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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (15 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—¡Eh, te he dicho que te sentaras! —gritó el guardia.

—Éste es mi nuevo asiento —dijo una voz.

—¡Ése es tu nuevo asiento! —gritó el guardia en una extraña repetición de las palabras, y después no dijo nada más.

Han se obligó a mantenerse callado. No podía ver nada, por lo que el intruso debía de estar removiéndose a ciegas, incapaz de averiguar hacia dónde iba. ¿O también tendría sus propias gafas infrarrojas? ¿Y si Skynxnex o Moruth Doole habían contratado a algún asesino profesional para librarse de Han y Chewbacca allí donde nadie podía verlo?

¿Un rápido tajo de un cuchillo vibratorio? ¿Un empujón que le arrojaría fuera del transpone flotante, dejándole abandonado en el laberinto de túneles vacíos? Han nunca sería capaz de volver a la puerta metálica en aquella oscuridad. Se preguntó qué llegaría antes, si la muerte por hambre, por frío o por asfixia. No quería averiguarlo.

Oyó el débil eco de la respiración de alguien que hablaba desde detrás de una máscara respiradora y que se inclinaba hacia él. Chewbacca se tensó como si esperase ser atacado, y Han notó los pinchazos de su pelo al erizarse.

—¿Realmente venís del exterior? —había preguntado la voz—. Llevo años sin pisar la superficie...

La voz hablaba en un tono bajo y suave y parecía llena de esperanzas, pero quedaba ahogada por la máscara y el sonido del viento. Han no logró decidir si era la voz de un hombre ya muy mayor, la de una mujer de voz grave o la de un pequeño y apacible funcionario de la antigua prisión imperial.

La mente de Han le ofreció la imagen de un anciano esquelético con la cabellera muy larga y enmarañada, una barba hirsuta y ropas harapientas.

—Si venimos de fuera... Muchas cosas han cambiado.

—Me llamo Kyp... Kyp Durron.

Han se presentó y presentó a Chewbacca después de un momento de vacilación. Sospechaba que podía ser alguna clase de trampa, por lo que decidió no dar mucha información. Kyp Durron pareció darse cuenta de ello y se dedicó a hablar de sí mismo sin hacer muchas preguntas.

—Acabaréis conociendo a todo el mundo... No hay manera de evitarlo, ¿sabéis? He pasado la mayor parte de mi vida en Kessel. Mis padres eran prisioneros políticos y fueron exilados a este planeta cuando el Imperio empezó a reprimir la agitación entre los civiles. Mi hermano Zeth fue llevado al centro de adiestramiento militar de Carida, y desde entonces nunca hemos vuelto a tener noticias de él. Yo acabé en las minas de especia... Siempre pensé que volverían a buscarme y que también me llevarían a Carida, pero supongo que se olvidaron de mí.

Han intentó imaginarse cómo la vida de Kyp había pasado de lo malo a lo peor.

—¿Y cómo es que sigues aquí abajo?

—Durante la revuelta de la prisión les daba igual quién acababa aquí. Ahora la gran mayoría de mineros son guardias de la prisión imperial. Nadie pensó en dejarme salir cuando le dieron la vuelta a la tortilla arriba... Nunca he sido lo suficientemente importante.

Kyp emitió un sonido que debía de ser una carcajada impregnada de amargura.

—La gente dice que siempre tengo muy buena suerte, pero mi suerte nunca ha sido lo bastante buena para permitirme llevar una vida normal... —Hizo una pausa— como si estuviera haciendo acopio de esperanzas, y en ese momento Han deseó poder ver el rostro del desconocido—. ¿Es cierto que el Imperio ha caído?

—Hace siete años, Kyp —contestó Han—. El Emperador voló por los aires junto con su
Estrella de la Muerte
. Desde entonces no hemos parado de librar una batalla detrás de otra, pero la Nueva República está intentando restaurar el orden. Chewie y yo vinimos aquí como embajadores para restablecer los contactos con Kessel. —Han guardó silencio durante unos momentos antes de seguir hablando—. Evidentemente, a los habitantes de Kessel no les pareció muy buena idea...

Han se dio cuenta de que le estaba ocurriendo algo a los vagones que les precedían y concentró su atención en lo que tenían delante. El primer vagón se separó del convoy, y Han pudo oír cómo se alejaba por un túnel lateral, acompañado por un sinfín de ecos y un whoooosh que se fue debilitando rápidamente. Unos instantes después otros dos vagones se separaron del convoy y se fueron por otro túnel lateral, y el sonido que producían también se alejó a gran velocidad perdiéndose en el vacío de la lejanía. El resto del convoy minero flotante siguió avanzando por el túnel principal.

—Están separando a los distintos equipos —dijo Kyp—. Quería estar con vosotros... Cuéntamelo todo.

—Me parece que dispondremos de mucho tiempo para explicarte todos los detalles, Kyp —respondió Han con un suspiro.

El zumbido de los haces repulsores de los vagones se volvió un poco más grave. Han sintió cómo la brisa que le daba en el rostro se iba debilitando a medida que reducían la velocidad. Sus manos y su cara habían quedado entumecidas y notaba el cosquilleo del frío en las orejas, pero el resto de su cuerpo parecía estar cómodamente caliente gracias al traje calefactor.

El guardia que le había gritado a Kyp volvió a hablar cuando los vagones flotantes se detuvieron.

—¡Todo el mundo fuera! Poneos en fila y dirigíos a la zona de trabajo.

Los vagones restantes se bambolearon cuando los prisioneros bajaron de ellos y permanecieron inmóviles y en silencio sobre el suelo del túnel. El equipo de unos y otros entrechocó en la oscuridad, y las bolas de los mineros removieron la tierra apisonada. Un pandemonio de ruiditos creó ecos en las tinieblas claustrofóbicas del túnel, haciendo que la negrura pareciese volverse todavía más asfixiante.

—Eh, ¿dónde vamos? —preguntó Han.

Kyp se agarró a una tirilla del cinturón de Han.

—Cógete a la persona que tienes delante. Perderse aquí abajo es lo peor que te puede ocurrir, créeme...

—Te creo —dijo Han, y Chewbacca indicó que también estaba de acuerdo emitiendo un sonido gutural.

Cuando se hubo formado la fila, el guardia que la encabezaba empezó a caminar. Han daba pasitos cortos arrastrando los pies para no perder el equilibrio a causa de los guijarros y cascotes esparcidos en el suelo, pero incluso así tropezó con Chewbacca en varias ocasiones.

Giraron para meterse por la entrada de otro túnel. Han oyó un golpe ahogado y un chillido de dolor procedente del wookie.

—¡Cuidado con la cabeza, amigo! —dijo.

Después oyó el crujido del pelaje al quedar aplastado contra el recubrimiento interno del traje calefactor cuando Chewbacca se agachó para pasar por debajo del arco.

—Aquí está el riel —dijo el guardia—. Deteneos y empezad a bajar, despacio y sin prisas.

—¿Un riel? ¿Qué quiere decir? —preguntó Han.

—Lo sabrás en cuanto lo hayas tocado —respondió Kyp.

Los ruidos que oía no tenían ningún sentido para Han. No lograba averiguar qué estaba ocurriendo. Podía captar sonidos de tela que se deslizaba, y gritos ahogados de sorpresa o miedo. Cuando le tocó el turno de avanzar a Chewbacca, el wookie dejó escapar una queja enronquecida y agitó todo su cuerpo en un movimiento de negativa.

El guardia reaccionó golpeando a Chewbacca con un objeto duro. El wookie lanzó un rugido de dolor y movió el brazo en un arco intentando golpear al guardia, pero al parecer sólo consiguió que chocara con la pared de roca. Chewbacca se fue poniendo cada vez más nervioso, y empezó a manotear a derecha e izquierda. Han tuvo que agacharse para esquivar los golpes lanzados a ciegas.

—¡Cálmate, Chewie! ¡Para ya!

El wookie fue recuperando lentamente el control de si mismo al oír la voz de Han.

—¡Haz lo que te digo! —gritó el guardia.

—No hay ningún peligro —dijo Kyp intentando animarles—. Hacemos esto cada día.

—Yo iré primero. Chewie... aunque no sé hacia dónde —dijo Han.

—Venga, abajo —ordenó secamente el guardia.

Han se inclinó, empezó a tantear con las manos y acabó encontrando un agujero de grandes dimensiones que servía como trampilla de acceso a los túneles inferiores. El agujero estaba rodeado por montoncitos de cascotes y rocas. Sus dedos encontraron un frío riel metálico que debía de tener las dimensiones de una viga de acero. El metal estaba muy liso y descendía como si fuera un tobogán o una barandilla.

—¿Quieres que me suba encima de eso y que me deje caer? —preguntó Han—. ¿Dónde termina?

—No te preocupes —dijo Kyp—. Es la mejor manera de bajar.

—¡Debes de estar bromeando!

Un instante después oyó la risa de Chewbacca, una especie de resoplido nasal. Eso hizo que Han se decidiera por fin. Se sentó sobre el riel metálico, lo rodeó con las piernas y colocó las manos detrás de las caderas agarrándose a él lo mejor que pudo. El tejido resbaladizo del traje calefactor hizo que empezara a resbalar casi inmediatamente. La oscuridad le aferró mientras iba adquiriendo velocidad. Han imaginó estalactitas de puntas muy afiladas a escasos centímetros por encima de su cabeza que esperaban la ocasión de llevarse la parte superior de su cráneo si se le ocurría incorporarse en el momento equivocado. Seguía bajando, y lo hacia cada vez más deprisa.

—¡Esto no me gusta nada! —gritó.

El riel desapareció repentinamente debajo de él, y Han cayó sobre un montón de arena pulverulenta. Dos mineros se apresuraron a cogerle y apartarle del final del riel. Han no podía verlo, pero aun así se quitó el polvo del traje calefactor.

Chewbacca bajó unos momentos después lanzando un prolongado aullido que creó ecos en todo el túnel, y poco después llegaron Kyp Durron y el guardia.

—¡Volved a formar la fila! —ordenó el guardia.

Chewbacca gruñó y murmuró unas cuantas palabras en wookie.

—¡Oh, no se te ocurra decirme que ha sido divertido! —resopló Han.

El guardia reanudó la marcha y le siguieron. El suelo fue bajando poco a poco debajo de ellos, y se encontraron chapoteando en un lago no muy profundo. La presión del agua se resistía al avance de las piernas de Han. Los mineros cautivos siguieron avanzando, agarrándose unos a otros en su ceguera.

El agua despedía un olor entre rancio y salado, y el estómago de Han empezó a tensarse previendo una caída que lo sumergiría en ella hasta la cabeza. Chewbacca dejó escapar un gimoteo, pero aparte de eso se guardó los comentarios para sí mismo.

Algo blando que parecía un dedo rozó las piernas de Han por debajo del agua. Otros contactos se deslizaron sobre sus pies, y después investigaron sus pantorrillas y se enroscaron alrededor de ellas.

—¡Eh!

Han empezó a dar patadas. Las criaturas que no paraban de rozarle giraron a su alrededor como un enjambre fantasmal. Han se imaginó gusanos fofos y ciegos, seres hambrientos que se agitaban en la oscuridad. Sus bocas estarían repletas de colmillos que aguardaban la llegada de cualquier forma de vida comestible que estuviera indefensa entre las tinieblas..., tal como lo estaba él. Han siguió moviendo los pies para alejarlos.

—No atraigas su atención hacia ti —dijo Kyp Durron en voz baja y suave—. Sólo conseguirás que vengan más.

Han se obligó a calmarse y a caminar con zancadas deslizantes y regulares. Ningún prisionero gritó. Al parecer nadie había sido devorado vivo, aunque los pequeños dedos o ventosas o bocas siguieron moviéndose alrededor de sus piernas sin dejar de investigarle ni un momento. Tenia la garganta muy seca.

Cuando por fin llegaron al túnel que se abría al otro lado del lago subterráneo Han sintió un repentino deseo de caer de rodillas. El continuo gotear del agua y aquellos chapoteos tan leves que resultaban casi imperceptibles resonaban detrás de ellos creando ecos en la gruta.

Llegaron a la zona donde se extraía la especia después de un lapso cuya duración Han no tenía forma alguna de determinar. El guardia sacó un aparato de su mochila, produciendo roces y chasquidos al hacerlo. Después lo fue paseando a lo largo de las paredes del túnel.

—Los mejores depósitos de especia siempre están a grandes profundidades —dijo Kyp—. Aquí abajo el brillestim es fresco y fibroso, en vez de viejo y polvoriento como en las minas que están más arriba. Las vetas de especia se entrecruzan por las paredes de los túneles, y nunca están muy por debajo de la superficie rocosa.

Un zumbido estridente que creó vibraciones en sus dientes recorrió el túnel antes de que Han pudiera decir nada. Chewbacca lanzó un rugido de dolor. Después una delgada capa de roca se desprendió del túnel. El guardia había utilizado un disruptor acústico cuyo campo sólo penetraba unos cuantos centímetros en la roca, haciendo que se desmoronara y quedara desmenuzada.

—¡Recoged la especia! —ordenó.

Kyp se arrodilló sobre los guijarros y escombros y enseñó a Han y Chewbacca cómo había que buscar la especia en la roca medio desintegrada, hurgando con dedos entumecidos por el frío entre los restos rocosos para sacar de ellos hebras de brillestim parecidas a mechones de pelo o fibra de asbesto.

Han sentía como si tuviera las manos en carne viva a causa del trabajo y la mordedura del frío, pero ningún prisionero se quejaba. Todos parecían haber perdido las esperanzas y la voluntad de resistir. Podía oír cómo jadeaban y respiraban entrecortadamente mientras trabajaban sin parar ni un momento. Han fue metiendo fragmentos de brillestim en la bolsa de recogida que colgaba de su cadera. Se sentía terriblemente abatido, como si un cuchillo impalpable le estuviera vaciando por dentro. Podía pasar mucho, mucho tiempo haciendo aquel trabajo.

Cuando el equipo hubo acabado de examinar los escombros, el guardia hizo que avanzaran durante un rato por el túnel y después activó su disruptor acústico para desprender otra sección de pared.

Los mineros volvieron a encorvarse sobre el suelo para rebuscar entre los cascotes. Han sólo podía pensar en el dolor de sus rodillas, en cómo le ardían las manos y en lo agradable que sería volver a estar con Leia. Nadie le había dicho cuánto duraba un turno de trabajo, y de todas maneras no tenía ninguna forma de ir midiendo el transcurrir del tiempo en la oscuridad. Empezó a tener hambre y sed. Siguió trabajando.

Durante una pausa en el trabajo Han sintió que un cosquilleo le recorría la columna vertebral. Miró a su alrededor, sabiendo que no podría ver nada en la oscuridad: pero sus oídos, que ya se habían agudizado hasta convertirse en su sentido principal, captaron un roce lejano, un susurrar colectivo entonado por mil voces que se iba haciendo más audible a cada momento que pasaba y que se aproximaba tan deprisa como una hidrolocomotora lanzada a toda velocidad por un tubo. Un brillo perlino pareció emanar del aire.

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