Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Pues
qué bien
.
Cuando llegamos al primer escalón de la casa, me puso de nuevo su mano fría sobre el hombro.
—Ah, señor novio, cuando Lena te largue, lo cual ocurrirá dentro de cinco meses como mucho, llámame. Ya sabes cómo encontrarme. —De repente se cogió de mi brazo de un modo extrañamente formal—.¿Puedo?
Le hice un gesto de asentimiento con mi mano libre.
—Vale, cuando quieras.
Las escaleras crujieron bajo nuestro peso mientras subíamos. Empujé a Ridley hacia la puerta principal, ya que no me sentía muy seguro de que fueran capaces de sostenernos.
Llamé, pero no hubo respuesta. Alcé la mano hasta llegar al resorte en forma de luna. La puerta se abrió, lentamente…
Ridley pareció indecisa. Al cruzar el umbral, noté cómo la casa se asentaba, como si el interior hubiera cambiado de forma casi imperceptible.
—Hola, madre.
Una señora de formas redondeadas trajinaba colocando calabazas y hojas doradas a lo largo del mantel; de la sorpresa, se le cayó una pequeña calabaza blanca, que se estrumpió en el suelo. Se agarró al mantel para estabilizarse. Tenía un aspecto raro, como si vistiera un traje del siglo pasado.
—¡Julia! Quiero decir, Ridley, ¿qué estás haciendo aquí? He debido de confundirme, pensé, pensé…
Sabía que algo iba mal. Éste no parecía ser el saludo habitual de una madre a una hija.
—Jules, ¿eres tú? —Una versión más pequeña de Ridley, de unos diez años, entró en el vestíbulo con
Boo Radley
, que ahora llevaba una centelleante capa de color azul sobre el lomo. Había disfrazado al lobo de la familia como si eso fuera lo más normal del mundo. Todo en ella desprendía luz; tenía el pelo rubio y sus radiantes ojos azules parecían contener un soleado atardecer con pequeñas motas de color cielo. La chica sonrió, pero luego puso mala cara.
—Me dijeron que te habías ido.
Boo
comenzó a aullar.
Ridley abrió los brazos esperando que la chica se precipitara en ellos, pero la niña no se movió. Así que volvió las palmas de las manos hacia arriba y las abrió. En la primera apareció un chupachups rojo y, para no ser menos, en la otra olisqueaba el aire un pequeño ratoncito gris con una capita azul centelleante que hacía conjunto con la de
Boo
… como en los trucos baratos de feria.
La niña dio un paso, vacilante, como si su hermana tuviera el poder de atraerla atravesando toda la habitación, sin necesidad de tocarla, con la fuerza de la luna y las mareas. Yo también noté esa sensación.
Cuando Ridley habló, su voz sonaba ronca y espesa como la miel.
—Ven aquí, Ryan. Mamá sólo te ha tomado un poco el pelo para ver si colaba. No me he ido a ningún sitio, de verdad. ¿Cómo iba a dejarte tu hermana mayor favorita?
Ryan sonrió, corrió hacia ella y saltó en el aire como si fuera a precipitarse en sus brazos abiertos.
Boo
ladró. Durante un momento, Ryan quedó suspendida en mitad del aire, como uno de esos personajes de los dibujos animados que saltan desde un acantilado y permanecen inmóviles durante unos segundos antes de caer. Y ella, al igual que en los dibujos animados, se estampó contra el suelo de repente, como si se hubiera topado con una pared invisible. Las luces se intensificaron, todas a la vez, como si la casa fuera un escenario y la luz marcara el final de un acto. Bajo aquella potente luz, un intenso claroscuro modelaba los rasgos del rostro de Ridley.
La luz cambió las cosas. Ridley se puso una mano sobre los ojos y gritó hacia la casa:
—Oh, por favor, tío Macon, ¿realmente es necesario todo esto?
Boo
saltó hacia delante situándose entre Ryan y Ridley. Rugió y avanzó acercándose cada vez más, con el pelo del lomo de punta, lo que le daba mayor apariencia lobuna. A la vista estaba que los hechizos de Ridley no tenían efecto sobre
Boo
.
Ridley volvió a aferrarse a mi brazo con fuerza y se echó a reír con una risa que sonó como un gruñido o algo parecido. No era un sonido nada agradable. Intenté mantener la compostura, pero sentía la garganta como si la tuviera llena de calcetines mojados.
Sin dejar de agarrarse a mi brazo, alzó la otra mano hacia el techo.
—Está bien, si te pones así de grosero…
Todas las luces de la casa se apagaron y el edificio pareció sufrir un cortocircuito.
La voz de Macon flotó con serenidad desde lo alto de aquellas tenues sombras.
—Ridley, querida mía, qué sorpresa. No te esperábamos.
¿Que no la esperaban? ¿De qué estaba hablando?
—No me perdería el Encuentro por nada del mundo y, además, mira, he traído un invitado. O a lo mejor tú piensas que soy yo su invitada.
Macon bajó las escaleras sin apartar los ojos de Ridley. Era como observar a dos leones avanzando el uno alrededor del otro, mientras yo permanecía en el centro. Ridley había jugado conmigo y yo me lo había tragado todo, como un imbécil, como un bebé al cual se le seguía tomando el pelo.
—No creo que sea una buena idea. Seguro que te esperan en alguna otra parte.
Ridley se sacó la piruleta de la boca con un sonido seco.
—Como te he dicho, no me perdería esto por nada del mundo. Además, no querrás que lleve a Ethan de vuelta
todo
el camino hasta su casa. ¿De qué otra cosa podríamos hablar ya?
Quería sugerirle que nos marcháramos, pero no conseguí pronunciar palabra. Todos estaban en el vestíbulo, de pie, mirándose fijamente entre sí. Ridley se reclinó en uno de los pilares.
Macon rompió el silencio.
—¿Por qué no llevas a Ethan al comedor? Estoy seguro de que recuerdas dónde está.
—Pero Macon… —La mujer que supuse que era la tía Del tenía una expresión de pánico en el rostro y luego, otra vez, parecía confusa, como si no tuviera muy claro qué era lo que estaba ocurriendo.
—Todo va bien, Delphine.
Pude observar en el rostro de Macon cómo se hacía cargo de todo mientras bajaba escalón a escalón hasta colocarse delante de aquel donde nos encontrábamos nosotros. No tenía ni idea de en qué clase de jaleo me había metido, pero la verdad es que sentía un cierto consuelo al ver que estaba allí.
El último lugar al que quería ir en el mundo era al comedor. Lo que quería era salir disparado de allí, pero no podía hacerlo. Ridley no me soltaba el brazo y mientras estuviera en contacto conmigo, era como si yo tuviera puesto el piloto automático. Me llevó hacia el comedor de gala, donde yo había enfadado a Macon la primera vez que estuve. Miré a Ridley, colgada de mi brazo, y comprendí que esta metedura de pata iba mucho más lejos.
La habitación estaba iluminada por pequeñas velas negras votivas y de la lámpara de araña colgaban hileras de bolitas de cristal negro. Había una enorme corona, hecha por completo de plumas negras, colgada en la puerta que daba a la cocina. La mesa estaba puesta con una vajilla de platos de plata y de una blancura perlina que, probablemente, a mi juicio, estaban hechos con madreperla de verdad.
La puerta de la cocina se entreabrió y Lena apareció con una enorme bandeja de plata en la que se apilaban un montón de frutas de aspecto exótico que, desde luego, no eran de Carolina del Sur. Llevaba una chaqueta negra ajustada que le llegaba hasta los pies, ceñida en la cintura. Tenía un aspecto extrañamente intemporal y no se parecía a nada que hubiera visto en este condado, o incluso en este siglo, pero cuando miré hacia abajo, noté que seguía llevando las Converse. Estaba aún más guapa que cuando vine a cenar… ¿Cuándo? ¿Hacía unas cuantas semanas?
Sentí que se me ofuscaba la mente, como si estuviera medio dormido. Aspiré una gran bocanada de aire, pero lo único que pude oler fue la fragancia de Ridley, un aroma de almizcle mezclado con algo demasiado dulce, como si fuese almíbar haciéndose en una olla. Era fuerte y sofocante.
—Ya estamos casi preparados, sólo un poco más… —Lena, con la puerta aún a medio abrir, se quedó helada. Parecía como si hubiera visto un fantasma, o algo mucho peor. No estaba seguro de si era sólo por ver a Ridley o por estar los dos allí cogidos del brazo.
—Vaya, hola, primita. Cuánto tiempo sin vernos. —Ridley avanzó unos cuantos pasos, arrastrándome con ella—. ¿No vas a darme un beso?
La bandeja que Lena llevaba en los brazos se cayó al suelo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —La voz de Lena era apenas un susurro.
—Pues ¿qué va a ser? He venido a ver a mi prima favorita, claro, y he traído una cita.
—Yo no soy tu cita —dije sin convicción, y apenas pude pronunciar las palabras, pegado firmemente a su brazo. Ridley sacó un cigarrillo del paquete que llevaba en la bota y lo encendió, todo con su mano libre.
—Ridley, por favor, no fumes en casa —dijo Macon, y el cigarrillo se apagó de forma instantánea. Se echó a reír y lo tiró dentro de un bol que contenía algo con aspecto de puré de patata, pero que probablemente no lo era.
—Tío Macon, siempre tan puntilloso con las
reglas
de la casa.
—Las reglas se establecieron hace mucho tiempo, Ridley. No hay nada que tú o yo podamos hacer ya para cambiarlas. Se quedaron mirándose fijamente el uno al otro. Macon hizo un gesto y una silla se apartó de la mesa.
—¿Por qué no te sientas? Lena, dile a Cocina que seremos dos más a cenar.
Lena se quedó de pie, furiosa.
—Ella no puede quedarse.
—No hay problema. No hay nada que pueda hacerte daño aquí —le aseguró Macon. Pero Lena no parecía asustada, sino realmente rabiosa.
Ridley sonrió.
—¿Estás seguro?
—La cena está preparada y ya sabes lo mal que le sienta a Cocina que se enfríen los platos. —Macon entró en el comedor. Todo el mundo se puso en fila tras él, aunque apenas había hablado lo suficientemente alto para que nos enterásemos los cuatro que estábamos allí.
Boo
lideró el camino, acompañado de Ryan. Le seguía la tía Del, del brazo de un hombre de pelo canoso de la edad de mi padre. Iba vestido como si acabara de salir de uno de los libros que había en el estudio de mi madre, con botas altas hasta la rodilla, una camisa con chorreras y una extraña capa. Ambos tenían el mismo aspecto que cualquier pieza que se expusiera en el Museo Smithsonian.
Entró en la habitación una chica mayor, aunque muy parecida a Ridley, salvo por el hecho de que llevaba más ropa encima y no tenía un aspecto tan peligroso. Llevaba el pelo rubio largo y liso con una versión más pulcra del flequillo desigual de Ridley. Tenía la misma pinta que las chicas que van acarreando pilas de libros por el viejo campus de una universidad pija de ésas del norte, como Yale o Harvard. La chica entabló una lucha de miradas con Ridley, como si pudiera verle los ojos a través de los oscuros cristales de las gafas, que aún no se había quitado.
—Ethan, me gustaría presentarte a mi hermana mayor, Annabel. Oh, lo siento, quería decir Reece. —¿Qué clase de persona no se sabe ni el nombre de su propia hermana?
La chica sonrió y habló lentamente, como si estuviera escogiendo las palabras con mucho cuidado.
—¿Qué estás haciendo aquí, Ridley? Pensé que tenías una cita en otra parte esta noche.
—Los planes cambian.
—Y también las familias. —Reece alargó la mano y la agitó delante del rostro de Ridley, un simple ademán, como si fuera un mago sacudiendo la mano sobre un sombrero de copa. Yo me estremecí. No tenía ni idea de lo que esperaba que pudiera pasar, pero por un momento creí que Ridley desaparecería. O, más bien, lo deseé.
Pero no desapareció y esa vez fue Ridley la que se estremeció y miró hacia otro lado, como si le resultara doloroso mirarla a los ojos.
Reece observó detenidamente el rostro de la otra chica, como si fuera un espejo.
—Interesante. ¿Cómo es posible, Rid, que cuando te miro a los ojos, sólo pueda ver los de ella? Al parecer, sois uña y carne, ¿no?
—Bla, bla, bla,
hermanita
.
Reece cerró los ojos, concentrándose. Ridley se retorció como una mariposa atravesada por un alfiler. Reece movió la mano una y otra vez y, durante un momento, el rostro de la muchacha se diluyó en la tenebrosa imagen de otra mujer, un rostro que me resultó familiar, aunque no podía recordar por qué.
Macon dejó caer pesadamente su mano sobre el hombro de Ridley. Fue la única vez que vi que alguien que no fuera yo la tocara. Hizo un gesto de dolor y noté que una punzada atravesaba su mano hasta llegar a mi brazo. Desde luego, Macon Ravenwood no era un hombre que pudiera tomarse a la ligera.
—Vamos. Nos guste o no, el Encuentro ha comenzado y no voy a permitir que nadie arruine las Celebraciones, al menos, no bajo mi techo. Ridley ha sido
invitada
, como ella nos ha aclarado tan amablemente, a unirse a nosotros. No es necesario añadir nada más. Por favor, sentaos todos.
Lena se sentó, con los ojos clavados en nosotros.
La tía Del pareció aún más preocupada que en el momento de nuestra llegada. El hombre de la capa le dio unas palmaditas en la mano para tranquilizarla. Un chico alto, de mi edad más o menos y de aspecto aburrido, entró vestido con una camiseta deslucida y unos vaqueros negros, además de con unas usadas botas de motero.
Ridley hizo las presentaciones.
—Ya has conocido a mi madre. Éste es mi padre, Barclay Kent, y éste mi hermano, Larkin.
—Encantado de conocerte, Ethan.
El padre dio un paso adelante como si fuera a darme la mano, pero cuando vio el brazo de Ridley aferrado al mío, dio un paso atrás. Larkin pasó el suyo por mis hombros y, cuando lo miré, se había convertido en una serpiente que sacaba y metía la lengua de la boca.
—¡Larkin! —siseó Barclay. La serpiente volvió a convertirse en el brazo de Larkin en un instante.
—Vale. Sólo estaba intentando animar un poco la cosa. Tenéis todos una pinta de funeral… —Los ojos del chico brillaron con un fulgor amarillo, apenas visibles a través de la rendija de sus párpados. Eran los ojos de una serpiente.
—Larkin, he dicho que ya basta. —Su padre le dirigió la clase de mirada que un padre dedica a un hijo que le disgusta a menudo. Los ojos de Larkin se tornaron verdes.
Macon se sentó a la cabecera de la mesa.
—¿Por qué no nos sentamos todos? Cocina ha preparado una de sus comidas para las grandes ocasiones. Lena y yo hemos tenido que soportar el ruido que ha hecho durante unos cuantos días.
Todo el mundo se sentó a la enorme mesa rectangular sostenida por patas con garras. Era de madera oscura, casi negra, y tenía un intrincado diseño en las tallas de las patas, simulando vides. Unas grandes velas negras brillaban en el centro de la mesa.