Una de las más famosas reflexiones de Mercé, alias «Paquita Colomer», la hizo en su segundo libro
El carretó dels Gossos
, mencionado anteriormente. Este pensamiento, al finalizar la obra, le dota de cierto sentido moral al narrar sin ningún tapujo:
«Escribo porque se tiene que contar, aunque no sepa demasiado, con mi vocabulario empobrecido por el auxilio; porque no se trata de hacer obra literaria, sino de decir la verdad.
[sic] Después hubo un largo paréntesis de sanatorios, hospitales casas de reposo, recaídas y quirófanos. Hubo que vencer el miedo de volver a la vida normal, aprender de nuevo, como una criatura pequeña, los gestos sencillos: pagar el alquiler, ir al horno a comprar el pan, saludar a un vecino; salir del ghetto moral, del "yo ya no soy como los demás", "los que no han ido a los campos no pueden comprender". Y no decirse nunca "yo ya he hecho bastante, ahora que los jóvenes…", sino darse a la vida plenamente, caminar siempre al lado de los que van adelante sin dejarse como dice Maragall, "llevar a la tranquila agua mansa de ningún puerto"».
SECUNDINA BARCELÓ
Durante el proceso de rigurosa investigación y documentación para la creación de esta obra, se ha dado la circunstancia de que en el caso de Secundina Barceló no hay muchos datos biográficos, ni siquiera fotos públicas. De hecho, el único testimonio que existe es el que dejó a Neus Catalá, otra de las supervivientes de Ravensbrück a la que ya hemos hecho referencia, para el libro que esta publicó con testimonios de otras 49 mujeres españolas y que tituló:
De la Resistencia y la Deportación
.
Por lo que sabemos, en febrero de 1939 Secundina Barceló entra en Francia huyendo hacia el exilio a través de la frontera de Puigcerdá. Miles de republicanos españoles la acompañaban. Pero fue apresada e internada un par de días en un hangar de la estación de La Tour de Ca-rol, junto a otras mujeres, niños y hombres de edad avanzada. De allí fue trasladada a Los Andelys, alojándose en una antigua cárcel de menores hasta junio de 1940. Poco después huyó de las tropas alemanas junto al resto de la población. Finalmente acabó en París.
Tras pasar unos días refugiada en un «garaje de asilo» permaneció en el cuartel Les Tourelles junto a un numeroso grupo de españoles donde su compañero, Rafael Salazar, entró en contacto con José Miret, uno de los dirigentes españoles de la MOI (Mano de Obra Inmigrada-
Main d'oeuvre immigrée
). En el cuartel emprendieron un trabajo de organización, distribución de octavillas y prensa clandestina entre los españoles. A su vez se utilizó a Secundina de enlace y para el reparto de diarios, hasta que en enero de 1941 se marchó a Orleáns. Allí realizó las mismas actividades, pero a mayor escala. En enero de 1942 su compañero Rafael Salazar es enviado a la Bretagne y Secundina se queda sola en Orleáns con su hijo de 9 años:
«… a pesar de tener que trabajar para poder comer, continué las actividades clandestinas, poniendo a la disposición de la organización clandestina la habitación que ocupábamos y que fue a menudo utilizada para reuniones de los dirigentes de la MOI y de los "maquis" de la región; y también algunos perseguidos por los nazis o la Milicia se camuflaban varios días en mi casa, hasta que se les podía encontrar otro sitio seguro o los medios para hacerles pasar a zona no ocupada»
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.
En cambio, alguien que quería librarse de la cárcel y que trabajaba para la resistencia, la denunció y fue detenida el 19 de julio de 1944. Los agentes de la GESTAPO irrumpieron en su casa a las tres de la tarde haciendo un registro general e incautando la prensa, las octavillas y lo que encontraron de valor. Si dicha incursión se hubiera realizado horas antes, la hubieran descubierto en plena reunión con otros responsables españoles, franceses y de la MOI.
Tras su captura, Secundina fue llevada a las oficinas de la GESTAPO en Orleáns, donde la tuvieron 15 días de interrogatorio «acompañados de bofetadas, puñetazos, quemaduras con cigarrillos en los brazos. Ante mi silencio, más tarde emplearon la matraca, luego el lavabo y finalmente, el suplicio de la bañera. Como continuaba sin querer hablar, me amenazaron con que, si no daba los nombre y domicilios de los responsables de la Resistencia local y regional, detendrían a mi hijo y lo colgarían».
Durante ese tiempo algunos de sus compañeros de batalla fueron detenidos, y cuando por fin permitieron a Secundina salir al patio, estaba tan desfigurada que sus camaradas tan solo pudieron reconocerla por los zapatos que llevaba.
«A principios del mes de agosto de 1944 fui de Orleans a la cárcel de Fresnes, donde estuve hasta el 15 del mismo mes, en que fui deportada a Ravensbrück, siete días y siete noches de viaje, 70 mujeres por vagón de mercancías, en las condiciones trágicas conocidas por todos los deportados.
Hice la cuarentena en Ravensbrück, que duró menos de un mes, en un block infecto (como todos), hacinadas y maltratadas (como todas) y nos hicieron trabajar transportando arena de un lado para el otro, y al mediodía la clásica "gamella" de un líquido pomposamente llamado "sopa", que era tan infecto como el block…».
Tras un tiempo en Ravensbrück, soportando toda clase de aberraciones y tratos inhumanos, transfieren de nuevo a Secundina, pero esta vez al campo satélite de Abteroda donde estuvo unos meses trabajando en una fábrica de material de guerra. Cumplido el plazo, vuelve a ser deportada ahora al campo de Markkleeberg. De día cumplía tareas con un pico y una pala y por la noche como refuerzo en la descarga de vagones de carbón.
Sin embargo, cuando los aliados empezaron a ganar terrenos a los alemanes, estos decidieron abandonar el recinto junto con las prisioneras a quienes hicieron caminar por la carretera en dirección a Checoslovaquia. Fueron días interminables. A lo largo de esa caminata y en un despiste de los guardias, Secundina y otras tres compañeras suyas consiguieron escapar corriendo campo a través hasta que por fin dieron con uno de trabajadoras voluntarias. Allí les dieron de comer y las escondieron hasta la llegada de las tropas soviéticas ocho días después.
A finales de 1945 y tras pasar unos días en un hospital de campaña americano, Secundina consiguió llegar a París y refugiarse en el hotel Lutetia. Su afán de lucha y supervivencia dotaron a esta española de unas ganas inmensas por derrocar el sistema de gobierno nazi pese a las trabas físicas y emocionales a las que fue sometida. La resistencia que tuvo le valió su ulterior liberación.
LA FIESTA DE NAVIDAD DE 1944
Si hay algo inaudito en toda la historia de Dorothea Binz, no son ya los ademanes bruscos, ni las miradas ávidas de depravación, ni siquiera sus actuaciones repletas de encarnizamiento, o delincuencia. Si existe algo que me ha dejado noqueada mientras investigaba a este demonio vestido con piel de mujer, es la incongruencia mostrada en la Natividad de 1944, cuando permitió que un grupo de prisioneros de Ravensbrück organizasen una fiesta de Navidad para los niños encarcelados. Si hasta aquí hemos conocido la faceta más sádica de la personalidad de la
Oberaufseherin
, a lo largo de las próximas líneas descubriremos que detrás del monstruo también había una persona de carne y hueso. O eso parecía.
Aquí me pregunto, ¿por qué esperar a las Pascuas para sacar su «verdadero yo»? ¿Es posible que inusualmente
la Binz
supiese lo que era la compasión? Veamos qué sucedió.
Un mes antes de la Navidad de 1944 una organización conocida como el Comité Internacional de la Infancia vio la luz en el centro de internamiento de Ravensbrück, cuyos representantes procedían de casi todos los barracones. Su objetivo principal era planear, organizar y dar una fiesta navideña a los infantes que allí residían en un intento por llenar de alegría y color un lugar horrible con circunstancias aún más tétricas. En este sentido, si para aquellos chiquillos la Navidad era un momento indispensable en sus vidas, para los integrantes del comité supuso una válvula de escape ante tanta muerte y destrucción.
Una vez que la idea de la fiesta recorrió todos los rincones del campamento, las reclusas comenzaron a entusiasmarse. La expectativa y la emoción que suscitaba toda aquella celebración les hacía olvidarse de su propia tragedia personal. Nada les entusiasmaba tanto como regalar solidaridad a unos críos que no tenían ni culpa ni pena de lo que los adultos estaban haciendo.
Todo el mundo quería colaborar, planificar, dar ideas y sobre todo participar en aquella risueña gala. Para ello, a principios de diciembre se idearon cuentos y canciones especiales para la ocasión; contarían con el llamado «Hombre de la Navidad», el equivalente a Santa Claus; y por supuesto, habría comida extra para los niños, así como pequeños regalos. Todo era poco para alegrar la vida de una infancia truncada por la guerra y por el radicalismo del Nacionalsocialismo.
Una de las partes del programa más especial y que inspiraba una mayor agitación entre las féminas encargadas de llevarla a cabo, era un espectáculo de
Kasparltheather
(títeres). La imaginación y las risas estaban aseguradas.
Aquí me gustaría recalcar que cualquier actividad que se hiciese en el campamento debía de ser aprobada por las autoridades del campo. Todo lo que sucedía y sucediese tras aquellas rejas debía de pasar por las manos de la supervisora en jefe Binz y sus ayudantes. De hecho, en cuanto al evento navideño se desconocen qué negociaciones se produjeron y cómo consiguieron su aprobación. Pero así fue, permitiendo al comité usar un cuartel que recientemente había sido anulado y desinfectado y que se conocía como Bloque 22.
Tras la obtención del permiso el equipo de trabajo de la madera se encargó de construir el escenario y el teatro de marionetas; el de la pintura de dejarlo todo listo y embellecido; y los presos soviéticos de dejar apunto la iluminación y los aspectos más técnicos. Una artista checa fabricó las cabezas de los títeres y las reclusas francesas cosieron sus trajes. Incluso, talaron un magnífico árbol navideño para que todo fuera perfecto decorándolo con papel de aluminio y velas.
La celebración de esta fiesta también contemplaba la comida, así que la mayoría de las presas comenzaron a guardar pan y mermelada por si sus captores no cumplían su palabra de dar ración extra a los niños. Además, las internas fabricaron los regalos con sus propias manos, sirviéndose de las telas robadas de alguna de las fábricas textiles de las SS donde trabajaban a diario, e incluso, idearon la forma de hacer juguetes con cualquier cosa que se encontraban. Pero una semana antes de la celebración de la fiesta, el personal nazi con Dorothea a la cabeza, empezó a sospechar que sus reas estaban robando materiales, por lo que iniciaron una especie de controles en los que se confiscaron algunos de estos regalos. Tras el incidente, el comité infantil decidió ser más cuidadoso con el tema de los presentes. Para ello en vez de entregarles los juguetes el mismo día de la fiesta, sería el Hombre de Navidad quien se los colocaría bajo sus almohadas.
Aunque el entusiasmo de los adultos era evidente con tal de hacer felices a las criaturas, lo cierto es que a causa de los conflictos internos surgidos entre las reclusas durante la organización del evento, finalmente hubo una escisión en el comité. Las desavenencias vinieron de parte del grupo de reclusas de Polonia que querían una fiesta religiosa con historias procedentes de la Biblia y música genuina para los 96-100 niños polacos del campo. Para ellas el evento organizado por el Comité Internacional de la Infancia, del que formaban parte las comunistas, se estaba convirtiendo en una celebración demasiado laica en la que no estaban para nada de acuerdo. Así que ahora había dos fiestas de Navidad.
Llegó el gran día. La tarde del 23 de diciembre de 1944 el Comité Internacional de la Infancia en Ravensbrück inició su especial fiesta navideña para todos los niños del campo de concentración, excepto para los polacos. El Bloque 22 fue transformado completamente y a la llegada de los más pequeños se encontraron con tableros forrados de papel de aluminio donde se habían depositado raciones de salchichas y mermelada. En otra de las estancias del barracón, aquel donde se encontraba el escenario del teatro de títeres, se habían apilado filas de taburetes para que no se perdieron el más mínimo detalle.
Todos se encontraban sentados ya cuando las confinadas encargadas de tocar música llegaron a la sala. Aquella tarde la habitación tenía una iluminación especial. Las velas del árbol de Navidad lo inundaban todo, aportando un ambiente cálido al frío bloque. Momentos antes de que todo diera comienzo, los niños se sentían entusiasmados, alegres, esperando expectantes.
En la puerta, una de las representantes del comité notificó al oficial al cargo el tiempo que duraría aquella velada. Entonces, la
Oberaufseherin
Binz y su amante el
SS-Schutzhaftlagerführer
, Edmund Bräuning, entraron en la sala para unirse al espectáculo. Al verles, los chiquillos se pusieron firmes. Allí de pie, los pequeños escucharon un breve discurso del ayudante del comandante que los alentaba a ser buenos compañeros para que pudieran celebrar la próxima Navidad en casa. Los menores lo miraban temerosos, le tenían pavor.
Al finalizar el banal alegato, dio comienzo la fiesta mientras el coro interpretaba
Oh Tannenbaum
. Entretanto los dos superiores se colocaron en la primera fila. Todos cantaban con aparente felicidad. Pero repentinamente, los niños dejaron de alzar la voz. De sus labios no salía ya ninguna nota, no podían cantar más, así que comenzaron a llorar y sollozar. Primero en silencio, pero después más y más fuerte. Los recuerdos de su última Navidad en casa les hizo derrumbarse y acordarse de que no tenían a sus familias cerca. Nadie podía cantar. El coro tan solo dio unos pequeños compases, pero no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus rostros. La sala se llenó de absoluta tristeza, de rabia contenida, de miedo por no saber si volverían a sus hogares tal y como les había recordado Bräuning en su sombrío discurso.
Y entonces sucedió lo que nadie se esperaba.
«La brutal Oberaufseherin Dorothea Binz, se levanta pálida y sale corriendo, tras ella sale Bräuning. ¿Tal vez se sintió culpable, o quizá le quedaba en el último rincón de su corazón, un poco de compasión que no quiso demostrar? ¿Acaso sentían la injusticia que les habían causado a estos niños? Nosotras respiramos con alivio cuando ellos salieron de la habitación. Las compañeras se calmaron rápidamente. Apagaron las velas y encendieron lamparitas de colores en el teatro de muñecos: cuando Kasperle apareció y fue engañado por el insolente Atze, lentamente los niños olvidaron sus penas. Ya se podía escuchar una tímida risa. El barullo detrás del telón se hizo cada vez más alegre, Atze cada vez mas descarado, y Kasperle saltaba de un lado para el otro del escenario. En ese instante estalló una fuerte risa. Lo habíamos logrado, los niños comenzaron poco a poco a olvidar la realidad que les rodeaba. Las luces del árbol de Navidad fueron encendidas nuevamente y ahora llegó la hora de abrir los regalos: ¡Dos rebanadas de pan para cada niño!»
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