Read Hermoso Caos Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (3 page)

BOOK: Hermoso Caos
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Sentí la sacudida en cuanto nuestros labios se encontraron. La dulzura de su beso era tan perfecta y la impresión de su piel tan poderosa que mi cabeza siempre se ponía a dar vueltas. Pero ahora había algo más: la sensación de que ella inhalaba mi aliento cada vez que nuestros labios se unían, tirando de un hilo invisible que no podía controlar. Lena arqueó el cuello y se apartó antes de que pudiera moverme.

Luego.

Suspiré y ella me lanzó un beso.

Pero, L, han pasado…

¿Casi nueve horas?

Sí.

La sonreí y ella sacudió la cabeza.

No quiero que pases el primer día de colegio en la enfermería.

Lena estaba más preocupada por mí que yo mismo. No me importaba que me sucediera algo —lo que era muy posible, dado que cada vez se hacía más difícil besarla, y aún más mantenerme alejado—. Pero no soportaba pensar en no tocarla. Las cosas estaban cambiando. Ese sentimiento —el dolor que no era dolor— seguía ahí incluso cuando nos separábamos. Tendría que haber un nombre para él, para ese dolor perfecto que sentía en los lugares vacíos que ella solía llenar.

¿Existe una palabra para describirlo? ¿Dolor de corazón? ¿Fue así como encontraron las palabras? Sólo que yo lo sentía en mis tripas, en mi cabeza, en todo mi cuerpo. Veía a Lena cuando miraba por las ventanas y contemplaba fijamente las paredes.

Traté de centrarme en algo que no doliera.

—Me gusta tu nuevo buga.

—Querrás decir el viejo, ¿no? Ridley se puso hecha una fiera por ir en un coche fúnebre.

—¿Dónde está Rid? —Link estaba escrutando el párking.

Lena señaló su coche.

—Está ahí dentro cambiándose de ropa.

—¿No puede cambiarse en casa como cualquier persona normal? —pregunté.

—Te he oído, Malapata —gritó Ridley desde dentro—. Yo no soy —una bola de tela arrugada salió volando por la ventanilla del conductor, aterrizando en un montón sobre el humeante asfalto—
una persona normal.
—Lo dijo como si normal fuera una enfermedad—. Y no llevaré este trapo hecho en serie y típico producto de centro comercial. —Ridley se retorcía, el asiento de cuero crujiendo mientras destellos de cabello rubio y rosa asomaban y desaparecían de la vista. Un par de zapatos plateados volaron por la ventanilla—. Parezco recién salida de una serie del Canal Disney.

Me agaché y recogí la ofensiva prenda de ropa. Era un vestido corto y estampado de una cadena de tiendas del centro comercial de Summerville. Una variante del mismo modelo que Savannah Snow, Emily Asher, Eden Westerly y Charlotte Chase —las reinas del equipo de animadoras— llevaban y, en consecuencia, también la mitad de las chicas del Jackson High.

Lena puso los ojos en blanco.

—La abuela decidió que Ridley tenía que vestirse más apropiadamente ahora que va a asistir a un Instituto de Mortales. —Lena bajó la voz—. Ya sabéis, como una Mortal.

—¡Lo he oído! —Un chaleco blanco salió volando por la ventanilla—. Sólo porque sea una despreciable Mortal no significa que tenga que vestirme como una de ellas.

Lena echó un vistazo por encima de su hombro y se apartó del coche. Ridley apareció ajustándose su nuevo atuendo —una brillante camiseta rosa y una especie de banda negra que se suponía era una falda—. La camiseta, que tenía rajas por todas partes de las que, sólo algunas, estaban cerradas con imperdibles, colgaba por un lado para mostrar el hombro de Ridley.

—No creo que puedas tener nunca el aspecto de una Mortal, nena. —Link tiró incómodo de su propia camiseta, que a simple vista parecía haber encogido como si su madre la hubiera lavado en agua caliente.

—Gracias a Dios por los pequeños favores. Y no me llames nena. —Agarró el vestido sosteniéndolo con dos dedos—. Deberíamos entregar esta cosa a la beneficencia. Tal vez puedan venderlo como disfraz para Halloween.

Lena advirtió una hebilla de cinturón que colgaba de la cintura de Ridley.

—Y hablando de beneficencia, ¿qué es eso?

—¿Qué? ¿Esta vieja cosa? —Era una hebilla enorme colocada en un raído cinturón negro de cuero, con algún tipo de insecto atrapado en una piedra o plástico o algo así. Creo que era un escorpión. Era escalofriante y raro, muy propio de Ridley—. Sólo pretendo encajar. —Ridley sonrió, haciendo estallar un globo de chicle—. Ya sabéis, todos los chicos guays los llevan. —Sin sus característicos chupachups, resultaba tan poco estrafalaria como mi padre cuando Amma le cambió al descafeinado.

Lena lo dejó pasar.

—Tendrás que volver a cambiarte antes de que regresemos a casa, si no la abuela descubrirá lo que te traes entre manos.

Ridley la ignoró y dejó caer el arrugado vestido sobre el asfalto caliente, pisándolo con sus sandalias de altísimo tacón.

Lena suspiró y alargó una mano. El vestido voló hacia sus dedos, pero antes de que lo tocara, la tela estalló en llamas. Retiró rápidamente la mano y el vestido cayó al suelo, con los bordes chamuscados.

—¡Toma ya! —Link pisoteó la tela hasta que no quedó nada más que un amasijo negro de brasas. Lena se sonrojó.

Ridley estaba tan pancha.

—Hora de irnos, prima. Yo misma no lo hubiera hecho mejor.

Lena contempló la última espiral de humo negro desaparecer.

—No pretendía…

—Lo sé. —Ridley parecía aburrida.

Los poderes de Lena habían estado fuera de control desde que se Cristalizó, lo que resultaba peligroso, considerando que era en parte Luminosa y en parte Oscura. Sus poderes siempre habían sido impredecibles, pero ahora podía provocar cualquier cosa, desde chaparrones a vientos huracanados o incendios forestales.

Lena suspiró frustrada.

—Te conseguiré otro antes de que termine el día, Rid.

Ridley puso los ojos en blanco mientras hurgaba en su bolso.

—No me hagas ningún favor. —Se plantó unas gafas de sol.

—Buena idea. —Link se puso sus viejas gafas de sol plegables, algo que resultó muy gracioso durante diez minutos cuando estábamos en sexto grado—. Movámonos, Terrón de Azúcar.

Se giraron hacia las escaleras y vi mi oportunidad. Alcancé el brazo de Lena y tiré de ella hacia mí. Ella apartó de los ojos mi pelo castaño, que siempre estaba demasiado largo, y me miró bajo sus espesas y oscuras pestañas. Un ojo perfectamente dorado y otro verde oscuro me contemplaron fijamente. Sus ojos no habían vuelto a cambiar desde la, noche en que Sarafine convocó la Decimoséptima Luna fuera de tiempo. Me miró con el ojo dorado de un Caster Oscuro y el verde de uno Luminoso —un recuerdo constante del momento en el que Lena comprendió que poseía dos tipos de poder—. Pero sus ojos eran también un recordatorio de que su elección había cambiado las cosas tanto para el mundo Caster como para el Mortal. Y para nosotros.

Ethan, no…

Chist. Te preocupas demasiado.

La rodeé con mis brazos y su calor se extendió por mis venas. Podía notar su intensidad mientras luchaba para mantener el ritmo normal de mi respiración. Tiró suavemente de mi labio inferior al besarme, y en pocos segundos sentí la cabeza ligera y desorientada. Era como si no estuviéramos en medio del aparcamiento. Las imágenes desfilaban por mi mente, debía estar alucinando, porque ahora nos estábamos besando en el agua, en el lago Moultrie, en mi pupitre de la clase de inglés, en las mesas de la cafetería, detrás de las gradas, en el jardín de Greenbrier.

Entonces una sombra pasó sobre mí y sentí algo que no provenía del beso. Ya había tenido esa misma sensación antes, encaramado en el depósito de agua, en mi sueño. Un sofocante vértigo me envolvió, y Lena y yo dejamos de estar en el jardín. Estábamos rodeados de tierra, besándonos en una tumba abierta.

Estaba a punto de desmayarme.

Cuando mis rodillas comenzaron a doblarse, una voz cortó el aire y nuestro beso y Lena se apartó de mí.

—Oye, vosotros. ¿Qué tal lo lleváis? —preguntó Savannah Snow.

Me derrumbé contra el lateral del coche fúnebre, deslizándome hasta el suelo. Entonces sentí que alguien tiraba de mí, mis pies apenas tocando el asfalto.

—¿Qué le pasa a Ethan? —quiso saber Savannah. Abrí los ojos.

—El calor, supongo. —Link sonrió y me dejó en el suelo. Lena parecía conmocionada, pero Ridley estaba peor. Porque Link estaba sonriendo como si alguien le acabara de ofrecer un contrato en una discográfica. Y ese alguien era Savannah Snow, jefa de las animadoras, calificada como quemaduras de Tercer Grado según la escala de Link —nivel caliente— y el Santo Grial de las chicas inaccesibles del Stonewall Jackson High.

Savannah estaba ahí, apretando sus libros contra el pecho con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Vestía prácticamente el mismo traje que Ridley acababa de pisotear en el asfalto apenas unos segundos antes. Emily Asher, con aspecto confundido, esperaba unos pasos por detrás, llevando su propia versión del atuendo de su amiga. Savannah se acercó más a Link, dejando que sólo los libros les separaran.

—Lo que de verdad quería decir es, ¿cómo estás?

Link se pasó nervioso una mano por el pelo y dio un paso atrás.

—Estoy bien. ¿Qué te cuentas?

Savannah balanceó su rubia cola de caballo y se mordió el labio inferior seductoramente, su pegajoso brillo de labios rosa deshaciéndose con el sol.

—No mucho. Sólo me preguntaba si vas a ir al Dar-ee Keen después del colegio. Tal vez puedas llevarme.

Emily estaba tan sorprendida como yo. Savannah hubiera preferido renunciar a su puesto en el grupo de animadoras antes que consentir dar una vuelta en la vieja carraca de Link. Dado que acompañar siempre a Savannah era uno de los requerimientos para formar parte de su corte, Emily se decidió a hablar —Savannah, ya tenemos coche. Earl va a llevarnos, ¿no te acuerdas?

—Tú vete con Earl. Creo que prefiero pasear con Link. —Savannah continuaba mirando a Link como si fuera una estrella de rock.

Lena sacudió la cabeza mirándome.

Te lo dije. Es el efecto John Breed. No está mal para ser solamente un cuarto de Íncubo. No puedes esperar que una chica Mortal no lo sienta.

Eso era una manera suave de decirlo.

¿Sólo chicas Mortales, L?

Ella fingió no entender de qué hablaba.

No todas las Mortales. Mira…

Tenía razón. Link no parecía ejercer el mismo efecto sobre Emily. Cuanto más se humedecía Savannah los labios, más asqueada parecía Emily.

Ridley agarró el brazo de Link, apartándolo de Savannah.

—Esta tarde está ocupado, corazón. Deberías escuchar a tu amiga. —Sus ojos habían dejado de ser amarillos, pero Ridley seguía resultando tan intimidante como su antiguo yo de Caster Oscuro.

Savannah no opinaba lo mismo, o no le importó.

—Oh, perdona. ¿Vosotros dos estáis juntos? —Hizo una breve pausa, haciendo como que se lo pensaba—. No. Está claro, no lo estáis.

Cualquiera que pasara tiempo en el Dar-ee Keen sabía que, en ese momento, la relación de ida y vuelta entre Link y Ridley estaba temporalmente desconectada. Savannah enganchó su brazo al que Link tenía libre. Un reto.

—Supongo que eso significa que Link puede tomar sus propias decisiones.

Link se soltó y apoyó los brazos sobre los hombros de las dos.

—Señoritas, señoritas. No hay necesidad de pelear. Aquí hay material suficiente. —Sacó pecho a pesar de que ahora era suficientemente fornido. Normalmente me hubiera reído ante la idea de dos chicas disputándose a Link, excepto que no eran dos chicas cualesquiera. Estábamos hablando de Savannah Snow y de Ridley Duchannes. Sobrenaturales o no, eran las dos Sirens más poderosas que la humanidad había tenido la suerte —o la desgracia— de conocer, dependiendo de cómo utilizaran sus poderes de persuasión.

—Savannah, vámonos. Vamos a llegar tarde a clase —advirtió Emily con voz irritada. Me pregunté por qué el magnetismo de Íncubo de Link no funcionaba con ella.

Savannah se estrechó aún más bajo su brazo.

—Deberías buscar a un chico que fuera más… —miró de arriba abajo a Ridley y a su camiseta de imperdibles— como tú.

Ridley apartó el brazo de Link de su hombro.

—Y tú deberías tener cuidado de con quien hablas, Barbie. —Savannah tuvo suerte de que Ridley ya no poseyera sus poderes.

Esto va a ponerse feo, L.

No te preocupes. No voy a permitir que Rid sea expulsada en su primer día. No le daré al director Harper esa satisfacción.

—Ridley, vámonos. —Lena se acercó y se quedó cerca de su prima—. Ella no vale la pena. Créeme.

Savannah estaba a punto de replicar cuando algo la distrajo. Frunció la nariz.

—Tus ojos son de diferente color. ¿Qué pasa contigo?

Emily se acercó para poder examinarla mejor. Era sólo cuestión de tiempo que alguien descubriera los ojos de Lena. Era imposible no verlos. Pero confiaba en poder atravesar el aparcamiento antes de que la primera oleada de cotilleos se extendiera.

—Savannah, ¿por qué no…?

Lena me interrumpió antes de que pudiera terminar.

—Podría preguntarte lo mismo, pero todos sabemos la respuesta.

Ridley se cruzó de brazos.

—Yo te daré una pista. Empieza por P y rima con bruja.

Lena dio la espalda a Savannah y a Emily, encaminándose hacia los agrietados peldaños de cemento del Jackson. Le cogí la mano, la energía palpitando y subiendo por mi brazo. Esperaba encontrarla temblorosa después de haberse enfrentado a Savannah, pero estaba tan tranquila. Algo había cambiado, y no eran sólo sus ojos. Supongo que cuando te enfrentas a un Caster Oscuro que, además, resulta ser tu madre, y a un Íncubo de Sangre de ciento cincuenta años que intenta matarte, unas cuantas animadoras no resultan demasiado intimidantes.

¿Estás bien?

Lena estrujó mi mano.

Estoy bien.

Podía oír los zapatos de Ridley taconeando contra el cemento a nuestra espalda. Link trotó hasta ponerse a mi lado.

—Tío, si esto es lo que voy a encontrarme, este año va a ser dinamita.

Traté de convencerme de que tenía razón mientras acortábamos a través del césped parduzco, los cigarrones muertos crujiendo bajo nuestros pies.

7 DE SEPTIEMBRE
El Jackson High

H
ay algo especial en entrar en el colegio de la mano de la persona de la que estás enamorado. Es extraño, aunque no de una forma mala, sino buena. Recordé lo que hacía que las parejas anduvieran pegadas entre sí como espaguetis fríos. Había muchas maneras de estar enlazados. Los brazos rodeando el cuello, las manos cruzadas en los bolsillos del otro. Pero nosotros ni siquiera podíamos caminar el uno al lado del otro sin que nuestros hombros encontraran una forma de rozarse, como si nuestros cuerpos gravitaran por cuenta propia hacia el otro. Supongo que como el voltaje eléctrico marcaba cada uno de esos pequeños contactos, los percibía más claramente que un chico normal.

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