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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (23 page)

BOOK: Fuera de la ley
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10.

—¡Jenks! —grité tambaleándome hacia atrás.

En ese momento recé para que Al empezara a hablar, pero se limitó a mirarme con sus elegantes y cincelados rasgos contraídos por la rabia y a abalanzarse sobre mí extendiendo sus manos enguantadas de blanco.

Yo caí hacia atrás golpeándome con el fregadero. Entonces me sujeté fuer­temente con los brazos y alcé ambas piernas para golpearle de lleno en el pe­cho. ¡Oh, Dios! Me iba a matar. No estaba solo regodeándose. Deseaba acabar conmigo a toda costa. Y si lo conseguía, nadie sabría nunca que había faltado a su palabra. Ceri no solo había sido una imbécil por haber estado haciéndole hechizos, sino que además se había equivocado de pleno.

En el momento en que lancé mis piernas hacia él, el pánico se apoderó de mí. Perdí el equilibrio y, tras deslizarme por la parte delantera de los armarios, aterricé sobre mi trasero con un grito ahogado. En ese momento divisé mis libros de hechizos.
Minias
. Mi nuevo círculo de invocación estaba allí mismo, bajo la encimera. Tenía que hacerme con él como fuera.

Empecé a gatear hacia delante, pero el dolor no me permitía desplazarme todo lo deprisa que hubiera querido y, mientras recibía una descarga de adrenalina, la gruesa mano de Al, cubierta por su guante, me agarró por el cuello y me levantó por los aires. Estaba a punto de asfixiarme y mis labios dejaron escapar unos horribles sonidos. Sentí que los ojos se me salían de las órbitas y que el cuerpo se me ponía flácido. Entonces me sacudió y su olor a ámbar me inundó.

—Eres realmente estúpida, bruja —dijo con su fuerte acento mientras me sacudía de nuevo—. A veces me pregunto cómo esperas que tus genes pasen a la siguiente generación.

Entonces sonrió y mi corazón se encogió de miedo mientras miraba sus ojos rojos y sus pupilas horizontales y percibía su rabia. No tenía nada que perder. Nada.

Presa del pánico, empecé a luchar con todas mis fuerzas. No podía desva­necerse para evitar mis golpes y seguir agarrándome. Tenía una posibilidad. Entonces conseguí asestarle una patada en la espinilla y, con un estremecedor gruñido, me soltó.

Mis pies chocaron contra el suelo y, mientras intentaba recobrar la respi­ración, me desplomé. Seguidamente me agarró de nuevo, esta vez por el pelo.

—Si no sales inmediatamente de mi cocina, te juro que te mataré —le grité. No tenía ni idea de dónde había sacado aquella amenaza, pero estaba cabreada. Y asustada. Y absolutamente aterrorizada.

De repente, un brazo cubierto de terciopelo me rodeó el cuello. Entonces me tiró de nuevo del pelo y yo dejé escapar un chillido. Lo hacía con tanta fuerza que me obligaba a mirar hacia el techo. Sentía un dolor lacerante que me recorría el cuello y todo el cuero cabelludo. Entonces eché los bra­zos hacia atrás y le agarré la melena. Aun así no me soltó. Y eso que había conseguido arrancarle un buen mechón y que mis manos luchaban por agarrarlo de nuevo.

—¡Basta ya! —dijo con determinación, sacudiéndome una vez más—. De­bemos irnos. Tenemos una cita.

—¡Ni lo sueñes! —respondí jadeando mientras le clavaba las uñas en una de las orejas. ¿Dónde demonios estaba Jenks?

Al gruñó y tiró con más fuerza hasta que consiguió que lo soltara. Seguía con vida. ¡Oh, Dios mío! Seguía con vida. Al menos de momento. ¿Sería por aquella dichosa cita?

—Vas a limpiar mi nombre —gruñó acercándose a mi oreja como si la fuera a morder. Yo intenté zafarme hasta que tiró de mi pelo con tanta fuerza que empezaron a saltárseme las lágrimas. Percibí un fuerte olor a sangre, pero sabía que no era mía. Probablemente le había roto la nariz cuando había echado la cabeza hacia atrás. Entonces intenté apoyarme sobre la encimera pero Al me lo impidió.

—Te lo pedí de buenas maneras pero, tú, como la niñata mimada que eres, te negaste —dijo—. Ahora tendrás que hacerlo por las malas. Vas a testificar ante la corte para decir que Ceridwen Merriam Dulciate tan solo puede enseñar a un hijo suyo cómo almacenar energía linear. No estoy dispuesto a pasar una temporada a la sombra por culpa de una exfamiliar que estaría muerta de no ser por ti.

¿Esperaba que me presentara ante un tribunal demoníaco?

—¿Y por qué tendría que fiarme de ti? —jadeé. Mis dedos chirriaron cuando él volvió a separarme de la encimera.

—Porque eso facilitaría mucho las cosas —sugirió como si estuviera repro­chándome que no lo hubiera hecho.

¿
Facilitar las cosas
?, pensé.
Sí claro, y también puede facilitar que acabe muerta
.

Yo forcejeé y mis zapatillas se deslizaron por el linóleo mientras me arras­traba de vuelta al vestíbulo. En ese momento la puerta trasera se abrió y mi corazón dio un vuelco al escuchar el ruido áspero de las garras de un gato que se desplazaban por el suelo. Intenté mirar, pero no resultaba nada fácil teniendo en cuenta que Al me tenía agarrada por el cuello.

—¡Ya era hora, Jenks! —exclamé—. ¿Qué coño estabas haciendo? ¿Ense­ñándole el tocón?

Mi bravata se desvaneció al oír un espeluznante gruñido que fue cobrando vida lentamente hasta que hacer vibrar todos y cada uno de los nervios de mi cuerpo, consiguiendo adentrarse en lo más profundo de mi psique, rodear mi primitivo cerebro, y reducirme a mi instinto animal de luchar o huir. ¿Cormel? ¿Era él quien emitía aquel terrible sonido?

—¡Joder! —gritó Jenks mientras Al dejaba de tirarme del pelo.

Yo inspiré hondo, me giré y, tras descender bruscamente, estampé la planta del pie en plena mejilla del demonio. Al se balanceó hacia atrás sin apartar la vista de Rynn Cormel, que se encontraba de pie en el umbral de mi cocina.

—¡Vete! —le grité al vampiro, pero él ni siquiera se dignó a mirarme. Al, que se había convertido en una sombra encorvada, también me ignoró. O casi.

—¡Rynn Matthew Cormel! —exclamó arrastrando las palabras mientras un destello de siempre jamás caía en cascada sobre él haciendo que su nariz dejara de sangrar y recuperara su forma conforme se erguía—. ¿Qué te trae por aquí?

El elegante vampiro se desabrochó el abrigo.

—Tú, aunque de forma indirecta.

Yo los miré alternativamente y me eché la mano al cuello para tocar el lugar donde muy pronto aparecería una magulladura. Jenks revoloteaba a mi lado formando un charco de polvo rojo en el suelo.

—¡Qué gran honor! —dijo Al con una evidente tensión tanto en su voz como en su pose.

—Estás muerto —dijo Cormel—. Morgan es mía y no voy a permitir que la toques.

¡
Uau
! ¡
Qué detalle
!
Bueno, tal vez
.

Al soltó una carcajada.

—Como si tú pintaras algo en este asunto.

Sin embargo, lo que sucedió después fue jodidamente mejor. Cormel se aba­lanzó sobre Al con los brazos extendidos emitiendo un gruñido estremecedor que me cortó la respiración e hizo que me tambaleara hacia atrás. Entonces solté una maldición y mi espalda chocó contra el frigorífico. Alucinada, me quedé mirando cómo forcejeaban entre sí moviéndose a una velocidad asom­brosa. Al aparecía y desaparecía una vez tras otra, dando la impresión de que el vampiro intentara agarrar un montón de arenas movedizas. Sin poder apartar la vista de ellos, mi pulso se aceleró. Si Al resultaba vencedor, me convertiría en moneda de cambio, mientras que, si lo hacía Cormel, me vería obligada a negociar con un maestro vampírico excitado por el miedo y la rabia de pensar que yo le pertenecía.

—¡Cuidado! —grité cuando Al lo agarró fuertemente. No obstante, el vampiro se retorció de una forma inhumana, como si careciera de huesos, y girando el hombro por completo, clavó sus colmillos en el cuello de Al.

Al soltó un alarido y se desvaneció. A continuación recuperó de nuevo la forma y empujó a Rynn contra el fregadero. La pecera del señor Pez se tamba­leó, y yo aproveché que el vampiro salía disparado hacia Al, con los colmillos relucientes cubiertos de sangre, para correr a rescatar a mi beta.

El agua se derramó un poco mientras yo me batía en retirada. Sin prestar atención a lo que estaba haciendo, empujé la pecera hacia el fondo de la encimera. Entonces dirigí la mirada hacia los libros que estaban escondidos detrás de mi espejo adivinatorio. Minias. Podría llamar a Minias. ¡Oh, sí! Lo único que falta para rematar la farsa es la presencia de otro demonio.

Al golpeó la pared que estaba junto al ordenador de Ivy y las luces parpadea­ron. Armándome de valor, salí disparada hacia delante y mis dedos resbalaron por el frío cristal cuando conseguí alcanzar el espejo.

—Dios, Dios, Dios —susurré intentando recordar la palabra que me permi­tiría invocar el hechizo.

—¡Rachel! —gritó Jenks.

Venían directos hacia mí. Yo abrí mucho los ojos, me incliné por encima del espejo y me quité de en medio. Al y Cormel se estamparon contra el frigorífico y el reloj de encima del fregadero cayó al suelo haciéndose añicos y provocando que la pila saliera rodando en dirección al vestíbulo.

Al tenía la cara de Cormel entre sus manos y la apretaba con una fuerza sobrenatural, pero los dientes del vampiro estaban rojos. Entonces presencié, sin poder apartar la vista, como Cormel estiraba los brazos hacia arriba y clavaba sus horribles dedos en los ojos de Al.

Gritando, el demonio se retiró de golpe, pero el vampiro se abalanzó sobre él. Ambos rodaron por el suelo luchando por hacerse con el control. ¡Joder! Se iban a matar allí mismo, en mi cocina. Y seguro que Ivy se ca­brearía conmigo.

—¿Jenks? —dije al verle revoloteando cerca del techo, tan cautivado como yo.

Su rostro estaba blanco y las alas despedían un silbido agudo.

—Yo me encargo de separarlos. Tú ocúpate de disponer el círculo —me ordenó.

Yo asentí con la cabeza y me remangué. Los planes más simples eran siempre los mejores.

Mi corazón empezó a latir con fuerza cuando vi que Jenks revoloteaba por encima de ellos. Se habían puesto en pie y forcejeaban como luchadores de lucha libre mientras la levita verde de Al hacía un extraño contraste con el elegante traje de Rynn.

—¡Eh, demonio capullo! —gritó Jenks provocando que Al alzara la vista.

En aquel momento un estallido de polvo de pixie se cernió sobre él. Al gritó y se desvaneció. Las manos de Rynn lo buscaron desesperadamente en el aire y, cuando el demonio retomó su forma, estaba encorvado y seguía frotándose los ojos.

—¡Maldita seas, estúpida luciérnaga! —gritó el demonio.

Rynn se preparó y se puso en movimiento de un salto.

—¡Sal del círculo! —le grité agarrando el brazo del vampiro y lanzándolo con todas mis fuerzas contra el escritorio de Ivy. La pesada mesa se mantuvo en pie, pero el ligero olor a chamuscado del ordenador se mezcló con el hedor ácido a ámbar quemado y el penetrante olor a vampiro furioso.

El antiguo líder mundial me gruñó cuando recuperó el equilibrio. Mi rostro se paralizó y me pregunté si me hubiera ido mejor si me hubiera metido dentro del círculo con Al.

—¡Rache! —gritó Jenks, claramente enfadado, y yo puse la mano de golpe sobre el círculo de sal.


Rhombus
—pronuncié aliviada, y la conexión con la línea luminosa se formó a una velocidad muy satisfactoria. En un abrir y cerrar de ojos, una barrera de siempre jamás se alzó del círculo dibujado en el suelo haciéndose más fuerte gracias a mi voluntad y a la sal que había usado.

Cuando el círculo se alzó, Rynn se detuvo derrapando y el dobladillo de su largo abrigo se desplegó rozando la impenetrable barrera. Al otro lado, Al se puso en pie y comenzó a aullar.

—¡Te voy a hacer pedazos! —gritó con los ojos todavía llorosos por culpa del polvo de Jenks—. ¡Te mataré con mis propias manos, Morgan! ¡No voy a…! ¡No puedes hacerme esto! ¡Otra vez no! ¡No eres más que una apestosa bruja insignificante!

Yo caí hacia atrás aterrizando sobre mi trasero y retirando deliberadamente las piernas hacia mí para no tocar la burbuja y hacer que se hiciera añicos.

—Genial —dije respirando entrecortadamente y echando un vistazo a lo que quedaba de mi cocina. El señor Pez estaba temblando pero, al menos, tanto él como la calabaza de Jenks, que estaba debajo de la mesa, habían sobrevivido.

En ese momento divisé a Rynn Cormel y, muerta de miedo, apreté los dien­tes con fuerza. El vampiro estaba hecho polvo, tenía las pupilas dilatadas y sus movimientos eran más agudos y brillantes que un vaso roto. Se encontraba en una esquina, lo más lejos que podía de mí y, gracias a la experiencia que me proporcionaba compartir mi vida con Ivy, supe que estaba luchando con todas sus fuerzas por controlar sus instintos. Se sujetaba con fuerza el abrigo cerrado y el dobladillo temblaba como si luchara por no abalanzarse sobre mí.

—¡Morgan! —bramó Al estirando los brazos y agarrándose al estante que estaba situado sobre su cabeza. Este se rajó desprendiendo un montón de astillas. Yo alcé la vista como pude y emití un grito ahogado al oír un crujido que provenía del techo. Por fortuna, solo se había roto el estante, y vi cómo las cosas que había encima salían rodando en todas direcciones hasta toparse con el interior de mi círculo y detenerse. No obstante, a él lo tenía controlado y, a pesar de que estaba completamente fuera de sí, en ese momento el que realmente me preocupaba era Rynn.

—¿Se encuentra bien, señor? —le pregunté dócilmente.

El vampiro alzó la cabeza y una vez más sentí un escalofrío que me recorría todo el cráneo. El aire de la estancia estaba cargado de su presencia y el aroma que despedía penetraba en mí para luego salir. Entonces sentí un cosquilleo en mi antigua cicatriz demoníaca y, cuando la miré, me di cuenta de que estaba empezando a hincharse.

—Ummm, será mejor que abra una ventana —dije y, cuando vi que asentía con la cabeza, me puse en pie.

Al se lanzó contra el círculo y yo salté y empecé a sudar cuando vi que resistía el envite.

—Te mataré, bruja —gritó el demonio jadeando mientras se colocaba frente a mí, con el estante roto y los trozos de madera esparcidos en el interior del círculo—. Te mataré y luego te curaré. Voy a hacer que pierdas la razón y que me supliques que acabe contigo. Te corromperé, te vaciaré por dentro y pondré en tu interior cosas que se arrastrarán por tu interior y que te quemarán el cráneo…

—¡Cierra la boca de una maldita vez! —lo interrumpí. Él soltó un alarido y su rostro se puso rojo de rabia.

—En cuanto a usted —dije dirigiéndome a Rynn—, no se mueva de donde está, ¿me oye? Tengo que ver cómo resuelvo esto.

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