Harry Potter y el Misterio del Príncipe (17 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Cuando llegaron al compartimiento C, enseguida advirtieron que no eran los únicos invitados de Slughorn, aunque, a juzgar por la entusiasta bienvenida del profesor, Harry era el más esperado.

—¡Harry, amigo mío! —exclamó Slughorn, y se puso en pie de un brinco; su prominente barriga, forrada de terciopelo, se proyectó hacia delante. La calva reluciente y el gran bigote plateado brillaron a la luz del sol, igual que los botones dorados del chaleco—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Y tú debes de ser Longbottom!

Neville, que parecía muy asustado, asintió con la cabeza. Siguiendo las indicaciones de Slughorn, los dos muchachos se sentaron en los únicos asientos que quedaban libres, junto a la puerta. Harry miró a los otros invitados y reconoció a un alumno de Slytherin de su mismo curso, un muchacho negro, alto y de pómulos marcados y ojos rasgados; también había dos alumnos de séptimo a los que no conocía, y, apretujada en el rincón al lado de Slughorn, estaba Ginny, con aspecto de no saber muy bien cómo había llegado hasta allí.

—Bueno, ¿ya los conocéis a todos? —preguntó Slughorn a Harry y Neville—. Blaise Zabini asiste a vuestro curso, claro…

Zabini no los saludó ni dio muestra alguna de reconocerlos, y tampoco lo hicieron Harry ni Neville: los alumnos de Gryffindor y los de Slytherin se odiaban por principio.

—Éste es Cormac McLaggen, quizá hayáis coincidido ya en… ¿No?

McLaggen, un joven corpulento de cabello crespo, levantó una mano y Harry y Neville lo saludaron con la cabeza.

—Y éste es Marcus Belby, no sé si…

Belby, que era delgado y parecía una persona nerviosa, forzó una sonrisa.

—¡Y esta encantadora jovencita asegura que os conoce! —terminó Slughorn.

Ginny asomó la cabeza por detrás del profesor e hizo una mueca.

—¡Qué contento estoy! —prosiguió Slughorn—. Ésta es una gran oportunidad para conoceros un poco mejor a todos. Tomad, coged una servilleta. He traído comida porque, si no recuerdo mal, el carrito está lleno de varitas de regaliz, y el aparato digestivo de un pobre anciano como yo no está para esas cosas… ¿Faisán, Belby?

El chico dio un respingo y aceptó una generosa ración de faisán frío.

—Estaba contándole al joven Marcus que tuve el placer de enseñar a su tío Damocles —informó Slughorn a Harry y Neville mientras ofrecía un cesto lleno de panecillos a sus invitados—. Un mago excepcional, con una Orden de Merlín bien merecida. ¿Ves mucho a tu tío, Marcus?

Por desgracia, Belby acababa de llevarse a la boca un gran bocado de faisán y, con las prisas por contestar a Slughorn, intentó tragárselo entero. Se puso morado y empezó a asfixiarse.


¡Anapneo!
—dijo Slughorn sin perder la calma, apuntando con su varita a Belby, que pudo tragar y sus vías respiratorias se despejaron al instante.

—No… mu… mucho… —balbuceó Belby con ojos llorosos.

—Sí, claro, ya me figuro que andará muy ocupado —opinó Slughorn, escrutándolo—. ¡Debió de emplear muchas horas de trabajo para inventar la poción de
matalobos
!

—Sí, supongo… Mi padre y él no se llevan muy bien, por eso no sé exactamente… —murmuró Belby, y no se atrevió a zamparse otro bocado por temor a que Slughorn le preguntase algo más.

Slughorn le dedicó una gélida sonrisa y luego miró a McLaggen.

—¿Y tú, Cormac? —le dijo—. Me consta que ves mucho a tu tío Tiberius. Tiene una espléndida fotografía en la que ambos aparecéis cazando
nogtails
en… Norfolk, ¿verdad?

—¡Ah, sí, ya me acuerdo! Fue divertidísimo —confirmó McLaggen—. Fuimos con Bertie Higgs y Rufus Scrimgeour, antes de que a éste lo nombraran ministro, por supuesto.

—Ah, ¿también conoces a Bertie y a Rufus? —preguntó Slughorn, radiante, mientras ofrecía a sus invitados una bandejita de pastas; curiosamente, se olvidó de Belby—. A ver, cuéntame…

La reunión era como Harry había sospechado: todos los que se encontraban allí parecían haber sido invitados porque tenían relación con alguien famoso o influyente; todos excepto Ginny. Zabini, a quien Slughorn interrogó después de McLaggen, resultó ser hijo de una bruja célebre por su belleza (por lo que Harry entendió, la bruja se había casado siete veces y sus siete maridos, muertos de forma misteriosa, le habían dejado montañas de oro). A continuación le llegó el turno a Neville; fueron diez minutos incomodísimos porque sus padres, unos famosos
aurores
, habían sido torturados hasta la locura por Bellatrix Lestrange y otros dos
mortífagos
. Al final de esa entrevista, Harry tuvo la impresión de que Slughorn todavía no sabía qué opinar del chico, en particular si había heredado o no el talento de alguno de sus progenitores.

—Y ahora… —continuó el profesor, cambiando aparatosamente de postura como un presentador que anuncia su número estrella— ¡Harry Potter! ¿Por dónde empezar? ¡Intuyo que, cuando nos conocimos este verano, apenas arañé la superficie!

Contempló unos instantes a Harry como si fuera un trozo de faisán singularmente grande y suculento, y dijo:

—¡Lo llaman «el Elegido»!

Harry no abrió la boca. Belby, McLaggen y Zabini lo miraban fijamente.

—Hace años que circulan rumores, desde luego —prosiguió el profesor, escudriñando el rostro de Harry—. Recuerdo la noche en que… Bueno, después de aquella terrible noche en que Lily y James… Tú sobreviviste, y la gente comentaba que tenías poderes extraordinarios…

Zabini emitió una tosecilla para expresar un escepticismo burlón. Una voz furibunda surgió por detrás de Slughorn:

—Sí, Zabini, tú también tienes poderes extraordinarios… para dártelas de interesante.

—¡Cielos! —exclamó el profesor riendo entre dientes, y se volvió hacia Ginny, que fulminaba a Zabini con la mirada asomando la cabeza por detrás de la prominente barriga de Slughorn—. ¡Ten cuidado, Blaise! ¡Cuando pasaba por el vagón de esta jovencita la vi realizar un maravilloso maleficio de
mocomurciélagos
! ¡Yo en tu lugar no la provocaría! —Zabini se limitó a esbozar un gesto desdeñoso—. En fin —dijo Slughorn, retomando el hilo—. ¡Menudos rumores han circulado este verano! Uno no sabe qué creer, desde luego, porque no sería la primera vez que
El Profeta
publica noticias inexactas o comete errores. No obstante, dada la cantidad de testigos que hay, parece evidente que se produjo un alboroto considerable en el ministerio y que tú estabas en medio.

Harry, al no saber cómo salir de aquella encerrona sin mentir con descaro, se limitó a asentir con la cabeza. Slughorn lo miró sonriente.

—¡Qué modesto, qué modesto! No me extraña que Dumbledore te tenga tanto aprecio. Entonces, ¿es cierto que estabas allí? Pero las otras historias, la verdad, son tan descabelladas que lo confunden a uno… Por ejemplo, esa legendaria profecía…

—Nosotros no oímos ninguna profecía —terció Neville, y se puso rojo como un tomate.

—Es verdad —confirmó Ginny, incondicional—. Neville y yo también estuvimos en el ministerio, y todo ese rollo del «Elegido» sólo son invenciones de
El Profeta
, como siempre.

—¿Vosotros también estuvisteis allí? —preguntó Slughorn con interés, mirándolos a ambos, pero ellos guardaron silencio sin ceder a la tentadora sonrisa del profesor—. Sí, claro… Es verdad que
El Profeta
suele exagerar, por descontado… —Arrugó la frente—. Recuerdo que mi querida Gwenog me contó… me refiero a Gwenog Jones, por supuesto, la capitana del Holyhead Harpies…

Inició una larga perorata, pero Harry intuyó que Slughorn todavía no había terminado con él y que Neville y Ginny no lo habían convencido.

La tarde transcurría lentamente, aderezada con otras anécdotas sobre magos ilustres a los que Slughorn había enseñado en Hogwarts; todos habían entrado de buen grado en lo que el profesor llamaba «el Club de las Eminencias». Harry deseaba marcharse, pero no sabía cómo hacerlo sin parecer maleducado. Por fin, el tren salió de otro extenso banco de neblina y por la ventana se vio una rojiza puesta de sol; Slughorn parpadeó en la penumbra.

—¡Madre mía, pero si ya empieza a anochecer! ¡No me había dado cuenta de que han encendido las luces! Será mejor que vayáis todos a poneros las túnicas. McLaggen, ven a verme cuando quieras y te prestaré ese libro sobre
nogtails
. Harry, Blaise, venid también cuando queráis. Y lo mismo te digo a ti, señorita —añadió guiñándole un ojo a Ginny—. ¡Daos prisa!

Al salir del compartimiento, Zabini le dio un fuerte empujón a Harry y le lanzó una mirada asesina que éste le devolvió con creces. Luego Harry, Ginny y Neville siguieron a Zabini por los mal iluminados pasillos del tren.

—Por fin se ha acabado —masculló Neville—. Ese Slughorn es un poco raro, ¿no os parece?

—Sí, un poco —coincidió Harry sin perder de vista a Zabini—. ¿Cómo has terminado ahí dentro, Ginny?

—Slughorn me vio hacerle el maleficio a Zacharias Smith. ¿Te acuerdas de ese idiota de Hufflepuff que iba a las reuniones del
ED
. No dejaba de preguntarme qué había pasado en el ministerio y al final me puso tan nerviosa que le hice el maleficio. Cuando Slughorn me vio, creí que me castigaría, ¡pero me felicitó por mi habilidad y me invitó a comer! Qué absurdo, ¿no?

—Más absurdo es invitar a alguien porque su madre es famosa —replicó Harry mirando con ceño la nuca de Zabini—, o porque su tío…

Pero no terminó la frase. Acababa de tener una idea, una idea imprudente pero que tal vez diera excelentes resultados: en menos de un minuto Zabini entraría de nuevo en el compartimiento de los alumnos de sexto de Slytherin, y Malfoy estaría allí, convencido de que sólo lo oían sus compañeros. Si Harry lograba colarse sin ser detectado detrás de Zabini, vería y escucharía cosas muy interesantes. Era una lástima que el viaje estuviera llegando a su fin: debía de faltar media hora escasa para que entraran en la estación de Hogsmeade, a juzgar por la espesura del paisaje que atravesaban. Sin embargo, ya que nadie parecía dispuesto a tomarse en serio las sospechas de Harry, tendría que actuar para demostrarlas.

—Nos vemos luego —dijo, y sacó la capa invisible para echársela por encima.

—Pero ¿qué…? —preguntó Neville.

—¡Después te lo cuento! —susurró Harry, y se apresuró sigilosamente tras los pasos de Zabini, aunque el traqueteo del tren hacía innecesaria tanta cautela.

Los pasillos se habían quedado casi vacíos porque la mayoría de los alumnos había regresado a sus compartimientos para ponerse la túnica del colegio y recoger sus cosas. Aunque Harry iba casi pegado a la espalda de Zabini, no fue lo bastante ágil para meterse en el compartimiento en cuanto el chico abrió la puerta corredera, pero cuando iba a cerrarla logró encajar un pie para impedirlo.

—¿Qué le pasa a esta puerta? —se extrañó Zabini, y tiró de ella haciéndola chocar contra el pie de Harry.

Este la agarró con ambas manos y la abrió de un tirón. Zabini, que todavía aferraba el tirador, trastabilló de lado y fue a parar al regazo de Gregory Goyle. Aprovechando el momento de confusión, Harry se coló dentro, subió de un salto al asiento de Blaise, que éste todavía no había ocupado, y trepó a la rejilla portaequipajes. Afortunadamente Goyle y Zabini se estaban gruñendo el uno al otro y atraían las miradas de los demás, porque estaba seguro de que se le habían visto los pies y los tobillos al ondear la capa; es más, hubo un horrible instante en que creyó ver cómo la mirada de Malfoy seguía la fugaz trayectoria de una de sus zapatillas antes de que ésta desapareciera de la vista. Goyle cerró la puerta de golpe y apartó a Zabini de un empujón, que se desplomó en su asiento con gesto malhumorado. Vincent Crabbe volvió a la lectura de su cómic, y Malfoy, que reía por lo bajo, se tumbó ocupando dos asientos con la cabeza sobre las rodillas de Pansy Parkinson. Harry se acurrucó al máximo bajo la capa para asegurarse de que no asomaba ni un centímetro de su cuerpo. Luego miró cómo Pansy acariciaba el lacio y rubio cabello de Malfoy, sonriendo como si a cualquier chica le hubiera encantado estar en su lugar. Los focos del techo proyectaban una luz intensa, de modo que Harry podía leer sin dificultad el texto del cómic de Crabbe, que estaba sentado justo debajo de él.

—Cuéntame, Zabini —pidió Malfoy—. ¿Qué quería Slughorn?

—Sólo trataba de ganarse el favor de algunas personas bien relacionadas —contestó Zabini, que seguía mirando con rabia a Goyle—. Aunque no ha encontrado muchas.

Eso no pareció agradar a Malfoy.

—¿A quién más invitó? —inquirió.

—A McLaggen, de Gryffindor…

—Ya. Su tío es un pez gordo del ministerio.

—… a un tal Belby, de Ravenclaw…

—¿A ése? ¡Pero si es un mocoso! —intervino Pansy.

—…ya Longbottom, Potter y esa Weasley —terminó Zabini.

Malfoy se incorporó de golpe y apartó la mano de Pansy.

—¿Invitó a Longbottom?

—Supongo, porque Longbottom estaba allí —respondió Blaise con una mueca.

—¿Por qué iba a interesarle Longbottom? —preguntó Malfoy. Zabini se encogió de hombros—. A Potter, al maldito Potter, vale; es lógico que quisiera conocer al «Elegido» —se burló—, pero ¿a esa Weasley? ¿Qué tiene de especial?

—Muchos chicos están colados por ella —terció Pansy, observándolo de reojo para ver su reacción—. Hasta tú la encuentras guapa, ¿no, Blaise? ¡Y todos sabemos lo exigente que eres!

—Yo jamás tocaría a una repugnante traidora a la sangre como ella, por muy guapa que fuese —replicó Zabini con frialdad, y Pansy sonrió satisfecha.

Malfoy volvió a apoyarse en el regazo de la chica y dejó que siguiera acariciándole el cabello.

—Por lo visto, Slughorn tiene muy mal gusto. A lo mejor ya chochea. Es una lástima; mi padre siempre decía que en sus tiempos fue un gran mago, y él era uno de sus alumnos predilectos. Seguramente Slughorn no se ha enterado de que yo viajaba en el tren, porque si no…

—Yo no creo que te hubiese invitado —lo interrumpió Zabini—. Cuando llegué a la reunión, me preguntó por el padre de Nott. Se ve que eran viejos amigos, pero cuando se enteró de que lo habían pillado en el ministerio no pareció alegrarse, y Nott no fue invitado, ¿verdad? Me parece que a Slughorn no le interesan los
mortífagos
.

Malfoy, furioso, soltó una risa forzada.

—¿Y a mí qué me importa lo que le interesa? Al fin y al cabo, ¿quién es? Tan sólo un estúpido profesor. —Y dio un bostezo de hipopótamo—. Además, ni siquiera sé si el año que viene iré a Hogwarts —añadió—. ¿A mí qué más me da si le caigo bien o mal a un viejo gordo y estúpido?

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