Read La aventura de los romanos en Hispania Online

Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los romanos en Hispania (12 page)

BOOK: La aventura de los romanos en Hispania
13.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Lo cierto es que tantos años sin ser derrotado o capturado por Roma nos dan una idea acerca del talento demostrado por este líder lusitano, al que sus hombres seguían con lealtad absoluta, algo insólito en la historia de este pueblo peninsular. Hasta su aparición, los lusitanos luchaban desordenadamente, en pequeñas bandas de rapiña; con él se logró la unión tribal en pos de un objetivo común: echar a los invasores de sus tierras.

En 145 a.C., la República romana ya había comprendido que Viriato era algo más que un díscolo reyezuelo local. Por fortuna, el fin de la tercera guerra púnica posibilitó el envío de grandes refuerzos a Hispania, y durante dos años los lusitanos fueron repelidos y, en alguna ocasión, derrotados. El propio líder lusitano se tuvo que atrincherar en la ciudad de Tucci (Martosjaén) a la espera de que amainara la tormenta de hierro y fuego que estaba cayendo sobre él y sus tropas.

No obstante, en 143 a.C., Viriato volvió a desplegar una ofensiva en toda regla que le permitió recuperar lo perdido en las campañas anteriores. Dos años más tarde Roma lanzaba una contraofensiva bajo el mando del procónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano, miembro destacado de la familia de los Escipiones. El general planteó una campaña inteligente apoyado por 19.000 legionarios, diez elefantes de batalla y tropas auxiliares africanas, aunque el discreto resultado obtenido no fue el más apetecible para los intereses romanos. Parecía imposible que tan escasos efectivos nativos pudieran golpear tan duro en el corazón de la mejor maquinaria bélica de la época. Por más que creciera su número, las legiones de Hispania no podían aplastar la deslumbrante figura del caudillo lusitano.

En 140 a.C., la situación bélica en la Península era de nuevo absolutamente favorable para Viriato. Los romanos tuvieron que aceptar una vez más su derrota y llegaron incluso a firmar un tratado de paz por el cual se reconocía la independencia de Lusitania, un
statu quo
impensable para la facción más reaccionaria del Senado romano. Así y todo reconocieron el poder de Viriato, concediéndole el título de
amicus populi romani
, toda una distinción que señalaba de facto la importancia adquirida por aquel líder popular.

Desgraciadamente, poco duró la felicidad. Un año más tarde Roma se recuperaba del quebranto militar de Hispania y enviaba un nuevo procónsul para la Ulterior, llamado Quinto Servilio Cepión. Éste, con la ayuda de un magnífico contingente militar, puso cerco a las posesiones lusitanas. Atacó Beturia y Carpetania, obligando a Viriato a retroceder hacia el interior de Lusitania.

Como de costumbre, se cruzaron embajadas que facilitaran una paz honrosa para los autóctonos. Viriato envió a tres de sus lugartenientes al campamento romano donde se encontraba el general Cepión. Los nombres de estos personajes son sobradamente conocidos: Audax, Minuro y Ditalco, así como su lugar de origen, la ciudad de Urso (Osuna). El romano, lejos de negociar, ofreció tierras y dinero a cambio de recibir la cabeza del líder enemigo. Los tres hombres no titubearon y cumplieron, tras aceptar su parte del pacto. Así murió Viriato, degollado cobardemente por sus propios oficiales mientras dormía en su tienda. Son las paradojas de la historia. Los traidores se presentaron nuevamente ante Cepión para comunicarle que el avieso plan se había ejecutado. Sin embargo, según cuenta una leyenda apócrifa y, por tanto, llena de razonables dudas, el general los miró con desprecio, exclamando: «Roma no paga a traidores».

En fin, sea como fuere, esa misma Roma despreció a Cepión por la forma vil de quitarse de en medio a un enemigo tan noble y poderoso. Los funerales de Viriato fueron, según el gusto de su tiempo, magníficos: se realizaron sacrificios y 200 parejas de guerreros, vinculados a su jefe por la
devotio
, lucharon como gladiadores junto a su tumba. Finalmente, el cadáver del bravo caudillo fue quemado para favorecer su tránsito hacia el otro mundo.

Otra suerte bien distinta corrió el infame Cepión —instigador del oneroso crimen—, a quien se le negó el
triunfo
y los honores tras regresar a la ciudad eterna.

La guerra lusitana se mantuvo unos meses más con un nuevo líder, Tautalos, quien, por supuesto, no tenía la fuerza vital de su predecesor. Finalmente, en 137 a.C., cesaba la resistencia y los restos del ejército lusitano eran enviados a Valentia (posiblemente, Valencia).

La caída de Lusitania dejó abierto el camino para que el general romano Décimo Junio Bruto se internara por la inexplorada Gallaecia, en el noroeste peninsular. Las legiones cruzaron el Duero, dirigiéndose al valle del Miño, donde se encontraron con la feroz resistencia de las tribus bracarenses. Según se dice, las curtidas tropas romanas tuvieron que combatir con determinación para conseguir la victoria; fueron luchas a vida o muerte en las que los nativos utilizaron a sus propias mujeres e hijos como bravos soldados. Finalmente, la conquista de Talobriga, último reducto de aquellos pueblos, supuso el fin de la guerra y la anexión total de esa zona territorial.

Roma celebró con grandes festejos el triunfo de Junio Bruto, otorgándole el sobrenombre de «Galaicus». De hecho, esta campaña entregó a Roma la posesión de las Médulas (provincia de León), una extraordinaria mina de oro que llenaría de forma incesante y durante decenios las arcas del Estado romano. Asimismo, obtenía el control sobre la ruta comercial atlántica, trascendental para el futuro contacto con Britania.

En los años que restaban al siglo II a.C. cabe mencionar la conquista de las Baleares a cargo del cónsul Quinto Cecilio Mételo. En 123 a.C., con el pretexto de liquidar algunos nidos de piratería, se iniciaron las operaciones militares. En dos años se completó la total ocupación de las islas, fundándose las colonias de Palma y Pollentia para asentar a 3.000 colonos provenientes de Hispania. Era una nueva posibilidad para acrecentar aún más las extensas zonas de cultivo que nutrían a la República romana. Mételo recibió por sus éxitos el triunfo con el sobrenombre de «Ballearicus». El dominio de Baleares aseguraba además el tráfico marítimo entre las provincias hispanas y una metrópoli que empezaba a dar sentido a la definición
Mare Nostrum
.

Cronología

Las guerras celtíberas y lusitanas

155-154 a.C. El caudillo lusitano Púnico ataca las fronteras de la provincia Ulterior.

154 a.C. El levantamiento de murallas en Segeda, capital de los belos, motivo de
casus belli
para Roma. Comienza la guerra celtibérica.

153 a.C. Las legiones romanas se despliegan en Hispania. Ese mismo año, los celtíberos, bajo el mando de Caro, ocasionan un desastre en las tropas romanas dirigidas por Nobilior. Los lusitanos hacen lo propio con las legiones de Murnio. Primer asedio de Numancia.

152 a.C. Claudio Marcelo firma acuerdos de paz con las tribus celtíberas. 152-151 a.C. Las tropas de Lúculo ocasionan el genocidio de Cauca (Coca), masacrando unos 30.000 habitantes de la ciudad.

150 a.C. El pretor Galba, mediante una treta, asesina a miles de lusitanos; uno de los pocos supervivientes se llama Viriato.

147 a.C. Viriato es elegido caudillo de las tribus lusitanas. Ese mismo año derrota a los romanos en Tribola y conquista Segobriga.

145 a.C. Los romanos recuperan la iniciativa frente a Viriato, el cual se atrinchera en la ciudad de Tucci.

143 a.C. Ofensiva lusitana que hace retroceder a los romanos.

140 a.C. Tras múltiples acciones victoriosas, Viriato firma la paz y Roma le concede el título de
amicus populi romani
.

139 a.C. Asesinato de Viriato. Meses más tarde finaliza la resistencia lusitana.

137 a.C. Los romanos conquistan Gallaecia. Ese mismo año el cónsul Hostilio sufre una severa derrota a manos celtíberas.

134-133 a.C. Escipión Emiliano asedia Numancia. Tras meses de heroica resistencia la ciudad cae, siendo arrasada. Fin de las guerras celtíberas.

123-121 a.C. Los romanos conquistan las islas Baleares, fundando las colonias de Palma y Pollentia.

IV
La nueva Hispania

Las provincias hispanas avanzaban en su progresiva romanización. La península Ibérica crecía en importancia debido a su enorme potencial económico y social. Hispania era la joya de Roma, y pronto se convirtió en escenario de batallas fratricidas por el control de la República. El ejemplo más claro lo constituyó Quinto Sertorio.

Tiempos inciertos

Tras la conclusión de las guerras celtíberas y lusitanas en 133 a.C., son pocas las fuentes documentales que nos pongan en conocimiento de los años posteriores a esa fecha; únicamente la conquista de Baleares, ya mencionada. En consecuencia, hemos de suponer que los hechos producidos en este período final de siglo no fueron de especial relevancia en cuanto al aspecto militar, pero sí, en cambio, en lo que respecta a la colonización social y económica, que prosperó a buen ritmo.

Hispania se convirtió en una de las provincias más y mejor romanizadas de la República. Esto no es de extrañar si observamos el constante flujo humano que recibía la península Ibérica en aquel tiempo, principalmente el aportado por las propias legiones romanas, de las que manaban miles de licenciados que desestimaban la posibilidad de regresar a Italia, soñando con los beneficios que podrían recoger si se establecían en los fértiles valles hispanos.

En efecto, estos pobladores ocasionales comenzaron una lenta pero progresiva hibridación con los autóctonos. Paso a paso, fueron imponiendo sus costumbres y tradiciones. A finales del siglo II a.C., zonas del medio y bajo Ebro, junto a otras de Levante y a la totalidad del valle del Guadalquivir, se encontraban ya plenamente integradas en el
modus vivendi
romano. Sólo restaban por asimilar los intransigentes territorios del interior peninsular; las guerras libradas en ellos habían dejado una profunda huella de dolor y resentimiento entre las diferentes tribus sometidas.

En 114 a.C. estalla lo que se puede considerar una segunda guerra celtíbera y lusitana. Las causas fundamentales para este conflicto larvado, no declarado, debemos atribuirlas seguramente al menguado reparto de tierras entre los vencidos y a la endémica pobreza de los estratos populares nativos. Estos ángulos, sumados a la innata rebeldía tribal, empujaron a decenas de ciudades y a miles de hombres a una contienda que duró casi veinte años y a la que Roma se empeñó en tildar como acciones de bandidaje.

Lo cierto es que, a tenor del esfuerzo bélico desplegado por la metrópoli latina, debemos presumir que aquello fue algo más que simples golpes ejecutados por bandoleros harapientos.

La situación en Roma tampoco era muy halagüeña, con un Senado preñado de magistrados incapaces, que pensaban más en su ascenso social que en proteger las fronteras exteriores de la Republica.

En Sicilia se desató una guerra servil, con numerosos contingentes de esclavos sublevados que clamaban por su libertad, y en el norte de Italia los pueblos cimbrios y teutones amenazaban con una invasión de la península Itálica. Eran años muy delicados, donde las legiones se debían multiplicar a fin de cubrir las fisuras que se estaban produciendo en los muros defensivos del futuro Imperio. Por tanto, no reconocer una guerra en Hispania implicaba evitar el envío de los ejércitos consulares necesarios para sofocar los inminentes peligros fronterizos. Lo de Hispania —aun siendo grave— se consideró como pequeñas revueltas internas a las que se daría un tratamiento casi de represión policial y poco más. Sin embargo, hay casos en este capítulo que pueden compararse a los de la guerra anterior, y llegan incluso a superarlos, con episodios ciertamente dramáticos.

Como decimos, en 114 a.C, el pretor de la Ulterior, Cayo Mario —futuro organizador del ejército romano—, tuvo que luchar contra diferentes bandas de lusitanos que se habían internado por la provincia sin que se pueda constatar victoria romana alguna ni, por supuesto, la pacificación tribal.

Dos años más tarde, otro pretor, Calpurnio Pisón Frugi, murió combatiendo a los lusitanos. Le sucedió Servio Galba, quien no pudo organizar en condiciones su potencial bélico al no recibir ningún refuerzo procedente de Roma. Los argumentos esgrimidos por el vacilante Senado fueron que aquellas tropas solicitadas por el pretor eran más necesarias en otros campos de batalla y no en Hispania, porque pensaban que las acciones de los lusitanos se podían considerar de ocasional rapiña y que debían ser controladas por las fuerzas disponibles en las provincias hispanas.

Todo cambió en 109 a.C, cuando mejoró la situación en los diferentes frentes militares. En ese año el escenario siciliano parecía encauzado y los bárbaros del norte se encontraban inactivos. Era el momento propicio para enviar a Servilio Cepión, un nuevo pretor, a Hispania, con considerables refuerzos. Sus operaciones militares en la Ulterior debieron de ser victoriosas, pues dos años más tarde regresó a Roma para recibir el
triunfo
.

Empero, los presuntos éxitos se tornaron trágicas derrotas en 105 a.C. En ese tiempo las legiones sucumbieron, no sólo en Hispania, sino también en la frontera norte de Italia y en Sicilia, donde se volvieron a sublevar inmensas masas de esclavos. La República romana parecía abocada a una implacable destrucción y sólo los dioses saben cómo se pudo recuperar para seguir adelante. Por lo demás, conocido es que Roma estuvo agonizando a lo largo de sus casi mil años de gozosa existencia.

En 104 a.C., la osadía de los terribles cimbrios les condujo a superar los Pirineos occidentales, internándose por el valle del Ebro. A esta acción se la puede considerar como la primera invasión bárbara de la península Ibérica.

Afortunadamente, las correrías de los invasores duraron poco y éstos fueron repelidos, no por los dominadores romanos, sino por los ardorosos guerreros celtíberos. Este detalle debemos tenerlo en cuenta a la hora de valorar por qué se levantaron en armas los celtíberos por segunda vez. Las razzias cimbrias destaparon en Hispania una presunta fragilidad de las escasas dotaciones militares romanas acantonadas en el territorio peninsular. La constatación del hecho animó a numerosas ciudades que habían sufrido un humillante y vejatorio trato tras la rendición de Numancia, hacía ya treinta años. No obstante, la provincia Citerior fue gobernada por magistrados muy capaces, que supieron enfrentarse con mano muy dura a las poblaciones celtíberas levantiscas.

BOOK: La aventura de los romanos en Hispania
13.71Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Paradise Court by Jenny Oldfield
Staking His Claim by Tessa Bailey
Miss Carter's War by Sheila Hancock
Share No Secrets by Carlene Thompson
Fatal Error by Jance, J.A.
The Communist Manifesto by Marx, Karl, Engels, Friedrich
The Vision by Heather Graham
The Bay by Di Morrissey