GOG (31 page)

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Authors: Giovanni Papini

Tags: #Literatura, Fantasía

BOOK: GOG
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Para mí, en cambio, desearía algo más. Ser el Cosmocrátor supremo, el director de la vida universal, el ingeniero jefe del teatro del mundo, el gran prestidigitador de la tierra y de los mares: esto sería mi verdadera vocación. Pero no pudiendo ser Demiurgo, la carrera de Demonio es la única que no deshonra a un hombre que no forma parte del rebaño.

Si pudiese, por ejemplo, desencadenar el hambre en un continente, desmenuzar en repúblicas de San Marino y de Andorra un imperio, destruir una raza, separar Europa de Asia por medio de un canal desde el mar de Botnia al Caspio, obligar a todos los hombres a hablar y a escribir una sola lengua, creo que por dos o tres años conseguiría hacer desaparecer mi eterno aburrimiento.

Me gustaría también tener en mi casa, bajo mi mando, a un presidente de República como mecanógrafo, a un rey cualquiera para chófer, a una reina desposeída como cocinera, al Kaiser como jardinero, al Mikado como portero y sobre todo tener a mi servicio, como ídolo doméstico y parlante, a un Dalai-Lama, esto es, un dios vivo. ¡Con cuánta voluptuosidad desfogaría sobre esos grandes, reducidos a esclavos, la desesperación de mi insoportable pequeñez!

Repulimiento difícil

Chicago, 17 setiembre

L
a repugnancia de las piaras humanas que se amontonan en las ciudades me sofoca, ciertas noches, hasta el punto de hacerme pensar si no habría un modo práctico y rápido de barrerlas radicalmente de la Tierra. Ciertas caras bestiales ante la comida, algunos cuerpos que parecen sacos de podredumbre, con una máscara de oprobio, me hacen desear la matanza total de nuestra especie como una misión de limpieza urgente, como un deber…

Tengo ya un plan preciso para el asesinato universal, y no me parece absurdo. Es sencillísimo, porque comprende únicamente dos medios: explosivos y gases venenosos.

Para las ciudades bastaría con cien minas bien colocadas, aprovechando los acueductos y las cloacas. Para los campos, he pensado en millares de fábricas de gas distribuidas estratégicamente para que no quedase un solo palmo de tierra limpio el día de la ejecución.

En el minuto fijado por mí, todas las minas de chedita y de lidita deberían estallar v todas las fábricas deberían abrir sus esclusas y chimeneas, todos los gasómetros y depósitos. Las ciudades, en pocos segundos, se convertirían en un montón de ruinas en medio de montañas de humo, y el aire de los campos quedaría en poco tiempo envenenado, irrespirable, homicida. Al cabo de dos horas, según mis cálculos, no existiría, en ninguna región del mundo, ningún hombre con vida. La limpieza sería integral y definitiva.

Hay, sin embargo, algunas dificultades. La primera de todas, el gasto. Un particular, aunque extraordinariamente rico, no podría disponer de los enormes capitales que serían necesarios, sobre todo para la construcción y aprovisionamiento de las innumerables fábricas de gas. Constituir una sociedad anónima sería, supongo, difícil, pues muy pocos entre los ricos experimentan mi asco hacia sus semejantes. Recurrir al Estado no es oportuno: se encontraría fácilmente un país dispuesto a financiar la ideada matanza, pero a condición de que fuesen exceptuados todos sus ciudadanos, y el verdadero objetivo no sería conseguido.

Pero el mayor obstáculo es, sin duda, la necesidad de recurrir a muchos, a demasiados cómplices: operarios, ingenieros, químicos… Sería casi imposible mantener el secreto durante el período bastante largo de la preparación. Y apenas divulgada la cosa, habría un solo muerto: el que lo había pensado y querido.

Después, es preciso pensar en el vil terror de los hombres y en su chocante y ridículo amor a la vida; los ejecutores, conociendo antes que nadie la bienhechora maquinaria, encontrarían el modo de sustraerse a la muerte, y quedarían sobre la Tierra algunos miles de esas odiosas criaturas.

Debo, con infinito sentimiento, renunciar a esta bienhechora idea, y quién sabe cuándo la Tierra podrá ser liberada de sus repugnantes parásitos. Siento el remordimiento de mi impotencia, de mi pobreza. Y me veo reducido a imaginar, como en un sueño, la estupenda y espantosa escena. Demasiado poca cosa para mi perenne repulsión.

El pan de la muchacha

Arezzo, 7 agosto

H
e querido hacer un experimento: vivir, durante algunos días, como si fuese un pobre, un vagabundo, un prófugo. Vivir solo, sin la compañía ni ayuda de nadie. He despedido a los secretarios, a los camareros, a los mecánicos; he dejado los dos automóviles en depósito; he comprado a un campesino un vestido viejo y me he internado, con pocas liras en el bolsillo, en los valles de los Apeninos toscanos.

Hace años y años que llevo la vida del rico, esto es, de víctima sin libertad. Me causan molestia las mesas ricamente puestas, las reverencias de los parásitos, la acogida de la curiosidad que despiertan los demasiado conocidos. Siento nostalgia de la vida miserable y desastrosa que hice hasta los veintiséis años. Después de haberme visto asaltado por millares de pedigüeños y maniáticos, he querido, al menos por una semana, volver a saborear la vida del pobre, del abandonado. Tengo ahora el aspecto de un mendigo sucio y haraposo.

Para quien ha gustado todos los poderes no hay otro refugio que la impotencia. Para quien ha poseído todo lo que se puede comprar en el mundo, no hay más refugio que la miseria. Es una comedia —tal vez una ridícula comedia— que no tiene, por fortuna, espectadores.

No sé el italiano y no he llevado conmigo ni mapas ni guías. He ido al azar. Estos países no son ricos, pero sí bellos. Ríos que en esta estación son zanjas blancas y secas; montañas peladas rocosas, donde la gente siembra un grano que germina raras veces y pobremente, junto con los cardos y los ciruelos. Allí, en la altura, algún prado todavía florido, algún torrente que lleva más guijarros que agua, algún pedazo de bosque, salvado, no se sabe cómo, de la hachuela de esos montañeses enemigos de los árboles. De vez en cuando, las ruinas de un castillo, una torre medieval restaurada, una casa negra en la que se esconden bandadas de chiquillos maravillados, un gran convento oculto entre los abetos, una iglesia sin campanario y con la puerta cerrada. Por todas partes vacas blancas, ovejas sucias, cerdos que hozan y gruñen, y raras veces una pastora con los cabellos ocultos bajo un pañuelo amarillo y que procura que no la vean.

No he entrado en ninguna hostería. He comprado, al pasar, un poco de pan en las tiendas de las aldeas, he bebido el agua de las fuentes, he robado alguna fruta verde en los campos, he dormido bajo las encinas y a la sombra de los pajares.

Los habitantes son brutos, pero buena gente. Aunque no sea más que en cinco o seis palabras de italiano, han demostrado siempre que me comprendían, y me han ofrecido lo que tenían, incluso antes de que se lo pidiese. Un día comí, en medio de un campo, con algunos segadores que descansaban. Me preguntaron de dónde era y de dónde venía —según pude comprender—, pero no supe contestarles. Me dieron un poco de menestra, ensalada y un tomate crudo. Las mujeres hablaban entre sí, y a lo que me pareció, me compadecían.

Otro día encontré un viejo que cortaba ramas de un árbol, solo, en un bosque. Estuvimos juntos algunas horas. Había estado, cuando era joven, en América, y recordaba algunas palabras de inglés. Me dijo que había mucha miseria en este país, pero que todos preferían vivir o al menos morir aquí entre sus montañas. Se extrañó mucho de que, viniendo de un país tan rico, pareciese tan pobre. He comprendido que sospechaba que tenía delante a un malhechor escapado de América y, no obstante, se ha mostrado cortés y cordial.

Pero el encuentro que me quedó más grabado fue el de la muchacha. Durante todo el día anterior no encontré a nadie; había terminado el pan y no me atreví, por un ridículo pudor, a ir a pedirlo a las casas de los campesinos. Me hallaba cansado y hambriento. Al caer de la tarde llegué a una selva de castaños y me di cuenta de que en el límite de la selva había un prado pedregoso y una fuente.

Cerca de la fuente se hallaba sentada en el suelo una muchacha. Cuando me vio tuvo miedo y se puso de pie. Debía de tener de doce a trece años: la más bella criatura que nunca había visto. En el rostro, dorado por el sol, brillaban dos ojos verdes, encantados. Y sobre la cabeza desnuda, ondas y ricitos de cabellos negros. Entre los labios, frescos y rojos como un fruto entreabierto, una sonrisa involuntaria, blanca. Una maravilla.

Para no asustarla me senté en una piedra un poco distante. La muchacha se tranquilizó: no hablaba y no me quitaba los ojos de encima. Cuatro vacas enormes pacían allí cerca. Yo me secaba el sudor. Tan mal vestido y jadeante, debía parecer ciertamente un desgraciado vagabundo.

Después de un cuarto de hora, no sé cómo, la muchacha sacó de su hatillo un pedazo de pan moreno, se acercó a mí y me lo ofreció con una sonrisa tímida murmurando algunas palabras. Había comprendido que yo tenía hambre. Le di las gracias como supe y mordí el pan con voluptuosidad. No he sentido jamás un sabor tan bueno y rico.

¿Será éste el verdadero alimento del hombre y ésta la verdadera vida?

GIOVANNI PAPINI (Florencia, 9 de enero de 1881 - 8 de julio de 1956), escritor y poeta italiano. Fue uno de los animadores más activos de la renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.

Nacido en una familia de condiciones humildes y de formación autodidacta, fue desde muy joven un infatigable lector de libros de todo género y asiduo visitante de las bibliotecas públicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo el título de maestro y trabajó como bibliotecario en el Museo de Antropología de Florencia, pero a partir de 1903, año en que fundó la revista
Leonardo
, se volcó con polémico entusiasmo en el periodismo.

Esta publicación se convirtió enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el pensamiento filosófico italiano y, al mismo tiempo, contribuyó a difundir el pragmatismo. Ese mismo año se convirtió en redactor jefe del diario nacionalista
Regno
, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de
Leonardo
, empezó a colaborar activamente en
La Voce
, convirtiéndose en uno de los representantes más inquietos y ruidosos del movimiento filosófico y político que surgió en Florencia alrededor de esa revista.

Más tarde fundó también
Anima
(1911) y
Lacerba
(1913), de orientación más literaria y donde durante un tiempo defendió las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnóstico, anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias espirituales, su actividad periodística le permitió dar rienda suelta a su afición de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra personajes más o menos famosos.

Su primera obra narrativa fue
Un hombre acabado
(1912), en la que describió su azarosa juventud y donde los retratos paisajísticos de su Florencia natal revelan, como en otros libros, las verdaderas dotes del Papini escritor. Afectado por la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial, se convirtió al catolicismo empujado por la necesidad de encontrar certezas definitivas y absolutas.

Este cambio espiritual, que causó polémicas en su entorno, fue el germen de
Historia de Cristo
(1921), libro que alcanzó un enorme éxito a pesar de que algunos le acusaron de ser un gran manipulador de las ideas que se adaptaban al momento. En esta misma línea caracterizada por una heterodoxia que irritaba por igual a ateos y creyentes escribió
San Agustín
(1929),
Gog
(1931),
El Diablo
(1943),
Cartas del papa Celestino VI a los hombres
(1946), un papa imaginario del que se sirve para lanzar un mensaje de paz y fraternidad, y sobre todo
Juicio Universal
, en el que trabajó casi toda su vida y que se publicó póstumamente.

De su prolífica obra crítica cabe destacar
Dante vivo
(1933) o
Grandezze di Carducci
(1935), mientras que
Cento pagine di poesie
(1915) y
Opera prima
(1917) figuran entre sus mejores libros de poesía.

(De la página:
www.biografiasyvidas.com
)

Notas

[1]
En español en el original.
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[2]
“Hind Swarai”. Así figura en la edición original italiana (Edición Princeps de 1931) del libro y en todas las ediciones españolas, incluso en la del 2001 de la editorial REY LEAR S.L. (con la traducción de Paloma Alonso Alberti). Actualmente la transcripción latina del nombre en hindi del movimiento gandhiano se escribe generalmente como “Hind Swaraj” (Autogobierno Indio) (Nota del Epubeditor).
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[3]
En español en el original.
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[4]
En español en el original.
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[5]
[Me jacto de haber triunfado por encima de sus esperanzas.]
<<

[6]
[He aquí mi punto de partida y aquí están mis primeros intentos. Juzgue usted mismo.]
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[7]
[Si hay un hombre atormentado por la maldita ambición de meter un libro entero en una página, una página completa en una frase y esta frase en una palabra, ese soy yo.]
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