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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (14 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Skynxnex posó el transporte de prisioneros sobre el suelo rocoso, ajustó una máscara respiradora sobre su boca y su nariz y entregó otra al guardia.

—¿Y qué hay de nosotros? —preguntó Han.

—No estaréis fuera mucho tiempo —respondió Skynxnex—. Una pequeña dosis de mareo os sentará bien.

Skynxnex pulsó un botón del panel de control y les liberó de sus ataduras. Han estiró sus brazos doloridos, y el guardia alzo su rifle al instante y Skynxnex desenfundó su desintegrador modificado de doble cañón. Un instante después los dos habían dirigido los letales agujeros de sus armas hacia Han. Han se quedó totalmente inmóvil.

—Yo sólo... Me estaba estirando, nada más. Vale, vale... ¡Calmaros!

Skynxnex abrió la compuerta lateral del vehículo de transporte y Han sintió un chasquido en los oídos. El aire húmedo salió a toda velocidad y se convirtió en vapor blanco, disipándose rápidamente en la atmósfera rarificada de los alrededores del pozo.

Han sintió cómo el oxígeno era robado de sus pulmones. Reaccionó instintivamente haciendo una profunda inspiración, pero no le sirvió de mucho. Han y Chewbacca bajaron tambaleándose del transporte al ser empujados por Skynxnex y el guardia.

Cuando llegaron al borde del cráter encontraron una jaula de ascensor montada sobre rieles que se hundían en el pozo. Skynxnex parecía estar moviéndose con deliberada lentitud. Han, incapaz de respirar, intentó apresurarse y entró tambaleándose en la jaula del ascensor haciendo una seña a Chewbacca para que le siguiera. Estaba jadeando y respiraba de manera entrecortada. Puntitos negros empezaron a aparecer delante de sus ojos. Cuando por fin logró aspirar toda una bocanada de aquella tenue atmósfera, sintió la mordedura del frío de Kessel dentro de su pecho.

—Hace unos años las fábricas de atmósfera siempre estaban funcionando al máximo de su rendimiento —dijo Skynxnex, y sus palabras quedaron un poco ahogadas por el respirador—. Doole pensó que era un desperdicio de energía de lo más estúpido.

El guardia cerró la puerta de rejilla y Skynxnex se encargó de manejar los controles del ascensor. La jaula fue descendiendo rápidamente hasta que la ventana de cielo se empequeñeció y acabó convirtiéndose en una manchita de luz azulada muy por encima de sus cabezas.

Vieron aberturas en el muro de roca en las que había incrustadas puertas de acero. En cada nivel había un anillo de luz que circundaba el pozo, pero muchos de los iluminadores se habían fundido o estaban rotos.

Chewbacca se había agarrado a los barrotes de la jaula del ascensor con sus brazos peludos y jadeaba intentando tragar aire. Su lengua rosada asomaba de su boca, y el wookie se estaba empezando a volver de un color purpúreo debido a la falta de oxígeno. Han, temblando, marcado y cada vez más necesitado de aire, acabó dejándose caer sobre el suelo del ascensor.

El ascensor se detuvo de repente, y la sacudida lanzó a Han contra la puerta de rejilla. Bajó la mirada hacia el suelo de la jaula, y vio que el pozo seguía descendiendo hasta una profundidad inconmensurable por debajo de ellos.

—¡Levanta! —ordenó Skynxnex pateándole—. Venga, no es hora de echar la siesta... Cuando estés dentro encontrarás aire fresco que respirar.

Han logró incorporarse con un poco de ayuda por parte de Skynxnex. El guardia, que era menos corpulento, tuvo muchas más dificultades para levantar a Chewbacca.

Abrieron la puerta del ascensor y Skynxnex abrió la compuerta, y los cuatro entraron tambaleándose en un pequeño cubículo totalmente recubierto de baldosas.

Han ya apenas podía ver nada. Le zumbaban los oídos. Su campo visual se había convertido en una mezcla de puntitos negros, torrentes de sangre que rugían y las tenues sombras de los objetos que había a su alrededor; pero en cuanto Skynxnex cerró la compuerta, un maravilloso chorro de oxígeno inundó la habitación.

El guardia deslizó el cañón de su rifle desintegrador por debajo del mentón de Chewbacca, y Skynxnex apuntó con su arma a la cabeza de Han antes de que los cautivos tuvieran tiempo de recuperarse.

—Ya casi hemos llegado —anunció Skynxnex—. No intentéis nada ¿entendido?

Han, extasiado por el mero hecho de poder volver a respirar, no se podía imaginar intentando nada... al menos por el momento.

Al otro lado de la esclusa había una gran sala llena de trabajadores de aspecto letárgico preparados para iniciar su turno en las minas de especia. La sala había sido excavada en la roca sólida con desintegradores, y un lado estaba ocupado por una larga batería de catres superpuestos que llegaban hasta el techo. Un gran espacio despejado y provisto de mesas que servía como comedor ocupaba la zona central.

Varias cámaras contemplaban la actividad desde sus soportes en las paredes. Guardias que vestían una abigarrada mezcolanza de uniformes improvisados con equipo de las tropas de asalto aguardaban detrás de pantallas en las salas de control. Todos los trabajadores estaban muy pálidos y parecían cansados y ausentes, como si llevaran años comiendo muy poco y viviendo en el subsuelo.

Un hombre muy corpulento fue hacia ellos manteniendo los ojos clavados en Skynxnex. El hombre tenía la cara llena de bultos, un mentón lleno de bultos cubierto por un áspero vello negro y brazos también llenos de bultos, como si todos sus enormes músculos hubieran sido colocados en lugares equivocados.

—¿Me has traído dos más? —preguntó—. ¿Sólo dos? No es suficiente... —Extendió una mano para agarrar a Chewbacca por un brazo peludo. Chewbacca rugió y se encogió sobre sí mismo, pero el hombre de los bultos no le prestó ninguna atención—. Bien, el wookie vale por tres hombres, pero en cuanto al otro... No sé, no sé. Con esto no sustituyes ni a la mitad de mis bajas.

Skynxnex le fulminó con la mirada.

—Pues entonces deja de perder gente —dijo con voz gélida, y dio un codazo a Han—. Éste es el jefe Roke. Se encargará de domesticaros. Cuanto más difícil os haga la existencia, mejor le tratará Moruth Doole.

—Parece que tiene ciertas dificultades para mantener controlados a sus trabajadores, ¿no? —comentó Han.

Roke le lanzó una mirada iracunda.

—Algo está acabando con mis hombres en los túneles inferiores. Ha habido otras dos desapariciones desde ayer. Se esfuman sin dejar ni rastro..., hasta los localizadores desaparecen. Han se encogió de hombros.

—Sí, hoy en día resulta muy difícil encontrar gente eficiente.

Skynxnex volvió a desenfundar su desintegrador de doble cañón y lo apuntó hacia el rostro de Han, pero cuando habló se dirigió al jefe Roke.

—Consígueles un par de trajes térmicos —dijo—. Les mantendremos vigilados mientras se ponen el uniforme.

Roke chasqueó los dedos y dos guardias empezaron a rebuscar en unos cubículos.

—El humano no es problema, pero el wookie... No sé si tendremos algo de su talla.

Al final el guardia acabó encontrando un traje enorme y de forma bastante extraña que había sido utilizado por alguna criatura alienígena que tenía tres brazos, pero que le quedó bastante bien a Chewbacca después de que hubieran sellado el agujero del tercer brazo. La manga y el guante vacíos quedaron colgando sobre su pecho.

Entre los hombros de cada traje había una mochila calefactora que serviría para mantenerles calientes en los gélidos túneles de la mina. Han sintió un gran alivio al ver que el traje también contaba con un pequeño respirador.

Skynxnex empezó a retroceder hacia el ascensor. El guardia ya había entrado en la cámara de la esclusa. Skynxnex apuntó a Han con los dos cañones de su desintegrador modificado, como si le pareciese que aún no había cumplido con su cupo de amenazas de la tarde.

—Puede que Moruth me deje utilizar esto la próxima vez...

—¡Oh, claro! Si limpias tu cuarto sin necesidad de que te lo recuerden y te comes todo el plato de verduras, quizá te haga un regalito especial —se burló Han.

—¡Turno Alfa, listo para iniciar el trabajo! —gritó el jefe Roke, y docenas de siluetas avanzaron con paso lento y cansado hasta los cuadrados pintados en el suelo. Roke señaló dos cuadrados que habían quedado vacíos—. Vosotros dos, a las posiciones dieciocho y diecinueve. ¡Ya!

—¿Cómo, es que no hay cursillo de orientación para los nuevos empleados? —preguntó Han.

—El adiestramiento se lleva a cabo en el puesto de trabajo —respondió el jefe Roke con una sonrisa impregnada de sadismo mientras te empujaba hacia los cuadrados.

Una señal silenciosa que pasó desapercibida a Han y Chewbacca hizo que todos los trabajadores se pusieran las mascarillas. Y Han y el wookie se apresuraron a imitarles. Una gran puerta corredera de metal se abrió al otro extremo de la pared para revelar una cámara iluminada de un centenar de metros de longitud en la que flotaba un transporte minero parecido a un ciempiés formado por pequeños vagones unidos mediante atractores magnéticos.

Un ping estridente brotó de unos altavoces ocultos, y los trabajadores de la mina empezaron a ocupar sus asientos en uno de los vagones flotantes. Las secciones del convoy oscilaron lentamente a medida que sus ocupantes iban subiendo a ellas.

Chewbacca gruñó una pregunta, Han miró a su alrededor, parpadeando lentamente mientras lo hacía.

—Sé tan poco de todo este asunto como tú, amigo.

Skynxnex se había marchado, por lo que Han ya no necesitaba seguir fanfarroneando. El miedo empezó a extenderse por sus miembros como un gotear helado.

El jefe Roke ocupó un asiento en el coche piloto. Había guardias esparcidos a intervalos regulares por toda la longitud del convoy de vagones abiertos, y todos llevaban gafas infrarrojas. Todos los prisioneros permanecían sentados en la más absoluta inmovilidad. La puerta de metal se cerró detrás de ellos. Todo el mundo parecía estar esperando algo.

—¿Y ahora qué? —murmuró Han para sí mismo.

Todas las luces se apagaron. Han y Chewbacca quedaron envueltos en la negrura más absoluta imaginable, unas tinieblas tan sofocantes y opresivas como una manta de alquitrán.

—¿Qué...? —Han tragó aire. La negrura era palpable. No podía ver absolutamente nada, y Chewbacca dejó escapar un gemido de alarma junto a él. Han oyó cómo los otros trabajadores empezaban a removerse en sus asientos. Aguzó el oído mientras su imaginación trataba de comprender lo que estaba ocurriendo, y acabó oyendo un traqueteo que parecía deslizarse por el suelo—. Calma, Chewie, no pierdas el control —dijo.

Una puerta de metal se abrió al otro extremo de la sala. El sonido de su movimiento a lo largo de los rieles de metal creaba ecos en aquel recinto cerrado. El viento sopló sobre ellos cuando el aire escapó a toda velocidad para desparramarse por los túneles de las minas de Kessel.

Han se sintió repentinamente dominado por el pánico y trató de ajustarse la mascarilla mientras notaba cómo la atmósfera se iba volviendo más tenue a cada momento que pasaba. El aire que escapaba de la cámara se llevó consigo el poco calor que había en ella, haciendo que Han sintiera el cosquilleo del frío allí donde su piel desnuda no quedaba protegida por el traje.

Los vagones del convoy minero temblaron sobre los haces de sus repulsores, y empezaron a adquirir velocidad. La aceleración incrustó a Han en el duro e incómodo respaldo de su asiento. Podía oír el rugido del aire que pasaba rápidamente sobre su cabeza, y podía sentir la proximidad de las paredes del túnel a su alrededor. El transporte dobló una curva, y Han se agarró a la fría barandilla de metal para no salir disparado de su asiento. Los vagones siguieron avanzando muy deprisa, inclinándose hacia adelante primero y hacia un lado después. Han no tenía ni idea de cómo se las estaba arreglando el jefe Roke para saber hacia dónde iba, a menos que todo el sistema estuviera controlado por un ordenador.

Un instante después de que hubieran pasado por una arcada llena de ecos, una gruesa puerta de metal se cerró detrás de ellos con un ruido que hizo pensar en una avalancha de restos metálicos.

Han no podía entender por qué los mineros de especia no colgaban unos cuantos iluminadores baratos para que les sirvieran como puntos de guía por los túneles. Pero un instante después la comprensión le golpeó como una bofetada en el rostro: la especia brillestim era fotoactiva —la presencia de la luz la activaba y le daba potencia—, por lo que estaba claro que debía ser extraída en la oscuridad más absoluta— ya que de lo contrario se echaría a perder.

La oscuridad más absoluta...

Han y Chewbacca pasarían sus días trabajando en las minas sin ser capaces de verse jamás el uno al otro, y tampoco podrían ver dónde se encontraban o lo que estaban haciendo. Han tuvo que parpadear para asegurarse de que tenía los ojos abiertos en vez de cerrados, pero el acto no supuso ninguna diferencia.

Sintió que un estremecimiento recorría su espalda. El jefe Roke había dicho que una criatura desconocida estaba haciendo estragos entre los indefensos mineros en los túneles de los niveles inferiores, acabando con ellos uno por uno sin que éstos pudieran hacer nada. ¿Cómo se podía huir de un atacante carnívoro mientras estabas rodeado por unas tinieblas impenetrables? Era imposible, evidentemente.

La cualidad del sonido iba cambiando de vez en cuando. La mente de Han fue acostumbrándose poco a poco a procesar la información a través de sus oídos, y gracias al repentino agujero producido en el vendaval no tardó en poder detectar los momentos en que el vagón pasaba a toda velocidad junto a un túnel lateral. Respirar a través de la máscara hacía que sólo pudiera captar el débil olor del aire reciclado.

El vagón osciló de un lado a otro, bamboleándose cuando alguien empezó a removerse en los asientos y fue pasando de una sección del convoy a otra. La silueta trepó lentamente sobre un asiento y luego sobre otro, aproximándose cada vez más a ellos. Han creyó oír una respiración jadeante que se aproximaba y se iba volviendo más y más entrecortada.

—¡Eh, tú, el número catorce! ¡Siéntate! —gritó un guardia.

¿El número catorce?», pensó Han. ¿Cómo se las había arreglado el guardia para saber cuál era el trabajador que se estaba moviendo? Un instante después se acordó de las gafas infrarrojas, y se dijo que los guardias probablemente podían verles a todos como siluetas relucientes recortadas sobre el telón de fondo de la negrura.

El vagón dejó de bambolearse durante unos momentos, pero las oscilaciones no tardaron en reanudarse. La silueta misteriosa seguía avanzando hacia ellos. Alguien trepó por encima del asiento para instalarse en el sitio vacío que había justo detrás de Han y Chewbacca.

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