Hermosas criaturas (18 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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—Ya sé que parece sólo un montón de cacharros, pero jamás he vivido mucho tiempo en ningún sitio. Nunca he estado en la misma
casa
ni en la misma habitación más que unos cuantos años y algunas veces tengo la sensación de que estos pequeños recuerdos que llevo colgados en la cadena son todo lo que tengo.

Suspiré y agarré un manojo de hierba.

—Ya me gustaría haber vivido en alguno de esos sitios.

—Pero tú tienes aquí tus raíces. Tu mejor amigo lo es desde siempre, y tienes una casa con una habitación que siempre ha sido la tuya. Seguramente, en una de las jambas de la puerta tienes rayas que marcan lo que medías en cada momento de tu vida.

En efecto, así era.

Lo tienes, ¿a que sí?

Le di un pequeño empujón con el hombro.

—Puedo medirte en la jamba de mi puerta cuando tú quieras. Así quedarás inmortalizada para siempre en la propiedad de los Wate. —Ella sonrió hacia donde estaba su cuaderno y me devolvió el empujón. Por el rabillo del ojo veía cómo el sol de la tarde caía sobre un lado de su rostro, sobre la página del cuaderno, el perfil ondulado de su melena negra y la punta de una Converse negra.

Respecto a la peli, me va bien el viernes.

Y entonces deslizó la barrita de cereales por la mitad de su cuaderno
y lo cerró
.

Las puntas de nuestras viejas zapatillas negras se tocaron.

Cuanto más pensaba en la noche del viernes, más nervioso me ponía. No era una cita, al menos no oficialmente, estaba claro, pero eso era parte del problema, porque yo quería que sí lo fuera. ¿Cómo te lo montas cuando te das cuenta de que sientes algo por una chica que apenas admite que sois amigos? Una chica cuyo tío te ha echado a patadas de su casa y que es cualquier cosa menos bienvenida en la tuya. Y, además, alguien a quien odia toda la gente que conoces. Una chica que comparte tus sueños, pero, a lo mejor, no tus sentimientos.

Como no tenía ni idea, no hacía nada, pero eso no evitaba que pensara en Lena y deseara conducir hasta su casa el jueves por la noche, si su casa no se encontrara en las afueras del pueblo, y si yo tuviera mi propio coche, y si su tío no fuera Macon Ravenwood. Todos esos condicionales eran los que impedían que hiciera el ridículo.

Todos los días discurrían como si fueran un día cualquiera en la vida de cualquier otra persona. Jamás en la vida me había pasado nada, y ahora me pasaba todo a la vez, aunque por «todo», en realidad, sólo me refería a Lena. Las horas se me pasaban más lentas y más rápidas a la vez. Me sentía como si hubiera absorbido todo el aire de un globo gigantesco y a la vez mi cerebro no obtuviera el oxígeno suficiente. Las nubes se habían convertido en algo interesante, la cafetería en algo menos desagradable, la música me sonaba mejor, los mismos viejos chistes de siempre me hacían más gracia y el Jackson había pasado de ser un montón de edificios industriales de color verde grisáceo a convertirse en un mapa de momentos y lugares donde encontrarme con ella. A veces me sorprendía a mí mismo sonriendo sin ningún motivo, con los auriculares puestos y repasando nuestras conversaciones dentro de mi cabeza, como si de algún modo las estuviera escuchando de nuevo. Ya había visto cosas como ésas antes.

Pero jamás me habían ocurrido a mí.

Llegó el viernes por la noche. Había estado de un humor estupendo todo el día, lo cual quería decir que lo había hecho peor que nadie en clase y mejor que todos los demás en el entrenamiento. Tenía que concentrar mis energías en alguna parte. Incluso el entrenador se dio cuenta y habló conmigo cuando terminamos.

—Sigue así, Wate, y el año que viene habrás llamado la atención de algún cazatalentos.

Link me llevó a Summerville después del entrenamiento. Los chicos estaban planeando ir a ver una película también, lo cual debí haber tenido en cuenta, ya que el Cineplex sólo tenía una pantalla.

Pero ya era demasiado tarde y a mí me daba bastante igual a estas alturas.

Cuando aparcamos el Cacharro, Lena estaba allí de pie en la oscuridad frente a la fachada brillantemente iluminada del cine. Llevaba puesta una camiseta púrpura bajo un vestido negro ceñido que te recordaba que era una chica de verdad, y unas botas destrozadas también negras que conseguían que lo olvidaras.

Dentro del edificio, además de la multitud habitual de estudiantes de la escuela universitaria de Summerville, estaba reunido el equipo de animadoras en perfecta formación, pues habían quedado con los chicos del equipo en el vestíbulo. El buen humor se me pasó volando.

—Hola.

—Llegas tarde. Ya he comprado las entradas. —Era imposible ver los ojos de Lena en la oscuridad y la seguí adentro. Esto tenía pinta de convertirse en un gran comienzo de noche.

—¡Wate! ¡Ven aquí! —La voz de Emory retumbó sobre los arcos, la gente y la música de los ochenta que sonaba en el vestíbulo.

—Wate, ¿tienes una cita? —Ahora era Billy el que se metía conmigo. Earl no dijo nada, pero sólo porque él apenas abría la boca.

Lena les ignoró. Se pasó la mano por el pelo, caminando delante de mí como si no quisiera mirarme.

—Así es la vida —les repliqué por encima de la multitud. Seguramente oiría hablar de esto el lunes. Me incliné y le dije a Lena—: Oye, siento todo esto.

Ella se giró para mirarme.

—Esto no va a funcionar si eres de la clase de personas que se saltan los tráileres.

He tenido que esperarte.

Le sonreí.

—Tráileres, créditos y el chico de las palomitas yendo de un lado para otro.

Ella miró más allá de donde yo estaba, hacia el grupo de mis amigos, o al menos la gente que desde siempre había considerado como tales.

Ignóralos.

—¿Con o sin mantequilla? —Estaba enfadada. Yo había llegado tarde y ella había tenido que enfrentarse sola al rechazo social del instituto Jackson. Ahora era mi turno.

—Con mantequilla —le confesé, aun sabiendo que era la respuesta equivocada. Lena puso mala cara—. Te cambio la mantequilla por una de sal doble —le dije. Sus ojos se apartaron y después volvió a mirarme. Escuché las carcajadas de Emily acercándose, aunque no me preocupó.

Con que digas una palabra nos vamos, Lena.

—Sin mantequilla, con sal, y una bolsa de bolitas de chocolate Milk Duds. Verás cómo te gustan —dijo ella, relajando los hombros un poquito.

Ya me está gustando.

El equipo de animadoras y los chicos pasaron a nuestro lado. Emily evitó mirarme intencionadamente, mientras que Savannah rodeó a Lena como si estuviera infectada de alguna clase de virus que flotase en el aire a su alrededor. Podía imaginarme lo que les dirían a sus madres cuando llegaran a casa.

La cogí de la mano. Una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo, pero esta vez no fue la sacudida que sentí aquella noche bajo la lluvia. Era más parecido a una confusión de los sentidos, como la que sientes cuando te golpea una ola en la playa y cuando te arropas con una manta eléctrica en una noche lluviosa, todo a la vez. Dejé que la sensación me inundara. Savannah lo notó, y le dio un codazo a Emily.

No tienes por qué hacer esto.

Le apreté la mano.

¿Hacer qué?

—Eh, chavales, ¿habéis visto a los chicos? —Link me dio una palmadita en la espalda. Llevaba un paquete de palomitas con mantequilla de un tamaño monstruoso y un gigantesco granizado de color azul.

El Cineplex daba una peli de suspense y asesinatos, de las que le habrían gustado a Arrima, dada su afición a los misterios y a los cadáveres. Link había ido a sentarse a las filas de delante con los chicos, explorando de camino los pasillos a la búsqueda de universitarias, no porque no quisiera sentarse con Lena, sino porque asumió que querríamos estar solos. Y, desde luego, queríamos, o, al menos, yo.

—¿Dónde quieres sentarte? ¿Allí más cerca o en la mitad? —Quería que fuera ella quien decidiera.

—Allí detrás. —La seguí por el pasillo hasta la última fila.

La principal razón por la cual los chicos de Gatlin querían ir al Cineplex era para enrollarse con chicas, teniendo en cuenta que cualquier película que pusieran ya estaba en Dvd. Sin embargo, era la única razón por la que uno se sentaba en las tres últimas filas. Estaba el Cineplex, el depósito del agua y, en el verano, el lago. Aparte de éstas, había muy pocas opciones más: los baños y los sótanos. Yo sabía que no íbamos a enrollarnos ni nada parecido, pero, aunque así hubiera sido, jamás la habría traído aquí para eso. Lena no era de la clase de chicas a las que se llevan a las tres últimas filas del Cineplex. Era mucho más que eso.

Aun así, había elegido ella, y yo sabía por qué lo había hecho. El sitio más lejos de Emily Asher era la última fila.

Quizá debería haberla avisado. Antes incluso de que hubieran comenzado a proyectar los créditos la gente ya iba al asunto. Ambos nos quedamos mirando las palomitas, ya que no había ningún otro lugar seguro al que mirar.

¿Por qué no me has dicho nada?

No lo sé.

Mentiroso.

Me comportaré como un verdadero caballero. En serio.

Lo aparté y lo confiné al fondo de mi mente, y me puse a pensar en cualquier cosa, el tiempo, el baloncesto, y metí la mano en el paquete de palomitas. Lena hizo el mismo movimiento a la vez, nuestras manos se tocaron durante un segundo y me subió por el brazo un escalofrío, una mezcla de frío y calor. No había tantas jugadas en el cuaderno del equipo del Jackson: bloqueo directo, doble poste alto, doblar al jugador. Esto iba a ser más complicado de lo que había pensado.

La película era espantosa. A los diez minutos ya sabía cómo iba a terminar.

—Ha sido él —le susurré.

—¿Qué?

—El tipo ese es el asesino. No sé a quién ha matado, pero ha sido él. —Ésa era otra de las razones por las cuales Link no quería sentarse conmigo: siempre sabía cómo iba a acabar desde el principio y no me lo podía callar. Ésta era mi versión de la afición a los crucigramas de Amma. También era la razón por la que se me daban tan bien los videojuegos, los juegos de feria y jugar al ajedrez con mi padre. Me imaginaba cómo iban a pasar las cosas ya desde el primer movimiento.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé.

¿Y cómo terminará esto?

Sabía a lo que se estaba refiriendo, pero, por primera vez, no sabía la respuesta.

Un final feliz, muy, muy feliz.

Mentiroso. Y ahora trae para acá los Milk Duds.

Metió
la mano en el bolsillo de mi sudadera, buscándolos, pero se equivocó de sitio y en su lugar encontró lo que menos esperaba. Allí estaba la bolsita, un bulto duro que ambos sabíamos que era el guardapelo. Lena se sentó de un salto, lo sacó y lo sujetó como si fuera una especie de ratón muerto.

—¿Por qué sigues llevando esto en el bolsillo?

—Shhh. —Estábamos molestando a la gente de alrededor, aunque desde luego tenía su gracia teniendo en cuenta que no estaban viendo la película.

—No puedo dejarlo en casa. Amma cree que lo he enterrado.

—Quizá deberías haberlo hecho.

—Pero si da igual, ese chisme va a su bola. No funciona casi nunca. Tú misma lo has comprobado.

—¿Queréis cerrar el pico? —La pareja que teníamos delante se detuvo un momento para recuperar la respiración. Lena dio un respingo y dejó caer el guardapelo. Los dos alargamos la mano para cogerlo y vi que el pañuelo se caía como si fuera a cámara lenta. Apenas se podía distinguir el cuadrado blanco en la oscuridad. La gran pantalla se retorció convirtiéndose en un chispazo de luz y fue cuando empezamos a oler el humo…

Quemar una casa con las mujeres dentro.

No podía ser verdad… mamá, Evangeline… la mente de Genevieve se aceleró. Quizás aún no era demasiado tarde. Comenzó a correr ignorando las retorcidas ramas de los arbustos que parecían querer empujarla a que regresara y las voces de Ethan e Ivy llamándola. Los arbustos se abrieron ante sí y distinguió a dos federales frente a lo que quedaba de la casa que el abuelo de Genevieve había construido. Los dos soldados estaban metiendo una bandeja llena de objetos de plata en un petate del ejército. Genevieve cayó sobre ellos con un revuelo de voluminosa tela negra que se movía a los impulsos de las ráfagas de aire que expulsaba el fuego.


¿Pero qué…?


Cógela, Emmett —le gritó uno de los soldados adolescentes a otro.

Genevieve subía las escaleras de dos en dos, ahogándose en las vaharadas de humo que vomitaba el agujero donde había estado antes la puerta. Estaba fuera de sí. Mamá, Evangeline. Sentía los pulmones como en carne viva y luego se cayó. ¿Había sido por el fuego o iba a desmayarse? No, era otra cosa, una mano la sujetaba de la muñeca, empujándola hacia el suelo.


¿Adónde te crees que vas, niña?


¡Suéltame! —gritó, con la voz ronca por el humo. La espalda golpeó los escalones uno por uno mientras él la arrastraba, un borrón de color azul marino y dorado. Luego fue su cabeza la que chocó contra las escaleras. Sintió calor, y después algo húmedo se deslizó por el cuello de su vestido. El mareo y la confusión se mezclaron con la pura desesperación.

Un disparo. El sonido fue tan fuerte que la hizo volver en sí, abriéndose camino en la oscuridad. La mano que la sujetaba de la muñeca se relajó y ella intentó enfocar la vista.

Siguieron dos disparos más.

«Señor, salva a mamá y a Evangeline». Pero al final había sido pedir demasiado, o la petición equivocada. Porque cuando escuchó el sonido del tercer cuerpo cayendo al suelo, sus ojos consiguieron recobrar la visión lo suficiente para ver la chaqueta de lana gris de Ethan manchada de sangre debido a los disparos de los mismos soldados con los cuales se había negado a seguir luchando.

Y el olor de la sangre se mezcló con el de la pólvora y el limonar en llamas.

Los créditos se deslizaban por la pantalla y las luces habían comenzado a encenderse. Lena aún tenía los ojos cerrados y estaba echada hacia atrás en su butaca. Tenía el pelo desordenado y los dos estábamos sin respiración.

—¿Lena? ¿Estás bien?

Abrió los ojos y subió el apoyabrazos que había entre los dos y, sin decir palabra, apoyó la cabeza en mi hombro. Temblaba tan descontroladamente que apenas podía hablar.

Ya lo sé. Yo también estaba allí.

Todavía estábamos así cuando Link y los demás pasaron a nuestro lado. Link me guiñó un ojo y alzó el puño a su paso para chocarlo con el mío como hacíamos cuando anotaba una canasta en la cancha.

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