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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (19 page)

BOOK: Fuera de la ley
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Ceri se me adelantó, vertió un poco de té en mi taza y me la entregó con su correspondiente plato con la elegancia que le conferían los mil años de práctica. Yo la acepté y di un sorbo. No era café pero, aun así, podía sentir el subidón de cafeína. Entonces me recosté en el respaldo de mimbre y crucé las piernas. Disponía de tiempo y, teniendo en cuenta el estado de confusión y de nervios en que se encontraba Ceri, no podía marcharme todavía.

—Ceri —le dije con un tono de orgullo en mi voz—, eres una persona ex­cepcional. Si yo descubriera que me he quedado embarazada sin pretenderlo, estaría destrozada. No puedo creer que Trent te hiciera esto.

Ceri, que todavía tenía la taza en la mano, vaciló por un instante. A conti­nuación tomó un pequeño sorbo y dijo:

—En realidad no es culpa suya.

Yo sacudí la cabeza.

—No puedes cargar con la responsabilidad de lo que ha pasado. Eres una mujer adulta y tomas tus propias decisiones, pero Trent es una persona retorcida y un manipulador. Sería capaz de hacer que un trol se tirara por un puente si se lo propusiera.

Sus mejillas se tiñeron de un intenso color rojo.

—Me refiero a que Trent no es el padre.

Yo me quedé mirándola fijamente. Si no es Trent, entonces…

—Es Quen —dijo mirando las tiras de tela que ondeaban al viento por en­cima de nuestras cabezas.

—Pe… pero… —tartamudeé. Dios mío ¿Quen? De pronto sus embarazosos silencios y sus frías miradas cobraron un significado totalmente diferente—. ¡Trent no ha dicho ni una palabra! ¡Ni tampoco Quen! Se quedaron ahí callados, permitiendo que creyera…

—No les correspondía a ellos decírtelo —dijo con remilgo. Seguidamente apoyó la taza con un agudo tintineo.

La brisa agitó los finos mechones de pelo que se le habían escapado de la trenza mientras yo intentaba aclararme las ideas. Esa era la razón por la que Quen había decidido pedirme ayuda a espaldas de Trent. Y también explicaba por qué tenía esa expresión de culpabilidad.

—¡Pero yo creía que te gustaba Trent! —acerté a decir finalmente.

Ceri hizo una extraña mueca. Si la hubiera hecho yo, hubiera resultado bastante fea, pero en su rostro era encantadora.

—Y así es —reconoció agriamente—. Es muy amable conmigo, e in­cluso tierno. Su conversación es muy inteligente, capta rápidamente mis pensamientos y los dos disfrutamos de la compañía del otro. Su linaje es impecable… —En ese momento se detuvo, vacilante, se miró los dedos que reposaban sobre su regazo y soltó un profundo suspiro—. Y el miedo no le permite tocarme.

Yo fruncí el ceño, furiosa.

—Es por la mancha demoníaca —explicó distante con la mirada teñida de vergüenza—. Cree que es el maldito beso de la muerte. Lo considera algo re­pulsivo y piensa que es contagioso.

No podía creer lo que estaba oyendo. Trent era un asesino y un traficante de drogas, ¡cómo tenía la poca vergüenza de despreciar a Ceri!

—Bueno —dijo como si hubiera leído mis pensamientos—, técnicamente tiene razón. Yo podría librarme de la mancha pasándosela a él, pero nunca lo haría. —Sus ojos, oscuros por la amargura que no quería mostrar, buscaron los míos—. Tú me crees, ¿verdad?

Yo recordé cómo Trent había reaccionado a la magia negra y apreté la man­díbula con fuerza.

—Sí, por supuesto —me corregí—. De modo que no soporta la idea de tocarte…

Ceri me miró con expresión suplicante.

—No te enfades con él. ¡Por los cojones de san Bartolomé, Rachel! —dijo intentando engatusarme—. Tiene todo el derecho a tener miedo. Yo tengo muy mal carácter, soy dominante y estoy cubierta por una mancha demoníaca. La primera vez que nos vimos, derribé a Quen con un hechizo de magia negra y luego lo amenacé.

—¡Pero si estaba intentando dragarme con un hechizo ilegal! —protesté—. ¿Qué se suponía que tenías que hacer? ¿Pedirle cortésmente que no jugara sucio?

—Quen lo entiende —dijo volviendo a mirarse los dedos—. Cuando estoy con él, no necesito justificarme por quién soy ni por mi pasado. —Seguidamente levantó la cabeza y añadió—: Ni siquiera sé cómo pudo ocurrir.

—Esto… —dije entre dientes convencida de que estaba a punto de contarme una historia que no me apetecía nada escuchar.

—Accedí a quedar con Trent. Quería disculparme por haberlo amenazado —dijo—. Quería que me explicara cómo sus tratamientos genéticos conseguían mantener viva nuestra especie cuando la magia no podía. Para mi sorpresa, aquella tarde fue muy bien, y sus jardines, aunque silenciosos, me parecieron preciosos, así que quedamos para tomar el té la semana siguiente y le conté mi vida con Al. —En ese momento derramó una lágrima que recorrió su mejilla hasta llegarle a la mandíbula—. Quería que lo supiera para que entendiera que no era un signo de la catadura moral de una persona, sino una simple marca de desequilibrio en su alma. Creí que estaba empezando a entenderlo —continuó quedamente—. Incluso hicimos bromas al respecto. Pero cuando lo toqué, se apartó de golpe y, a pesar de que se disculpó y se ruborizó, me di cuenta de que todo había sido una parodia. Me estaba entreteniendo porque pensaba que tenía que hacerlo, no porque saliera de él.

Me imaginaba perfectamente la situación. Trent era un canalla.

—Así que me acabé el té, representando el papel de una cortesana que en­tretiene al hijo de un posible aliado —dijo. Yo percibí su orgullo herido y la vergüenza que sus palabras no podían ocultar—. Gracias a Dios, tuve la ocasión de descubrir cuáles eran sus auténticos sentimientos antes de que… mi corazón se ablandara.

Ceri se sorbió la nariz y yo le pasé una de las servilletas de algodón que había colocado junto a la tetera. Aunque dijera que no sentía nada por él, yo sabía que Trent había causado una herida tan profunda en aquella mujer que, según ella misma reconocía, era extremadamente orgullosa, que jamás podría sanarla.

—Gracias —dijo secándose las lágrimas—. Aquella tarde, como siempre hacía, Quen me acompañó a casa en coche. Había presenciado toda la penosa escena y cuando me siguió, me rodeó con sus brazos y me dijo que era hermosa y pura. Todo lo que a mí me hubiera gustado ser… y que no soy.

Me hubiera gustado que parara, pero necesitaba contárselo a alguien. Además, sabía muy bien cómo 9t' sentía. Deseaba que la amaran, que la aceptaran, y solo conseguía que la vilipendiaran por cosas que escapaban a su control. Justo en el momento en que los ojos de Ceri, enrojecidos y acuosos, buscaban los míos, sentí que una cálida lágrima empezaba a abrirse paso hacia mi barbilla.

—A partir de entonces empecé a pasar más tiempo con Trent solo para que Quen me trajera y me llevara —dijo con una voz apenas audible—. Creo que Trent lo sabe, pero no me importa. Confía en él. Cuando estamos juntos me siento hermo­sa e inmaculada. Durante mil años nunca tuve la habilidad de decir sí o no a las atenciones de un hombre —dijo ganando seguridad—. Para Al no era más que un objeto, algo con lo que podía exhibir sus cualidades, y cuando Quen despertó mis pasiones después de un compromiso particularmente duro con Trent, me di cuenta de que quería algo más que sus amables palabras.

Yo sentí un nudo en la garganta. Kisten. Sabía muy bien a qué se refería, pero él ya no estaba. Y aquello me causaba una gran desazón.

——Quería entregarme a un hombre que estuviera dispuesto a entregarse a mí —dijo suplicando mi comprensión cuando, en realidad, ya la tenía—. No quería compartir solo el éxtasis que podían proporcionarnos nuestros cuerpos, sino también nuestros pensamientos. Quen es un buen hombre —añadió como si yo lo hubiera puesto en duda—. Sé que inculcará a mi hijo una serie de creencias que para mí son importantes. Prefiero un esposo de sangre mez­clada que me acepta como soy, que uno de sangre pura que, en el fondo de su corazón, me considera impura.

Yo alargué la mano y agarré la suya.

—Ceri…

Ella la retiró, como si pensara que iba a discutir con ella. Nada más lejos de la realidad.

—Quen es tan noble como cualquiera de los hombres de la corte de mi padre —dijo con vehemencia.

—Y mucho más honrado que Trent —dije cortando por lo sano cualquier sospecha de discusión—. Has tomado la decisión correcta.

Con expresión de alivio y el rostro más relajado, intentó decir algo, pero se contuvo. Luego hizo amago de tranquilizarse y lo intentó de nuevo, aunque solo acertó a preguntar, con un hilo de voz falsa y chillona, si quería un poco más de té.

A pesar de que tenía la taza llena, respondí con una sonrisa:

—Sí, gracias.

Ceri la rellenó hasta el borde y yo bebí un trago comprendiendo a qué obedecía el silencio que se había instaurado entre nosotras y que estaba lleno del sonido de los grillos. Sabía muy bien cómo era anhelar esa necesidad de que alguien te quisiera, aunque estaba decidida a no dejarme llevar por mis impulsos en lo que respectaba a Marshal. Yo era la persona menos adecuada para decirle que debía haber sido más fuerte. ¿Más fuerte para qué? ¿Qué sentido tenía contenerse? Además, estaba convencida de que Quen sería honesto con ella. Probablemente estaba tan necesitado de un alma comprensiva como Ceri.

—Hoy he visto a Quen —dije. La expresión de su rostro se llenó de impa­ciencia y en ese momento comprendí que lo amaba—. Tenía muy buen aspecto, aunque creo que está preocupado por ti. —¡Dios! Me sentía como si hubiera vuelto a la época del instituto, pero yo era la única con quien podía desahogarse y compartir su entusiasmo. La pobre estaba enamorada y no podía contárselo a nadie.

—Estoy bien —se excusó aturullada.

Al verla en aquel estado sonreí y me recosté en el respaldo de la silla con la taza de té en la mano. Aún podía quedarme un rato más. Marshal tendría que esperar.

—¿Has pensado mudarte cerca de su casa? —le pregunté—. Trent te ofreció quedarte en su… complejo.

—Aquí estoy a salvo —respondió bajando los ojos, lo que me dio a entender que lo había considerado.

—No estaba pensando en motivos de seguridad —dije con una carcajada—. No quiero que Quen se presente por aquí cada dos por tres, que aparque su jodida limusina junto al bordillo y que me despierte al amanecer sonando el claxon para que salgas.

Ceri se sonrojó ligeramente.

—Voy a quedarme aquí, con Keasley.

Mi sonrisa se desvaneció y, aunque no me apetecía que se fuera, dije:

—Podría mudarse contigo.

—Pero Jih y su marido… —arguyó, aunque su deseo de estar cerca de Quen era más que evidente.

—Estoy segura de que Trent no tendría ningún inconveniente en tener a unos cuantos pixies en su jardín —respondí con una sonrisita mientras me lo imaginaba cubierto por un montón de ellos—. De hecho, Quen está intentando convencerlo de lo útiles que pueden ser para detectar posibles intrusos. Como por ejemplo, una gárgola nueva en la cornisa lateral. Además, Trent está inten­tando impresionarte, aunque no tenga ni la menor idea de lo que está diciendo. —Ceri levantó las cejas como si intentara adivinar a qué me refería—. Insiste en ir personalmente a siempre jamás para coger la muestra de tejido.

—Resulta mucho más útil desde su laboratorio —dijo mordaz.

—No podría estar más de acuerdo contigo —admití—. Esa hamburguesa de ratón debería limitarse a lo que realmente sabe hacer.

Ceri alzó las cejas y perdió su actitud rígida y formal.

—Aquí estoy a salvo —reiteró—. Nada ni nadie nos hará daño. Ni a mí ni a Keasley. Dispongo de armas suficientes para defenderme.

No lo dudaba, pero los demonios eran capaces de presentarse por sorpresa en cualquier lugar salvo en tierra consagrada.

—Deberías pensar en Al —añadí—. Se ha vuelto un granuja solitario. Ima­gino que Ivy te lo ha contado, ¿verdad?

Ella asintió con los ojos puestos en la enredadera y yo sentí que empezaba a enfurecerme.

—Alguien está sacándolo de su reclusión y, desde hace tres noches, se pasea por ahí con toda libertad —le conté con amargura—. David está revisando todas las denuncias que han recibido para ver si se trata de alguien de aquí que va a por mí o si Al está concediendo un deseo a algún idiota desconocido para que lo ponga en libertad. —A continuación apreté los labios con fuerza y pensé en Nick. Mi instinto me decía que no era él, y estaba decidida a fiarme.

—Anoche mismo intentó matarme —dije—, mientras estaba de compras con mi madre.

—¿Ma… matarte?

En ese momento me di cuenta de que había empezado a tartamudear lige­ramente.

—Dice que no tiene nada que perder, de manera que no piensa cumplir el acuerdo de dejarme en paz a mí y a mis parientes. —Tras un instante de vacilación, añadí—: ¿Quiere eso decir que puedo enseñarle a cualquiera cómo manipular energía lineal? El acuerdo consistía en que tendría inmunidad de­moníaca a cambio de que mantuviéramos la boca cerrada.

—Dijo que no te haría daño —manifestó Ceri con expresión aterrorizada—. Quiero decir, no le permitirán que salga de rositas después de incumplir su palabra, ¿verdad? ¿Has hablado con Minias?

Yo resoplé pensando en cuánto tardaría en llegarme la factura de los des­perfectos de la tienda.

—No hizo falta. Se presentó y lo obligó a marcharse —respondí preguntándo­me si accedería a venir a dormir al santuario hasta que averiguaran la manera de contener a Al—. A Minias le importa bien poco que Al no cumpla su palabra. Lo único que le molesta es que se escape de la celda. Le relevaron de su obligación de hacerle de canguro a Newt y le encargaron que le diera caza.

En ese momento levanté la vista y descubrí que su rostro estaba desfigurado por el pánico.

—Lo que realmente les saca de quicio no es que Al falte a su palabra —acla­ré—, sino que se escape. Minias espera que yo intercambie mi nombre con Al para que no puedan invocarlo permitiéndole salir de prisión.

—¡No, Rachel! —gritó apoyándose sobre la mesa para acercarse más a mí—. ¡No lo hagas!

Su reacción me resultó bastante desconcertante y parpadeé sorprendida.

—No pensaba hacerlo, pero si no averiguo quién está invocando a Al, no tendré más remedio. Es la única manera de recuperar mi vida nocturna.

Ceri se echó atrás, y, sentada muy erguida, reposó las manos sobre su regazo.

—¿Por qué narices iba a tomar el nombre de Al si lo único que tengo que hacer es darle una buena paliza a un estúpido invocador de demonios? —farfullé.

—Así me gusta —dijo Ceri relajando los hombros y aparentemente aver­gonzada por su repentino arrebato—. No necesitas hacer tratos con ellos. Si te hiciera falta, yo puedo ayudarte. No recurras a los demonios, aunque tengas que intercambiar tu nombre con el de Al. Yo te encontraré la maldición que necesites.

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