Read Hermana luz, hermana sombra Online
Authors: Jane Yolen
Petra sacudió la cabeza.
—Nill no era ninguna comunidad atrasada. Y la Anna no es ninguna leyenda, Madre, tú bien lo sabes. Es una profecía. —Avanzó dos pasos en el semicírculo, miró a las mujeres para atrapar su atención y comenzó a recitar la profecía en aquella voz monótona que utilizaban las sacerdotisas:
La criatura blanca como la nieve,
Se transformará en una alta doncella,
Al buey y al sabueso doblegará,
Al oso y al puma hará inclinar.
Santa, santa, santa.
Nadie se movió mientras Petra continuaba.
—¿No fue Jenna un bebé blanco transformado ahora en una doncella muy alta? ¿No han caído ya ante ella el Toro y el Sabueso?
Hubo un murmullo de aprobación entre las mujeres, pero antes de que se acallara por completo, Petra continuó:
Será ella quien anuncie el final,
Que a las amigas hará separar.
Todos los hermanos se habrán de doblegar,
Y así volveremos a comenzar.
Santa, santa, santa.
—¿Qué es ese verso? —preguntó Madre Alta—. Nunca lo había escuchado.
—¿Crees que los he inventado? —preguntó Petra—. ¿Y siendo tan joven?
Los murmullos bajos de las mujeres volvieron a comenzar.
Petra se inclinó hacia la sacerdotisa y habló como si sólo se dirigiese a ella, aunque su voz resonó en la habitación.
—Nunca ha existido un final más terrible que el de la Congregación Nill, donde fueron separadas hermana de hermana, madre de hija.
—¡Lo rechazo! —rugió Madre Alta por encima de las mujeres, que ahora discutían abiertamente—. Lo rechazo por completo. He pedido a Gran Alta que me diese una señal y ella no me ha dado ninguna. Los cielos no braman. La tierra no se estremece. Y todo esto se prometía en las escrituras. —Miró a su alrededor con un gesto suplicante en las manos—. ¿No fui yo misma quien buscó la verdad en todo ello? Fui yo quien hace catorce años siguió el rastro de Selna y de Marjo. Sí, yo, una sacerdotisa.
En la aldea de Slipskin hallé a un granjero que vomitó toda la historia entre mis brazos. Esta niña, esta criatura a quien vosotras llamáis un milagro, era suya. Había nacido entre los muslos muertos de su madre. ¿Ése es el acto de una encarnación de Alta? También mató a la comadrona. Y fue quien causó la muerte de su madre adoptiva. Decidme, todas vosotras habéis parido o adoptado a una niña, ¿es ésta la Señalada a quien seguiríais?
—¿Quieres culpar a la criatura por la muerte de su madre? ¿Quieres avergonzar a la inocente? Nada de culpa, nada de vergüenza... está escrito en el Libro —dijo Petra.
Pero su voz, siendo aún la de una jovencita, fue débil comparada con las modulaciones de Madre Alta.
La sacerdotisa se puso de pie y su hermana se levantó con ella.
—¿Os negaría yo un milagro semejante? ¿Creéis que os ocultaría a la salvadora? —Al ver que las mujeres vacilaban, aprovechó para continuar —¿Quién es ella? Yo os diré quién es. Es Jo-an-enna, una niña de esta Congregación. La habéis visto escupir la papilla cuando era un bebé. Habéis cambiado sus ropas sucias. La habéis cuidado cuando ha tenido fiebre y le habéis limpiado la nariz. Ella es vuestra hermana, vuestra hija, vuestra amiga. ¿Qué más querríais que fuese?
Jenna observó lentamente el mar de rostros que la rodeaban. No podía leer lo que estaba escrito en ellos. Concentrándose en sí misma, comenzó con los cánticos respiratorios y una vez más sintió aquella extraña ligereza. Abandonando las ataduras de su cuerpo, se elevó por el aire para observar a aquellas que discutían abajo. En aquel otro estado, todo estaba en silencio y ella podía ver a cada mujer en forma pura. Y lo que con más claridad veía era a sí misma. Su cuerpo era como el de las demás, y sin embargo en el núcleo había una diferencia, un punto blanco y sosegado.
¿La convertía eso en una salvadora, una encarnación, la Anna? No lo sabía.
Pero lo que ahora parecía claro era que Petra tenía razón. Los sucesos se producirían tanto si creía como si no creía en ellos. Podía ser arrastrada, posiblemente ahogada como una niña en el Halla. O podía cavar un canal para controlar las aguas como habían hecho los pobladores de Selden con la inundación. Era así de simple.
Jenna volvió a deslizarse en su cuerpo y abrió los ojos. Avanzando hasta el centro del semicírculo alzó la mano derecha. Skada hizo lo mismo.
—Hermanas —comenzó con voz temblorosa—. Escuchadme. ¡Yo soy la Anna! Soy la mano derecha de la Diosa. Iré a advertir a las Congregaciones que el momento del final, el momento del comienzo, es inminente. Soy la Anna. ¿Quién irá conmigo?
Durante un largo momento todas guardaron silencio. De pronto, Jenna temió que la sacerdotisa hubiese ganado quedando ella aislada de todas, ahora y para siempre.
Entonces Pynt dijo:
—Si fuera capaz, iría contigo, Anna. Pero mi lugar está aquí, ayudando con las niñas incluso mientras me curo.
—Yo iré contigo, Anna —exclamó Petra—, pues conozco la profecía, aunque no sé cómo utilizar una espada.
—Y yo —dijo Catrona—. Junto con mi hermana.
Ésta asintió con la cabeza.
—Nosotras también iremos —dijeron Amalda y Sammor. Jenna las miró y sacudió la cabeza.
—No, mis queridas madres. Vosotros debéis quedaros. La Congregación Selden necesita prepararse para lo que vendrá pronto. El tiempo del final. Vuestros brazos son necesarios aquí. Yo iré con Petra y con Catrona y, cuando haya luna, tendremos a nuestras hermanas sombra con nosotras. Después de todo, somos mensajes, no una turba. —Entonces se volvió hacia la sacerdotisa—. Marcharíamos con tu bendición, Madre, pero partiremos con o sin ella.
Hundida en su sillón, de pronto Madre Alta pareció vieja. Agitó la mano en una débil señal que pudo haber sido una bendición. El movimiento de su hermana fue más débil aún. Ninguna de las dos habló.
—Conozco el camino a casi todas las Congregaciones —dijo Catrona—. Y sé dónde hay un mapa.
—Y yo conozco todas las palabras que deben ser dichas —agregó Petra. Jenna rió.
—¿Qué más puede querer una salvadora?
—Una espada podría serle útil —dijo Skada—. Y tal vez un cierto sentido del absurdo.
No se necesitó más de una hora para que estuvieran armadas y aprovisionadas, y Donya se superó a sí misma con los fardos y paquetes. Parecía dispuesta a alimentar a todo un ejército, pero nadie podía decirle que no.
Skada se acercó a Petra mientras observaban cómo envolvían la comida.
—¿No es extraño que Madre Alta no conociese esa segunda parte de la profecía? —murmuró.
Petra sonrió.
—En absoluto. Yo misma la inventé. En la Congregación Nill era famosa por recitar poemas improvisados.
Entonces abandonaron la Congregación y salieron al camino que las inscribiría en la historia. Un camino iluminado por la luna menguante en una noche clara donde brillaban cientos de miles de estrellas. Cuando las cinco se alejaron por el sendero, las mujeres de la Congregación Selden emitieron el largo sonido ululante que era en parte plegaria, en parte canto fúnebre y en parte despedida.
Entonces Gran Alta depositó sobre la tierra a la reina de las sombras y a la reina de la luz ordenándoles que partiesen.
—Y vosotras dos llevaréis mi rostro —dijo Gran Alta—. Hablaréis con mi boca. Y obedeceréis mis órdenes para siempre.
Donde una pisaba, se encendía el fuego y el suelo quedaba abrasado bajo sus pies. Donde pisaba la otra, caía la lluvia anhelada y crecían los capullos. Así fue y así será. Bendita sea.