Infierno Helado (38 page)

Read Infierno Helado Online

Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Infierno Helado
13.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

La mañana había sido un constante ir y venir: helicópteros de los servicios de evacuación médica y del depósito de cadáveres, un montón de helicópteros militares y un pequeño avión lleno de hombres con traje negro que, por alguna razón, habían puesto muy nervioso a Marshall. Ahora estaba con Faraday, Logan y Ekberg en la plataforma situada a la entrada de la base.

Se habían reunido para despedirse de Usuguk, que estaba a punto de emprender el viaje de regreso a su aldea vacía.

—¿Seguro que no quiere que le llevemos? —dijo Marshall.

El tunit sacudió la cabeza.

—Mi gente tiene un dicho: el viaje es su propio destino.

—Un poeta japonés escribió algo muy parecido —insistió Logan.

—Gracias otra vez —insistió Marshall—. Por haber accedido a venir, a pesar de todo, por compartir con nosotros sus conocimientos y su saber.

Tendió la mano para dársela al tunit, pero en vez de estrecharla, Usuguk le cogió los dos brazos.

—Que encuentre la paz que busca —dijo.

Después saludó a los demás con la cabeza, cogió el pequeño talego de agua y víveres que le habían preparado, se subió la capucha con forro de piel y se giró.

Nadie dijo nada al ver cómo se encaminaba hacia el norte por la nieve.

Marshall se preguntó si las mujeres volverían a la aldea, o si Usuguk pasaría el resto de su vida en una soledad monacal.

Aunque no sabía por qué, estaba seguro de que aceptaría cualquiera de los dos desenlaces con filosofía estoica.

—¿Está usted buscando paz? —preguntó Ekberg.

Marshall pensó un poco.

—Sí, creo que sí.

—Como todos, supongo —contestó ella. Vaciló—. Bueno, más vale que vuelva.

Después de comer llegarán el representante de Blackpool y los del seguro, y para entonces tendré mucho trabajo.

—Más tarde pasaré a verla —dijo Marshall.

Ella sonrió.

—De acuerdo.

Después se volvió y cruzó la puerta de la zona de almacenamiento temporal.

Logan la siguió con la mirada.

—¿Es una relación a la que piense dar continuidad?

—Si encuentro alguna excusa… —dijo Marshall, satisfecho.

—Siempre hay una excusa. —Logan miró su reloj de pulsera—. Bueno, creo que el siguiente en irse seré yo. En cualquier momento llegará mi helicóptero.

—Nosotros nos iremos mañana —dijo Marshall—. Podría haber esperado un día, y se ahorraría dinero.

—Es que me han llamado de mi oficina. Ha surgido algo.

—¿Otra caza de fantasmas?

—Algo así. Además, esa especie de comandos especiales que han llevado a cabo el interrogatorio de esta mañana saben dónde vivo. Me sorprendería no volver a verles. —Hizo una pausa—.

¿Usted qué les ha contado?

—Pues lo que ha ocurrido, en la medida en que lo recuerdo —contestó Marshall—. Pero como parecía qué cada respuesta solo servía para que me hicieran más preguntas, al final prácticamente me he callado.

—¿Le han creído?

—Supongo que sí. Con todos nosotros de testigos presenciales, no veo por qué no lo harían. —Miró a Logan—. ¿No le parece?

—Yo creo que habría sido mejor que hubiera habido un cadáver.

—Sí, es extraño. En todo caso, está claro que ha dejado abundante sangre. Yo habría jurado que estaba totalmente muerto.

Con el cráneo así…

—Debió de arrastrarse para ir a morir a otro sitio —dijo Faraday—. Como el primero.

—Ya sabe qué diría Usuguk al respecto —contestó Marshall.

Miró el horizonte, donde el tunit se había reducido a un punto marrón entre los grandes brochazos de blanco y azul.

—Estoy encantado de que haya muerto —dijo Logan—, pero sigo sin entender el mecanismo. Me refiero a cómo lo mataron las ondas sonoras.

—Sin cadáver, no podemos estar seguros —contestó Marshall—, pero yo sabía que le irritaban las frecuencias altas, y me pareció aún más dolorosa una onda sinusoidal en estado puro, sin armónicos.

—Pero ¿la mayoría de sonidos no generan armónicos?

—Exacto —dijo Faraday—. Los instrumentos llamados «imperfectos», como el violín, el oboe o la voz humana, siempre los producen. Es irónico, porque son esos armónicos los que dan riqueza y complejidad a los sonidos.

—Pero en algunas ondas sinusoidales no ocurre así —dijo Marshall—. Hice que la máquina generase una serie de ondas que reforzasen el tono fundamental. Tenía la esperanza de que, si encontrábamos un sonido suficientemente doloroso, podríamos echarlo de la base.

—Tuvo un efecto mucho mayor —dijo Logan.

Marshall asintió.

—Es interesante. Los peces y las ballenas tienen vesículas internas de aire que se pueden reventar por un sonar. Algunos científicos creen que los dinosaurios, dentro de sus cerebros, poseían órganos para producir ruidos increíblemente fuertes y estridentes, que se oían a varios kilómetros. No me sorprendería que este animal tuviera algún órgano o cavidad parecido en el cráneo, para el apareamiento, la comunicación o alguna otra función. Supongo que las frecuencias altas desencadenaron una resonancia simpática en el interior de dicho órgano y que al final lo hicieron explotar.

—Yo soy historiador, no físico —dijo Logan—. No conozco la resonancia simpática.

—Piense en cómo se rompe el cristal cuando una soprano canta una nota alta.

A una frecuencia natural determinada, el cristal vibra. Si la soprano sigue cantando la misma nota, añade energía, y llega un momento en el que el cristal no puede absorberla y se parte. —Marshall se volvió para mirar la base—. En este caso, supongo que nunca lo sabremos.

—Lástima. —Logan se giró hacia Faraday—. ¿Y usted? ¿Qué les ha contado a nuestros interrogadores de uniforme?

Faraday le miró con su expresión de constante sorpresa.

—He intentado explicarlo desde un punto de vista puramente biológico. Los dos animales se congelaron por separado durante el mismo fenómeno: una inversión atmosférica que provocó una corriente descendente de aire superfrío, la cual sometió a los animales a una congelación instantánea, antes de que se pudiera formar hielo en sus vasos sanguíneos, lo que los mantuvo vivos en animación suspendida. Les he explicado cómo se derritió el hielo: debido a su composición excepcional, de hielo XV, que se derrite a pocos grados centígrados bajo cero. También les he explicado el segundo agente causal: el fenómeno contrario a una congelación terminal, una corriente descendente de aire más cálido de lo normal que ayudó a revivir al animal, y que los dos fenómenos pudieron provocar la extraña aurora boreal roja que tanto afectó a Usuguk. Les he dado el ejemplo del mamut de Beresovka como precedente.

—¿Qué les ha dicho sobre el animal en sí? —preguntó Logan.

—Les he hablado del efecto Calisto: que podría tratarse perfectamente de una mutación genética, o de algo tan simple como una especie desconocida.

También les he hablado de la línea de leucocitos hiperdesarrollada del animal, y de que gracias a ella obtenía una curación casi instantánea. De que debajo del pelaje su exoesqueleto era quitinoso, pero con escamas casi como de serpiente que le permitían moverse con rapidez y flexibilidad, y desviar las balas. Y de su excepcional organización neurológica: ni las más altas dosis de electricidad trastocaban su sistema nervioso o le paraban el corazón. Lo irónico es que el sonido, en cambio, era mortal, al menos con una amplitud y una frecuencia determinadas, y con la posible ayuda de una debilidad causada por el hambre.

—Así que eso lo explica todo —dijo Logan.

—Todo… y nada —añadió Faraday.

Logan frunció el ceño.

—¿Por qué lo dice?

—Porque todo lo que acabo de decir es pura teoría y especulación, salvo el análisis de sangre. La cuestión es que los tipos raros de hielo, como el hielo XV, requieren mucha presión para formarse. El caso es que el animal sobrevivió miles de años congelado en el hielo, al margen de qué tipo de hielo fuera. Tenía una fuerza superior. Era inmune a la electricidad, incluso en dosis altas.

Faraday se encogió de hombros.

Marshall le miró, pensativo. El biólogo acababa de elaborar una explicación plausible para todo y después la había desmontado.

—A fin de cuentas, quizá Usuguk era quien tenía razón—dijo.

Los otros dos le miraron.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Faraday.

—Pues claro, al menos parcialmente. Soy científico, pero sería el primero en reconocer que la ciencia no puede explicarlo todo. Estamos muy lejos de la civilización. Esto es el techo del mundo. Aquí rigen otras reglas, de las que no tenemos la menor idea. No es un entorno hecho para el hombre, pero los hombres que viven aquí han visto muchas más cosas que nosotros, y deberíamos escucharles. Si hay alguna tierra que merezca ser llamada tierra de los espíritus, ¿no es esta, este lugar extraño, sagrado y lejano? ¿Vais a decirme que fue pura coincidencia que se apagase la aurora boreal justo cuando murió el animal?

La pregunta quedó en el aire frío, sin respuesta. En el silencio, Marshall oyó el batir lejano de unas hélices de helicóptero.

—Deben de ser los que vienen a buscarme —murmuró Logan.

Recogió el talego del suelo.

—¿Y usted? —preguntó Marshall.

—¿Yo? —Logan se echó el talego al hombro—. Si alguno de ustedes pasa por New Haven, que vaya a verme.

—No me ha contestado. Usted ¿qué teoría suscribe, la científica o la espiritual?

Logan le miró un momento, cerrando un poco los ojos, pero en vez de contestar formuló otra pregunta.

—¿Usted dónde creció, doctor Marshall?

Era lo último que se esperaba Marshall.

—En Rapid City, Dakota del Sur.

—¿Tema animales domésticos?

—Sí, tres perros salchicha.

—¿De niño hizo algún viaje largo en coche?

Marshall asintió, desconcertado.

—Prácticamente cada verano.

—¿Alguna vez perdió uno de los perros salchicha en un área de descanso?

—No.

—Yo sí —dijo Logan—. A Barkley, mi setter irlandés. Lo que más quería en el mundo. Se escapó de un área de picnic perdida en Oklahoma. Mi familia se pasó tres horas buscándole, pero no lo encontraron y al final tuvimos que irnos.

No había manera de consolarme.

El helicóptero ya se estaba posando al otro lado de la cerca de seguridad, levantando torbellinos diáfanos de nieve en polvo. Marshall miró ceñudo a Logan.

—No entiendo qué tiene que ver perder una mascota con…

De repente comprendió lo que insinuaba Logan y parpadeó de sorpresa.

—La diferencia es que los viajeros a los que se refiere usted eran de mucho más lejos que Rapid City, Dakota del Sur.

Logan asintió con la cabeza.

—De mucho, mucho más lejos.

Marshall sacudió la cabeza.

—¿Eso es lo que cree?

—Soy enigmólogo. Ejercitar la imaginación forma parte de mi trabajo. Como ha dicho su amigo Faraday, pura teoría y especulación.

Y, con una sonrisa burlona, repartió apretones de mano y se fue hacia el helicóptero, que le esperaba. Cuando el piloto abrió la puerta del pasajero, Logan se volvió.

—Aunque menuda especulación, ¿no cree? —dijo en voz alta, haciéndose oír sobre el zumbido del motor.

Subió y cerró la puerta. El helicóptero se elevó del suelo, sobrevoló el glaciar Fear, azul contra el azul del cielo, y giró bruscamente para poner rumbo al sur, a la civilización, alejándose de la tierra de los espíritus.

Notas

[1]
De «fragmentación grenade» (granada de fragmentación); matar voluntariamente a alguien de sus propias filas.
(N. del T.)

[2]
Lost Hope
significa «esperanza perdida».
(N. del T.)

Other books

This Time by Rachel Hauck
McNally's Secret by Lawrence Sanders
The Rainmaker by John Grisham
Cat on the Fence by Tatiana Caldwell
Lost Girls by Graham Wilson
Small-Town Brides by Tronstad, Janet
3 Lies by Hanson, Helen
Top Ten by Ryne Douglas Pearson