James Potter y La Maldición del Guardián (39 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—Eh, chicos, ¿estáis esperando a alguien? —dijo Graham cuando entró en la sala—. Encontré a este tipo rondando fuera del hueco del retrato. Dice que tú le invitaste, Rose.

Ralph sonrió tímidamente cuando Rose se levantó de un salto.

—Lo siento, Ralph. No había contado a James lo de Scorpius, y luego… bueno, de cualquier manera, estamos todos aquí, ¡así que comencemos!

Scorpius pareció molesto cuando Ralph se apretujó en el sofá entre él y Rose. El chico grande se quitó las zapatillas y colocó los pies en el reposapiés súper acolchado.

—Buena reunión esta noche. Puede que aquí Scorpius sea un tipo flacucho, pero sabe algunos trucos. Puede que algunos de vosotros, los Gryffindors, tengáis un pequeño problema de actitud con él, pero yo necesito toda la ayuda que pueda obtener —dijo Ralph jovialmente—. Oh, ¿James?

James levantó la mirada hacia Ralph, arqueando una ceja.

Ralph sonrió tímidamente.

—Albus quiere que te diga que serás mejor como Treus que él como Buscador de Slytherin. Esperaba verte esta noche. Incluso Tabitha preguntó si ibas a bajar.

James no supo qué decir. Después de un momento, Scorpius rompió la tensión.

—Todo esto es muy conmovedor —dijo secamente—, pero reconozco la melosa conversación Slytherin cuando la oigo. Soy bastante experto en el tema, como James ya ha señalado. ¿Podemos hablar del Club de Defensa ya?

Los cuatro hablaron durante la siguiente hora. A regañadientes, James quedó convencido de que Scorpius podía ciertamente ser capaz de enseñarles algunos hechizos defensivos decentes. Resultó que, de hecho, había sido entrenado desde temprana edad por su abuelo, Lucius Malfoy, que estaba recluido y no se hablaba con la familia. Scorpius admitió que no había visto a su abuelo desde hacía más de un año, desde que él y su padre habían tenido una pelea bastante seria.

El fuego se había reducido a carbones encendidos y los cuatro estudiantes estaban comenzando a guardar todo para la noche cuando Deirdre Finnigan, una de las amigas de primero de Cameron Creevey, entró como una bala de cañón en la sala común, jadeando y con el rostro encendido. Miró frenéticamente alrededor de la sala, y luego empujó a través de la multitud, dirigiéndose directamente hacia una esquina trasera.

—¿Qué le pasa? — masculló Scorpius.

Rose dijo:

—Se dirige a la mesa de Petra.

Toda la sala se silenció cuando el contenido del anuncio de Deirdre se supo.

—¡Es cierto! —decía— ¡Los vi conduciéndola a la enfermería! ¡Apenas podía tenerse en pie!

Petra simplemente miró a Deirdre, con la boca ligeramente abierta.

—¿Quién? —gritó Hugo desde el otro lado de la sala—. ¿Qué ha pasado?

—¡Josephina Bartlett! —gritó Deirdre sin aliento, volviéndose hacia la sala— ¡Comió un caramelo de menta maldito que la dejó con un miedo terrible a las alturas! La encontraron acurrucada en el suelo del balcón en el exterior de la sala común Ravenclaw. ¡No podía ni ponerse de pie! Sus amigos dijeron que el caramelo de menta había venido en una caja de chocolates de un admirador secreto, pero en lugar de eso, era obviamente de algún enemigo. ¡Madame Curio dice que estará un poco mejor por la mañana, pero los efectos no pasarán hasta dentro de unos meses!

—¿Un caramelo de menta de miedo a las alturas? —dijo Graham, arrugando la cara—. ¿Los Weasleys no hacen de esos?

—Creo que no —dijo Sabrina— parece una maldición a medida.

Damien entrecerró los ojos.

—Puede suponerse quién es el “admirador secreto” de Josephina. Todos oímos como se pusieron ella y Corsica durante la audición.

—Os estáis olvidando de lo más importante —dijo Deirdre, casi botando— ¡Josephina ha sido maldecida con miedo a las alturas! ¡Apenas podrá escalar un bordillo durante meses!

Los ojos de Sabrina se ensancharon.

—¡No puede subir al escenario en el anfiteatro! Si no puede subirse al escenario…

—No puede hacer el papel de Astra —terminó Damien, sonriendo abiertamente— ¡Por mucho que odie ver a alguien sacar provecho de la desgracia de otro, dejadme ser el primero en felicitar a nuestra buena amiga Petra…la nueva y mejorada Astra de Beugois!

Petra miró alrededor, con una expresión de sorpresa e incredulidad en la cara.

—Bueno, no habría querido obtener el papel de esta forma —dijo—. Pero supongo que tampoco lo rechazaré.

Sabrina aulló de alegría. Un alborozo surgió de entre los estudiantes congregados y James vio a Petra sonreír por primera vez en semanas. De repente, recordó que él hacía el papel de Treus, el enamorado más joven de Astra. Su cara enrojeció considerablemente cuando miró a través de la sala a Petra. Se fijó en que Rose le sonreía sabedoramente.

—¿Qué? —dijo, palmeándose las mejillas—. Tengo calor. Estoy sentado justo al lado de la chimenea.

—Mmmm —sonrió abiertamente Rose, asintiendo con la cabeza—. Oh, esto va a ser muy divertido, primo. Supongo que será mejor que empieces a practicar. Petra va a tener expectativas bastante altas para ese “beso de amor verdadero y eterno”.

A lo largo de la semana siguiente, al fin el otoño descendió por completo, dotando al aire de un enérgico frescor y pintando los árboles de vibrantes naranjas, rojos y amarillos. Hagrid dio su clase de Cuidado de las Criaturas Mágicas en el aula de invierno: un enorme y antiguo granero con paredes de piedra y gruesas vigas cubiertas de telarañas. Allí, había amontonado un impresionante conjunto de criaturas fantásticas, todas organizadas por tamaños. A lo largo de la pared de la entrada había una serie de jaulas y corrales, de los que emanaban amigables resoplidos, gruñidos, chirridos y ladridos. En el suelo de tierra había una línea de establos, cada uno más grande que el anterior. El más cercano contenía a un hipogrifo cuyo nombre, según el cartel pintado en la puerta, era Flintflank. La criatura chasqueaba el pico hacia las jaulas cercanas, aparentemente hambrienta por lo que había allí. El establo más alejado tenía grandes y gruesos portones, impidiendo cualquier vistazo a sus ocupantes. Las dos últimas puertas estaban chapadas con hierro y enormes travesaños las bloqueaban. Medían fácilmente seis metros de altura. De vez en cuando, resonaba un gruñido inquietante o una explosión de bramidos y rugidos agitaba el granero.

James se quitó la capa de los hombros mientras atravesaba la gran puerta principal, sorprendido por la calidez del espacio, a pesar de lo frío y vigorizante del día.

—¿Cómo calienta Hagrid un lugar así? —preguntó Ralph, inclinando el cuello hacia atrás para examinar el alto techo de madera—. Se está bien calientito aquí.

Los estudiantes se alinearon en el granero, examinando curiosamente las jaulas o acercándose vacilantemente al establo del hipogrifo. La gran bestia dio una patada con su pata delantera y lanzó un picotazo.

—Manteneos bien atrás —gritó llamó Hagrid—. Le conoceremos un poco más adelante este curso. Hasta entonces, mejor que os vea desde el otro lado de la habitación, en lugar de frente a él. Comencemos la estación aprendiendo algo sobre algunas de las más pequeñas bestias de las jaulas.

Hagrid condujo a la clase hasta las jaulas más pequeñas alineadas en la pared. Toqueteó uno de los cierres mientras hablaba.

—Hemos sido muy afortunados estos años al hacernos con tantos ejemplares de las más inusuales criaturas del mundo mágico. Una ex alumna mía se ha convertido en algo así como en una experta siguiendo la pista a bestias y animales, y me trae cualquier criatura que considere que ha resultado herida o está enferma. Yo hago lo que puedo por atenderlas para que se recuperen, pero pocas vuelven a ser capaces de sobrevivir en libertad de nuevo. Por supuesto, les doy el mejor hogar que puedo. El resultado final ha sido que ahora somos reconocidos en todo el mundo mágico por nuestra colección de animales salvajes. —Hagrid se giró, acunando un pequeño bulto de pelaje marrón que respiraba en su brazo—. Vaya, vienen expertos de todo el mundo a conocer y estudiar nuestra pequeña familia. ¿Estás bien, Punkin?

Ralph se inclinó hacia James y le susurró:

—Hablé con Rose esta mañana. Cree que ha descubierto algo importante sobre Merlín.

James le susurró a él.

—Sea lo que sea, no quiero oírlo. Siempre está escarbando nueva basura de alguna vieja leyenda o de un polvoriento libro de historia. Sabemos que la mayoría de esas cosas no son ciertas.

—No sé si son ciertas —murmuró Ralph—. Sólo sé que él ya no parece ser así. De todas formas, dijo que querrías oírlo. Explica un poco de dónde provienen las historias sobre por qué no amaba al mundo muggle. Dijo que “lo pondrá todo en contexto”, sea lo que sea lo que signifique eso.

James apretó los labios dubitativamente. Les había dicho a Rose y Scorpius que tenía intención de demostrar que Merlín no estaba involucrado en la conspiración que habían presenciado en el Espejo, pero aún no lo había hecho. De hecho, la idea de hacerlo le asustaba bastante. No era que no tuviera un plan. Lo tenía, y era bastante simple. Se requeriría algo de valentía y la ayuda del fantasma de Cedric, y podría meterse en muchos problemas si lo pillaban, pero ninguna de esas cosas era lo que le preocupaba. Sentía una extraña y opresiva reluctancia a seguir adelante con ello, sobre todo porque secretamente temía lo que podría descubrir. Si tenía razón, entonces Merlín no estaba involucrado, y James podría demostrárselo a Rose y a todos los demás. Pero ¿y si estaba equivocado? A pesar de su negativa, James estaba preocupado. ¿Y si seguía adelante con su plan y descubría que el director estaba, de hecho, aliado con el antiguo mortífago y esa horrible entidad? Peor aún, ¿y si la entidad era esa cosa de la que el esqueleto de la cueva, Farrigan, había hablado: el Guardián, de cuya venida al mundo supuestamente Merlín era responsable? El director había estado actuando de forma secreta y sospechosa. Había prohibido a James contar a nadie lo que el esqueleto de Farrigan había dicho, y eso en sí mismo ya era preocupante. Si lo que el esqueleto había dicho no era cierto, ¿por qué iba a importarle que James lo contara?

Sacudió la cabeza. Sin duda alguna, Merlín tendría sus razones. Merlín tenía que ser bueno. Había regresado para ayudar cuando la escuela se había visto amenazada por el reportero muggle, ¿no? Y todo porque James se lo había pedido.

Y esa, comprendió James con una vacía frialdad, era la razón por la que no podía enfrentarse a la idea de que Merlín podría no ser quien alegaba ser. Porque James había sido el responsable, en dos oportunidades, de haber traído al gran mago aquí: primero, al dejarse manipular por Madame Delacroix para facilitar el retorno de Merlín a nuestros días; y segundo, al enviar un mensaje de ayuda a Merlín a través de los espíritus de los árboles, con quienes Merlín estaba en comunión. Incluso había sido el consejo de James el que había conducido a su padre y su tío a la campaña para que Merlín se convirtiera en el nuevo director de la escuela. Si Merlín estaba involucrado en algo malo, entonces James sería el culpable. Sería el responsable en última instancia de todo lo que sucediera. Reconociendo eso, James sabía que tenía que descubrir cuáles eran las verdaderas intenciones de Merlín, pasara lo que pasara. Y si, por alguna horrible casualidad, Merlín estaba aliado con el mal, entonces James tendría de frustrar sus planes, costara lo que costara.

—Ahora bien, —estaba diciendo Hagrid, irradiando alegría hacia los estudiantes—. ¿Quién quiere acercarse y echarme una mano alimentando a Punkin el Garganta-retráctil?

Trenton Bloch levantó la mano y Hagrid le hizo señas para que se adelantara.

—Vamos, señor Bloch. Sólo sostenga este pedacito de Lempweed en el aire, pero no demasiado cerca. Manténgalo arriba y déjeme acercar a Punkin.

Trenton parecía molesto por las precauciones que Hagrid estaba tomando con la pequeña bola de pelo jadeante. Se parecía bastante a un gatito, pero sin una cabeza, cola o extremidades aparentes.

—¿Qué va a hacer, Hagrid? —preguntó Trenton, sosteniendo en alto el pedazo de planta correosa—. ¿Ronronearme hasta morir?

La última palabra de Trenton se convirtió en un pequeño grito de sorpresa cuando algo enorme y peludo surgió de la bola entre los brazos de Hagrid. Era una enorme y babeante boca sin dientes y se cerró sobre la mano entera de Trenton. Con un sonido de succión, sorbió del pedazo de Lempweed de la mano de Trenton y se retiró, desapareciendo en el interior de la pequeña y jadeante bola de pelo en brazos de Hagrid. Trenton retiró la mano, sacudiéndola y estremeciéndose visiblemente.

—Muy bien hecho, señor Bloch —exclamó Hagrid, riendo—. ¡Le gusta a Punkin! O bien piensa que es una rana con un poco más de Lempweed en el trasero. Normalmente, Los Garganta-retráctiles viven en el pantano donde succionan a las pequeñas criaturas anfibias y luego las vuelven a escupir, alimentándose de las plantas adheridas a ellas. No muy agradable para las ranas, pero si totalmente inofensivo.

Trenton observó fijamente su mano, que estaba recubierta de una baba viscosa. Miró indefenso a Hagrid.

—Puede que quiera lavarse eso, señor Bloch. La piel de rana es inmune a los jugos digestivos del Garganta-retráctil, pero podría darle comezón si se la deja allí. Hay una bomba y un cuenco junto a los establos grandes. Buen chico.

Hagrid colocó al Punkin de vuelta en su jaula y la cerró. Ya estaba explicando el ciclo de vida del Garganta-retráctil cuando un gran rugido sacudió los cimientos de la construcción. James miró hacia el rugido, con los ojos muy abiertos y el corazón de repente palpitante. Trenton se alejaba rápidamente de la enorme puerta de hierro, sus manos todavía goteaban agua del cuenco.

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