche a su encuentro. Se sentía débil con sólo pensarlo.

Intentó concentrarse en lo que tenían que hacer aquella mañana. Había querido participar en la cacería con el pequeño contingente de los dalreis, pero los caballos iban a ser de mucha utilidad en el bosque y Aileron había rogado a los jinetes que se unieran a los arqueros, quienes iban a rodear el bosque para cortar la retirada de los lobos. Dave vio que el fornido lugarteniente de Diarmuid, Kell, blandiendo un enorme arco, cabalgaba más allá del puente, hacia el norte, con Levon y Torc.

Supuso que esto lo dejaba en libertad de movimientos y, con cierto reparo, avanzó hacia el lugar donde Kevin estaba bromeando con algunos de los miembros de la banda del príncipe. Había rumores de que la noche anterior habían estado celebrando con anticipación los festejos del solsticio de verano, desafiando así las órdenes de los dos reyes. Dave no podía afirmar que se sintiese impresionado por eso. Una cosa era correrse juergas en la ciudad y otra muy distinta divertirse la víspera de una batalla.

Sin embargo, ninguno de ellos parecía resentirse de la juerga y no conocía en realidad a nadie más con quien poder luchar, así que con cierta timidez se acercó al príncipe y esperó a que su presencia fuera notada. Diarmuid estaba echando una rápida ojeada a las órdenes que su hermano le había dado por escrito. Cuando hubo acabado elevó la mirada y sus desconcertantes ojos azules notaron la presencia de Dave.

-¿Hay sitio para uno más? -preguntó Dave.

Esperaba una pulla, pero el príncipe se limitó a decirle:

-Naturalmente. ¿No recuerdas que te vi combatir? -Luego levantó la voz y unos cincuenta hombres lo rodearon en silencio.- Venid, pequeños, os contaré una historia. Mi hermano se ha superado a sí mismo preparando esta cacería. Aquí está escrito lo que tenemos que hacer.

A pesar de su tono frívolo, sus palabras eran cortantes. Tras el príncipe, Dave vio que los eidolaths, la guardia de honor de Cathal, se alejaba cabalgando deprisa hacia el norte tras Shalhassan. Muy cerca, Aileron comandaba otro grupo de hombres y, más allá, Arturo estaba haciendo lo mismo. Coligió que la estrategia consistía en un movimiento de pinza, con los dos ejércitos moviéndose a la vez uno desde el sudeste y otro desde el noreste.

Unos cien arqueros iban a rodear el bosque. Los cathalianos ocupaban ya la línea del río Khan, en su orilla este, hasta el lindero del norte a la altura del río Latham. Los arqueros de Brennin estaban apostados desde las orillas del Latham, en el norte y también a intervalos hacia el sur y el oeste. Las espesas arboledas al este del río Khan habían sido rastreadas y, según explicó Diarmuid, no se había encontrado nada. Los lobos estaban en el área del bosque de Leinan y, si todo salía según lo planeado, pronto estarían dentro del cerco trazado por los dos ejércitos. Iban a soltar los perros para que empujaran a los lobos al corazón mismo del bosque.

-A menos que los malvados lobos tengan la osadía de desobedecer los planes del soberano rey, nos encontraremos con las fuerzas de Shalhassan en pleno bosque y los lobos quedarán apresados entre nosotros. Si no ocurre así -concluyó Diarmuid-, podremos echar las culpas a cualquier cosa, excepto a los planes trazados. ¿Alguna pregunta?

-¿Dónde están los magos? -preguntó Kevin Laine.

«Siempre con sus preguntas», pensó Dave. No podía remediarlo.

Pero Diarmuid le contestó con toda seriedad:

-Iban a venir con nosotros. Pero algo sucedió anoche en el templo y las fuentes están completamente agotadas. Sólo podemos contar esta mañana con nuestras espadas y nuestros arcos.

«Y con las hachas», pensó Dave con ánimo siniestro. No necesitaban nada más. Todo estaba más claro ahora que no contaban con la ayuda de los magos. No había más preguntas, ni tampoco tiempo que perder con ellas; Aileron había comenzado a avanzar con su compañía. Diarmuid, a marchas forzadas, los condujo más allá del puente del Latham, hacia el flanco izquierdo, en tanto que fa compañía de Arturo, según vio Dave,

se dirigía hacia la derecha.

Estaban en el limite suroeste del bosque, en una franja de tierra entre la espesura y el lago helado. Por el oeste y el norte, Dave distinguió a los arqueros que, sobre sus caballos, preparaban los arcos allí donde el bosque empezaba a clarear.

Luego Aileron indicó algo a Arturo, y Dave vio que el Guerrero hablaba con su perro. Con un aullido el perro gris echó a correr en dirección al bosque de Leinan y la jauría lo siguió. Dave oyó débiles ecos de respuesta por el límite del norte que indicaban que también habían soltado la otra jauría. Los hombres esperaron un poco; luego el soberano rey emprendió la marcha y todos se internaron en el bosque.

La oscuridad se iba haciendo cada vez más intensa, pues incluso sin hojas los árboles eran tan enormes que ocultaban el sol. Avanzaban hacia el noroeste, antes de empezar a torcer hacia el este, por eso el flanco de Diarmuid, en el que él iba, estaba en primera línea. De pronto Dave percibió el olor de los lobos, áspero e inconfundible. En torno a ellos los perros ladraban, pero no con demasiada insistencia. Dave, con el hacha preparada y la larga correa anudada a su muñeca, cabalgaba tras Diarmuid, con Kevin a su izquierda y a su derecha el enano llamado Brock, que también iba armado con un hacha.

Luego, por la derecha, se oyeron los ladridos de Cavalí, tan agudos que incluso los que jamás habían participado en una cacería sabían lo que significaban.

-¡Media vuelta! -gritó Aileron detrás de ellos-. ¡Desplegaos y dad la vuelta hacia el río!

Dave había perdido el sentido de la orientación, pero siguió tras Diarmuid, y con el corazón palpitante se dispuso a encontrarse con los lobos.

Ellos los encontraron primero.

Antes de que pudieran alcanzar el río y a los hombres de Cathal, aquellas fieras negras, grises y manchadas se les echaron encima. Resistiéndose a ser simplemente cazados, los lobos gigantes pasaron al ataque, y en el momento en que blandía el hacha, Dave oyó los ecos de otra batalla .en el este. Los hombres de Cathal también habían entrado en combate.

Ya no tuvo tiempo para pensar nada más. Hurtando el cuerpo hacia la derecha esquivó el ataque de los colmillos de una bestia negra y sintió que las fauces del animal le desgarraban el abrigo. No tuvo tiempo de mirar atrás; otro se acercaba. Lo mató de un violento tajo y luego se agachó con presteza, casi hasta tropezar con las rodillas, mientras otro animal le saltaba a la cara. Ese fue el último momento que pudo recordar con cierta claridad.

La batalla se convirtió en una caótica confusión mientras se dirigían hacia los árboles, persiguiendo y perseguidos. En el fondo de su corazón sintió que surgía una furia destructora que, al parecer, se apoderaba siempre de él durante el combate, y avanzó a través de la nieve enrojecida por la sangre blandiendo y descargando el hacha una y otra vez. Delante de él vio al príncipe que manejaba con destreza su mortífera espada sin dejar de cantar .mientras iba sembrando la muerte por doquier.

Perdió la noción del tiempo; no podía decir cuánto tiempo había transcurrido desde que empezaron a abrirse camino el príncipe y él con Brock en sus talones. Delante distinguió las siluetas de los cathalianos al otro lado del río helado. Sin embargo, a la derecha había más lobos que abordaban el grueso de las filas de Brennin y también el flanco de las de Arturo. Dave dio la vuelta para acudir en su ayuda.

-¡Espera! -le dijo Diarmuid apoyando la mano en su brazo-. ¡Mira!

Kevin Laine los alcanzó, sangrando por una herida en el brazo. Dave se volvió para contemplar la última parte de la batalla en aquella orilla del río Latham.

No muy lejos, Arturo Pendragon, con el perro gris a su lado, estaba sembrando una sistemática destrucción entre los lobos. Dave tuvo de pronto la inesperada impresión de cuántas veces había blandido el Guerrero su espada y en cuántas guerras.

Pero Diarmuid no miraba a Arturo. Siguiendo la mirada del príncipe, Dave y Kevin vieron algo que Kim ya había visto hacía un año en el recodo de un camino al oeste de Paras Derval.

A Aileron dan Ailell y su espada.

Dave había visto luchar a Levon y a Torc; había visto cómo Diarmuid sembraba despreocupadamente la muerte a su alrededor, y también los impecables golpes de espada que asestaba Arturo sin desperdiciar ningún esfuerzo; también conocía su propia forma de combatir, inundado por una imparable marca de rabia. Pero Aileron combatía de la misma forma en que vuela un águila o corre un eltor sobre la llanura en verano.

Al otro lado todo había acabado. Shalhassan, cubierto de sangre pero triunfante, conducía a sus hombres río Latham abajo y también ellos pudieron contemplar la escena.

Quedaban siete lobos. Sin mediar palabras, se los dejaron al soberano rey. Dave vio que seis eran negros y uno gris y que embestían por tres lados. Vio que caía muerto el gris y dos de los negros, pero ni siquiera vio el golpe de espada que mató al cuarto.

En el bosque reinaba un silencio casi absoluto. Dave oyó jadeos dispersos a ambos lados del río; un perro ladraba de vez en cuando con nerviosismo; un hombre, no muy lejos, juraba en voz baja por el dolor que le producían las heridas. Pero Dave no podía apartar los ojos del soberano rey. De rodillas sobre la nieve pisoteada, Aileron limpió con cuidado la espada antes de enfundarla. Echó una fugaz mirada a su hermano y luego

se volvió con una expresión casi tímida hacia Arturo Pendragon, quien le dijo con tono admirativo:

-Sólo he visto hacer a un hombre lo que tú has hecho.

La voz de Aileron sonó en tono bajo pero firme.

-Yo no soy él. No formo parte de esa historia.

-No -dijo Arturo-, no formas parte de esa historia.

Luego Aileron se dirigió hacia el río.

-Espléndidamente entretejido, hombres de Cathal. Sólo le hemos dado una pequeña bofetada a la Oscuridad esta mañana, pero es mejor que haya sido así y no al revés. La gente podrá dormir tranquila esta noche gracias al trabajo que hemos realizado en el bosque.

Shalhassan de Cathal estaba cubierto de sangre desde los hombros hasta las botas, y también había sangre en su trenzada barba, pero le hizo un austero gesto con la cabeza.

-¿Haremos sonar el maron para poner fin a la cacería? -le preguntó Aileron cortésmente.

-Desde luego -dijo Shalhassan-. Sólo cinco notas porque han muerto seis hombres en este lado del río.

-También aquí -dijo Arturo-. Si te place, soberano rey, Cavalí puede ladrar tanto por nuestro triunfo como por esas muertes.

Aileron asintió, y Arturo le dijo algo al perro.

Cavalí se abrió camino hacia un lugar junto al río donde la nieve no había sido hollada ni teñida de rojo con la sangre de lobos, perros u hombres, y en aquel lugar, entre los desnudos árboles, alzó la cabeza.

Pero su aullido no era un sonido de triunfo ni un lamento por las muertes.

Dave no pudo averiguar nunca lo que lo hizo volverse, si el gruñido del perro o el temblor de la tierra. Se dio la vuelta más veloz que el pensamiento.

Ocurrió en un instante; menos que eso, en una centella de tiempo entre el breve intervalo de dos segundos: algo estalló en su memoria. Otro bosque. Pendaran. Flidais, aquella criatura parecida a un gnomo con sus misteriosas salmodias: «Guárdate del jabalí, guárdate del cisne; el salado mar se llevó su cuerpo»

Guárdate del jabalí.

No había visto nunca una criatura igual a la que surgió de pronto entre los árboles. Debía de pesar cuatrocientos kilos por lo menos; tenía los colmillos curvos y los ojos ciegos de rabia, y era albino, blanco como la nieve que los rodeaba.

Kevin Laine, en medio del camino de la bestia, con su espada y un hombro herido, no iba a ser capaz de esquivarla, y él no tenía maldita esperanza de detener la acometida de aquel monstruo.

Se había dado la vuelta para hacerle frente. Con bravura, pero demasiado tarde, y armado tan sólo con el hacha. Mientras le asaltaba el extraño recuerdo de Flidais y oía el grito de alarma de Diarmuid, Dave cogió carrerilla, soltó el hacha y se lanzó en un enloquecido y desarmado salto.

Acertó con el ángulo. Golpeó al jabalí en un costado y concentró en el golpe toda la contundencia de su peso y su fuerza.

Rebotó como una pelota de ping-pong contra una pared. Sintió que salía volando, antes de estrellarse dando volteretas contra los árboles.

-¡Kevin! -gritó mientras trataba imprudentemente de incorporarse.

El mundo se tambaleó Se llevó la mano a la frente y la retiró cubierta de sangre. Sentía los ojos llenos de sangre y no podía ver nada. Se oyó un grito y el aullido de un perro, y algo sucedió dentro de su cabeza. Había alguien tendido en el suelo y la gente se agolpaba a su alrededor; alguien se le acercó, luego otra persona. Trató de ponerse en pie de nuevo, pero lo obligaron a echarse. Le hablaban y no les entendía.

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