Hermosas criaturas (26 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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—¿Lo has notado? Comenzó y luego se paró de repente.

Ella asintió y me empujó.

—Creo que estoy mareada o como llames tú al mal cuerpo que tengo ahora mismo.

—¿Lo has bloqueado tú?

—¿De qué estás hablando? Yo no he hecho nada.

—¿Me lo juras? ¿No estás usando tus poderes de
Caster
o algo parecido?

—No, estoy demasiado ocupada intentando desviar de mí tu Poder de Estupidez, aunque creo que no soy lo bastante fuerte.

No tenía mucho sentido, eso de entrar en la visión y luego salir expulsados de ella. ¿Había cambiado algo? Lena lo cogió, y dobló el pañuelo sobre el guardapelo. El mugroso brazalete de cuero que Amma le había dado a Macon captó mi atención.

—Quítate eso. —Deslicé el dedo bajo la cuerdecita y levanté el brazo hasta ponerlo a la altura de mis ojos.

—Ethan, esto es para protegerme. Me dijiste que Amma hace estas cosas continuamente.

—No creo que sea eso.

—¿Qué estás diciendo?

—Digo que quizás esta cosa sea la culpable de que el guardapelo no funcione.

—Ya sabes que no siempre funciona.

—Pero empezó a hacerlo y algo lo detuvo.

Sacudió la cabeza y sus rizos revueltos le rozaron los hombros.

—¿En serio te crees eso?

—Vamos a comprobar si estoy equivocado. Quítatelo.

Me miró como si me hubiera vuelto loco, pero yo tenía claro que era por eso. Ya veríamos.

—Si me equivoco, te lo pones de nuevo.

Dudó un segundo y luego alargó el brazo para que pudiera desatárselo. Solté el nudo y me guardé el amuleto en el bolsillo. Cogí el guardapelo y le agarré la mano.

Cerré la otra alrededor y comenzamos a girar hacia la nada…

Había empezado a llover casi de inmediato. Una lluvia fuerte, un diluvio, como si el cielo hubiera abierto las compuertas. Ivy siempre decía que la lluvia eran las lágrimas de Dios y hoy Genevieve no pudo estar más de acuerdo con ella. Sólo estaba a pocos metros, pero no veía forma de llegar a tiempo. Se arrodilló al lado de Ethan y acunó su cabeza entre las manos. Tenía la respiración agitada, pero aún estaba vivo.


No, no, a este chico no. Ya te has llevado demasiado. Demasiado. Al chico, no. —La voz de Ivy alcanzó un ritmo febril y luego comenzó a rezar.


Ivy, ayúdame. Necesito agua, whisky y algo para extraerle la bala.

Genevieve presionó la tela acolchada de su falda en el agujero que había donde antes estaba el pecho de Ethan.


Te quiero. Me habría casado contigo pensara tu familia lo que pensara —susurró.


No digas eso, Ethan Cárter Wate. No digas eso como si te fueras a morir. Te vas a poner bien. Ya lo verás —insistió ella, intentando convencerlo a él tanto como a sí misma.

Genevieve cerró los ojos y se concentró en las flores abriéndose, en el llanto de los recién nacidos y en el sol alzándose en el firmamento.

Nacimiento; no muerte.

Se concentró en esas imágenes, deseando que las cosas fueran así. Daban vueltas dentro de su cabeza.

Nacimiento; no muerte.

Ethan se asfixiaba. Ella abrió los ojos y se encontró con los suyos. Durante un instante, el tiempo se detuvo. Después, él cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia un lado.

Genevieve cerró los ojos de nuevo, visualizando las imágenes. Tenía que ser un error, no podía morirse. Ella había convocado todo su poder. Lo había hecho millones de veces antes, moviendo objetos en la cocina de su madre para gastarle bromas a Ivy y para curar pajaritos que se habían caído de sus nidos.

¿Por qué no había funcionado ahora cuando más falta le hacía?

—Ethan, despiértate, por favor, despiértate.

Abrí los ojos. Estábamos de pie en medio del campo, exactamente en el mismo lugar donde habíamos estado antes. Miré a Lena. Tenía los ojos brillantes y estaba a punto de llorar.

—Oh, Dios mío.

Me incliné y toqué las malas hierbas donde nos hallábamos. Había una mancha rojiza en las plantas y en la tierra que había a nuestro alrededor.

—Es sangre.

—¿Su sangre?

—Eso creo.

—Tenías razón. El brazalete estaba bloqueando la visión, pero ¿por qué me dijo el tío Macon que era para protegerme?

—Quizá sí lo sea. Aunque a lo mejor sirve para más cosas.

—No intentes hacer que me sienta mejor.

—Es obvio que hay algo que tiene que ver con el guardapelo, y casi te apostaría que también con Genevieve, que no quieren que sepamos. Tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre los dos y hacerlo antes de tu cumpleaños.

—¿Por qué mi cumpleaños?

—Se lo oí anoche a Amma y a tu tío. Sea lo que sea lo que no quieran que sepamos tiene que ver con tu cumpleaños.

Lena aspiró una gran bocanada de aire, como si estuviera intentando mantener la compostura.

—Ellos saben que me voy a convertir en Oscura. De eso es de lo que va todo esto.

—¿Y qué tiene que ver con el guardapelo?

—No lo sé, pero no me importa. Nada de eso importa. Dentro de cuatro meses no seré yo misma, ya has visto cómo es Ridley. En eso es en lo que me voy a transformar, o en algo peor. Si mi tío tiene razón y soy
Natural
, a mi lado Ridley va a parecer una voluntaria de la Cruz Roja.

La atraje hacia mí, envolviéndola entre mis brazos como si pudiera protegerla de algo cuando ambos sabíamos que yo no podía hacerlo.

—No puedes pensar eso. Tiene que haber alguna forma de pararlo, si es que es verdad.

—No lo pillas. No hay forma de detenerlo. Simplemente, pasa. —Estaba elevando la voz y el viento comenzó a repuntar de nuevo.

—Vale, quizá lleves razón. A lo mejor ocurre. Pero vamos a tratar de encontrar algo para que no suceda.

Sus ojos se estaban nublando igual que el cielo.

—¿No podemos disfrutar simplemente del tiempo que nos queda? —Por primera vez, me di cuenta de lo que significaban realmente esas palabras.

El tiempo que nos queda.

No podía perderla. Y no lo haría. Me volvía loco sólo con pensar que tal vez no podría tocarla de nuevo. Más loco que si perdiera a todos mis amigos o si fuera el chico menos popular del colegio. O de que Amma estuviera permanentemente enfadada conmigo. Perderla era lo peor que podía imaginar. Era como si la sintiera caer, pero, esta vez, realmente chocara contra el suelo.

Pensé en el momento en que Ethan Cárter Wate cayó al suelo y en la sangre sobre la hierba. El viento comenzó a aullar. Ya era hora de irnos.

—No hables así, encontraremos una solución.

Pero mientras lo estaba diciendo, no sabía si realmente lo creía.

13 DE OCTUBRE
Marian la bibliotecaria

H
abían pasado ya tres días y todavía seguía pensando en ello. Habían disparado a Ethan Cárter Wate y seguramente estaba muerto. Lo había visto con mis propios ojos. Bueno, técnicamente, todos los que habían participado en aquella historia ahora estaban muertos. Pero, de Ethan a Ethan, estaba teniendo problemas para superar la muerte de este soldado confederado en particular. O más bien, de ese desertor confederado. Mi retataratío.

Estuve pensando en ello durante la clase de matemáticas, mientras Savannah metía la pata en la ecuación delante de toda la clase. El señor Bates estaba demasiado ocupado leyendo el último número de
Guns and Ammo
para darse cuenta. Seguí pensando en ello durante la reunión de los Futuros Granjeros Americanos, ya que no pude encontrar a Lena y terminé sentándome con la banda. Link se había puesto con los chicos unas cuantas filas a mis espaldas, pero no me di cuenta hasta que Shawn y Emory comenzaron a hacer ruidos de animales. Al cabo de un rato dejé de escucharlos, pues mi mente regresó a Ethan Cárter Wate.

No sólo era porque era confederado. Todo el mundo en el condado de Gatlin estaba emparentado con alguien del lado perdedor en la Guerra de Secesión. A estas alturas, ya estábamos acostumbrados a eso. Era como haber nacido en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, en Japón después de Pearl Harbor o en América tras Hiroshima. A veces, la historia es un asco y uno no puede cambiar el lugar de donde es. Aun así, uno no tiene que quedarse en ese sitio. No hay por qué aferrarse al pasado, como las señoras de las Hijas de la Revolución Americana, de la Sociedad Histórica de Gatlin o las Hermanas. Y no hay por qué aceptar que las cosas son como tienen que ser, tal como hacía Lena. Ethan Cárter Wate no lo hizo y yo tampoco podía hacerlo.

Todo cuanto sabía, ahora que conocía al otro Ethan Wate, era que teníamos que averiguar más cosas de Genevieve. En primer lugar, quizás había alguna razón por la que nos hubiéramos encontrado el guardapelo. Y a lo mejor también había otra para que nos hubiéramos tropezado el uno con el otro en un sueño, incluso aunque fuera algo más parecido a una pesadilla.

Si las cosas hubieran sido normales y mi madre viviera, le habría preguntado qué hacer. Pero ella ya no estaba y mi padre se hallaba demasiado perdido en su mundo para servir de alguna ayuda, del mismo modo que Amma no estaría dispuesta a ayudarnos con nada que tuviera que ver con el guardapelo. Lena seguía tomándose mal lo de su tío Macon; la lluvia que caía fuera la delataba. Se suponía que tenía que hacer los deberes, lo que significaba que necesitaba más o menos un litro y medio de batido de chocolate y tantas galletas como me cupieran en la otra mano.

Caminé pasillo abajo hacia la cocina y me detuve frente al estudio. Mi padre estaba duchándose. Ése era apenas el único rato que solía estar fuera de allí, de modo que la puerta seguramente estaría cerrada. Siempre lo estaba desde el incidente del manuscrito.

Me quedé mirando el pomo de la puerta y eché un vistazo a ambos extremos del pasillo. Coloqué las galletas como pude encima del batido y alargué la mano. Antes de que llegara a tocar el picaporte siquiera, escuché el sonido de la cerradura abriéndose. La puerta se abrió ella sola, como si alguien la hubiera abierto desde dentro. Se me cayeron las galletas al suelo.

Hacía casi un mes no me lo habría podido creer, pero ahora sabía más cosas. Esto era Gatlin. No el Gatlin que yo pensé que conocía, sino algún otro que aparentemente había estado escondido desde siempre. Un pueblo donde la chica que me gustaba pertenecía a una larga saga de
Casters
, la asistenta de mi casa era una Vidente que leía huesos de pollo en el pantano y llamaba a los espíritus de sus ancestros muertos e incluso mi padre actuaba como un vampiro.

No había nada que fuera lo bastante increíble en este nuevo Gatlin. No deja de ser gracioso que uno pueda estar viviendo toda la vida en un lugar y no lo conozca en absoluto.

Empujé la puerta, con lentitud, tímidamente. Apenas atisbé el estudio, la esquina con las estanterías empotradas, atestadas con los libros de mi madre y los restos de la Guerra de Secesión que solía recoger por todas partes. Respiré. No me extrañaba que mi padre hubiera salido del estudio.

Casi podía verla allí, acurrucada en su viejo sillón para leer al lado de la ventana. O también podría haber estado escribiendo a máquina al otro lado de la puerta. Todo estaba como siempre, y si abría la puerta un poco más, tendría incluso la sensación de su presencia en aquel lugar. Pero no se oía a nadie escribiendo y sabía que ella no estaba allí y que no volvería a estar nunca más.

Los libros que necesitaba estaban en las estanterías. La única que sabía más de la historia del condado de Gatlin que las Hermanas era mi madre. Di un paso hacia delante, empujando la puerta sólo unos centímetros más.

—Por la Sagrada Forma del Cielo y de la Tierra, Ethan Wate, si osas poner un pie en esa habitación, tu padre te va a dejar fuera de combate hasta la semana que viene.

Casi se me cayó el batido. Amma.

—No estoy haciendo nada. La puerta se ha abierto.

—Debería darte vergüenza. No hay un fantasma en Gatlin que se atreva a poner el pie en el estudio de tu padre y de tu madre, salvo el de ella misma. —Me miró desafiante. Había algo en sus ojos que me hizo preguntarme si estaba intentando decirme algo, posiblemente la verdad. A lo mejor era mi madre la que había abierto la puerta.

Porque una cosa estaba clara: algo o alguien quería que yo entrara en aquel estudio, del mismo modo que otro quería mantenerme alejado.

Amma cerró de un portazo. Sacó una llave del bolsillo y la giró en la cerradura. Escuché el clic y comprendí que mi oportunidad se había pasado tan rápidamente como había aparecido. Se cruzó de brazos.

—Es un día normal de clases. ¿No tienes que estudiar?

La miré, fastidiado.

—¿No tienes que volver a la biblioteca? ¿Habéis terminado Link y tú el trabajo?

Y entonces caí en la cuenta.

—Ah, sí, claro, la biblioteca. De hecho, es adónde iba. —La besé en la mejilla y me marché corriendo.

—Saluda a Marian de mi parte, y no llegues tarde a cenar.

La vieja Amma. Siempre tenía respuestas para todo, lo supiera o no, quisiera darlas o no.

Lena me estaba esperando en el aparcamiento de la biblioteca del condado de Gatlin. El hormigón resquebrajado todavía estaba mojado y brillante después de la lluvia. Aunque todavía faltaban dos horas para que se cerrara, su coche era el único que había en el aparcamiento, a excepción de una vieja camioneta color turquesa. Baste decir que no era una gran biblioteca como las de la ciudad. No había muchas cosas que quisiéramos saber, salvo que fuera algo relativo a nuestro pueblo, y si tu abuelo o tu bisabuelo no te lo podían contar, seguro que no merecía la pena saberlo.

Lena estaba apoyada en una pared del edificio, escribiendo en su cuaderno. Llevaba unos vaqueros rotos, unas katiuskas grandes y una suave camiseta negra. Entre los rizos, le colgaban alrededor de la cara pequeñas trencitas. Casi parecía una chica normal y yo no estaba seguro de querer que lo fuera. Sí estaba seguro de que quería volver a besarla, pero eso tendría que esperar. Si Marian nos ayudaba, tendría muchas más oportunidades de besarla.

Volví a repasar el cuaderno de juego. Bloqueo directo.

—¿De verdad crees que aquí hay algo que pueda interesarnos? —Lena alzó la vista de su cuaderno hacia mí.

Tiré de ella.

—No algo. Alguien.

La biblioteca era preciosa. Había pasado muchas horas en ella cuando era pequeño y había heredado de mi madre la idea de que una biblioteca era una especie de templo. Ésta en particular era uno de los pocos edificios que habían sobrevivido a la marcha de Sherman y a la Gran Quema. Este edificio y el de la Sociedad Histórica eran los más antiguos del pueblo, aparte de Ravenwood. Era una venerable casa victoriana de dos plantas, vieja y erosionada por el tiempo, con la pintura cayéndose a pedazos y sus buenas décadas de parras durmiendo alrededor de sus puertas y ventanas. Olía a madera envejecida y a creosota, al forro de plástico de los libros y a papel viejo. El de papel viejo, a decir de mi madre, era en sí el olor del tiempo.

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