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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (16 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—¿Qué...?

—iShhh! —respondió Kyp.

Los prisioneros habían dejado de trabajar. Una débil claridad iridiscente que hacía pensar en una densa nube de luciérnagas apareció de repente en el túnel y avanzó hacia ellos envuelta en un estridente parloteo de crujidos y chirridos.

Han se agachó, y oyó cómo los otros mineros también se movían a su alrededor y se apresuraban a lanzarse de bruces sobre el suelo cubierto de cascotes.

La cosa resplandeciente pasó a toda velocidad por el túnel, temblando y girando continuamente sobre sí misma. En cuanto les hubo dejado atrás y hubo rebasado el punto en el que habían sacado especia de las paredes, la cosa resplandeciente se desvió repentinamente hacia la derecha y se lanzó en línea recta contra la roca sólida, esfumándose como un pez que cae en un estanque oscuro.

Diminutas chispas azules surgidas de la especia que se encontraba al descubierto, que había sido activada por el veloz paso de la fuente de luz, aparecieron detrás de ellos y se deslizaron a lo largo de la curvatura del túnel. Los chispazos azulados chisporrotearon y temblaron, y no tardaron en desaparecer.

La repentina conflagración luminosa le había dejado los ojos doloridos. En circunstancias normales aquella luz probablemente habría sido demasiado tenue para que Han pudiera verla, pero sus ojos ya llevaban horas sumidos en la oscuridad anhelando aunque sólo fuera una pizca de claridad.

—¿Qué era eso? —gritó.

Oyó a Kyp jadeando a su lado.

—Nadie lo sabe... Éste es el número quince que he visto en todos los años que llevo aquí. Los llamamos espectros. Nunca hacen daño a nadie, o eso creemos, pero nadie sabe qué está haciendo desaparecer a los trabajadores en las minas situadas a mayor profundidad.

Hasta el guardia parecía bastante afectado, y cuando habló Han pudo detectar un leve temblor en su voz.

—Ya es suficiente... Fin del turno de trabajo. Volvamos a los vagones.

Han pensó que era una idea magnífica.

Cuando la hilera de vagones hubo regresado a la gran gruta y la puerta de metal se hubo cerrado detrás de ellos. Han oyó el sonido de las armas saliendo de sus fundas. Los guardias ordenaron a todos los trabajadores que se quitaran los trajes calefactores. Han podía entender las precauciones: una breve estimulación mental producida por unas fibras de brillestim robadas podía bastar para que un prisionero consiguiera fugarse... aunque Han había estado en la árida superficie de Kessel, y se preguntó dónde podría ir el prisionero después de haber escapado.

Las luces volvieron a encenderse por fin, y su cegadora claridad hizo que Han se encogiera sobre sí mismo como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago y le obligó a taparse los ojos.

Un instante después sintió que una mano le agarraba y tiraba de él llevándole hacia la sala.

—Todo va bien, Han... Limítate a seguirme. Deja que tus ojos se vayan acostumbrando a la luz. No hay ninguna prisa.

Pero Han ardía en deseos de averiguar qué aspecto tenía Kyp Durron. Siguió parpadeando para librarse de las lágrimas, y obligó a sus pupilas a contraerse lo suficiente para que pudieran extraer algún sentido del diluvio de brillantes imágenes que se agitaban a su alrededor. Pero cuando por fin logró distinguir la silueta de Kyp volvió a parpadear... esta vez a causa de la sorpresa.

—¡Pero si no eres más que un crío!

Han vio a un adolescente de oscura y revuelta cabellera que parecía haberse cortado el pelo él mismo con un cuchillo que tuviera el filo embotado. Sus grandes ojos estaban rodeados por círculos oscuros. y su piel estaba muy pálida como resultado de haber vivido muchos años en la oscuridad de las minas de especia. Kyp era robusto y tenía aspecto de ser fuerte y resistente, y contempló a Han con expresión esperanzada y un poco de temor en los ojos.

—No te preocupes —dijo Kyp—. Se arreglármelas, y no me defiendo del todo mal.

A Han le recordó al Luke Skywalker impetuoso, temerario y de ojos siempre muy abiertos que había conocido en la cantina de Mos Eisley. Pero Kyp parecía más duro de lo que había sido el joven Luke por aquel entonces, y no tan ingenuo como él. Con lo terrible que había sido su existencia, creciendo en Kessel y prisionero en las minas de especia sin nadie que cuidara de él, no tenía nada de raro que el chico poseyera aquella veta interior de dureza.

En aquellos momentos Han se sintió incapaz de decidir qué le inspiraba más odio, si el Imperio por haber tratado con tal dureza a Kyp y a su familia, Moruth Doole por haberse encargado de que todo siguiera igual..., o él mismo, por haber conseguido que él y Chewie se metieran en aquel lío.

8

La noche de Eol Sha no era muy propicia al reposo. La creciente oscuridad luchaba con el resplandor anaranjado que surgía del volcán cercano, el continuo destellar de colores suaves de la Nebulosa del Caldero y el reflector acechante que era la luna demasiado cercana. Los chorros siseantes que brotaban del campo de géiseres rompían el silencio a intervalos regulares.

Luke estaba solo en el pequeño módulo de almacenamiento que Gantoris le había asignado como alojamiento. El módulo no había sido concebido como vivienda, y disponía de muy pocas comodidades: sólo había una pileta con agua sobre la que flotaba una delgada película de polvillo y un montón de tierra cubierto por una tela que cumplía las funciones de cama. Gantoris extrajo un perverso placer de explicar a Luke que el módulo había sido uno de los sitios donde más le gustaba jugar al chico que había muerto bajo la avalancha. Los refugiados no debían haberle perdonado que no hubiera podido salvar a los dos niños, o quizá sencillamente Gantoris quería mantenerle lo más confuso y desorientado posible.

Si Luke decidía escapar, contaba con su espada de luz y con todos los poderes que había adquirido gracias a su adiestramiento Jedi; pero no había venido a Eol Sha para salir huyendo al primer contratiempo. Apoyó el mentón en las manos y clavó la mirada en la noche hostil que le rodeaba. Tenía que convencer a Gantoris de que debía escucharle, y hacerle ver cuán necesario era reconstruir la orden de los Caballeros Jedi. Sí, pero... ¿Qué razón podía impulsar a un hombre de una colonia aislada, que no tenía ni la más mínima idea de política galáctica, a que se tomara la molestia de intentarlo?

Si Gantoris realmente era un descendiente de Ta'ania. Luke tenía que conseguir que lo intentara.

Warton le trajo un pulguillo cocido al vapor como cena después de que los demás se hubieran retirado a sus módulos para pasar la noche. Luke examinó el reluciente caparazón negro del crustáceo y fue ensanchando las grietas que había en su cuerpo múltiple segmentado para acceder a la carne rosada que contenía. Un muchacho había perecido aquella misma tarde mientras intentaba cazar esas pequeñas criaturas con su lanza...

Luke podía salir del maltrecho módulo cuando quisiera, ir hasta la lanzadera posada al otro lado del campo de géiseres y coger sus raciones; pero no quería marcharse... al menos hasta que Gantoris accediera a ir con él. Luke comió aquella carne de sabor amargo, masticándola en silencio poco a poco.

—Ven conmigo.

Gantoris estaba en la puerta del módulo, una silueta inmóvil en el cuadrado del marco.

Luke parpadeó y salió de su trance sintiéndose fresco y descansado, y se sorprendió al ver la luz grisácea de la mañana entrando por las grietas del módulo. Se puso en pie sin decir palabra y salió al exterior.

Gantoris iba vestido con el uniforme descolorido de un capitán mercante. No le quedaba muy bien, pero lo llevaba con orgullo. El uniforme debía de haber pasado de una generación a otra mientras los colonos esperaban ver llegar a los mineros a bordo de sus antorchas de fusión, no queriendo renunciar a la esperanza de que su regreso convertiría su mísero asentimiento en un floreciente centro comercial.

—¿Dónde vamos? —preguntó Luke.

Gantoris le entregó un pequeño saco de tela y fibras y después se puso otro similar encima del hombro.

—A buscar comida —replicó.

Se echó su gruesa trenza negra a la espalda y empezó a avanzar hacia el campo de géiseres.

Luke le fue siguiendo con cautela sobre aquel terreno tan escarpado, abriéndose paso por entre la red incrustada de caliza que formaban los géiseres y las fumarolas. Eol Sha zumbaba a causa de la tensión de las fuerzas de marea, y todo el planeta temblaba como si estuviera sintiendo las últimas vibraciones de un gong que acaba de ser golpeado.

Gantoris se movía con una gran confianza en sí mismo, pero aquella firme seguridad sólo era una fachada bajo la que Luke podía captar nerviosismo y una vaga incertidumbre. Luke decidió que quizá fuera un buen momento para hablarle de la Fuerza y sus poderes.

—Supongo que debes de saber algo sobre la orden de los Caballeros Jedi —empezó diciendo—. Sirvieron a la Vieja República como guardianes y protectores del orden durante millares de años. Creo que una antepasada tuya, una mujer llamada Ta'ania, era hija de un Jedi... Por eso he venido a verte. Ta'ania fue una de las personas que establecieron la colonia de Eol Sha.

»El Emperador persiguió y mató a todos los Caballeros Jedi que sus asesinos lograron encontrar, pero no creo que pudiera seguir la pista de todos los descendientes y todos los linajes. El Imperio ha caído, y ahora la Nueva República necesita restablecer la orden de los Caballeros Jedi. —Luke hizo una breve pausa—. Quiero que tú seas uno de ellos.

Puso la mano sobre el hombro de Gantoris. Éste se estremeció, y se la apartó. Cuando volvió a hablar, la voz de Luke adquirió un tono más suplicante.

—Quiero mostrarte los poderes de la Fuerza, el número infinito de puertas que puede abrir... Con esa nueva potencia serás capaz de ayudar a mantener unida toda la galaxia. Te prometo que sacaremos a tu gente de aquí y la trasladaremos a un planeta donde no corra ningún peligro, un nuevo mundo que os parecerá un paraíso después de Eol Sha.

Luke cayó en la cuenta de que estaba empezando a dar la impresión de que quería convencerle con meras promesas vacías. Gantoris le contempló con sus ojos oscuros e insondables.

—Los imperios y las repúblicas no significan nada para mí. ¿Qué han hecho por nosotros hasta ahora? Mi universo se encuentra aquí, en este mundo.

Después se detuvo delante de la gran boca de un géiser y escrutó sus profundidades. El olor pestilente de los huevos podridos flotaba en el aire de la mañana. Gantoris sacó de su pequeño saco un bloque de datos viejo y bastante maltrecho y consultó una columna de cifras que parecía ser alguna especie de horario.

—Aquí... Entraremos en el géiser y haremos la recogida.

—¿La recogida de qué?

Gantoris se deslizó por el borde del agujero del géiser y se introdujo en él sin contestar. Luke se quitó su ropa Jedi con un encogimiento de hombros, la dejó al lado del géiser y después siguió a Gantoris hacia el subsuelo. ¿Estaría meramente tratando de averiguar si Luke era capaz de seguirle hasta el vientre del géiser?

El pozo era una angosta chimenea serpenteante que avanzaba a través de la roca porosa, un conducto que servía para descargar el agua súper recalentada. Depósitos minerales multicolores brillaban y centelleaban con destellos blancos, marrones y azulados, y se hacían polvo en su mano. Luke encontró muchos asideros mientras seguía a Gantoris por la colmena de pasadizos. La roca estaba caliente y un poco viscosa al tacto. Los vapores acres que brotaban de las profundidades empezaron a irritarle los ojos.

Gantoris se metió por una hendidura lateral.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Luke.

Gantoris siguió internándose en la grieta y se quitó el saquito del hombro con un encogimiento.

—Busca en los lugares más oscuros, los que están protegidos del agua hirviendo. —Metió los dedos en una rendija, buscó a tientas y acabó sacando un puñado de zarcillos de apariencia gomosa—. El calor y los depósitos minerales son un excelente criadero para los líquenes. El procesado es muy largo y trabajoso, pero podemos sacar algo comestible de esto. En nuestro mundo no tenemos muchas opciones... Mi gente debe conformarse con lo que puede encontrar.

Luke descolgó su saco del hombro y empezó a buscar en las grietas, hurgando con su mano protésica. ¿Y si había alguna criatura venenosa acechando en las rendijas, aguardando la ocasión de picarle? Luke podía leer intenciones ominosas en la mente de Gantoris, pero no lograba saber con exactitud en qué consistían. ¿Estaría buscando alguna manera sencilla de matar al «hombre oscuro» de sus sueños? Al tercer intento Luke encontró una masa esponjosa y la arrancó de un tirón.

Gantoris volvió la cabeza hacia Luke y le miró por encima del hombro.

—Será mejor que nos separemos —dijo—. Si te quedas a mi lado, sólo encontrarás lo que yo vaya dejando... Nunca podré alimentar a mi gente de esa manera, ¿sabes? —La voz de Gantoris había adquirido un tono burlón y su frente se había llenado de arrugas. La piel rasurada donde habrían tenido que estar sus cejas subió unos milímetros mientras contemplaba a Luke—. A menos que tu Fuerza pueda hacer el milagro de crear un banquete naturalmente...

Luke se dirigió hacia otra hendidura mientras Gantoris se internaba todavía más en la fisura que había elegido y doblaba una esquina rocosa. Un aleteo de inquietud recorrió a Luke desde la cabeza hasta los pies al ver cómo se alejaba, pero hizo caso omiso de él y empezó a buscar entre las grietas.

El liquen no resultaba muy difícil de encontrar, y Luke no tardó en llenar su saco deslizándose a través de las angostas aberturas. Gantoris quizá había esperado que acabaría extraviándose entre las fisuras, pero Luke siempre era capaz de volver sobre sus pasos incluso cuando se encontraba en el subsuelo y carecía de puntos de orientación. Hacía rato que no oía a Gantoris, por lo que decidió que ya había cumplido con sus obligaciones e inició el trayecto de vuelta al punto en el que se habían separado.

Cuando llegó a la bifurcación vio que Gantoris ya no estaba allí. Se internó un poco más en la fisura para buscarle esperando caer dentro de una trampa en cualquier momento, pero confiando en que sería capaz de salir bien librado. Estaba claro que tendría que impresionar a Gantoris con sus capacidades de Jedi.

El pasadizo terminaba en un muro de piedra erosionada. El olor a humo sulfuroso se hizo más perceptible, y engendró una profunda sensación de claustrofobia dentro de Luke. Se acordó de los dos niños enterrados bajo la avalancha, y de las manchas de sangre esparcidas por las bases de las rocas que habían caído sobre ellos. El suelo zumbaba a su alrededor con un sinfín de energías letales que pugnaban por liberarse. ¿Y si se producía otro terremoto mientras Luke estaba atrapado en las angostas grietas del subsuelo?

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