Gadlem me miró por encima del borde de su taza y me hizo una señal para que me acercara y tomara asiento.
—Me he enterado de lo de los Geary —dijo—. ¿Qué ocurrió?
—Sí, señor. Fue… fue un desastre. —No había tratado de ponerme en contacto con ellos. No sabía si la señora Geary se había enterado de que su papel había desaparecido—. Creo que estaban, ya sabe, destrozados e hicieron una estupidez…
—Una estupidez muy planeada. Casi es la estupidez espontánea más organizada de la que he oído hablar. ¿Van a poner una queja? ¿Voy a escuchar unas duras palabras de la embajada americana?
—No lo sé. Sería muy impertinente si lo hicieran. Tampoco tendrían nada a lo que agarrarse.
Habían cometido una brecha. Era triste, pero simple. Él asintió, suspiró y me enseñó dos puños cerrados.
—¿La buena noticia o la mala noticia? —dijo.
—Pues… la mala.
—No, primero te doy la buena. —Agitó la mano izquierda y la abrió con teatralidad, después habló como si hubiera dictado una sentencia—. La buena noticia es que tengo un caso de lo más intrigante para ti. —Esperé—. Ahora la mala. —Abrió la mano derecha y golpeó con ella la mesa del escritorio, con una rabia sincera—. La mala, inspector Borlú, es que es el mismo caso en el que ya estabas trabajando.
—¿Señor? No lo entiendo…
—No, claro, inspector, ¿quién de nosotros lo entiende? ¿A quién de nosotros, pobres mortales, nos es dado el entendimiento? Sigues en el caso. —Desdobló una carta y me la pasó, sacudiéndola. Vi que tenía sellos y símbolos en relieve encima de la cabecera del texto—. Noticias del Comité de Supervisión. Respuesta oficial. ¿Te acuerdas, esa pequeña formalidad? No van a pasar el caso de Mahalia Geary. Se niegan a invocar a la Brecha.
Me recliné con fuerza en el respaldo.
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué coño…?
El tono de su voz era monótono.
—Nyisemu, de parte del comité, nos informa que han revisado las pruebas que les hemos presentado y han concluido que no existen pruebas suficientes para suponer que haya ocurrido brecha alguna.
—Eso es una mierda. —Me levanté—. Ya ha visto mi informe, señor, sabe lo que les he entregado, sabe que no hay forma de decir que esto no es una brecha. ¿Qué han dicho? ¿Cuáles fueron sus motivos? ¿Hicieron un reparto de la votación? ¿Quién firma la carta?
—No están obligados a dar explicaciones.
Sacudió la cabeza y miró asqueado el papel que sostenía con la punta de sus dedos como pinzas.
—Maldita sea. Alguien está intentando… Señor, esto es ridículo. Necesitamos invocar a la Brecha. Son los únicos que pueden… ¿Cómo se supone que voy a investigar esta mierda? Soy un poli de Besźel, nada más. Aquí está pasando algo jodido.
—Muy bien, Borlú. Como ya he dicho, no están obligados a dar ningún tipo de explicaciones, pero anticipando sin duda parte de nuestra educada sorpresa, han incluido de hecho una nota, y un sobre adjunto. Según esta imperiosa pequeña misiva, no fue por tu presentación. Así que consuélate con el hecho de que por muy chapuceramente que lo hicieras, más o menos los convenciste de que era un caso de brecha. Lo que ocurrió, manifiestan, es que como parte de sus «investigaciones rutinarias» —las desaprobatorias comillas que hizo con los dedos parecían las garras de un ave— salió a la luz más información. Cucú.
Tocó uno de los sobres de correo o de propaganda que tenía sobre la mesa y me lo lanzó. Una cinta de vídeo. Me señaló la tele con reproductor de vídeo de la esquina del despacho. Apareció la imagen, de baja calidad en tonos sepia y llena de interferencias. No había sonido. Los coches cruzaban lentamente la pantalla, en diagonal, en un tráfico bastante fluido y constante, encima de la fecha y un marcador de tiempo, entre columnas y paredes de edificios.
—¿Qué es esto? —Calculé la fecha: de madrugada, hace un par de semanas. La noche antes de que encontraran el cuerpo de Mahalia Geary—. ¿Qué es esto?
Los pocos vehículos que había aceleraron, se escabulleron con un ajetreo increíblemente espasmódico. Gadlem agitó la mano con mal humor, dándole al botón de avance de la imagen del mando a distancia como si fuera una batuta. Avanzó varios minutos de la cinta.
—¿De dónde es esto? La imagen es una mierda.
—Es mucho menos mierda que si fuera una de las nuestras, esa es precisamente la cuestión. Ya está —dijo—. Bien entrada la noche. ¿Dónde estamos, Borlú? Detecta, detective. Fíjate en la derecha.
Pasó un coche rojo, un coche gris, un camión viejo y después, «¡Mira!
¡Voilà!
», gritó Gadlem, una mugrienta furgoneta blanca. Se arrastró de la parte inferior derecha a la parte superior izquierda de la imagen hacia algún túnel, se detuvo quizá en una señal de tráfico que no se veía y se marchó de la pantalla y de nuestra vista.
Lo miré esperando una respuesta.
—Fíjate en las manchas —dijo. Estaba avanzando la imagen, haciendo que los pequeños coches volvieran a bailar—. Nos lo han acortado un poco. Una hora y pico. ¡Mira! —Presionó el botón de play y aparecieron de nuevo uno, dos, tres vehículos más, después la furgoneta blanca (tenía que ser la misma) moviéndose en la otra dirección, justo por donde había venido. Esta vez el ángulo de la cámara capturó la matrícula delantera.
Iba demasiado rápido como para que pudiera verlo. Presioné los botones incorporados en el reproductor, y procedí a retroceder la furgoneta a toda velocidad hasta tenerla en mi línea de visión, después la hice avanzar algunos metros y detuve la imagen. Esto no era un DVD, así que la imagen congelada era una atmósfera cargada de ruidos y estática, la vibrante furgoneta no estaba del todo quieta sino que temblaba como un electrón perturbado entre dos ubicaciones. No podía ver el número de la placa con claridad, pero lo que vi en la mayor parte de los sitios parecía una de un par de posibilidades: una
vye
o
bye
, un
zsec
o
kho
, un siete o un uno y así sucesivamente. Cogí mi libreta y pasé las páginas.
—Allá va —murmuró Gadlem—. Está tramando algo. Tiene algo, damas y caballeros. —Pasé páginas y días. Me detuve—. Una bombilla, la veo, le está costando encenderse, para arrojar luz sobre la escena…
—Joder —dije.
—Y tanto que joder.
—Es esa. Es la furgoneta de Khurusch.
—Es, como bien dices, la furgoneta de Mikyael Khurusch.
El vehículo en el que habían llevado el cuerpo de Mahalia Geary y del cual la habían tirado. Me fijé en la hora de la imagen. Al verla en la pantalla era casi del todo seguro que contenía a Mahalia muerta.
—Jesús. ¿Quién ha encontrado esto? ¿Qué es? —pregunté.
Gadlem suspiró y se frotó los ojos.
—Espera, espera.
Levanté la mano. Miré la carta del Comité de Supervisión, que Gadlem estaba usando para abanicarse la cara.
—Eso es una esquina de la Cámara Conjuntiva —dije—. Maldita sea. Es la Cámara Conjuntiva. Y esa es la furgoneta de Khurusch saliendo de Besźel, entrando en Ul Qoma y de vuelta otra vez. Legalmente.
—Din, din —dijo Gadlem, como el típico timbre de un concurso de la televisión—. Din, din, din y mil veces din.
Como parte, nos decían (y a lo que le dije a Gadlem que teníamos que volver después), de las investigaciones previas acordes a cualquier invocación de la Brecha, que se habían inspeccionado las imágenes del circuito cerrado de la noche en cuestión. Eso era poco convincente. El caso había parecido siempre un caso claro de brecha por el que nadie se iba a molestar en mirar a conciencia varias horas de cinta. Y, además, las anticuadas cámaras de la parte besźelí de la Cámara Conjuntiva no iban a ofrecer imágenes nítidas del vehículo: estas las habían grabado desde fuera, desde el sistema de seguridad privado de un banco que algún investigador había requisado.
Con la ayuda de las fotografías proporcionadas por el inspector Borlú y su equipo, nos decían, se había verificado que uno de los vehículos que pasaron por un puesto fronterizo de la Cámara Conjuntiva, para salir de Besźel, entrar en Ul Qoma y regresar de nuevo a Besźel, había sido el mismo en el que habían transportado el cuerpo de la fallecida. En consecuencia, si bien era cierto que se había cometido un crimen abyecto que se debía investigar con carácter de urgencia, la entrada del cadáver desde el lugar del asesinato, aunque al parecer había ocurrido en Ul Qoma, al suelo de Besźel, donde lo tiraron, no había implicada, en efecto, ninguna brecha. El paso entre ambas ciudades había sido legal. No había, en consecuencia, motivos para invocar a la Brecha. No se había cometido ninguna brecha.
Este es el tipo de situación jurídica ante la que los extranjeros reaccionan con un desconcierto comprensible. Con el contrabando, por ejemplo, suelen insistir. El contrabando es una brecha, ¿verdad? Intrínsecamente, ¿no? Y no.
La Brecha tiene poderes que el resto de nosotros apenas alcanzamos a imaginar, pero su llamamiento es tremendamente preciso. No se trata del paso de una ciudad a otra, ni siquiera en un caso de contrabando: se trata de la forma de ese pasaje. Tira
feld
o cocaína o armas desde tu ventana trasera besźelí a través de un patio hasta un jardín ulqomano para que lo recoja tu contacto: eso es una brecha, y la Brecha te cogerá y lo seguiría siendo si arrojaras migas de pan o plumas. Pero ¿robar un arma nuclear y llevarla escondida cuando atraviesas la Cámara Conjuntiva, legalmente la propia frontera? ¿En ese puesto fronterizo donde las dos ciudades se encuentran? En ese acto se cometen muchos delitos, pero la brecha no es uno de ellos.
El contrabando en sí mismo no es una brecha, aunque se cometen muchas brechas para poder hacer contrabando. Los traficantes más listos, sin embargo, se aseguran de cruzar correctamente y se muestran profundamente respetuosos con las fronteras y los poros de la ciudad, y así cuando cruzan se enfrentan solo a las leyes de uno u otro lugar, no al poder de la Brecha. Quizá esta considera los pormenores de esos delitos una vez se ha cometido la brecha, todas las transgresiones en Ul Qoma o en Besźel o en las dos, pero de ser así lo hace solo una vez y porque los delitos están relacionados con una brecha, la única infracción que la Brecha castiga, la irreverencia existencial a las fronteras de Ul Qoma y de Besźel.
Robar la furgoneta y tirar el cuerpo en Besźel eran actos ilegales. También lo era, y de forma horrible, el asesinato en Ul Qoma. Pero lo que habíamos asumido como la transgresión particular que conectaba los acontecimientos nunca había ocurrido. Todo el pasaje se había mantenido escrupulosamente legal, efectuado a través de canales oficiales, con los papeles en regla. Incluso si los permisos estaban falsificados, el paso de la frontera de la Cámara Conjuntiva se convertía en una cuestión de entrada ilegal, no de brecha. Ese es un delito que puede ocurrir en cualquier país. No había habido ninguna brecha.
—Esto es una puta mierda.
Caminé nervioso de un lado a otro entre el escritorio de Gadlem y el coche congelado de la pantalla, el transporte de la víctima.
—Esto es una mierda. Nos han jodido.
—Que es una mierda, me dice —le dijo Gadlem al mundo—. Me dice que nos han jodido.
—Nos han jodido, señor. Necesitamos a la Brecha. ¿Cómo coño se supone que vamos a hacerlo? Alguien en alguna parte está intentando que esto se quede como está.
—Nos han jodido, me dice, y observo que me lo dice como si yo estuviera en desacuerdo con él. Algo que, la última vez que me fijé, no estaba haciendo.
—En serio, qué…
—Es más, podría decirse que estoy de acuerdo con él en un grado sorprendente. Claro que nos han jodido, Borlú. Deja de dar vueltas como un perro borracho. ¿Qué quieres que te diga? Sí, sí, sí, esto es una mierda; sí, alguien nos ha hecho esto. ¿Qué quieres que haga?
—¡Algo! Tiene que haber algo. Podemos apelar…
—Mira, Tyador. —Juntó las yemas de los dedos de sus manos—. Los dos estamos de acuerdo sobre lo que ha pasado. Los dos estamos cabreados por que sigas en este caso. Por distintas razones, quizá, pero… —Hizo un gesto con la mano quitándole importancia—. Pero te diré cuál es el problema que no has mencionado. Mientras que, sí, los dos estamos de acuerdo en que la inesperada recuperación de estas imágenes huele bastante, y que parecemos ser trocitos de aluminio en un juguete para algún gato maligno del Gobierno, sí, sí, sí, pero, Borlú, sea cual sea la forma en la que han conseguido la prueba, esta es la decisión correcta.
—¿Lo hemos corroborado con los guardias de la frontera?
—Sí, y no hay absolutamente nada, pero ¿es que crees que conservan los registros de todos los que pasan? Lo único que necesitan es ver un permiso medianamente creíble. Con eso no puedes discutir. —Le hizo un gesto con la mano al televisor.
Tenía razón. Sacudí la cabeza.
—Como muestran esas imágenes —dijo— la furgoneta no incurrió en ninguna brecha y, por lo tanto, ¿qué clase de apelación podíamos presentar? No podemos invocar a la Brecha. No por esto. Ni tampoco, francamente, deberíamos hacerlo.
—¿Y ahora qué?
—Ahora tienes que seguir investigando el caso. Tú lo empezaste, tú lo vas a terminar.
—Pero ocurrió en…
—… en Ul Qoma. Sí, lo sé. Vas a ir allí.
—¿Qué?
—Esto se ha convertido en una investigación internacional. La policía de Ul Qoma no lo había tocado mientras parecía un caso de la Brecha, pero ahora es su investigación de asesinato, pues parece que hay pruebas convincentes de que ocurrió en su terreno. Vas a disfrutar de los placeres de la colaboración internacional. Han pedido nuestra ayuda. In situ. Te vas a Ul Qoma como invitado de la
militsya
ulqomana, donde colaborarás con los agentes del equipo de Homicidios. Nadie conoce cuál es el estado de la investigación mejor que tú.
—Esto es ridículo. Puedo mandarles un informe y ya…
—Borlú, no te enfurruñes. Esto ha traspasado nuestras fronteras. ¿Qué es un informe? Necesitan algo más que un trozo de papel. El caso ha resultado ser más convulso que un gusano con el baile de San Vito, y tú eres el que está con él. Así que vete, ponles en antecedentes. Haz un poco de maldito turismo. Cuando encuentren a alguien vamos a querer presentar cargos aquí también, por el robo, el abandono del cuerpo y todo eso. ¿No te parece que esta es una apasionante época de colaboración policial transfronteriza?
Eso último era el eslogan de un folleto que habíamos recibido la última vez que modernizamos nuestro equipo informático.