Read Hermana luz, hermana sombra Online
Authors: Jane Yolen
—No dije que lo fueras. Dije que corrías el riesgo de convertirte en una pesada —dijo Donya con calma—. Pregúntale a cualquiera.
Selna miró a su alrededor, pero todas las muchachas de la cocina bajaron la vista y de pronto la habitación quedó en silencio. Sólo se oía el sonido de los cuchillos de la cocina trabajando. Las jóvenes de Donya no eran tan tontas como para desafiar a una de las guerreras. Especialmente a Selna, que era conocida por su mal carácter, aunque, a diferencia de algunas otras, raras veces se mostraba rencorosa por mucho tiempo. Sin embargo, ninguna de ellas envidiaba a su hija adoptiva, pensando en el momento en que ese mal carácter se pusiese de manifiesto.
Selna sacudió la cabeza, todavía enfadada, y se volvió nuevamente hacia Donya.
—Quiero la piel de los conejos —le dijo—. Serán un forro muy suave para el morral. Jenna tiene la piel muy delicada.
—Jenna tiene la piel de un bebé —respondió Donya con calma, ignorando el ceño fruncido de Selna—. Y por supuesto que tendrás las pieles. También te guardaré el cuero del venado. Podrás hacer un buen par de polainas y unos cuantos mocasines.
De pronto Selna sonrió.
—Necesitará muchos mocasines.
—Pero no por ahora —dijo Donya riendo.
En la cocina, se oyeron varias risitas de sus propias hijas adoptivas.
—¿A qué te refieres? —La ira había regresado a la voz de Selna.
Donya dejó la pesada vasija de barro y la cuchara de madera, se secó las manos en el delantal y extendió los brazos. De mala gana, Selna reconoció la señal y, desatando a la niña, se la entregó.
Donya sonrió y meció a la niña en sus brazos.
—Ésta es una criatura, Selna. Un bebé. Mira a mis propias doncellas. Son siete. Y alguna vez todas tuvieron este tamaño. Caminaron al cumplir un año; sólo una lo hizo antes. No esperes demasiado de tu niña y crecerá con tu amor. Cuando llegue su momento lunar, no se apartará de ti. Cuando lea el “Libro de Luz” y convoque a su propia hermana a este mundo, no te abandonará. Una criatura no es tuya para que la poseas sino para que la eduques. Puede que no sea lo que tú quieres que sea, pero será lo que tiene que ser. Recuerda lo que se dice, que “la madera puede permanecer veinte años en el agua, pero jamás se convertirá en pez”.
—¿Y ahora quién se está convirtiendo en una pesada? —preguntó Selna con tono aburrido.
Entonces tomó a Jenna, quien aún sonreía, de los brazos de la cocinera y salió de la habitación.
Esa noche hubo luna llena y todas las hermanas sombra fueron convocadas. En el gran anfiteatro abierto, el círculo de mujeres y sus niñas estaba completo.
Selna se detuvo en el centro del círculo bajo el altar, el cual estaba flanqueado por tres árboles de serbal. Marjo se hallaba a su lado. Por primera vez en casi un año había una nueva adopción que celebrar, aunque dos jardineras y una guerrera habían dado a luz cada una a una criatura. Pero esas niñas ya estaban consagradas a la Diosa. Ahora era el turno de Jenna.
La sacerdotisa se hallaba sentada en silencio en el trono sobre el altar de roca, y su propia hermana sombra se hallaba junto a ella. Con el cabello negro trenzado con pequeñas flores blancas y los labios teñidos de rojo mediante el jugo de las bayas, ambas se inclinaron hacia delante, con las manos sobre las rodillas, y observaron a Selna y a Marjo. Pero fue sólo la sacerdotisa quien habló.
—¿Quién cuida de la niña?
—Yo, madre —dijo Selna alzando a Jenna.
Para ella la palabra “madre” tenía un doble significado, ya que la sacerdotisa había sido su propia madre adoptiva y se había lamentado amargamente cuando Selna había escogido seguir la senda de las guerreras.
—Y yo —dijo Marjo.
Ambas subieron el primer escalón del altar.
—¿Y quién dio a luz a la niña? —preguntó la sacerdotisa.
—Una mujer del pueblo, madre —dijo Selna.
—Murió en los bosques —agregó Marjo.
Subieron el segundo escalón.
—¿Y ahora quién sangra por la niña? —preguntó la sacerdotisa.
—Tendrá mi sangre —dijo Selna.
—Y la mía.
La voz de Marjo era un eco suave.
Alcanzaron el tercer escalón y la sacerdotisa se levantó junto a su hermana sombra. La sacerdotisa tomó a la niña de las manos de Selna y la colocó sobre el trono. Marjo y Selna estuvieron a su lado con un rápido movimiento.
Entonces la sacerdotisa se arrodilló frente a la niña. Tomó su larga trenza negra y con ella envolvió la cintura de la pequeña. Al otro lado del trono, su hermana hizo lo mismo. En cuanto hubieron terminado, Selna y Marjo se arrodillaron y ofrecieron sus manos con las muñecas hacia arriba.
Tomando una aguja de plata de un cofre montado sobre el brazo del trono, la sacerdotisa pinchó la muñeca de Selna donde se bifurcaba la vena azul. A la vez, su hermana hizo lo mismo por Marjo con una aguja idéntica. Luego unieron las muñecas de las guerreras para que la sangre de una fluyera hacia la otra.
Entonces la sacerdotisa se volvió y pinchó suavemente a Jenna sobre el ombligo, llamando a Selna y a Marjo con su mano libre para que se acercasen. Ellas se inclinaron y colocaron las muñecas sobre el vientre de la niña para que se mezclara la sangre de todas ellas.
—Sangre con sangre —recitó la sacerdotisa—. Vida con vida.
Toda la Congregación de Alta repitió las palabras, y el eco resonó por el claro.
—¿Cuál es el nombre de la niña?
Selna no pudo contener una sonrisa.
—Jo-an-enna —respondió.
La sacerdotisa pronunció el nombre, y entonces, en la antigua lengua, dio a la niña el nombre secreto que sólo ellas cuatro... y Jenna a su tiempo... conocerían.
—Annuanna —dijo—. El abedul blanco, la diosa árbol, el árbol de la luz eterna.
—Annuanna —susurraron entre ellas y a la niña.
Entonces la sacerdotisa y su hermana desenvolvieron sus cabellos y se pusieron de pie. Posando las manos sobre las dos jóvenes arrodilladas y la niña, ambas pronunciaron la oración final.
Ella que nos sostiene
en su mano,
Ella que nos forma
en estas tierras,
Ella que aleja
a la noche,
Ella que escribió
el Libro de Luz,
En su nombre,
Bendita sea.
Las mujeres congregadas entraron perfectamente con las respuestas.
Cuando hubieron terminado. Selna y Marjo se levantaron juntas y Selna alzó a la niña para que todas pudiesen verla. Con los aplausos y vítores que se alzaron debajo de ellas, Jenna despertó alarmada y comenzó a llorar. Selna no la consoló, aunque la sacerdotisa la miró con dureza. Desde temprano, una guerrera debía aprender que el llanto no traía ningún consuelo.
De regreso en el interior, después del magnífico banquete que siguió, la niña fue pasando de brazos en brazos alrededor de la mesa para que todas la viesen. Comenzó en brazos de la sacerdotisa y de allí pasó a los brazos regordetes de Donya, quien la meció en forma experta pero “tan rutinariamente como si fuese un carnero recién salido del asador”, le comento Selna a Marjo con irritación. Donya entregó la niña a los brazos más delgados de las guerreras. Ellas rieron y le hicieron cosquillas en el mentón, y una hermana sombra la arrojó por el aire. Jenna gritó encantada, pero Selna hizo a sus compañeras a un lado, furiosa, para atraparla en su caída.
—¿Qué clase de bastarda mal nacida eres tú? —exclamó—. ¿Y si la luz se hubiese apagado? ¿Qué brazos la hubiesen atrapado entonces?
La hermana sombra Sammor se encogió de hombros y rió.
—Esta maternidad tardía te ha desintegrado el cerebro, Selna. Estamos “adentro”. Aquí no hay nubes que oculten la luna. Las luces de la Congregación de Alta nunca fallan.
Selna se colocó a Jenna bajo un brazo y alzó el otro para golpear a Sammor, pero alguien atrapó su mano por detrás.
—Selna, ella tiene razón y tú te equivocas en esto. La niña está a salvo —dijo Marjo—. Ven. Brinda con nosotras para olvidar y perdonar, y luego jugaremos a las varillas.
Juntas, bajaron sus brazos.
Pero la ira de Selna no se mitigó, lo cual era inusitado, y se sentó fuera del círculo de hermanas cuando éstas comenzaron a arrojar las varillas en los complicados ejercicios que las entrenaban para el manejo de la espada.
Con Selna afuera, Marjo tampoco podía jugar, y se sentó frente a su hermana con gesto de mal humor mientras el juego proseguía. Éste se volvió más y más complejo cuando una segunda, luego una tercera y finalmente una cuarta serie de varillas giraban por el aire pasando de mujer a mujer, de mano a mano, y muy pronto el único sonido que se oyó en el salón fue el “slip-slap” que producían las varillas al entrar en contacto con las palmas de las manos.
—¡Las luces! —gritó alguien, y las observadoras alrededor del círculo estallaron en aplausos y vítores.
Amalda, la hermana de Sammor, asintió con la cabeza y dos de las cocineras, lo suficientemente nuevas en la hermandad para andar juntas como sombras, se levantaron para situarse junto a las antorchas que iluminaban el círculo.
El juego siguió adelante sin detenerse y las varillas se deslizaron aún más rápido por el aire. Desde que habían comenzado los lanzamientos, ni una mano había fallado. El silbido de las varillas que pasaban de una a otra era acentuado por el batir de las palmas.
Entonces, sin advertencia previa, ambas antorchas fueron extinguidas en cubos de agua y las hermanas sombra del círculo desaparecieron. La ronda se redujo a la mitad y hubo un repiqueteo de varillas que golpeaban contra el suelo. Sólo Marjo, que estaba sentada más allá de las antorchas, y las hermanas sombra, que estaban alejadas del juego, permanecieron allí, iluminadas por la luz de la cocina.
La voz de Amalda señaló a aquellas que habían perdido sus varillas.
—Domina, Catrona, Marna. —Entonces se volvió e hizo una seña para que trajesen nuevas antorchas.
Las hermanas sombra aparecieron nuevamente y el círculo volvió a completarse. Las perdedoras, Domina, Catrona, Marna y sus respectivas hermanas sombra, fueron a la cocina en busca de algo que beber. El de las varillas era un juego que producía mucha sed. Pero Selna se levantó con la niña en brazos y habló en voz tan alta que nadie dejó de escucharla:
—Ha sido un día agorador, dulce Jenna, y es hora de que ambas vayamos a la cama. Esta noche apagaré la luz.
Hubo una exclamación desde el círculo. Apagar la luz significaba enviar a su hermana de vuelta a la oscuridad. Anunciarlo de esa manera era una afrenta.
La boca de Marjo se puso tensa, pero la joven no dijo nada mientras se levantaba con Selna y la seguía fuera del salón. Sin embargo, Sammor se volvió hacia ellas.
—Recuerda lo que se dice, Selna. “Si tu boca se transforma en un cuchillo, cortará tus propios labios.” —No esperaba una respuesta y, por cierto, no obtuvo ninguna.
—Me has avergonzado —dijo Marjo con suavidad cuando llegaron a su habitación—. Nunca antes habías hecho algo así, Selna. ¿Qué ocurre?
—No ocurre nada —respondió Selna mientras acomodaba a la niña en su cuna, le alisaba la manta y le acariciaba el cabello con un dedo. Entonces comenzó a canturrear suavemente una antigua canción de cuna—. ¡Mira! Ya está dormida.
—Me refiero a lo que ocurre entre nosotras. —Marjo se inclinó sobre la cuna y observó a la niña dormida—. Es una dulzura.
—¿Lo ves? No ocurre nada entre nosotras. Ambas la amamos.
—¿Cómo puedes amarla tanto en tan corto tiempo? No es más que un trocito de carne. Más adelante se convertirá en alguien a quien amar... fuerte o débil, de ojos brillantes o tristes, diestra con sus manos o con su boca. Pero por ahora sólo es...
La voz de Marjo se interrumpió abruptamente en mitad de la oración ya que Selna había soplado la gran candela que había sobre la cama.
—Ahora no ocurre nada entre nosotras, hermana —susurró Selna en la habitación oscura.
Entonces se tendió en la cama, consciente del lugar vacío de Marjo, ya que siempre había podido contar con su hermana par hablar, reír y recibir una respuesta ingeniosa antes de dormirse. Luego se volvió y, conteniendo el aliento, escuchó la respiración de la niña durante unos momentos. Cuando estuvo segura de que se encontraba bien, exhaló el aire con un sonoro suspiro y se durmió.
El “juego de las varillas” ha llegado a nosotros en una forma altamente sospechosa. Hoy en día sólo es jugado por las niñas de los Valles Superiores, donde el estribillo, cantado por los espectadores (generalmente varones) que se hallan fuera del círculo, dice:
Vueltas y vueltas en torno a la ronda.
La espada de sauce pasa de una a otra.
Los círculos concéntricos de jugadoras se sientan en el suelo frente a frente con las varillas en la mano. Éstas estaban hechas de sauce, el cual ya no crece en los Valles Superiores aunque existen evidencias indicando que abundaba hace mil años. Hoy en día las varillas se fabrican de un plástico que es a la vez flexible y fuerte. A la señal de un tambor las varillas pasan de mano en mano, en el sentido de las agujas del reloj, durante siete golpes, y luego regresan otros siete golpes. Luego las varillas se arrojan entre los círculos en parejas prefijadas, durante siete golpes más. Finalmente, con el acompañamiento oral de los espectadores y un ritmo cada vez más rápido del tambor, se arrojan las varillas a través del círculo, primero a la pareja y vuelta, luego a la persona que se encuentra sentada a la derecha de la pareja. Las varillas deben ser atrapadas con la mano en la que se empuña la espada, lo cual deja en decidida desventaja a las jugadoras zurdas. En cuanto alguna de las participantes deja caer una varilla, queda “fuera”.
Lowentrout señala el famoso “fragmento intercalado” de los Tapices Baryard, el cual fue encontrado hace treinta años en la tumba del monarca oriental Achmed Mubarek, como prueba positiva de que el “juego de las varillas” jugado por las guerreras de las montañas es el mismo que el que practican las niñas de hoy. A pesar de que es cierto que el “fragmento intercalado” (el cual ha sido restaurado torpemente por muchas manos orientales, se dice que tanto como treinta veces, según muestran los distintos colores de hilo) presenta círculos concéntricos de guerreras, éstas sostienen espadas y no varillas. Una de las así llamadas jugadoras está tendida de espaldas, con la espada clavada en el pecho, evidentemente muerta. Es ignorada por las demás jugadoras. Cowan asegura que “fragmento intercalado” ha sido demasiado deformado a través de los años para poder establecer una relación clara, pero que más probablemente representa una forma específica de ejecución, ya que se encuentra en el sector del tapiz dedicado a los traidores y espías. Tal vez jamás se conozca el verdadero significado del “fragmento intercalado”, pero basándose en los Luxophistas que en el siglo pasado trataron de revivir las prácticas del “Libro de Luz”, Magon afirma que el círculo interior estaba compuesto por las “hermanas oscuras” o “hermanas sombra”, las cuales podían ser vistas a la luz de la luna o de las velas de sebo espeso (todavía populares en los Valles Superiores e Inferiores), y que el círculo externo era el de las “hermanas luminosas” o “hermanas de luz”. Estas prácticas han sido prohibidas durante al menos siete generaciones, y el “Libro de Luz” ha sido tan completamente desautorizado por el brillante “Das Volk Lichtet nicht” de Duane, que no necesito reiterar sus argumentos.