Read Hermosas criaturas Online

Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosas criaturas (12 page)

BOOK: Hermosas criaturas
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—Da igual, era tu trastatarabuelo, el hermano de Ellis.

—El hermano de Ellis Wate se llamaba Lawson, no Ethan. De ahí fue de donde salió mi segundo nombre de pila.

—Ellis Wate tuvo dos hermanos, Ethan y Lawson. Tú llevas el nombre de los dos: Ethan Lawson Wate. —Intenté imaginarme mi árbol genealógico. Lo había visto un montón de veces y si hay algo que un buen sureño conoce bien, es su árbol familiar. No había ningún Ethan Cárter Wate en la copia enmarcada que había en nuestro comedor. Obviamente, había sobreestimado la lucidez de la tía Grace.

Debí de mostrar una expresión poco convencida porque, un momento después, la tía Prue se levantó de su silla.

—Tengo el árbol de la familia Wate en mi cuaderno de genealogía. Investigué el linaje familiar de las Hermanas de la Confederación.

Las Hermanas de la Confederación eran las primas pobres de las Hijas de la Revolución Americana, igual de terroríficas, una especie de Círculo de Costura que quedaba como reliquia de la guerra. En la actualidad, sus miembros se pasaban la mayor parte del tiempo rastreando sus raíces hasta llegar a la Guerra de Secesión para documentales y miniseries como
Azules y grises
.

—Aquí está. —La tía Prue regresó a la cocina acarreando un enorme volumen encuadernado en piel, del cual sobresalían por los bordes, trozos amarillentos de papel y viejas fotos. Lo abrió, y se cayeron por el suelo un montón de trozos de papel y viejos recortes de periódico.

—Vamos a ver… Burton Free, mi tercer esposo. ¿No era el más guapo de todos mis maridos? —preguntó, alzando una fotografía agrietada para que todos la viéramos.

—Prudence Jane, sigue buscando. Este chico está comprobando nuestra memoria. —La tía Grace tenía un aspecto muy agitado.

—Está justo aquí, al lado del árbol de los Statham.

Me quedé mirando los nombres, los conocía a la perfección por el árbol familiar que había en el comedor de mi casa.

Allí estaba el nombre que faltaba en el árbol familiar de la propiedad de los Wate: Ethan Cárter Wate. ¿Por qué las Hermanas tenían una versión diferente de mi árbol genealógico? Era obvio cuál de los dos era el verdadero. Tenía la prueba en mi mano, envuelta en el pañuelo de una vieja profetisa de hacía ciento cincuenta años.

—¿Por qué no está en el árbol de mi casa?

—La mayor parte de los árboles genealógicos del sur son una completa mentira, pero me sorprende que nadie tenga una copia del árbol de la familia Wate —afirmó la tía Grace, cerrando el libro, que lanzó una vaharada de polvo al aire.

—Y que esté aquí se debe a mi excelente tarea de recopiladora. —La tía Prue sonrió orgullosamente, mostrando sus dos filas de dientes postizos.

Tenía que conseguir que se centraran en el asunto.

—¿Y por qué no iba a estar en el árbol familiar, tía Prue?

—Porque era un desertor.

No me estaba enterando de nada.

—¿Qué quieres decir con un desertor?

—Señor, pero ¿qué es lo que les enseñan a los jóvenes de hoy en ese lujoso instituto? —La tía Grace estaba muy ocupada sacando todas las galletitas saladas del paquete de Chex Mix.

—Desertores fueron los soldados confederados que abandonaron al general Lee durante la guerra. —Debí de mostrar un aspecto extremadamente confuso, ya que la tía Prue se sintió obligada a explicarse mejor—. Hubo dos clases de soldados confederados durante la guerra. Aquellos que creían realmente en la causa de la Confederación y aquellos otros a los que sus familias habían alistado a la fuerza. —La tía Prue se levantó y caminó hacia la encimera, andando de aquí para allá como si fuese un auténtico profesor de historia impartiendo una clase.

—Hacia 1865, el ejército de Lee había sido vencido, se moría de hambre y le sobrepasaban en número. Algunos dicen que los rebeldes habían perdido la fe, de modo que se marcharon, desertando de sus regimientos. Ethan Cárter Wate fue uno de ellos, de modo que era un desertor.

Las tres bajaron la cabeza como si no pudieran soportar cierta vergüenza.

—Así que, ¿me estáis diciendo que se le borró del árbol genealógico porque no quiso morirse de hambre, luchando en una guerra que había perdido al estar en el lado de los derrotados?

—Ésa es una manera de verlo, supongo.

—Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida.

La tía Grace se levantó de su silla de un salto, con toda la fuerza que podía hacerlo una mujer de noventa y tantos años.

—No seas tan descarado, Ethan. El árbol lo cambiaron mucho antes de que naciéramos nosotras.

—Lo siento, señora. —Se alisó la falda y volvió a sentarse—. ¿Por qué entonces mis padres me pusieron el nombre de un trastataratío que había avergonzado a la familia?

—Bueno, tu padre y tu madre tenían sus propias ideas respecto a estas cosas, después de todos esos libros que se leyeron sobre la guerra. Ya sabes que siempre han sido bastante liberales. ¿Quién sabe en lo que estarían pensando? Deberías preguntárselo a tu padre.

Como si hubiera alguna posibilidad de que me contestara. Pero sabiendo el modo de pensar de mis padres, probablemente mi madre se hubiera sentido orgullosa de Ethan Cárter Wate. Yo también lo estaba. Pasé la mano por la desgastada cubierta marrón del cuaderno de la tía Prue.

—¿Y qué hay de las iniciales GKD? Creo que la G es por una tal Genevieve —dije, sabiendo ya de antemano que así era.

—GKD. ¿No saliste tú con un chico con las iniciales GD una vez, Mercy?

—No me acuerdo. ¿Recuerdas tú a un GD, Grace?

—GD… ¿GD? No, no puedo decirlo con certeza. —Ya las había perdido.

—Oh, Dios mío. Mirad la hora, chicas. Tenemos que irnos a la iglesia —anunció la tía Mercy.

La tía Grace se puso en marcha en dirección hacia la puerta del garaje.

—Ethan, escúchame, sé buen chico y saca el Cadillac. Sólo tenemos que arreglarnos un poco.

Las llevé en el coche las cuatro manzanas de distancia para que asistieran al servicio de la tarde a la iglesia misionera baptista evangélica y empujé la silla de la tía Mercy por el sendero de grava. Tardé más con esto que con el viaje en coche, porque la silla se atascaba en las piedrecitas cada medio metro y había que moverla continuamente, con el peligro de volcar y que mi tía bisabuela se cayera al suelo.

Conseguimos llegar cuando el predicador escuchaba el tercer testimonio de una anciana que juraba que Jesús había salvado sus rosales de los escarabajos japoneses y sus manos hinchadas por la artritis. Le di vueltas al guardapelo entre los dedos dentro del bolsillo de los vaqueros. ¿Por qué nos mostró aquella visión? ¿Y por qué, de pronto, había dejado de funcionar?

Ethan, déjalo. No sabes lo que estás haciendo
.

Lena ya estaba en mi cabeza otra vez.

¡Apártate de él
!

El recinto de la iglesia comenzó a desaparecer a mi alrededor y sentí cómo los dedos de Lena se enlazaban con los míos, como si estuviera allí a mi lado…

Nadie había preparado a Genevieve para la visión de Greenbrier en llamas. Las lenguas de fuego lamían sus laterales, devorando las celosías y tragándose la veranda. Los soldados sacaban antigüedades y pinturas de la casa, saqueándola como si fueran vulgares ladrones. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Se habían escondido en el bosque como había hecho ella? Las hojas crujieron bajo sus pies. Notó una presencia detrás de ella, pero antes de que pudiera volverse una mano manchada de lodo le tapó la boca. Agarró la muñeca de aquella persona con las dos manos, intentando soltarse.


Genevieve, soy yo. —La mano aflojó su presión.


¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien? —Genevieve echó los brazos alrededor del soldado, vestido con lo que en algún momento debió de ser un orgulloso uniforme gris de la Confederación.


Estoy bien, cariño —contestó Ethan, pero ella sabía que le estaba mintiendo.


Pensaba que estarías…

Sólo había tenida noticias de Ethan a través de las cartas que le había escrito durante la mayor parte de los dos últimos años, desde que se alistó, y había dejado de recibirlas desde la batalla de Wilderness. Genevieve sabía también que muchos de los hombres que habían seguido a Lee en aquella batalla no habían salido vivos de Virginia. Se había resignado ya a morir soltera, pues estaba del todo segura de que había perdido a Ethan. Era casi inimaginable que pudiera estar vivo, allí a su lado, esa noche.


¿Dónde está el resto de tu regimiento?


La última vez que les vi estaban a las afueras de Summit.


¿Qué quieres decir con la última vez que les viste? ¿Han muerto todos?


No lo sé. Estaban todos vivos cuando les dejé.


No te entiendo.


He desertado, Genevieve. No puedo seguir luchando ni un día más por algo en lo que ya no creo. No después de lo que he visto. La mayoría de los chicos que han luchado conmigo ni siquiera sabían en qué consiste esta guerra, sólo estaban derramando su sangre por el algodón.

Ethan cogió sus frías manos entre las suyas, ásperas por los cortes.


Te entiendo si ya no quieres casarte conmigo. No tengo dinero y tampoco me queda honor.


No me importa que no tengas dinero, Ethan Cárter Wate. Eres el hombre más honrado que he conocido en mi vida. Y no me importa si mi padre piensa que las diferencias entre los dos son insuperables, pues está equivocado. Ahora que estás en casa, podemos casarnos.

Genevieve se abrazó a él, temiendo que pudiera diluirse en el aire si le soltaba. El hedor la trajo de nuevo a la realidad, a la peste rancia a limones ardiendo que se consumían junto con sus vidas.


Tenemos que dirigirnos al río, allí es donde creo qué se ha dirigido mamá. Seguramente se habrá ido hacia el sur, hacia la casa de la tía Marguerite.

Pero Ethan no tuvo tiempo de contestarle. Alguien se acercaba. Las ramas se rompían con un crujido mientras alguien avanzaba entre los arbustos.


Ponte detrás de mí —le ordenó Ethan, empujando a la joven tras su espalda con un brazo y empuñando su rifle con el otro. Los arbustos se apartaron e Ivy, la cocinera de Greenbrier, apareció tropezando. Todavía vestía un camisón ennegrecido por el humo. Gritó cuando vio el uniforme, demasiado asustada para distinguir que era gris y no azul.


Ivy, ¿te encuentras bien? —Genevieve se apresuró a adelantarse para sujetar a la anciana, que estaba a punto de caerse.


Señorita Genevieve, ¿qué demonios está usted haciendo aquí?


Estaba intentando llegar hasta Greenbrier para avisaros.


Demasiado tarde para eso, niña, y no hubiera servido de nada. Esos pájaros azules rompieron las puertas y entraron en la casa como si fuera suya. Echaron un vistazo a las habitaciones para ver lo que se querían llevar y después prendieron fuego por todas partes. —Se hacía casi imposible entenderla porque estaba histérica y cada poco le daba un ataque de tos, ahogándose tanto por el humo como por las lágrimas.


En toda mi vida había visto unos demonios como ésos, quemando una casa con las mujeres aún dentro. Cada uno de ellos tendrá que responder ante el mismísimo Señor Todopoderoso cuando llegue al otro lado. —La voz de Ivy sonaba entrecortada.

Les llevó un momento hacerse cargo de lo que querían decir sus palabras.


¿Qué quieres decir con eso de quemar una casa con las mujeres dentro?


Lo siento mucho, niña.

Genevieve sintió que le fallaban las piernas, cayó arrodillada sobre el fango, con la lluvia corriéndole por el rostro mezclada con sus lágrimas. Su madre, su hermana, Greenbrier… todos habían desaparecido.

Alzó el rostro hacia el cielo.


Dios va a tener que responder ante mí por esto.

La visión nos abandonó con la misma rapidez con la que nos había absorbido. Yo estaba mirando de nuevo al predicador y Lena ya no estaba. Sentía cómo se había desvanecido.

¿Lena?

No me contestó. Me senté, empapado de sudor frío y empotrado entre la tía Mercy y la tía Grace, que rebuscaban cambio en sus monederos para echar unas monedas en la cestilla de la colecta.

Quemar una casa con mujeres dentro, una casa flanqueada por limoneros. Apostaría a que era la casa en la que Genevieve había perdido su guardapelo, un guardapelo grabado con el día en que Lena había nacido, aunque cien años antes. No era de extrañar que ella no quisiera saber nada de visiones.

Yo también empezaba a estar de acuerdo con ella. Las coincidencias no existen.

14 DE SEPTIEMBRE
El auténtico Boo Radley

E
l domingo por la noche me releí
El guardián entre el centeno
hasta que me sentí lo bastante cansado para dormir. Sin embargo, al final resultó que no lo estaba en realidad. Y tampoco podía leer, porque no era consciente de lo que leía. No podía desaparecer tras el personaje de Holden Caulfield, no me veía dentro de la historia, no como debía ser, es decir, convirtiéndote en alguien que no eres.

No me sentía a solas dentro de mi cabeza. Estaba llena de guardapelos, fuegos y voces. Gente a la que no conocía y visiones que no podía comprender.

Y algo más. Puse el libro boca abajo y las manos detrás de la cabeza.

Lena, estás ahí, ¿no?

Me quedé mirando el techo azul.

Esto no tiene sentido. Sé que estás ahí. Donde sea.

Esperé hasta que la oí. Su voz se desperezó como un leve y alegre recuerdo en uno de los más oscuros y lejanos recovecos de mi mente.

No. No, exactamente.

Sí estás. Llevas ahí toda la noche.

Ethan, estoy durmiendo. Quiero decir que lo estaba.

Sonreí para mis adentros.

No, no lo estabas. Estabas escuchando.

No es así.

Admítelo, estabas haciéndolo.

Los tíos os creéis que todo gira a vuestro alrededor. A lo mejor es que me gustaba el libro que estabas leyendo.

¿Puedes meterte en mi cabeza cuando quieras, como ahora?

Se hizo una larga pausa.

Generalmente, no, pero esta noche creo que es lo que ha pasado. No tengo ni idea de cómo funciona esto.

Quizá podríamos preguntarle a alguien.

¿A quién?

No lo sé. Supongo que tendremos que averiguarlo por nuestra cuenta. Como todo lo demás.

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