James Potter y La Maldición del Guardián (18 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—Oh, demonios —masculló Ralph tras él, su voz casi se perdió en el azote salado del viento.

En realidad fue bastante excitante, en cierto modo aterrador y frívolo. El viento cambiaba intranquilamente, tirando de las mangas y perneras de James. Sabía que no debía mirar hacia abajo, y aún así no podía evitar estudiar el camino, buscando los asideros más firmes. Ocasionalmente, James vio indicios de empedrado y grandes ladrillos incrustados en el camino, como si este hubiera sido reforzado en un distante pasado, tal vez repetidamente. Rastrojos secos crecían espaciados entre las rocas, siseando al viento. En ambos lados, el oleaje palpitaba y se alzaba contra las rocas de muy abajo.

—Esto es una locura —gritó Ralph con una voz aguda y vacilante—. ¿Qué hacemos si nos caemos por un lado? ¿Gritar: "Oh, director, he caído en picado por el lado derecho, un poco de ayuda no vendría mal"?

James pensó en como Merlín le habían encontrado la noche antes y en cómo había sabido exactamente qué estaba haciendo.

—Creo que tiene formas de saber que está pasando. No te preocupes, Ralph.

Rose, directamente detrás de James, dijo.

—Eso es fabulosamente tranquilizador.

Finalmente, el camino empezó a ampliarse. Los acantilados se oscurecieron mientras caminaban a través de una especie de portón formado por un amasijo de rocas desgastadas y desmoronadas. James se permitió al fin mirar alrededor cuando entraban en el claro sobre el monstruoso monolito. Estaba sin duda cubierto de larga hierba y pasto, pero no era completamente llano. En su lugar, tenía vagamente una forma de sifón, hundiéndose hasta una depresión oculta en el medio. Merlín estaba de pie en un estrecho camino que conducía hasta el centro.

—Excitante —gritó con entusiasmo. Parecía desagradablemente feliz, su capa batía libremente contra sus piernas y su barba flotaba al viento.

—En realidad —respondió James— ¡sí que lo fue!

Rose y Ralph los alcanzaron y se reunieron detrás del mago.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó Ralph, apartándose con los dedos el cabello de los ojos.

Merlín se giró y miró al centro de la meseta, que se hundía desapareciendo de la vista.

—Hemos llegado. Vigilad vuestros pasos a partir de este punto. Se vuelve un poco traicionero.

—Oh, bien —masculló Ralph impotente.

—Apresúrate, Ralph —dijo Rose, recogiéndose el cabello con un pequeño trozo de cinta—. Esta es la mejor aventura que nunca podrás contar a nadie.

—No sé por qué todo el mundo parece creer que me gustan las aventuras. Ni siquiera he leído nunca historias de aventuras.

—Permaneced cerca —dijo de nuevo Merlín mientras empezaba a descender por el camino.

A medida que los cuatro se abrían paso hacia el centro del embudo de la meseta, la hierba seca comenzó a ceder terreno. James se detuvo un momento cuando la auténtica naturaleza del monolito se hizo patente. El centro se volvía más y más pronunciado, cayendo profundamente en un pozo natural de quince metros de diámetro. El camino dio paso a enormes escalones de piedra, y después a una estrecha escalera excavada en el interior del pozo. Las escaleras eran obviamente antiguas, redondeadas y resbaladizas por el moho. El corazón del pozo estaba lleno de agua del océano, girando, y entrando y saliendo por cientos de fisuras desgastadas a través de la piedra. El retumbar de las olas era casi ensordecedor.

Finalmente, justo sobre el nivel del oleaje, las escaleras se encontraban con una gran cueva. Merlín los condujo a los tres a la penumbra. Se detuvo y golpeó con su báculo el suelo rocoso, iluminándolo. Una luz purpúrea llenó el espacio, produciendo duras sombras en cada peñasco y grieta.

—Bonito escondrijo —dijo James, silbando.

—Seguro sí que es —estuvo de acuerdo Rose—, considerando que está bajo el agua la mitad del día. Ahora mismo la marea está a medias.

—¿Es ahí donde esconde sus cosas? —preguntó Ralph, señalando hacia un gran agujero con forma de portal en la pared trasera de la cueva—. Hay algo escrito sobre la puerta, pero no puedo leerlo.

Rose miró fijamente, acercándose más.

—Es galés, ¿no?

—Es una vieja forma de lo que vosotros llamarías galés, supongo —dijo Merlín, aproximándose a la abertura—. Traducido por encima, se lee "Este es el almacén oculto de Merlinus Ambrosius; no entrar bajo pena de muerte".

Ralph entrecerró los ojos hacia las letras apenas legibles.

—A la porra los acertijos y las contraseñas mágicas.

—Yo no creo en jugar con las vidas de los buscadores de tesoros —replicó Merlín—. La mención de mi nombre era suficiente repelente para los que llegaban tan lejos. Los que se aventuran más allá merecen una justa advertencia.

—¿No hay algún tipo de llave o algo? —preguntó Rose.

—No, señorita Weasley. La cuestión no es entrar. De hecho, es todo lo contrario. Por eso usted y el señor Deedle esperarán aquí.

Ralph se animó.

—Esa es la primera buena noticia que he tenido desde que empezó este viaje. ¿Pero por qué?

—Su varita es un fragmento de mi báculo. —Merlín sonrió de forma algo desagradable—. Además es el único otro instrumento mágico en la faz de la tierra que puede revertir la entrada.

Ralph asintió, ondeando la mano.

—Suficiente para mí. Solo dígame qué hacer cuando llegue el momento. Feliz expedición.

Rose preguntó:

—¿Y qué hay de mí?

Merlín sacó algo de las profundidades de su túnica y se lo ofreció. Era un pequeño espejo con un marco dorado ornamentado.

—¿Sabe cómo hacer un Rayo Occido?

James vio a Rose luchar por no poner los ojos en blanco.

—Sé como reflejar la luz del sol con un espejo, sí.

Merlín asintió y miró a James.

—Sígame, señor Potter, y permanezca cerca.

Con eso, se giró y atravesó el umbral. Su báculo iluminaba el interior de la caverna con su luz púrpura. James miró a Ralph y Rose, se encogió de hombros, y siguió a Merlín al interior de la cueva.

Inmediatamente, sus pisadas crujieron desagradablemente.

—¡Ugh! —exclamó—. ¡Huesos!

El suelo estaba pesadamente cubierto de diminutos esqueletos. Los restos de pájaros, peces y roedores se apilaban con varios centímetros de profundidad. Merlín no les prestó ninguna atención.

—Un desafortunado coste —dijo, adentrándose más profundamente en la caverna—. La Piedra de un Solo Sentido es bastante inclemente. Mis advertencias son menos efectivas ahora de lo que eran hace unos pocos siglos.

—¿Puso advertencias para los pájaros y las ratas? —preguntó James.

Merlín volvió la mirada hacia él.

—Por supuesto, señor Potter. Las criaturas no entran para robar, sino simplemente en busca de refugio y comida. Incrusté un Maleficio de Miedo en la piedra de este lugar. Les decía a las mentes pequeñas que no había nada bueno que encontrar aquí, y que se mantuvieran alejadas. Sin embargo, subestimé la longevidad de esos maleficios. No me alegra ser responsable de la pérdida de estas criaturas. Compensaré a la tierra por su sacrificio.

—¿Qué quiere decir con piedra de un sentido? —preguntó James, pero cuando se volvió a girar hacia el umbral, lo vio por sí mismo. La entrada había desaparecido, reemplazada por áspera y lisa roca. A todas luces, James y Merlín estaban atrapados dentro de una cueva sellada. Se estremeció y abrazó a sí mismo, mirando alrededor del oscuro y escarpado espacio. Algo captó su atención.

—Hmm —dijo, intentando mantener la voz tranquila—, eso no es un pájaro ni una rata, ¿no?

Merlín siguió la mirada de James y vio un esqueleto humano apoyado contra un nicho oscuro. El esqueleto estaba envuelto en una áspera armadura. Una espada oxidada yacía cerca de su mano.

—Yo no me acercaría demasiado, señor Potter —advirtió Merlín suavemente cuando James dio un paso hacia el esqueleto, morbosamente fascinado.

—Guau —jadeó James—, todavía hay anillos en los dedos. Y cabello en el cráneo. ¡Oh, hay restos de un mostacho! ¿Quién cree que...?

De repente el esqueleto se inclinó hacia adelante, alzando los brazos y ondeando los restos de la decrépita espada. James retrocedió de un salto, tropezando con Merlín.

—¡Atrás! —chilló el esqueleto, ondeando los brazos y girando la cabeza—. ¡Revelaos u os atravesaré por diversión!

—No pasa nada, James —dijo Merlín secamente, ayudando a James a ponerse en pie—. Solo mantente alejado de él —dirigiéndose al esqueleto dijo—. No puedes vernos porque no tienes ojos, Farrigan.

—¡Merlinus! —chilló el esqueleto—. ¿Dónde estás, hijo del demonio? ¿Cómo te atreves a retenerme?

—¿Cómo te atreviste tú a traspasar mi demarcación e intentar robar mi almacén, viejo amigo?

—¡Amigo, ja! —exclamó el esqueleto. Su quijada chirriaba al hablar—. Abandonaste el mundo. ¡Muerto! ¿De qué iba a servirte todo esto a ti?

—Esperabas que estuviera muerto, pero sabías que no era así. Mi almacén estaba destinado solo a mí, de cualquier modo. Austramaddux te informó bien de ello.

—Austramaddux es un perro miserable —gruñó el esqueleto de Farrigan—. Pondré su cabeza en mi pared por esta estratagema. ¿Y qué quieres decir con que no tengo ojos? Simplemente está oscuro. Ilumina tu báculo si eres Merlinus, maldito.

Merlín miró a James, con ojos duros.

—Será liberado de su vínculo con este mundo cuando nos marchemos. Es parte de la maldición que cae sobre cualquiera que se atreva a irrumpir en este lugar, que permanecerá aquí hasta mi retorno. Ahora que ha llegado el momento, la maldición terminará. ¿Puedes soportar esperar con él? Es bastante inofensivo mientras mantengas las distancias.

James miró al esqueleto. Recostado contra la pared, luchando por unir los huesos de su pierna y hacerlos trabajar. Mascullaba chillonamente para sí mismo. James tragó saliva.

—Sí, supongo. ¿Cuánto tardará?

—Minutos —replicó Merlín, después alzó la voz—. ¿Señorita Weasley, puede oírme?

La voz de Rose llegó claramente a través de la entrada invisible.

—Estoy aquí mismo. Estoy viéndole a través de la puerta. ¿Qué está pasando ahí?

—Nada importante. ¿Puede producir el Rayo Occido ahora? La luz decreciente debería encontrar su camino a través de la gran grieta a la izquierda de la boca de la cueva.

James oyó los pasos de Rose mientras se alejaba. Un momento después, un estrecho rayo de luz solar atravesaba el aire polvoriento de la caverna, penetrando por el umbral de piedra de un sentido.

—Muy bien, señorita Weasley —dijo Merlín—. Un poco más arriba, por favor.

El rayo de sol penetró las profundidades de la cueva. Osciló y vagó mientras Merlín dirigía a Rose, alineando cuidadosamente el haz.

Finalmente, relampagueó sobre un brillante símbolo dorado en una pared lejana. Llameó brillantemente y de repente, de forma asombrosa, un largo cordón amarillo se desprendió del rayo de sol.

—Gracias, señorita Weasley —dijo Merlín, extendiendo el brazo para coger el extremo del cordón—. Lo ha hecho excepcionalmente bien. Hagan lo que hagan usted y el señor Deedle a partir de este punto, bajo ninguna circunstancia deben entrar en la caverna, a pesar de lo que oigan.

James sintió un escalofrío cuando Merlín se giró hacia él.

—Su tarea es muy simple, señor Potter, pero absolutamente esencial. Debe sostener el extremo de este cordón.

James tomó el cordón en sus manos cuando Merlín se lo ofreció. Era delgado, finamente tejido de brillantes hebras doradas.

—¿Todo lo que tengo que hacer es sostenerlo?

Merlín asintió con la cabeza, sosteniendo la mirada de James.

—Pero que quede claro, James Potter, mientras sostengas este cordón, sostienes mi vida en tus manos. No puedes soltarlo bajo ninguna circunstancia hasta que vuelva. ¿Entiendes?

James frunció el ceño, asombrado. Asintió con la cabeza. Sin otra palabra, Merlín se dio la vuelta y se adentró en las profundidades de la cueva, sujetando su báculo ante él. La cueva era aparentemente más profunda de lo que James había creído inicialmente. Cuando el mago se alejó lentamente, su báculo iluminó una caverna mucho más grande conectada con aquella en la que estaba James. El suelo era muy oscuro, casi negro. Extrañamente, Merlín estaba caminando sobre el cordón dorado, colocando cada pie cuidadosamente a lo largo de él. El cordón se estiraba hasta las profundidades de la caverna, desapareciendo en la oscuridad. Con un sobresalto, James vio que el suelo de la caverna mayor no era simplemente oscuro, como había pensado inicialmente. No existía en absoluto. Merlín estaba caminando solo sobre el cordón, suspendido sobre un abismo aparentemente sin fondo.

Se oyó un cloqueo seco y James miró hacia el esqueleto. Parecía estar riendo.

—Se ha marchado a por su tesoro ¿eh? —dijo—. Te deja tirado, según creo. Compláceme con tu nombre, oh, demonio.

—No soy un demonio —dijo James—. Mi nombre es James.

—Ah, un magnífico nombre, sí. Dime, maese James, si no eres un sirviente demonio, ¿por qué sostienes el cordón del hijo del diablo?

James sacudió la cabeza. Sabía que no debía hablar con el patético Farrigan. Este rió entre dientes de nuevo, cansado, y dejó caer su espada. La hoja oxidada se rompió por la empuñadura y el esqueleto dejó escapar un gran suspiro, que hizo crujir sus costillas.

—He adivinado ya mi estado—dijo Farrigan—. Austramaddux tenía razón sobre la trampa. He estado aquí durante décadas, ¿no? Hace mucho que morí, estoy unido a esta tierra solo por la maldición de esa abominación. ¿Y por qué? No vine a robar, sino a destruir. ¿Puedes entender eso, oh, James, que sostienes el cordón de ese mismo hombre? Vine a terminar con esto de una vez por todas. Pero he fallado, y ahora está empezando. Menos mal que estoy muerto después de todo, y no lo veré, ¿verdad? —rió entre dientes.

La curiosidad de James ganó.

—¿El qué? ¿Qué empieza?

—No me digas que eres tan tonto como para estar ciego a las estratagemas de Merlín —replicó el esqueleto, girando la cabeza hacia el sonido de la voz de James—. Tú, que incluso ahora le ayudas a lograr sus objetivos. No me digas que no has oído hablar de la Maldición, mi joven amigo.

—No sé de qué está hablando —respondió James—. Merlín no es quien usted cree que es. No sé lo que era en sus tiempos, pero ahora es diferente. Es bueno.

El esqueleto se lanzó hacia adelante, cacareando y palmeándose los muslos de hueso con las manos. Las articulaciones de los dedos se rompieron y estos se esparcieron entre los huesos de animales.

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