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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (29 page)

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
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—Fue un hombre, o al menos alguien más grande que yo. Más alto. Fue tan rápido… No me dio tiempo a fijarme en su aspecto. Se me acercó de lado, por detrás.

—¿Cuánto más alto que tú? ¿Recuerdas algo más?

—No. Me estalla la cabeza. ¡Me duele mucho!

—Si sufres una conmoción cerebral debes tumbarte y permanecer completamente quieta. Has estado inconsciente durante un momento. Traeré una almohada. Tenemos que llamar a una ambulancia y a la policía.

El móvil de Maria no estaba en el bolsillo de su chaqueta. Lo había dejado en la mesita de noche. Mirja había recibido un fuerte golpe en la cabeza, debía ir al hospital. Había que alertar a la policía para pedir refuerzos y rastrear la zona. Al final, tal vez se tratara de un loco perseguidor de mujeres que actuaba en solitario. Maria subió la escalera de dos en dos. Por la puerta del dormitorio vio a Gunnar con la boca muy abierta. Un rayo de luna jugueteaba en su cara. Los ronquidos se habían transformado en una profunda respiración. Entonces empezó a moverse y a mascullar algo inaudible.

Cuando Maria regresó a la planta baja tras hablar con el oficial de guardia de la policía, Gunnar se acercó vacilante a la mesa de la cocina, en calzoncillos y con una camiseta demasiado pequeña. Tenía un aspecto penosamente indiscreto e íntimo. Le envolvía un hedor a sudor y a genitales. Al sentarse, sus testículos se desparramaron entre los perniles demasiado anchos de los calzoncillos. Maria trató de evitar la contemplación de tan lamentable espectáculo. Cuando Gunnar se levantó para encender la luz, Maria lo detuvo inmediatamente.

—Si enciendes, nos verán como a través de una pantalla de cine. Es mejor ver que ser visto.

—¿Qué hora es? —preguntó Gunnar desplomándose de nuevo en la silla de la cocina y apoyando la cabeza entre las manos, todavía no despierto del todo.

Maria explicó lo que había pasado. Eran las dos menos cuarto de la madrugada.

—Quizá deberíamos llamar a los vecinos para avisarles —dijo Mirja alzando ligeramente la cabeza.

—¿Para que salgan y los ataquen también? ¿Eres tonta o qué? —soltó Gunnar desde su silla. No mostraba compasión alguna. Ni siquiera se acercó a Mirja para ver cómo estaba. Probablemente seguía borracho como una cuba.

—Tenemos que advertirles de que no salgan —repuso Mirja—. Es mejor que lo sepan, ¿no? ¿Ves algo? —añadió a continuación observando a Maria, que se había apostado junto a la ventana—. ¿Y si pretende incendiar la casa con nosotros dentro? ¿Cuánto tardaría en vaciar un bidón de gasolina en el porche y prender fuego?

—En cualquier caso, estamos despiertos, podríamos saltar por la ventana de atrás —contestó Gunnar dirigiéndose pesadamente hacia el frigorífico y abriendo una cerveza—. ¿Qué se te había perdido ahí afuera, Mirja?

—Oí un ruido. Alguien caminaba por la gravilla. Quería comprobar si habíamos cerrado bien. Y no lo habíamos hecho. La puerta estaba sin cerrojo y salí para echar un vistazo. Entonces volví a oírlo. Unos pasos y una especie de roce.

—Era yo —dijo Maria sintiéndose casi culpable—. Estaba fuera. Necesitaba hacer pis y no podía cerrar porque no tenía llave. Pensé en darme prisa para volver lo más rápido posible. Estuve fuera a lo sumo un par de minutos.

—Debía de estar escondido, aguardando la ocasión. Seguro que ha estado ahí todo el tiempo —reflexionó Mirja en un estado febril—. ¿A quién perseguía? ¿Por qué me atacó? Lo peor es no saber el motivo, porque entonces puede suceder de nuevo. Si no hubieras venido, ahora estaría muerta.

—Eso no lo sabemos —respondió Maria tratando de quitar hierro al asunto.

—¿Realmente tiene que venir la poli y toda la pesca esta noche? —dijo Gunnar—. Me parece totalmente innecesario. ¿No puede ser mañana? Estamos vivos, eso salta a la vista. En realidad no ha pasado nada. —Engulló la cerveza de un largo trago mientras Mirja y Maria se miraban—. No aguanto más —añadió dirigiéndose cansinamente hacia el dormitorio—. Necesito calma en mi vida, no este follón constante. Echaré un vistazo por si descubro a alguien en la parte de atrás —dijo mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Creo que deberíamos llamar a Lennart Björk. Él es el dueño de la casa. Tendríamos que contarle lo que ha pasado. Me sentiría mejor si viniera. Así seríamos más. Gunnar no nos sirve de nada. Está borracho…

Maria vaciló.

—En cierta manera, pienso que Gunnar tiene razón. Lo importante es que nadie salga, pero tal vez deberíamos alertar a Lennart para que no encienda la luz. También estaría bien saber si estaba despierto y ha visto algo.

—Al menos Bibbi Johnsson tiene a su perro —comentó Mirja alzándose lentamente sobre un codo y poniéndose en pie. Fue a sentarse al lado de Maria, junto a la ventana—. Es tan desagradable. Cuando volvíamos a casa tuve el presentimiento de que había alguien observándonos. Si no nos hubiéramos topado con Gunnar, tal vez habría ocurrido antes. También te podía haber atacado a ti. Un minuto más tarde y te hubiera tocado a ti —dijo Mirja, tiritando.

Maria se levantó para ir a buscar una manta.

—Te han golpeado en la cabeza, es mejor que permanezcas echada. ¿Tienes frío? ¿Quieres que preparemos un poco de té o de café?

Era importante que conservara el calor y no perdiera la conciencia, pensó Maria.

—Un té me iría bien. Ya no me atrevo a quedarme aquí. Quiero volver a la ciudad. Mañana hablaré con Gunnar. Quizá los billetes se puedan cambiar.

Pese a que Maria le había advertido que debía quedarse tumbada, Mirja se levantó y fue al baño. Se dio una ducha caliente y limpió su pelo de sangre. No era una herida profunda. Maria no pensaba que precisara puntos, pero podía tener lesiones internas en la cabeza imposibles de apreciar a simple vista. Debía ir al hospital para que le hicieran una radiografía. Una ambulancia estaba en camino.

Cuando el agua del té empezó a hervir, volvieron a sentarse junto a la ventana de la cocina. En breve llegaría la policía. Mirja parecía que se hallaba algo mejor, sus mejillas habían recuperado el color. Maria sintió que era el momento de volver a hacerle algunas preguntas.

—¿Hay algo, algún pequeño detalle que puedas recordar sobre el hombre que te agredió? ¿Estás completamente segura de que era un hombre?

—No lo sé. Solo lo creo. Como ya he dicho, era una persona más alta que yo.

—A veces es posible recordar un olor o una voz, si es que dijo algo…

—No, no abrió la boca. Pero hay una cosa. Creo que le pegué con el candelabro de latón. Le di cuanto pude hasta que me paró. Es probable que tenga un moraron, o incluso una quemadura.

34

Lennart Björk, el sacristán, estaba alteradísimo por lo ocurrido. No quedaba ni rastro de la pulcra compostura que había mostrado en el anterior interrogatorio. Llevaba el pelo alborotado, la camisa por fuera de los pantalones y chanclas de color celeste en los pies.

—¿Dónde está Mirja? ¿Cómo se encuentra? ¡Es terrible! —clamó mientras sorteaba a los agentes de policía para llegar a la cocina. Una vez allí, abrazó, besó en la frente y acarició el pelo de Mirja de un modo que dejó un tanto sorprendida a Maria. Aquella parecía una relación demasiado cariñosa entre casero e inquilina—. Dile a la policía exactamente lo que ha pasado, Mirja. Cuéntaselo —le imploró.

—No comprendo qué quieres decir —repuso Mirja mirándolo con evidente asombro.

—¡Qué tu esposo te maltrata! —clamó lo más alto y claro que pudo. Alzó la mirada para asegurarse de que Maria lo había oído—. ¿No es cierto? Ya no puedes aguantar más. Tienes que denunciarlo.

—¿De dónde has sacado eso? —dijo Mirja; el labio superior le temblaba ligeramente. Se diría que iba a explotar en un llanto, o tal vez en una carcajada. Maria no sabía a qué atenerse.

—Yo mismo le he oído decir que te iba a matar.

—Claro que sí. Me lo dice varias veces al día. Es posible que de vez en cuando a Gunnar le entren ganas de darme una paliza, pero luego lo piensa mejor y decide que no merece la pena. Estoy en forma y le devolvería los golpes. Nunca en la vida me ha pegado, Lennart. Me ha agredido un extraño. Maria Wern puede corroborar que Gunnar dormía como una marmota y no movió un dedo para ayudarme. Las fuerzas solo le alcanzaron para llegar hasta el frigorífico. Luego se le agotaron las pilas. Una cerveza y de vuelta a la camita —dijo Mirja con una risa seca.

—Quisiera hablar con usted a solas —terció Maria Wern, apartando a un lado con un movimiento decidido a Lennart Björk y llevándolo al despacho. Encendió entonces la grabadora que llevaba en la cartera y registró sus datos personales, la fecha y el lugar.

—No se lo va a creer. De camino aquí en el coche vi a Frida Norrby contemplando las ruinas de su casa. Tenía muchísima prisa, así que no me detuve para asegurarme, pero juraría que era ella. Su ropa, su pelo. La falda larga, el pelo recogido en un moño desaliñado y la rebeca grande con motas marrones sobre los hombros. Pensaba que no estaba viva.

—Un momento, por favor.

Maria transmitió esa información a la central de emergencias. Una patrulla inspeccionaría de inmediato los alrededores de la iglesia.

—Aunque lo más característico en ella es su porte. Frida suele inclinarse ligeramente hacia atrás con las manos en los costados. Tenía que ser ella… o su fantasma. Las farolas estaban encendidas, pero allí arriba, en la iglesia, no se ve muy bien.

—¿Ha visto algo más esta noche? —preguntó Maria acercando la grabadora. Lennart hablaba realmente bajo. Hacer que los demás se sientan estúpidos por no oír, y obligarles así a aproximarse y adaptarse a uno, puede constituir un mecanismo de poder.

—Si realmente era Frida, me pregunto dónde ha estado todo este tiempo. Debe de haber tenido comida y un techo donde guarecerse. Todos saben que la policía la anda buscando. ¿Dónde se ha ocultado?

—También a nosotros nos encantaría saberlo. ¿No observó ninguna otra cosa de camino aquí, o antes? ¿Le despertó la llamada de Mirja? —inquirió Maria sin dejar de mirarle mientras Lennart jugueteaba nervioso con un bolígrafo que había encontrado en el escritorio. Siguió sacando y metiendo la punta hasta que Maria le pidió con un gesto que lo dejara. Era irritante. Todo él era irritante, y si no alzaba la voz y dejaba de mascullar las palabras había un riesgo inminente de que Maria, que no había pegado ojo en toda la noche, estallara. Le agarraría el pescuezo hasta que empezara a gritar como un cerdo en la matanza. Maria se regodeó en ese pensamiento.

—Me desperté cuando llamó.

—¿Qué tipo de relación tiene con Mirja Fredlund? No pude evitar observarles cuando llegó.

Lennart Björk probablemente no esperaba tener que responder a preguntas sobre su vida privada. Abrió la boca, pero de ella no salió ningún sonido.

Maria repitió la pregunta.

—No veo que eso guarde relación alguna con el asunto —replicó el sacristán bruscamente.

—Pues la tiene. Créame.

La voz de Lennart se convirtió de nuevo en un susurro.

—Su marido… Soy tan tonto que pensé que su marido se había enterado de lo nuestro… Que quería matarla por lo que habíamos hecho, Pero parece que no está al caso. Espero que esto quede entre los dos —dijo quitándose las gafas y frotándose los ojos con el dorso de la mano.

—No puedo prometérselo, pero tampoco veo la necesidad de difundirlo.

Maria no podía dejar de pensar en los talones de Mirja y la mejoría que habían experimentado. Erika tenía razón. Ahora podía exhibirlos en caso de que alguien quisiera besar el empeine de los pies de la dama. ¡Puaj! Trató de ahuyentar las imágenes que habían aparecido en su cabeza.

—Si esto saliera de aquí sería una catástrofe. Para ella. La amo de verdad, pero Mirja no puede dejar a su esposo. Gunnar no se las arreglaría sin ella. Al menos eso dice. Aunque creo que es más bien ella la que no está dispuesta a renunciar a ciertas ventajas —dijo mirando inquisitivo a Maria para saber si ella también pensaba que Gunnar necesitaba a alguien que le acompañara para no sucumbir.

Pero Maria no comentó nada. Era policía, no orientadora familiar.

—He oído que Ingrid y usted salieron juntos hace mucho tiempo.

—¿Qué demonios es esto? —exclamó Lennart con una rabia de la que Maria no le creía capaz. De repente su voz era potente y clara.

Maria respondió en el mismo tono.

—Esto es un interrogatorio policial en el curso de una investigación criminal. Estamos tratando de entender por qué varias mujeres de Roma han sido asesinadas o atacadas por un desconocido. Existe la posibilidad de que sea una misma persona y tenemos la intención de averiguar quién es y por qué lo ha hecho. Así pues, ¿Ingrid y usted fueron pareja? ¿Quién dio la relación por terminada? ¿Qué pasó? —preguntó Maria preparándose para la posible reacción de Lennart.

La respuesta no se hizo esperar.

—¿Eso qué mierda le importa? —rugió Lennart, rojo de indignación. Apretó fuertemente los puños y Maria sopesó por un momento la posibilidad de solicitar la presencia de Mirja, pero cambió de idea. Era mejor que no se moviera. Maria se había colocado intencionadamente junto a la puerta para poder escapar fácilmente si Lennart se volvía agresivo. Tras tantos años de servicio, eso era algo que hacía sin necesidad de pensarlo. Bajo esa apariencia controlada había percibido, ya en el primer interrogatorio, una ira oculta. La amabilidad exagerada, esa sonrisa que nunca llegaba hasta los ojos…

—Eso no tiene nada que ver con los asesinatos —dijo Lennart con voz cansada—. No me torture más. Lo pasado, pasado está, y es mejor dejarlo en paz.

—¿Fue ella la que puso fin a la relación? —lanzó Maria tratando de adoptar un tono objetivo. La conmiseración podía interpretarse como una burla.

—Sí, y seguro que se ha enterado por Mirja de esa horrible historia del niño que lngrid…

—Quiero oír su versión.

—Ingrid no deseaba tenerlo a pesar de lo avanzada que estaba. No quería la responsabilidad que supone un hijo, ser el origen del sufrimiento de un niño, decía. Fue tan repentino… Primero se alegró, pero luego apareció en casa con un instrumento del hospital para sacárselo. Tuvo una hemorragia terrible, pero se negó a acudir al hospital. Enterramos a esa cosita al lado de la iglesia. Junto al muro.

Maria recordó aquellos restos de un niño que habían hallado en la casa de Frida. Erika los había datado en la Edad del Hierro. Una extraña coincidencia.

—¿Alguien más se enteró de esto? —dijo Maria pensando en Signe.

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