Hermana luz, hermana sombra (5 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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EL RELATO:

La sacerdotisa dio por anulado el destierro, ya que cuatro cazadoras habían hallado el cuerpo de Selna cogido de la mano de Marjo. El aparecer el pastor, las mujeres se ocultaron rápidamente en el bosque y aguardaron su partida para llevarse a Selna, el bebé y la oveja de vuelta a la Congregación.

—Nuestras hermanas se encuentran nuevamente con nosotras —dijo la sacerdotisa recibiendo a las cazadoras con su triste carga frente al gran portón. Entonces hizo la señal de Alta (el círculo y la cruz) sobre la frente de Selna—. Traedla adentro. A la niña también. Ahora nos pertenece a todas. Ninguna de nosotras la cuidará de forma exclusiva.

—La profecía, madre —exclamó Amalda, y muchas la imitaron—. ¿Es la niña de la que se habla?

La sacerdotisa sacudió la cabeza.

—El Libro habla de una criatura que quedó huérfana tres veces, y esta dulzura ha perdido sólo dos, la legítima y Selna.

—Pero madre —continuó Amalda—, ¿Marjo no era también su madre?

La boca de la sacerdotisa se volvió tensa.

—No debemos ayudar a que se cumpla una profecía, hermana. Recuerda lo que está escrito: “Los milagros son para los ingenuos.” Ya me he pronunciado. De aquí en adelante, la niña no tendrá una sola madre en la Congregación de Alta, sino una multitud. —Se retorció su larga trenza entre los dedos.

Las mujeres murmuraron entre sí, pero finalmente decidieron que tenía razón. Entonces colocaron el cuerpo de Selna en la cesta sepulcral y lo llevaron a la habitación de la enfermera. Allí lo lavaron y vistieron, cepillaron su cabello hasta hacerlo brillar y cerraron la cesta. Se necesitaron seis de ellas, dos en cada extremo de la cesta y una a cada lado, para subir el cuerpo por la Colina Sagrada hasta la vasta e intrincada caverna, el Peñón de Alta, donde yacían generaciones de hermanas cubiertas y preservadas bajo antorchas encendidas.

Aunque subieron al Peñón de Alta al mediodía, aguardaron hasta la noche para realizar la ceremonia, comiendo las frutas que habían llevado consigo. En voz baja hablaron sobre la vida de Selna, su destreza como cazadora y su intrepidez, su carácter difícil y su sonrisa pronta. También hablaron de Marjo, no de la pálida sombra, sino de la compañera enérgica y risueña.

Kadreen observó que había sido la aventura de Alta quien las había guiado a hallar el cuerpo de Selna.

—No, hermana, fue nuestra destreza —dijo Amalda—. Seguimos su rastro durante varias noches. Y si no hubiese estado tan fuera de sí, jamás la habríamos encontrado, ya que ella era la mejor de todas.

Kadreen sacudió la cabeza y colocó la mano sobre el hombro de Amalda.

—Lo que quiero decir, hermana, es que ha sido un gracioso obsequio de Alta el que podamos tener su cuerpo con nosotras en la Colina Sagrada. ¿Cuántas de las nuestras yacen lejos de aquí, en sepulcros sin ninguna marca?

Al alzarse la luna, el grupo de la Colina prácticamente se duplicó. Sólo las niñas permanecieron sin hermanas sombra.

El cuerpo de Marjo apareció en su propia cesta junto al de Selna, con el mimbre trabajado en forma tan delicada como el de su hermana.

Entonces la sacerdotisa comenzó, con la voz desgarrada de pena:

—Por nuestras hermanas que se encuentran unidas incluso en la muerte —dijo. Entonces, interrumpiendo el ritual por un momento, susurró a los dos cadáveres—: ahora todo está bien entre vosotras.

Donya emitió un profundo gemido y dos de las doncellas de la cocina rompieron a llorar.

La sacerdotisa cantó la primera de las siete alabanzas, y las otras se le unieron rápidamente cantando las estrofas que conocían desde su niñez.

En nombre de la Caverna de Alta

El sombrío y solitario sepulcro...

Cuando terminaron con la séptima y sólo restaba el último eco amoroso en el aire, recogieron las cestas para llevar a Selna y a Marjo hasta la caverna.

Donya y su hermana sombra eran las últimas. Donya llevaba a la niña de cabellos blancos, quien había bebido tanta leche de oveja que dormía pacíficamente sobre el amplio pecho de la cocinera.

EL MITO:

Entonces Gran Alta dijo:

Habrá una de vosotras, mi única hija, que nacerá tres veces y tres veces quedará huérfana. Yacerá junto a una madre muerta tres veces y, sin embargo, sobrevivirá. Será una reina por encima de todas las cosas y a la vez reina no será. Tendrá una hija para cada madre mas su madre no será. Las tres serán como una y comenzarán el mundo otra vez. Así lo digo y así será.

Entonces Gran Alta extrajo de la luz a una criatura que lloraba, blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como la noche, y la amamantó hasta que la niña se calmó.

LIBRO SEGUNDO
EL LIBRO DE LA LUZ
EL MITO:

Y cuando Gran Alta habló, sus palabras fueron trocitos de cristal. Donde las iluminaba el sol, eran rayos de la más pura luz. Donde caían las lágrimas de sus hijas, eran el arco iris. Pero cada vez que se pronunciaban las palabras de Gran Alta, reflejaban la mente de quien las escuchaba forma por forma, sombra por sombra, luz por luz.

LA LEYENDA:

Una vez hubo en los Valles una gran maestra que llegó desde el este con el sol naciente. Sus palabras eran como el cristal más puro, que producía un sonido dulce y agudo al ser tocado.

La maestra vivió entre la gente de los Valles durante un año y un día, y entonces desapareció por el oeste con el sol poniente. Después de ello nadie pudo decir con certeza si se había tratado de un hombre o de una mujer, si su estatura era alta o baja, su piel clara y oscura. Pero todas las palabras que había pronunciado a la luz de la luna (ya que la maestra era muda con excepción de las noches de luna llena) fueron recogidas por las discípulas de los Valles y anotadas en un libro. Cuando estuvo terminado, éste resultó ser muy pequeño y fue bautizado Libro de Luz

EL RELATO:

Jenna tenía siete años cuando tocó por primera vez el Libro de Luz. Permaneció allí con las otras tres niñas de su edad en una línea recta, o al menos tan recta como Marna, la maestra, y Zo, su hermana oscura, podían lograr que formaran. Selinda siempre estaba inquieta. Y Alna, quien tenía problemas para respirar en la primavera, resolló con dificultad durante toda la ceremonia. Sólo Marga (llamada Pynt después de la primera infancia) y Jenna permanecieron quietas.

La sacerdotisa dirigió una sonrisa a la fila de niñas, pero no hubo ninguna calidez en esa sonrisa, sólo una formal curvatura de labios. A Jenna le hacía recordar los lobos del bosque cercano a Seldenkirk. En cierta ocasión había visto una manada. La hermana de la sacerdotisa esbozó la misma sonrisa, aunque ésta pareció infinitamente más agradable.

Jenna giró un poco para mirar de frente a esa segunda sonrisa, pero observó a la sacerdotisa por el rabillo del ojo, del modo en que observaba las cosas en los bosques. Alta sabía que había tratado de complacer a la Madre. Pero no parecía haber ninguna forma de complacerla.

Sobre sus cabezas, la luna llena primaveral iluminaba el altar de piedra. De los serbales llegaba el susurro de las hojas nuevas movidas por la brisa. Durante un instante, una nube cubrió la luna y la hermana sombra de la sacerdotisa desapareció de su trono sobre el altar. Nadie se movió hasta que la nube hubo pasado y la luna volvió a convocar a las hermanas sombra. Entonces hubo un suspiro suave y satisfecho de las ochenta bocas en el anfiteatro.

La sacerdotisa alzó un poco la cabeza para observar el cielo. No había más nubes a la vista, y por lo tanto comenzó. Abriendo el gran libro con cubiertas de piel que tenía sobre la falda, señalando con su afilada uña cada sílaba de la página, leyó en voz alta.

Jenna no podía apartar los ojos de esa uña. A nadie más se le permitía tener una mano semejante, ni tampoco nadie la quería. Unas uñas como las de la sacerdotisa se quebrarían en la cocina o en la fragua, entorpecerían el manejo de un arco o de un cuchillo. De forma furtiva, Jenna flexionó la mano preguntándose qué se sentiría teniendo uñas como ésas. Decidió que no le gustaría.

Clara y grave, la voz de la sacerdotisa llenaba el espacio entre las niñas.

—Y la niña de siete veranos, la niña de siete otoños, la niña de siete inviernos y la niña de siete primaveras vendrá hasta el altar para escoger su propio camino. Y cuando haya escogido, seguirá esa senda durante siete años más sin vacilar jamás en su mente ni es su corazón. Y de ese modo el Camino Escogido se convertirá en el Camino Legítimo.

La sacerdotisa alzó la vista del libro donde las letras parecían atrapar a la luna y reflejarla sobre ella produciendo pequeños destellos que bailaban sobre la parte delantera de su túnica.

—Y vosotras, mis niñas, ¿ya habéis escogido vuestro camino? —preguntó.

Su hermana sombra alzó al vista al mismo tiempo, aguardando las respuestas.

—Sí —dijeron las cuatro niñas tal como habían practicado.

Sólo Selinda llegó tarde porque, como de costumbre, estaba soñando con otra cosa y tuvo que recibir un pequeño empujón de Marna y de Zo.

Entonces, una por una, las niñas subieron los peldaños para tocar el libro que estaba sobre la falda de la sacerdotisa. Selinda lo hizo primero, ya que era la mayor por nueve meses, y Jenna fue la última. Tocar el libro, hacer el voto, nombrar la elección. Todo era tan simple y tan complejo a la vez. Jenna se estremeció.

Sabía que Selinda iría con su propia madre y trabajaría en los jardines. Allí podría permanecer mirando el espacio, sumiéndose en lo que Marna y Zo llamaban sus “sueños verdes”.

Alna, quien también había nacido de una jardinera, elegiría la cocina, donde resollaba menos y donde, según se creía, lograría ganar un poco de peso. Jenna sabía que Alna no se sentía feliz con su elección, ya que en realidad deseaba permanecer con su madre y la hermana sombra de ésta, quienes la mimaban y la malcriaban abrazándola durante las noches en las que más le costaba respirar. Pero todas las hermanas estaban de acuerdo en que Alna necesitaba permanecer lo más lejos posible de las semillas que se abrían y de las malezas del otoño. Una y otra vez, la enfermera Kadreen les había advertido que su salud iría empeorando y que Alna podía morir en los jardines. Y había sido esa advertencia la que, finalmente, las decidiera a todas. A todas excepto a Alna, quien había llorado todas las noches del último mes pensando en su inminente exilio, según le había dicho a Jenna. Pero siendo una niña obediente, diría lo que debía ser dicho en La Elección.

La morena Pynt, nacida de las entrañas de una guerrera, elegiría el camino de las cazadoras-guerreras a pesar de ser tan pequeña y delicada, el legado de su padre. Jenna sabía que si trataban de torcer la decisión de Pynt, ella se resistiría con todas sus fuerzas. Pynt jamás vacilaría, ni por un momento. La lealtad corría como sangre por sus venas.

¿Y qué había de ella misma? Cuidada por todas sin ser adoptada por nadie, Jenna ya había intentado diversos caminos. Los jardines la irritaban con sus hileras tan uniformes. La cocina era aún peor... cada cosa en su lugar. Incluso había pasado algunos meses junto a la sacerdotisa para terminar mordiéndose las uñas con la cereza de que sería el camino equivocado. En realidad era más feliz en el bosque o cuando practicaba los juegos de las guerreras tales como el de las varillas, aunque raras veces las mujeres permitían que una niña entrase en el círculo. Además, ella y Pynt habían estado tan unidas como si fuesen los bosques que en los oscuros confines de la Congregación. Y al año siguiente, después de que hubiese escogido, le enseñarían a manejar el arco y el cuchillo.

Jenna observó cómo, primero la tímida Selinda, luego la agitada Alna y finalmente la resuelta Pynt, subían los tres peldaños hasta el altar donde la sacerdotisa y su gemela sombra se hallaban sentadas en sus tronos sin respaldo. Una por una, las niñas colocaron la mano derecha sobre el Libro, mientras con la izquierda tocaban los cuatro sitios que pertenecían a la misma Alta: cabeza, seno izquierdo, ombligo, ingle. Entonces recitaron las palabras del voto ante la sacerdotisa, hablándole de sus elecciones. Las palabras parecían ejercer un poder casi tangible: Selinda al jardín, Alna a la cocina, Pynt a los bosques.

Cuando Pynt bajó los peldaños con una gran sonrisa en el rostro, palmeó la mano de Jenna.

—Su aliento es ácido —susurró.

Después de eso a Jenna le resultó difícil subir el primer peldaño con el rostro serio. Su boca no quería permanecer en la línea firme que tanto había practicado. Pero en cuanto puso el pie sobre el segundo peldaño, todo fue diferente. Esto la acercaba a su elección. Para cuando llegó al tercer peldaño, descubrió que estaba temblando. No por miedo a la sacerdotisa o por respeto hacia el Libro, sino con una especie de ansiedad, como cuando la pequeña zorra que Amalda había encontrado y entrenado se hallaba en presencia de las gallinas. Incluso cuando no tenía hambre, temblaba de anticipación. Así era como se sentía Jenna.

Colocando la mano sobre el Libro de Luz, se sorprendió al descubrir lo frío que era. Las letras estaban en relieve y podía sentirlas impresas sobre su palma. Se tocó la frente con la mano izquierda y la sintió fresca y seca. Entonces se llevó la mano al corazón, confortada al sentir que latía con firmeza bajo sus dedos. Rápidamente completó el resto del ritual.

La sacerdotisa habló y su aliento no era tan ácido como extraño. Olía a siglos, a dignidad y a los atavíos de la majestad.

—Debes repetir mis palabras, Jo-an-enna, hija de todas.

—Lo haré, Madre Alta —susurró Jenna con un repentino temblor en la voz.

—Soy una niña de siete primaveras... —comenzó la sacerdotisa.

—Soy una niña de siete primaveras —repitió Jenna.

—Escojo y soy escogida...

Jenna inspiró profundamente.

—Escojo y soy escogida.

La sacerdotisa sonrió. Jenna notó que, después de todo, no era una sonrisa distante sino un gesto triste y poco practicado.

—El camino que escojo es...

—El camino que escojo es... —dijo Jenna.

La sacerdotisa asintió con la cabeza y su rostro mostró una extraña expresión expectante.

Jenna volvió a inspirar, más profundamente que antes. Se abrían tantas posibilidades frente a ella en ese momento. Cerró los ojos para saborearlo, y al abrirlos quedó sorprendida por la mirada rapaz en el rostro de la sacerdotisa. Jenna se volvió un poco y habló a la hermana sombra, en un tono más fuerte del que se había propuesto.

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