Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Pero tío… Esto es demasiado. —
Boo
, acurrucado en torno a las patas de la silla de Lena, aporreó el suelo de puro placer.
—Tonterías, es una celebración. Hemos hecho un nuevo amigo y Cocina se va sentir muy ofendida.
Lena me miró con ansiedad, como si se temiera que me marchase al baño y me encerrara allí. Me encogí de hombros, y comencé a llenar mi plato. Quizás Amma me dejara saltarme el desayuno al día siguiente.
Cuando Macon estaba sirviéndose su tercer vaso de whisky escocés, me pareció un buen momento para sacar el tema del guardapelo. Ahora que lo pensaba, le había visto llenarse el plato con comida pero no le había visto comer nada. Todo parecía desaparecer de su plato con sólo un pequeño mordisco o dos. Quizá
Boo Radley
era el perro más afortunado del pueblo.
Doblé la servilleta.
—¿Le importa, señor, si le pregunto algo? Como parece que usted sabe tanto de historia y, bueno, como no puedo preguntarle a mi madre…
¿Qué estás haciendo?
Sólo estoy haciendo una pregunta.
Él no sabe nada.
Lena, déjame que lo intente.
—Claro. —Macon dio un sorbo.
Rebusqué en el bolsillo y saqué el guardapelo de la bolsita que me había dado Amma, con mucho cuidado de mantenerlo envuelto en el pañuelo. En ese momento se apagaron todas las velas. Al principio titilaron y luego desaparecieron con un chisporroteo, incluso se extinguió la música del piano.
Ethan, ¿qué estás haciendo?
No estoy haciendo nada.
Escuché la voz de Macon en la oscuridad.
—¿Qué es lo que tienes en la mano, hijo?
—Un guardapelo, señor.
—¿Te importaría volver a guardarlo en el bolsillo? —Su voz sonaba tranquila, pero yo sabía que él no lo estaba. Más bien diría que estaba haciendo grandes esfuerzos para mantener la compostura. Sus modales habían desaparecido y su voz tenía un tono que transmitía cierta sensación de urgencia que estaba intentando disimular con gran esfuerzo.
Guardé el guardapelo de nuevo en la bolsita y me lo metí en el bolsillo. Al otro lado de la mesa, Macon tocó los candelabros con los dedos. Uno a uno, las velas volvieron a encenderse. Todo el festín había desaparecido por completo.
Macon tenía un aspecto siniestro a la luz de las velas. También tenía una apariencia serena por primera vez desde que le había conocido, como si estuviera midiendo sus fuerzas en una escala invisible de la que, de algún modo, dependía nuestro destino. Era hora de irse. Lena tenía razón, había sido una mala idea. Quizá después de todo sí había algún motivo por el cual Macon Ravenwood no salía nunca de su casa.
—Lo siento, señor. No sabía que iba a ocurrir esto. Nuestra asistenta, Amma, actuó como si… como si esto fuera algo muy poderoso cuando se lo enseñé. Pero cuando Lena y yo lo encontramos no pasó nada malo.
No le digas nada más. No menciones las visiones.
No lo haré. Sólo quería averiguar si llevaba razón respecto a Genevieve.
Lena no tenía de qué preocuparse. No tenía la menor intención de decirle nada a Macon Ravenwood. Sólo quería salir de allí, cuanto antes mejor. Comencé a incorporarme del asiento.
—Creo que debería irme ya a casa, señor. Se me está haciendo tarde.
—¿Le importaría describirme el guardapelo? —Era más una orden que una petición. Yo no dije ni una palabra.
Fue Lena la que habló finalmente.
—Está muy viejo y estropeado, y tiene un camafeo en la parte frontal. Lo encontramos en Greenbrier.
Macon comenzó a darle vueltas a su anillo de plata, nervioso.
—Deberías haberme dicho que habías ido a Greenbrier. Eso no es parte de Ravenwood y no puedo mantenerte allí a salvo.
—Estoy segura aquí. Lo sé.
—¿Segura de qué? Esto era algo más que ser sobreprotector.
—No lo estás. Eso está fuera de los límites. No se puede controlar, o al menos no por cualquiera. Hay un montón de cosas que tú no sabes, y él… —Macon hizo un gesto en mi dirección, al otro lado de la mesa—. Él no tiene ni idea y no puede protegerte. No deberías haberle metido en esto.
Entonces intervine yo. Tenía que hacerlo. Estaba hablando de mí como si no estuviera allí.
—Esto también tiene que ver conmigo, señor. Hay unas iniciales en la parte de atrás del guardapelo: «ECW», que se corresponden con Ethan Cárter Wate, mi trastataratío. Las otras iniciales son «GKD», y estamos bastante seguros de que la letra D corresponde a Duchannes.
Ethan, para.
Pero yo no podía.
—No hay motivo alguno para seguir ocultándonos nada, ya que sea lo que sea, está sucediendo y nos está ocurriendo a los dos. Y le guste o no, parece que sigue en este mismo momento. —Un jarrón de gardenias voló cruzando la habitación hasta que se estrelló contra la pared. Éste era el Macon Ravenwood del que todo el mundo contaba historias desde que éramos niños.
—No tiene ni idea de lo que está diciendo, jovencito. —Me miró directamente a los ojos, con una intensidad tan siniestra que hizo que el pelo de la nuca se me pusiera de punta. Tenía problemas para controlarse, había ido demasiado lejos.
Boo Radley
se puso en pie y dio unos pasos hasta colocarse detrás de Macon como si estuviera acechando a su presa, con los ojos inquietantemente redondos y familiares.
No digas nada más.
Entrecerró los ojos. El
glamour
de la estrella de cine se había desvanecido y sustituido por algo mucho más sombrío. Quería echar a correr, pero me había quedado pegado al suelo, paralizado.
Me había equivocado respecto a la mansión Ravenwood y Macon Ravenwood, y ahora me daban miedo los dos.
Cuando habló, fue como si lo hiciera para sus adentros.
—Cinco meses. ¿Sabes hasta dónde voy a tener que llegar para mantenerla a salvo durante cinco meses? ¿Sabes lo que me costará? Me dejará seco y a lo mejor termina destruyéndome. —Sin decir una palabra, Lena se acercó a su lado y le puso una mano en el hombro. Y entonces, la tormenta que había en sus ojos pasó tan rápido como se había formado y recobró la compostura—. Amma tiene toda la pinta de ser una mujer sabia. Quizá debería considerar seguir su consejo de llevar esa cosa al lugar donde lo encontrasteis. Y por favor, no vuelva a traerlo a mi casa. —Macon se puso en pie y arrojó la servilleta a la mesa—. Creo que nuestra pequeña visita a la biblioteca va a tener que esperar, ¿no? Lena, ¿puedes ocuparte de indicarle a tu amigo la salida? Ésta ha sido, no cabe duda, una noche extraordinaria, de lo más esclarecedora. Por favor, vuelva cuando lo desee, señor Wate.
Y entonces, la habitación se quedó a oscuras y desapareció.
No había forma de que saliese de esa casa lo suficientemente rápido. Quería alejarme del espeluznante tío de Lena y de aquella casa, que era un espectáculo de lo más raro, pero ¿qué demonios había pasado? Lena se apresuró a acompañarme hasta la puerta, como si tuviera miedo de lo que podría ocurrir si no me sacaba de allí. Pero justo cuando cruzamos el vestíbulo principal, noté algo que no había visto antes.
El guardapelo. La mujer de la pintura al óleo, la que tenía aquellos ojos inquietantes, llevaba puesto el guardapelo. Cogí el brazo de Lena y ella también lo vio y se quedó helada.
Eso no estaba antes.
¿Qué quieres decir?
Esta pintura lleva ahí colgada desde que era una niña y he pasado por delante de ella miles de veces. Hasta ahora, nunca había llevado el guardapelo.
A
penas nos dirigimos la palabra mientras conducía de vuelta hacia mi casa. Yo no sabía qué decir y Lena parecía agradecida de que yo no dijera nada. Me dejó conducir, lo cual era bueno porque necesitaba algo que me distrajera hasta que se me tranquilizara el pulso. Nos pasamos mi calle, pero no me importó, pues aún no estaba preparado para ir a casa. No sabía qué estaba pasando con Lena, su casa, su tío, pero ella tenía que contármelo.
—Te has pasado la calle. —Era la primera cosa que había dicho desde que nos habíamos ido de Ravenwood.
—Ya lo sé.
—Tú crees que mi tío está loco, como todo el mundo. Dilo de una vez. El Viejo Ravenwood. —Su voz sonaba amarga—. Tengo que irme a casa.
No despegué los labios mientras girábamos en torno a General Green, un parterre redondo de hierba descolorida que rodeaba la única cosa de Gatlin que salía en las guías: el general, una estatua del general de la Guerra de Secesión Jubal A. Early. El general seguía como si nada, como siempre había hecho, y me sentó mal. Todo había cambiado; de hecho, nada dejaba de cambiar. Yo era diferente y veía, sentía y hacía cosas que apenas una semana antes me habrían parecido imposibles. Me parecía que el general debía ser distinto también.
Giré hacia abajo, hacia Dove Street y aparqué el coche al lado del bordillo, justo bajo el cartel que decía: «Bienvenidos a Gatlin, el lugar con las mansiones sureñas históricas más originales y el mejor pastel de crema del mundo». No veía nada claro lo del pastel, pero el resto era verdad.
—¿Qué estás haciendo?
Apagué el motor.
—Tenemos que hablar.
—Yo no me meto en coches con chicos. —Era una broma, cosa que percibí en su voz. Estaba paralizada.
—Empieza a hablar.
—¿De qué?
—Estás de broma, ¿no? —Intentaba no gritar.
Se llevó la mano hacia el collar, torciendo la lengüeta de una lata de refresco.
—No sé qué quieres que te diga.
—Pues empieza por explicar lo que acaba de pasar.
Ella se quedó mirando por la ventana, hacia la oscuridad.
—Estaba enfadado. Algunas veces pierde los estribos.
—¿Perder los estribos? ¿Te refieres con eso a lanzar cosas de un lado para otro de la habitación sin tocarlas y encender velas sin cerillas?
—Ethan, lo siento. —Su voz sonó serena.
Pero la mía, no. Cuanto más evitaba mis preguntas, más enfadado estaba.
—No quiero que lo sientas. Quiero que me cuentes qué está pasando.
—¿Con qué?
—Con tu tío y esa casa extraña que parece haber redecorado en dos días. Con la comida que aparece y desaparece. Y con toda esa charla de límites y protegerte. Escoge la que quieras.
Ella sacudió la cabeza.
—No puedo hablar de eso. Y, de todas formas, no lo entenderías.
—¿Y cómo lo sabes si no me das la oportunidad?
—Mi familia es diferente de las demás. Confía en mí, no podrás soportarlo.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Sé realista, Ethan. Tú dices que no eres como los demás, pero sí lo eres. Tú quieres que yo sea diferente, pero sólo un poco, no diferente del todo.
—¿Sabes qué? Estás tan loca como tu tío.
—Te plantaste en mi casa sin que te invitara y ahora estás enfadado porque no te ha gustado lo que has visto.
No contesté. No podía ver más allá de las ventanillas del coche y tampoco podía pensar con claridad.
—Y estás enfadado porque tienes miedo. Todos lo tenéis. En lo más profundo de vuestro ser, sois todos iguales. —La voz de Lena sonaba cansada, como si se hubiera rendido.
—No. —La miré—. Eres tú la que tiene miedo.
Se echó a reír, con amargura.
—Ah, sí, claro. Las cosas de las que yo tengo miedo no te las puedes ni imaginar.
—Tienes miedo de confiar en mí.
No dijo nada.
—Tienes miedo de conocer a alguien tanto como para darte cuenta de si falta o no a clase.
Deslizó el dedo por el vaho de la ventana hasta formar una línea temblorosa, como un zigzag.
—Tienes miedo de quedarte en un sitio y ver qué sucede.
El zigzag se convirtió en algo parecido al trazado de un relámpago.
—Tú no eres de aquí, vale, llevas razón. Y no sólo eres algo diferente.
Siguió mirando a la nada a través de la ventanilla, porque no se podía ver otra cosa. Pero yo sí la veía a ella. Podía verlo todo.
—Tú eres increíble, absoluta, extremada, suma y totalmente diferente. —Le rocé el brazo con la punta de los dedos e inmediatamente sentí el calor de la electricidad—. Y yo lo sé, porque en lo más profundo de mí, creo que yo también soy como tú. Así que cuéntamelo. Por favor. ¿Diferente en qué sentido?
—No quiero contarte nada.
Una lágrima se deslizó por su mejilla. La toqué, quemaba.
—¿Por qué no?
—Porque ésta podría ser mi última oportunidad para ser una chica normal, incluso aunque sea en Gatlin. Porque aquí eres mi único amigo. Porque si te lo digo, no me creerás, o peor aún, sí que lo harás. —Abrió los ojos y los clavó en los míos—. Sea como sea, jamás querrás volver a hablarme en tu vida.
Alguien dio un golpecito en la ventanilla y ambos dimos un respingo. A través del vaho del cristal brilló el haz de luz de una linterna. Alargué la mano y la bajé, jurando para mis adentros.
—Chicos, ¿os habéis perdido de camino a casa? —Era Fatty. Sonreía como si se hubiera encontrado dos donuts a un lado de la carretera.
—No, señor. Justo íbamos de camino a casa.
—Éste no es su coche, señor Wate.
—No, señor.
Dirigió el haz de luz hacia Lena y se detuvo allí durante un buen rato.
—Pues entonces en marcha y a casa. No hagas esperar a Amma.
—Sí, señor.
Giré la llave. Cuando miré por el retrovisor, pude ver a su novia, Amanda, en el asiento delantero del coche de policía, riéndose entre dientes.
Cerré el coche de un portazo. Miré a Lena por la ventanilla del conductor.
—Te veo mañana.
—Vale.
Pero yo sabía que no nos veríamos mañana. Sabía que sería así si conducía hasta el final de la calle. Era como un camino, justo como la bifurcación que llevaba a Ravenwood o a Gatlin. Tenías que escoger uno u otro. Si no se detenía, el coche fúnebre tomaría la otra dirección hacia la bifurcación, dejándome atrás. Igual que la primera mañana que la vi.
Si ella no me escogía a mí.
No puedes tomar dos caminos a la vez. Una vez que coges uno, ya no puedes volver atrás. Sentí que el motor aceleraba para ponerse en marcha, pero seguí caminando hacia la puerta de mi casa. El coche se marchó.
Y ella no me escogió a mí.
Estaba tumbado en la cama, mirando hacia la ventana. La luz de la luna se derramaba dentro, lo cual era un fastidio porque no me dejaba dormir, cuando lo único que quería es que ese día se terminara de una vez.
Ethan
. Su voz sonaba tan baja que apenas pude oírla.