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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosas criaturas (10 page)

BOOK: Hermosas criaturas
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Agarré el guardapelo con una mano y le ofrecí la otra.

—Vamos, ¿dónde está tu valentía? —Era un reto, y aunque ella puso los ojos en blanco, alargó la mano sin dudarlo. Sus dedos rozaron los míos y sentí el calor de su mano extenderse por la mía. Fue como una descarga eléctrica y se me puso la piel de gallina. No encontré otra manera de describirlo.

Cerré los ojos y esperé… Nada. Los abrí.

—Quizás es que sólo nos lo hemos imaginado. A lo mejor se nos han acabado las pilas.

Lena puso la misma cara que Earl Petty en matemáticas.

—Quizá no puedas conseguir que esto suceda o que ocurra cuando tú quieres. —Se levantó y se apartó—. Me tengo que ir.

Se detuvo y bajó la mirada hacia mí.

—¿Sabes? No eres como me esperaba. —Me dio la espalda y se alejó entre los limoneros hacia el límite del jardín.

—¡Espera!

A pesar de que la llamé, siguió avanzando. Intenté alcanzarla y tropecé en las raíces. Se detuvo justo cuando llegó al último limonero.

—No.

—¿No, qué?

No me miró.

—Pues que me dejes sola mientras todo va bien.

—No entiendo de qué me estás hablando. En serio. Y lo estoy intentando de verdad.

—Olvídalo.

—¿Es que crees que eres la única persona complicada del mundo?

—No. Pero… en cierta manera, ésa es mi especialidad. —Se volvió para marcharse. Yo vacilé, pero luego puse la mano en su hombro, cálido a la luz del sol del crepúsculo. Noté los huesos bajo la camiseta y en ese momento me pareció muy frágil, como en mis sueños lo cual era extraño, porque cuando se enfrentaba conmigo sólo podía pensar en lo fuerte que me parecía. Quizá tenía algo que ver con aquellos ojos.

Nos quedamos así durante un momento hasta que ella desistió y se volvió hacia mí. Yo lo intenté de nuevo.

—Mira, está pasando algo. Los sueños, la canción, el hedor y ahora el guardapelo. Es como si hubiera algo que nos empujara a ser amigos.

—¿Qué es lo que acabas de decir? ¿«Hedor»? —Parecía horrorizada—. ¿En la misma frase que «amigos»?

—Técnicamente, creo que son dos frases distintas.

Se quedó mirándome la mano y yo la aparté de su hombro, aunque no podía dejar que se marchara. La miré a los ojos fijamente. En realidad, parecía que la veía por primera vez. Aquel abismo verde parecía terminar en algún lugar tan lejano que jamás conseguiría llegar hasta él, al menos, no en toda mi vida. Me pregunté si la teoría de Amma sobre que los ojos eran la ventana del alma tendría algo que ver con esto.

Es demasiado tarde, Lena. Ya somos amigos.

Eso no puede ser.

Estamos juntos en esto.

Por favor, confía en mí, no lo estamos.

Rompió el contacto visual conmigo inclinando la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el limonero. Tenía un aspecto abatido.

—Ya sé que tú no eres como los demás, pero hay cosas que no comprendes de mí. No sé por qué conectamos de la manera en que lo hacemos y no tengo más idea que tú de por qué soñamos las mismas cosas.

—Pero yo quiero saber lo que está pasando…

—Cumplo dieciséis años dentro de cinco meses. —Alzó la mano, manchada de tinta, como era habitual. 151—. Ciento cincuenta y un días.

Era su cumpleaños, la cuenta atrás del día de su cumpleaños, el número que llevaba escrito en su mano.

—No sabes lo que significa esto, Ethan, no tienes ni idea. Después de eso, no me quedaré aquí.

—Pero estás aquí ahora.

Miró a lo lejos, en dirección a Ravenwood. Cuando habló, no lo hizo con sus ojos puestos en mí.

—¿Te gusta ese poeta, Bukowski?

—Sí, claro —respondí, confuso.

—«No lo intentes».

—No te entiendo.

—Ésa es la inscripción de su lápida.

Desapareció detrás del muro de piedra. Cinco meses. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando, pero reconocí el sentimiento en mis tripas.

Pánico.

Cuando fui capaz de reaccionar y la seguí cruzando el muro, se había desvanecido como si nunca hubiera estado allí, dejando a su espalda sólo una ráfaga de olor a limón y tomillo. Era realmente divertido el hecho de que cuanto más corría ella, más ganas tenía yo de seguirla.

No lo intentes.

Estaba bastante convencido de que en mi tumba pondría algo bien diferente.

12 DE SEPTIEMBRE
Las Hermanas

L
a mesa de la cocina estaba aún puesta cuando regresé a casa, por suerte para mí, porque Amma me habría matado si me hubiera perdido la cena. Con lo que no contaba era con el montón de llamadas que había habido justo desde que yo me había largado de la clase de inglés. Al menos la mitad del pueblo había llamado a Amma cuando llegué a casa.

—¿Ethan Wate? ¿Eres tú? Porque si es así, se te va a caer el mundo encima.

Oí un sonido familiar de golpeteo. Las cosas estaban peor de lo que yo pensaba. Agaché la cabeza cuando entré en la cocina. Amma estaba de pie al lado de la encimera con su delantal vaquero industrial para herramientas, que tenía catorce bolsillos para clavos y podía llevar hasta cuatro taladros. Tenía en la mano su cuchillo de carnicero y por la encimera había un montón de zanahorias, repollo y otras hortalizas que no pude identificar. Los rollitos de primavera requerían de un troceado más minucioso que cualquier otra receta de la caja de plástico azul de Amma. Y si los estaba haciendo, eso sólo significaba una cosa, y no era que le gustase la comida china.

Intenté ingeniármelas para encontrar una explicación aceptable, pero no se me ocurrió nada.

—Esta tarde han llamado: el entrenador, la señora English, el director Harper, la madre de Link y la mitad de las señoras de las Hijas de la Revolución Americana, y ya sabes cómo odio hablar con esas mujeres, son más malas que Caín, todas, sin salvar ni una.

Gatlin estaba lleno de señoras voluntarias de esto y de lo de más allá, pero las Hijas de la Revolución Americana eran la madre de todas ellas. Siendo fieles a su nombre, había que demostrar que se tenía parentesco con uno de los patriotas de la Revolución para que lo eligieran como miembro. Ser miembro te capacitaba, aparentemente, para que pudieras decirle a tus vecinos de la calle que daba al río de qué color debían pintar sus casas y, en términos generales, para mangonear, fastidiar y juzgar a todos los del pueblo. A menos que fueses Amma, claro está; no me habría perdido ese espectáculo por nada del mundo.

—Todos me han dicho lo mismo. Que te has escapado corriendo del colegio, en mitad de una clase, detrás de esa chica, la Duchannes. —Otra zanahoria salió rodando por la tabla de cortar.

—Ya lo sé, Amma, pero es que…

Partió el repollo en dos.

—Así que me he dicho: «No, no puede ser que mi chico se haya marchado del colegio sin permiso y se haya saltado el entrenamiento. Tiene que haber algún error. Debe de ser algún otro chaval el que haya faltado el respeto a su profesora y arrastre por el fango el nombre de su familia. No puede ser el mismo chico que yo he criado y que vive en esta casa». —Los cebollinos volaron por la encimera.

Había cometido el peor de los crímenes: avergonzarla. Y lo peor de todo, lo había hecho ante los ojos de la señora Lincoln y las mujeres de las Hijas de la Revolución Americana, sus enemigas juradas.

—¿Tienes algo que decir en tu defensa? ¿Por qué has salido disparado del instituto como si le hubieran prendido fuego a tus pantalones? Y no me digas que ha sido por esa chica.

Inhalé una gran bocanada de aire. ¿Qué podía contarle? ¿Que había estado soñando con una chica misteriosa durante meses, que ésta de pronto había aparecido aquí y que, mira por dónde, era la sobrina de Macon Ravenwood? Y no sólo eso, sino que además de los sueños terroríficos sobre esta chica, había tenido una visión de otra mujer, a la que, por supuesto, no conocía de nada, y que había vivido durante la Guerra de Secesión.

Sí, claro, esto me libraría del problema en el que me había metido el día que el sol explotara y desapareciera el sistema solar.

—No es lo que tú crees. Los chicos de la clase se estaban metiendo con Lena, gastándole bromas sobre su tío y diciéndole que transportaba cadáveres por ahí en su coche fúnebre, y ella se sintió realmente mal y salió corriendo de clase.

—Estoy esperando a que llegues a la parte que dice qué tiene que ver todo eso contigo.

—¿No eres tú la que está todo el día diciéndome que «hay que seguir los pasos del Señor»? ¿No crees que Él querría que ayudara a alguien con quien se están metiendo? —Ahora sí que la había hecho buena, lo estaba viendo con toda claridad escrito en sus ojos.

—No se te ocurra usar la palabra del Señor para justificar que te hayas saltado a la torera las normas del colegio, o te juro que salgo fuera, cojo un palo y te meto el sentido común en la mollera a palos. Y no me importa lo mayor que seas, ¿me estás escuchando? —Amma no me había golpeado con nada en su vida, aunque me había perseguido con una vara unas cuantas veces para ponerme en mi sitio, pero, desde luego, éste no era el momento para sacar el tema.

La situación estaba yendo rápidamente de mal en peor. Necesitaba distraerla con algo. El guardapelo parecía arder en el bolsillo de atrás de mi pantalón, hasta el punto de casi agujerearlo. Amma adoraba los misterios. Me había enseñado a leer cuando tenía cuatro años con novelas de crímenes y con sus crucigramas a cuestas. Yo era el único chico en la guardería que podía leer la palabra «examen» en la pizarra porque se parecía mucho a «examinador médico». Y en lo que se refería a misterios, estaba claro que el guardapelo era uno de los mejores. Lo único que tenía que hacer era pasar de la parte en la que, al tocarlo, había tenido una visión de la Guerra de Secesión.

—Tienes razón, Amma, lo siento mucho. No debería haberme marchado de clase. Sólo quería asegurarme de que Lena estaba bien. Se rompió una ventana justo a sus espaldas y se puso a sangrar. Sólo me acerqué a su casa para ver si se encontraba bien.

—¿Fuiste hasta su casa?

—Sí, bueno, pero no entré. Creo que su tío es realmente tímido.

—No tienes que decirme cómo es Macon Ravenwood, como si tú supieras algo que yo no sepa ya. —Y ahora la Mirada—. L.E.T.Á.R.G.I.C.O.

—¿Qué?

—Desde luego, pero qué poco sentido común tienes, Ethan Wate.

Saqué el guardapelo del bolsillo y me acerqué a ella, que estaba de pie al lado de los fuegos.

—Estuvimos por ahí detrás de la casa y encontramos algo —le dije, abriendo la mano para que pudiera echarle un vistazo—. Tiene una inscripción dentro.

La expresión en el rostro de Amma me dejó de una pieza. Parecía como si hubiera recibido un golpe que le hubiera sacado el aire del cuerpo.

—Amma, ¿te encuentras bien? —La cogí por el codo, para sujetarla por si acaso se desmayaba; sin embargo, apartó el brazo antes de que pudiera tocarla, como si se hubiera quemado la mano con una sartén.

—¿De dónde has cogido esto? —Su voz era apenas un susurro.

—Lo encontramos en el suelo, en Ravenwood.

—Esto no estaba en la plantación Ravenwood.

—¿De qué me estás hablando? ¿Sabes a quién pertenece?

—Quédate ahí quieto. No te muevas —me ordenó, y salió disparada de la cocina.

Pero yo la ignoré y la seguí hasta su habitación. Siempre había tenido más aspecto de botica que de dormitorio, con aquella estrecha cama blanca empotrada entre filas y filas de estanterías. Allí había montones de periódicos apilados, ya que Amma jamás tiraba un crucigrama cuando lo había terminado, y frascos de conserva llenos de ingredientes para hacer hechizos. Algunos de ellos eran los que había usado toda la vida: sal, hierbas y piedras de colores. Pero también había otras cosas menos comunes, como un frasco lleno de raíces y otro con nidos de pájaro abandonados. En la balda más alta sólo había botellas de tierra. Actuaba de una manera extraña, incluso para una mujer como ella. Yo sólo estaba a dos pasos a su espalda, pero ya estaba trasteando en los cajones en el momento en que llegué a su lado.

—Amma, pero ¿qué es lo…?

—¿No te he dicho que te quedes en la cocina? ¡No traigas
esa
cosa aquí! —gritó cuando di un paso hacia delante.

—¿Por qué estás tan enfadada? —Metió unas cuantas cosas que ni siquiera pude ver en su delantal y salió disparada de nuevo de la habitación—. Amma, ¿qué es lo que pasa?

—Coge esto. —Me dio un pañuelo raído, con mucho cuidado para que su mano no rozara la mía—. Ahora, envuelve esa cosa en esto. Rápido, venga.

Esto ya era algo más que ponerse «oscura». Se le estaba yendo la olla.

—Amma…

—Haz lo que te digo, Ethan. —Jamás me llamaba por el primer nombre sin añadir el apellido.

Una vez que el guardapelo estuvo a buen recaudo envuelto en el pañuelo, se calmó un poco. Rebuscó en los bolsillos inferiores del delantal y sacó una pequeña bolsita de cuero y un frasquito con polvos. Reconocía los preparativos de cualquiera de sus hechizos en cuanto los veía. Le temblaba la mano levemente mientras echaba un poco de aquellos polvos oscuros dentro de la bolsita de cuero.

—¿Lo has envuelto bien apretado?

—Vaya —respondí, y esperé que me corrigiera por contestarle de una manera tan informal.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Ahora mételo aquí dentro. —La bolsita era cálida y suave al tacto—. Vamos allá.

Metí aquel guardapelo que tanto le desagradaba en la bolsita.

—Átalo bien con esto —me ordenó, dándome un trozo de lo que parecía una cuerdecita corriente, aunque yo sabía que las cosas que Amma usaba para sus hechizos ni eran corrientes ni eran lo que parecían ser—. Ahora, llévatelo donde lo has encontrado y entiérralo. Llévatelo inmediatamente.

—Amma, pero ¿qué está pasando? —Dio unos cuantos pasos hacia delante y me cogió de la barbilla, apartándome el pelo de la cara. Por primera vez desde que saqué el guardapelo del bolsillo, me miró directamente a los ojos. Nos quedamos así durante lo que me pareció el minuto más largo de toda mi vida. Su expresión no me era familiar, pues mostraba inseguridad.

—No estás preparado —me susurró, apartando la mano.

—¿No estoy preparado para qué?

—Haz lo que te digo. Llévate esa bolsita a ese sitio y entiérrala. Y después vuelve a casa sin pararte en ninguna parte. No quiero que andes por ahí con esa chica nunca más, ¿me has oído?

Había dicho todo lo que había planeado decir, quizá más, pero yo nunca lo sabría, porque si había una cosa que Amma sabía hacer mejor que leer las cartas o resolver crucigramas, era guardar secretos.

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