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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (15 page)

BOOK: Hermoso Caos
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Abraham caminó hasta la ventana y pasó un dedo por el alféizar y el reguero de sal que Amma aplicadamente había dejado allí. Lamió los cristales de su dedo.

—Nunca me canso de la sal. Da a la sangre una nota de sabor. —Hizo una pausa, mirando por la ventana a la pradera arrasada—. Pero sí tengo una pregunta para ti. Algo de mi propiedad me ha sido arrebatado. Y creo que sabes dónde puedo encontrarlo.

Apoyó un dedo contra la ventana y el cristal se rompió en pedazos.

Lentamente di un paso hacia él. Era como si mis pies estuvieran anclados en cemento.

—¿Y qué le hace pensar que le diré algo?

—Veamos. Miedo, para empezar. Echa un vistazo. —Se asomó por la ventana, mirando hacia el jardín delantero—. Hunting y sus perros no han venido hasta aquí para nada. Les encanta tomar un tentempié a medianoche.

Mi corazón galopaba en mis oídos. Estaban fuera: Hunting y su Banda de Sangre.

Abraham se dio la vuelta para mirarme, sus ojos negros centelleando.

—Ya basta de charla, muchacho. ¿Dónde está John? Sé que el inútil de mi nieto no lo mató. ¿Dónde lo esconde Macon?

Era eso. Finalmente alguien lo reconocía. John estaba vivo.

Sabía que era cierto. Sentí como si lo hubiera sabido siempre. Nunca encontramos el cuerpo de John. Probablemente había estado en los Túneles Caster todo este tiempo, merodeando por algún club como el Exilio, y esperando.

La rabia empezó a crecer en mi interior, y apenas pude soltar las palabras.

—La última vez que lo vi estaba en la cueva de la Frontera, ayudándole a usted y a Sarafine a destruir el mundo.

Eso cuando no estaba ocupado escapándose con mi novia.

Abraham me miró con arrogancia.

—No creo que hayas comprendido la gravedad de la situación, así que permite que te ilumine. El mundo Mortal, tu mundo, incluyendo este patético pueblo, está siendo destruido gracias a la sobrina de Macon y a su ridículo comportamiento, no por mí.

Caí sobre la cama como si Abraham me hubiera golpeado. Sentía como si lo hubiera hecho.

—Lena hizo lo que tenía que hacer. Cristalizarse.

—Ella destruyó el Orden, muchacho. Hizo la elección equivocada cuando decidió apartarse de nosotros.

—¿Y qué más le da? No parece ser de los que se preocupan por nadie más que por usted mismo.

Se rio una vez.

—Bien visto. Aunque ahora nos encontramos en una situación peligrosa, también me proporciona algunas
oportunidades.

Además de John Breed, no pude imaginar a qué se refería, ni tampoco lo intenté. Pero procuré que no notara lo asustado que me sentía.

—Me da igual si John tiene algo que ver con sus oportunidades. Ya se lo he dicho, no sé dónde está.

Abraham me miró fijamente, como un Sibyl capaz de leer cada línea de mi rostro.

—Imagina una grieta que corre más profunda que los Túneles. Una grieta que llega hasta el Inframundo, donde solamente habitan los Demonios más oscuros. La juvenil rebeldía de tu novia y sus dones han creado una grieta así. —Hizo un alto, pasando casualmente el dedo por las páginas del libro de texto de historia mundial que estaba en mi escritorio—. No soy joven, pero con la edad se adquiere poder. Yo mismo también tengo dones. Puedo convocar Demonios y criaturas de la Oscuridad incluso sin el
Libro de las Lunas.
Si no me dices dónde está John, te lo demostraré. —Sonrió a su perturbada manera.

¿Por qué era John Breed tan importante para él? Recordé la forma en que Macon y Liv habían hablado de John en el estudio de Macon. John era la clave. La pregunta era: ¿de qué?

—Ya se lo he dicho…

Abraham no me dejó terminar. Se desvaneció con un desgarro, reapareciendo a los pies de mi cama. Pude vislumbrar el odio en sus ojos negros.

—¡No me mientas, chico!

Lucille
bufó de nuevo, y escuché otro desgarro.

No tuve tiempo de ver lo que era.

Algo pesado cayó sobre mí, golpeando la cama como si un saco de ladrillos hubiera caído del techo. Mi cabeza chocó contra el cabecero de detrás, y me mordí el labio inferior. El repugnante sabor metálico de la sangre del sueño llenó mi boca.

Por encima de los furiosos aullidos de
Lucille,
escuché el sonido de la caoba centenaria astillándose bajo mi cuerpo. Sentí que un codo se clavaba en mis costillas, y lo supe. No me había caído encima un saco de ladrillos.

Era una persona.

Hubo un fuerte chasquido cuando los travesaños de la cama se rompieron y el colchón se desplomó en el suelo. Traté de quitármelos de encima. Pero estaba atrapado.

Por favor, no dejes que sea Hunting.

Un brazo voló delante de mí, de la misma forma en que mi madre lo agitaba cuando, siendo aún niño, pisaba los frenos del coche inesperadamente.

—¡Tío, relájate!

Dejé de pelear.

—¿Link?

—¿Quien si no se arriesgaría a desintegrarse en miles de fragmentos para salvar tu lamentable trasero?

Casi me reí. Link no había Viajado nunca, y ahora sabía el porqué. Desmaterializarse debía de ser más difícil de lo que parecía, y le asqueaba.

La voz de Abraham atravesó cortante la oscuridad.

—¿Salvarle? ¿Tú? Creo que es un poco tarde para eso. —Link prácticamente saltó fuera del destartalado montículo de la cama al oír la voz de Abraham. Antes de que pudiera contestar, la puerta de mi habitación se abrió de golpe con tanta virulencia que casi se salió de sus bisagras. Escuché el clic del interruptor de la luz, y unas manchas negras emborronaron todo mientras mi visión se acostumbraba a la luz.

—Santa…

—¿Qué demonios está pasando aquí? —Amma estaba frente a la puerta, vestida con el albornoz de dibujos con estampado de rosas que le compré por el Día de la Madre, el pelo cogido en rulos y su mano empuñando su viejo rodillo de madera.

—…el infierno —susurró Link. Advertí que prácticamente estaba sentado en mi regazo.

Pero Amma no se dio cuenta. Sus ojos se clavaron directamente en Abraham Ravenwood.

Apuntó con su rodillo hacia él, sus ojos entornados. Le rodeó como a un animal salvaje, sólo que no supe distinguir quién era el depredador y quién la presa.

—¿Qué estás haciendo en esta casa? —Su voz furiosa y baja. Si tenía miedo, no lo demostraba.

Abraham se rio.

—¿De veras crees que puedes expulsarme con un rodillo como a un perro cojo? Puede hacerlo mucho mejor, señorita Treadeau.

—Más vale que te vayas de esta casa o, el Buen Dios es testigo, desearás ser un perro cojo. —El rostro de Abraham se endureció. Amma giró el rodillo, que quedó apuntando directamente hacia el pecho de Abraham, como si fuera algún tipo de espada—. Nadie se va a meter con mi chico. Ni Abraham Ravenwood ni la Serpiente ni el viejo Satanás, ¿me oyes?

Ahora el rodillo estaba presionando contra la chaqueta de Abraham. Con cada centímetro el hilo de tensión entre los dos se hacía más tirante. Link y yo nos fuimos acercando a cada lado de Amma.

—Ésta es la última vez que lo pregunto —dijo Abraham, sus ojos cayendo sobre Amma—. Y si el chico no me responde, vuestro Lucifer parecerá un bienvenido respiro comparado con el infierno que abatiré sobre este pueblo.

Hizo una pausa y me miró.

—¿Dónde está John?

Reconocí la mirada de sus ojos. La misma mirada que había visto en mis visiones, cuando Abraham mató a su hermano y se alimentó con él. Era viciosa y sádica y, durante un segundo, sopesé nombrar un lugar al azar para poder echar a este monstruo de mi casa.

Pero no podía pensar con la suficiente rapidez.

—Juro por Dios que no…

El viento entró con fuerza por la ventana rota, sacudiéndonos y levantando papeles por toda la habitación. Anima retrocedió y su rodillo salió volando. Abraham no se movió, el aire soplaba a través de él sin agitarle siquiera la chaqueta, como si tuviera tanto miedo de él como el resto de nosotros.

—Yo no juraría, chico. —Sonrió, con una terrible sonrisa sin vida—. Yo rezaría.

19 DE SEPTIEMBRE
Vientos del Infierno

E
l viento sopló a través de mi ventana con una fuerza tan poderosa que arrastró con él todo lo que estaba sobre el escritorio. Libros y papeles, incluso mi mochila, se retorcieron en el aire, girando en remolino como un tornado atrapado en una botella. Las torres de cajas de zapatos que alineaban mis paredes cayeron al suelo, expulsando todo por los aires, desde libros de cómics hasta mi colección de chapas del primer curso. Agarré con fuerza a Amma, ya que era tan pequeña que me preocupaba que pudiera salir despedida con todo lo demás.

—¿Qué sucede? —Escuché a Link gritar en alguna parte detrás de mí, pero no pude verle.

Abraham estaba de pie en el centro de la habitación, su voz clamando en el agitado vórtice negro.

—Para aquellos que han traído la destrucción a mi casa, yo invito al caos a la suya. —El viento se movía a su alrededor sin ni siquiera levantar los faldones de su abrigo. Estaba convocándolo—. El Orden está Roto. La Puerta está Abierta. ¡Levántate, Asciende, Destruye! —Su voz se hizo más fuerte—.
¡Ratio Fracta est! ¡Ianua Aperta est! ¡Sugite, Ascendite, Exscindite!
—Ahora estaba gritando—.
¡Ratio Fracta Est! ¡Ianua Aperta Est! ¡Sugite, Ascendite, Exscindite!

El remolino se oscureció y empezó a tomar forma. Las borrosas siluetas negras salieron propulsadas fuera de la espiral, como si huyeran del vórtice y se arrojaran por encima del borde, hacia el mundo. Lo cual resultaba bastante inquietante, considerando que hacia donde se dirigían era al centro de mi dormitorio.

Sabía lo que eran. Los había visto antes. Y hubiera deseado no volver a verlos.

Los Vex —Demonios que habitaban el Inframundo, privados de alma y forma— emergían desde el viento, enroscándose en formas oscuras que se movían a través de mi techo azul claro, creciendo hasta que parecía que podían succionar todo el aire del dormitorio. Las criaturas de sombras se revolvían como una densa y agitada niebla, desplazándose en el aire. Recordé la que estuvo a punto de atacarnos fuera del Exilio, el grito aterrador cuando retrocedió y abrió sus mandíbulas. Mientras las sombras se transformaban en bestias frente a nosotros, supe que el grito no tardaría demasiado en aparecer.

Amma trató de soltarse de mis brazos, pero no la dejé. Habría atacado a Abraham con las manos vacías si se lo hubiera permitido.

—No te atrevas a venir a mi casa pensando que vas a convertir el mundo en un infierno a través de una pequeña grieta en el cielo.

—¿Tu casa? A mí más bien me parece la casa del Wayward. Y el Wayward es justamente la persona que debe mostrar a mis amigos el camino de entrada, a través de esa pequeña grieta en el cielo.

Amma cerró los ojos, mascullando para sí.

—Tía Delilah, tío Abner, Abuela Sulla… —Estaba tratando de invocar a los Antepasados, sus ancestros del Más Allá, que nos habían protegido de los Vex en dos ocasiones. Constituían una fuerza a tener en cuenta.

Abraham se rio, su voz alzándose por encima del sibilante viento.

—No es necesario que llames a tus fantasmas, anciana. Ya nos íbamos. —Pude escuchar el desgarro antes de que se desmaterializara—. Pero no os preocupéis. Os veré pronto. Antes de lo que os gustaría.

Entonces abrió el cielo y pasó a través de él. Se había ido.

Antes de que ninguno de nosotros pudiera pronunciar una palabra, los Vex salieron por la ventana abierta, una única estela negra moviéndose por encima de las casas dormidas de Cotton Bend. Al final de la calle, la fila de Demonios se dispersó en distintas direcciones, como los dedos de una oscura mano rodeando nuestra ciudad.

Mi habitación se quedó extrañamente silenciosa. Link trató de no pisar los papeles y cómics tirados por el suelo. Pero apenas podía mantenerse en pie.

—Tío, pensé que nos iban a arrastrar al infierno, o a donde quiera que vayan. Tal vez mi madre tenga razón y estemos en el Final de los Días. —Se rascó la cabeza—. Tenemos suerte de que se hayan marchado.

Amma caminó hasta la ventana, frotando el amuleto de oro que llevaba alrededor del cuello.

—Ni se han marchado ni tenemos suerte. Sólo un ¡luso lo creería.

Los cigarrones zumbaban bajo la ventana, la sinfonía rota de destrucción que se había convertido en la banda sonora de nuestras vidas. La expresión de Amma era igualmente rota, una mezcla de miedo y pena y de algo que no había visto nunca.

La ilegible e inescrutable Amma mirando fijamente a la noche.

—El agujero en el cielo se está haciendo más grande.

No había forma de que pudiéramos volver a dormirnos, y no había forma de que Amma nos perdiera de vista, así que los tres nos sentamos alrededor de la rayada mesa de la cocina escuchando el tictac del reloj. Afortunadamente, mi padre estaba en Charleston, como hacía la mayoría de los días entre semana, ahora que daba clases en la universidad. Esta noche, sin duda, habríamos tenido que enviarle de vuelta al sanatorio Blue Horizons.

Supe que Amma estaba distraída cuando cortó a Link un trozo de su tarta de chocolate con nueces tras servirme uno a mí. Él hizo una mueca y dejó caer su porción en el plato de porcelana junto al cacharro del agua de
Lucille.
Ésta lo olfateó y se alejó, enroscándose tranquilamente bajo la silla de madera de Amma. Ni siquiera
Lucille
tenía apetito esta noche.

Cuando Amma se levantó a calentar agua para el té, Link estaba tan inquieto que aporreaba con el tenedor una melodía en el mantel individual. Me miró.

—¿Recuerdas el día que sirvieron esa asquerosa tarta de chocolate y nueces en la cafetería, y Dee Dee Guinness contó a todo el mundo que tú eras el que había enviado una tarjeta de San Valentín a Emily sin firmar?

—Sí. —Toqué la mancha de pegamento seco de la mesa de cuando era un niño. Mi tarta seguía intacta—. Espera, ¿qué decías? —No estaba escuchando.

—Dee Dee Guinness era bastante mona. —Link sonreía para sí.

—¿Quién? —No tenía ni idea de quién hablaba.

—¿Hola? Te pusiste tan furioso que pisaste un tenedor y lo aplastaste. Y no te dejaron volver a la cafetería durante casi seis meses. —Link examinó su tenedor.

—Creo que recuerdo el tenedor. Pero no recuerdo a nadie llamado Dee Dee. —Era mentira, ni siquiera recordaba el tenedor. Y ahora que lo pensaba, tampoco podía recordar el día de San Valentín.

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